sábado, 26 de noviembre de 2016

Te cambio figuritas, Cambiemos



Te cambio figuritas, Cambiemos

“El más terrible de los sentimientos es el de la esperanza perdida”. 
Federico García Lorca

Hoy, el mundo está mejor, ya que un canalla, Fidel Castro, finalmente, se fue al infierno anoche. Fue el responsable, con el Che Guevara, de la ola de sangre y fuego que arrasó nuestro continente, y hundió a su país en la miseria durante casi seis décadas. Que Lucifer lo acoja en su seno.

A un año de la asunción de Mauricio Macri, estamos en un momento muy complicado de la economía, a pesar de la merma en la inflación y a conservar el Gobierno elevados índices de aprobación de su gestión, ya que el gasto público continúa en alza, la actividad no arranca, el consumo cae, crece el endeudamiento en pesos y en dólares, el plan de obra pública no avanza y hay una perceptible parálisis en la gestión de la administración pública, producto de la inexperiencia burocrática de los nuevos funcionarios. La presión impositiva bate records históricos y mundiales, y el voraz Estado recaudador y pseudo benefactor frustra la posibilidad de recibir inversiones (en realidad, las ahuyenta) y asfixia las iniciativas, sin ofrecer los servicios y beneficios a los que la población accede en otros países, lo cual la obliga a contratarlos privadamente, duplicando sus costos.

Claro que todos esos males tienen su raíz en décadas de prácticas populistas, que hacen que hoy la Argentina, uno de los territorios del globo más favorecidos –no dije ricos- con recursos naturales, haya construido un núcleo duro de pobreza, por cierto difícilmente erradicable en el corto plazo. Pero no veo aún un plan para terminar con esa situación estableciendo metas más lejanas mediante políticas de estado que incluyan la aplicación de correctivos inmediatos, acompañados por la planificación del futuro a diez, veinte y treinta años.

Una porción importante del gasto público hoy está destinado, como es natural, a atender a las necesidades más urgentes y a paliar la conflictividad social, derivadas de la crisis heredada a la cual no se le encuentra una solución, mediante la masiva distribución de planes sociales; esta misma semana, fue incrementado en $ 30.000 millones. Entre esos planes hay muchas variantes, como la asignación universal por hijo, el trabajo en cooperativas, etc., pero todos tienen defectos remarcables, amén de permitir, por la falta de controles eficientes y por la tercerización de la distribución, la persistencia de nichos de corrupción.

Esos verdaderos subsidios tienen, en verdad, enormes falencias e inconvenientes, ya que no sólo tienden a consolidar la pobreza, manteniendo bajo esa línea a generaciones enteras (los montos no alcanzan para cubrir las necesidades mínimas) sino que, además y ante el riesgo de perder esos “derechos”, aún quienes tienen vocación de trabajar lo hacen “en negro”, incrementando la informalidad de nuestra economía, que ya alcanza al 40%, que no paga impuestos ni cargas sociales. Por otra parte, pensemos en cuántos de esos subsidios –“Argentina Trabaja”, por ejemplo- impiden a quienes acceden a ellos perfeccionarse, en un momento caracterizado, mundialmente, como “el siglo del conocimiento”.

Dado el crítico escenario actual, no resulta lógico pretender que esa asignación de recursos públicos se detenga, ya que quedarían en la más absoluta intemperie los sectores más vulnerables, que generarían comprensibles dificultades a toda la sociedad. Pero sí podemos realizar algunos cambios beneficiosos, ya que algunos de los planes sociales funcionan como verdaderos empleos públicos encubiertos y, en general, resultan innecesarias e inútiles las tareas que se encomiendan: pintadas, cortes de pasto, reparaciones de construcciones, etc..

El progreso tecnológico y la globalización está haciendo que las personas que realizan funciones repetitivas sean reemplazadas por robots, y el mercado laboral impone cada vez mayor perfeccionamiento y especialización a los trabajadores. En la Argentina, hemos visto recientemente insensatas reacciones frente a un futuro que ya está aquí y, nos guste o no, es imparable: el rechazo de los camioneros de Moyano a la distribución electrónica de documentación bancaria, o el de los taxistas de Viviani a aplicaciones como Uber, Easy o Cabify, son algunos ejemplos.

Entonces, al revés de tantos políticos y economistas, propongo al Gobierno que cambiemos algunas figuritas. Sin disminuir en lo inmediato la cantidad de pesos destinados a paliar esta recurrente emergencia, reemplacemos para siempre, en lo social, gasto por inversión. Es decir, sigamos pagando planes, pero que éstos sirvan para transformar no sólo a quienes los reciben sino a la sociedad toda. Me refiero a que el pago de las asignaciones mensuales tenga su correlato en educación pero, en especial, en escuelas técnicas, cualquiera sea el nivel al que cada beneficiario acceda, y se verifique su cumplimiento mediante la permanente evaluación de su rendimiento y su evolución. A pesar de que son obvios los beneficios que este cambio -¿Cambiemos?- traería aparejados, en especial para los llamados “ni-ni”, es decir, para aquéllos que no trabajan ni estudian y que en el Conurbano son legión, tal vez convenga recordarlos.

