Carta Abierta a Nosotros
por Enrique Guillermo Avogadro (Nota N° 989)
“Se le pidió al pueblo que votara en masa por un régimen de sacrificio, y
respondió como hace siempre que se recurre a su espíritu heroico”.
Winston Churchill
El mundo entero vive desde hace días en medio de tifones y huracanes en razón de la insana guerra comercial que detonó Donald Trump con su batería de tarifas arancelarias, impuestas para –al menos, en teoría– compensar los deficitarios desequilibrios comerciales que EEUU tenía con cada país. Lo más curioso es que quienes peor han reaccionado son los mercados, esos dioses omnisapientes que tantos líderes adoran; todos los días, las pérdidas bursátiles suman cifras enloquecedoras y no parecen tener fondo y sólo las bolsas norteamericanas perdieron valor por el equivalente a más de diez veces el PBI argentino.
Ni siquiera las más que sospechosas idas y vueltas de Trump consiguen llevar calma por más de media hora, para precipitarse luego nuevamente al vacío. Tal como muchos preveíamos, todo está redundando en lógicas resistencias de la clase media, que votó por el magnate hace tan poco y es la principal perjudicada. Es que la declarada intención del Presidente de conseguir que las empresas norteamericanas relocalicen sus plantas fabriles en territorio nacional no parece fácil: los salarios son mucho más elevados en EEUU respecto al sudeste asiático, la mudanza requeriría de mucho tiempo y grandes inversiones, y la necesidad de mano de obra se da de bruces contra la política migratoria de Trump, que expulsa a los potenciales trabajadores de esas fábricas.
Las actitudes del Presidente han lleno de dudas y desconfianza no sólo a sus propios ciudadanos, pues los norteamericanos tienden a ahorrar invirtiendo en acciones, ya los propios empresarios que han perdido verdaderas fortunas en las bolsas, sino, especialmente, al resto de los países, sean estos aliados, socios comerciales, amigos o enemigos. Y la confianza, como todos sabemos, se puede perder en segundos pero tardará años en recuperarse. Después de lo que ha hecho Trump estos días, ¿alguien podrá creerle en el futuro, y comprometer su patrimonio para ello? ¿Qué confiables resultarán sus promesas y sus alianzas de aquí en más?
La Argentina, como ha sucedido en los últimos ochenta años, debe enfrentar esa crisis monumental desde una clara debilidad económica – tal como mostró ayer el índice de precios al consumidor, con 3,7% mensual - y, por ello, dispone de escasos recursos propios para enfrentar estas fortísimas turbulencias externas. Es como un buque que transporta a cuarenta y siete millones de pasajeros pero que, ya antes de que estallara la tormenta, había perdido la arboladura y tenía varios rumbos peligrosos en su casco, a través de los cuales el mar inundaba su sentina.
En este momento tan complicado, todos los argentinos debemos priorizar la supervivencia y unir nuestros esfuerzos para que nuestro barco no se hunda definitivamente. Estamos obligados a dejar de lado los intereses mezquinos y personales para no ahogarnos, pero muchos parecen no entender la gravedad del momento y, utilizando consignas falsas, hacen lo posible para mandarnos a pique.
Es verdad que el Gobierno aún no ha conseguido que sus innegables éxitos macroeconómicos – me refiero a los superávits financieros y comerciales – se traduzcan en una mejora en la situación personal de los ciudadanos. Pero los dirigentes sindicales, que exhiben insólitas fortunas y cada vez representan a menos trabajadores, y los pseudo empresarios nacionales, que sólo pueden sobrevivir cazando en el zoológico y exigen protección para producir bienes peores y más caros, se alían desvergonzadamente para mantener sus privilegios y para evitar que un nuevo país emerja de estas ruinas en que, con tanta eficacia, lo han convertido desde hace años.
Incluyo entre los saboteadores a los políticos de todos los colores, con sus “patéticas miserabilidades” , como diría Hipólito Yrigoyen, que denodadamente impiden la construcción de algún futuro que, eventualmente, los aleje del poder y, sobre todo, de sus apetecidas cajas. Lo hacen quienes, provenientes de otros sectores, hoy militan en La Libertad Avanza y se niegan a cualquier alianza con quienes piensan parecido; también lo hacen los caudillos del PRO, que parecen sobrevalorar su caudal de votos cuando dicen querer negociar acuerdos políticos; y los variopintos correligionarios de la UCR, algunos de los cuales tanto han aportado a la decadencia del país, sea en el H° Aguantadero, sea en la gobernación de Santiago del Estero. Y qué decir de los compañeros pero-kirchneristas, que tanto confirman aquella graciosa afirmación de Antonio Cafiero, ( “somos como los gatos que, cuando parecen pelearse, en realidad se están reproduciendo” ); los hemos visto escenificar fuertes disputas y, cuando llegó cada momento electoral, unirse como ratones en pos del queso.
Esas “miserabilidades” podrían permitir el regreso de lo peor que ha parido nuestra política, tanto en CABA cuanto, muchísimo peor, en la Provincia de Buenos Aires, esa madriguera construida con esmero, importando pobres de los países vecinos a los cuales se les proveyó de documentos argentinos para que, esclavizados con subsidios populistas y planes sociales, los sigan votando desde sus casas de lata.
Si Churchill pudo contar con el pueblo británico para respaldar el esfuerzo de sostener la guerra contra Hitler, ¿por qué deberíamos confesarnos más débiles y dejar inerme a nuestra patria?. Agradezcamos al FMI por su fuerte ayuda, pero roguemos a Dios por esa fuerza individual.