Facilitaría a los beneficiarios, a través del esfuerzo personal, acceder a trabajos formales y más calificados, con mejores salarios y con protección en materia de salud y de seguros y, sobre todo, recuperar las esperanzas  al lograr salir de los asentamientos y villas en los cuales transcurren sus tristísimas vidas. La extensión de un programa como el que propongo servirá, sin duda, también para combatir el flagelo de la drogadicción, que se ha constituido en un trágico refugio para quienes carecen de expectativas, y en ampliar la base de los contribuyentes, lo cual permitiría disminuir la presión impositiva sobre el sector económico registrado.

Para concluir, una breve reflexión ante la desobediencia de la viuda de Kirchner a la citación del Juez Claudio Bonadío para cumplir un trámite obligatorio para todos los procesados. Aquí también me pregunto si no ha llegado la hora de cambiar figuritas porque algo similar ocurrió con Lula quien, intimado a presentarse ante un magistrado, se negó a hacerlo; el Juez Moro ordenó a la Policía su inmediata presentación. Pese a que, sin lugar a dudas, el ex Presidente tiene una popularidad mucho mayor que la viuda de Kirchner, el hecho no produjo incidente alguno en Brasil.

Aquí, jueces y funcionarios se aterran ante la posibilidad de incidentes que, ante una detención de Cristina, podrían generar sus seguidores. En el fondo, ocurre lo mismo con la famosa represión de la “protesta social”, nombre que hemos dado a las constantes interrupciones del tránsito, a los más desaforados agravios a la investidura presidencial y, en general, hasta a las huelgas salvajes de los servicios públicos. Parecen no comprender que esas minorías revoltosas están minando, todos los días, la imagen de un Presidente y de un Poder Judicial que se muestran débiles y temerosos y que, si la impunidad continúa, desaparecerán la gobernabilidad y la paz; en cambio, si ambos cumplen y aplican la ley a rajatabla, sus prestigios subirán como la espuma, impidiendo toda ensoñación golpista.

¡Ojalá Cambiemos acepte cambiar figuritas!


Bs.As., 26 Nov 16

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jueves, 24 de noviembre de 2016

El último Prócer



El último Prócer

Ayer dejó este mundo el doctor Carlos Fayt y, gracias a él, aquél es mejor por la profundidad de los aportes jurídicos que realizara, y muchísimo mejor en la Argentina, debido a la acérrima defensa de la democracia que llevara adelante durante uno de los períodos más negros para la Justicia.

Por si ello fuera poco, fue un hombre sencillo y, sobre todo, un hombre bueno, una característica tan ausente entre nosotros. Desde muy joven militó en el socialismo, una filosofía política en la cual creyó ver encarnados los mejores valores de la humanidad, entendiendo por tales la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Denodadamente, luchó por la concordia en la sociedad y por el respeto a la Constitución, para intentar impedir que uno de los poderes del Estado avasallara a los demás.

Sin duda, la nación debe un homenaje a un hombre que se transformó en el último prócer de la República, tal como la soñaron hombres como Alberdi. Porque los laureles que supimos conseguir, y que Fayt cultivó con tanto amor, hoy se han secado y ennegrecido, y resulta esencial reverdecerlos.

¡Hasta siempre, doctor! Y que Dios, cualquiera haya sido su creencia personal, lo acompañe en el tránsito a la gloria. Los argentinos lo despedimos con emoción y agradecimiento. Sin usted, estamos más solos.


Bs.As., 23 Nov 16

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sábado, 19 de noviembre de 2016

El Ministerio de la Felicidad




El Ministerio de la Felicidad

"Una nación es una empresa colectiva; fuera de eso, básicamente, sólo hay un espacio para el juego del oportunismo y la aventura del poder". Wole Soyinka

No me canso de repetir que el más grave error del Gobierno fue no desnudar de inmediato, en un gesto que hubiera demostrado un enorme respeto por la madurez de la ciudadanía, la crisis que dejó el kirchnerismo cuando, cargando las bolsas del saqueo, abandonó el poder. Si así lo hubiera hecho, tal vez le hubiera resultado más fácil que ésta aceptara el tránsito de sangre, sudor y lágrimas hasta la resurrección prometida.

Simétricamente, el mayor éxito de Cristina Elizabet Fernández fue que esa crisis, un infierno mucho peor que el de 2001, no fuera percibida como tal por la población. Aún ahora, cuando se pudo comprobar que ella llegó a la Casa Rosada con 15% de pobreza y la dejó con 30% -nunca reconocida-, con las arcas del Estado llenas durante el período como nunca antes, y cuando su infinita corrupción expone sus más purulentas llagas a la vista de todos, conserva un importante apoyo popular.

Remedando la tragicomedia venezolana, en la cual Nicolás Maduro creó la cartera ministerial que sirve de título a esta nota, la murga en la que los intereses políticos más subalternos han transformado al otrora honorable Congreso de la Nación, dio esta semana, en el Senado, una prueba más del aprovechamiento que los hipócritas y mal intencionados pueden hacer de los compañeros de ruta, que actúan como idiotas útiles.

La media sanción que la Cámara alta dio a una iniciativa que presentaron, con toda mala leche, los senadores Juan Manuel Abal Medina (por si no lo recuerda, fue cómplice y Jefe de Gabinete de la emperatriz patagónica) y Teresita Luna, ambos integrantes del Frente para la Victoria, acompañados por el incauto e irresponsable Jaime Linares (del GEN, de Margarita Stolbizer), constituye sólo una de las maniobras legislativas, verdaderas zancadillas políticas, a las que deberá acostumbrarse Mauricio Macri.

Los legisladores kirchneristas, con una cara de piedra digna de servir de modelo a la estatua de la hipocresía, olvidaron durante doce negros años su obligación de representar a sus provincias, callaron frente a la rampante corrupción, permitieron el unitarismo salvaje del régimen y, sobre todo, ignoraron la pobreza, tolerando la falsificación de las estadísticas oficiales. Un antecesor y sucesor de Abal Medina en el cargo ministerial, el inefable Anímal Fernández, llegó a sostener, sin inmutarse, que aquí ¡había menos pobreza que en Alemania!

Esa “ley de la felicidad”, cuya inmediata aprobación por la Cámara de Diputados exigió la gran concentración de anoche en el Congreso, resulta absolutamente suicida para los mismos que la reclaman. Si fuera sancionada, y si se obligara al Ejecutivo a financiarla con emisión y mayores impuestos, desencadenaría un proceso inflacionario que deterioraría aún más la ya complicada situación social, y embestiría frontalmente contra la seguridad jurídica que el Gobierno ha comenzado a construir, un elemento esencial para la llegada de las tan indispensables inversiones, sean éstas de propios o de extraños.

Claro que no se trata del único gesto autodestructivo de las centrales obreras, pues lo mismo sucede con el acompañamiento a los reclamos empresariales, que pretenden que la economía continúe cerrada para evitar la competencia externa, mientras propalan una inexistente y masiva lluvia de productos importados. En tal sentido llamó la atención que muchos manifestantes de ayer portaran carteles con la leyenda “queremos notebooks argentinas”, es decir aquéllas que algunos vivos sólo ensamblan en Tierra del Fuego con un costo fiscal gigantesco; ¿quién habrá pagado a estos “espontáneos”?

Parecen estos raros dirigentes sindicales no comprender que la principal perjudicada por este disparate –empresarios que cazan en el zoológico y pescan en la bañadera, lucrando a saco- es la franja más desprotegida de la población, que debe pagar más caros productos peores, amén de impedir la creación de nuevos puestos de trabajo para solucionar esta recurrente emergencia ocupacional.

La Argentina tiene, aproximadamente, cuarenta y dos millones de habitantes; el 32% de ellos, sobrevive a duras penas bajo la línea de pobreza, y destina la totalidad de los ingresos familiares a la tentativa de alimentarse y no consume otro tipo de bienes; en resumen, tenemos un mercado potencial de veintiocho millones de personas. Entonces, ¿cómo podrían nuestros productos competir con los de naciones que, como Estados Unidos, China, Brasil, la Comunidad Europea, etc., cuentan con poblaciones tanto mayores y, por ello, pueden fabricar masivamente y, en consecuencia, a precios más bajos?

Nuestro país, con enormes recursos técnicos y humanos, debe abrirse y salir a colocar los suyos en los mercados más exclusivos y lujosos del mundo, esos en los que sólo batallan las marcas de moda. Porque, aún si los negros pronósticos sobre la economía mundial (derivados del discurso de Donald Trump), que hablan del cierre de las economías y del regreso al aislamiento de muchos países se concretaran, nunca afectarían a esos mercados, que continuarán requiriendo calidad y diseño, sin importar el precio; la prueba es la gigantesca concentración de la riqueza en pocas manos que se ha producido en las últimas décadas. 

Dado que para lograrlo resulta necesario reconvertir sectores enteros de nuestra industria –textil, calzado, indumentaria, línea blanca, etc.-, el Estado debería anunciar la innegociable apertura con la suficiente antelación y facilitar la transición con un fuerte apoyo crediticio. La continuidad en el tiempo de una transformación semejante permitiría, además de crear nuevos puestos de trabajo, garantizar la estabilidad de los empleados actuales, que deberían sí adaptarse a ese nuevo escenario.

Y, al abrir la importación de esos mismos productos baratos, la población argentina se beneficiaría con mayor oferta y menores precios, sin perjudicar en nada a empresarios o empleados; basta imaginar que, a partir de entonces, todos nuestros ciudadanos más pobres podrían disponer, por ejemplo, de calzado a cien pesos, en lugar de tener que andar descalzos, como sucede ahora en gran parte del país.

Quiero terminar recordando a mis conciudadanos, para bajar su natural ansiedad, una frase de Fernando Henrique Cardoso: "Gobernar un país, elaborar proyectos, concebir programas, implantar políticas es un proceso colectivo. Insisto en el concepto: proceso".


Bs.As., 19 nov 16

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sábado, 12 de noviembre de 2016

¡Qué números raros!



¡Qué números raros!


"A nuestros oponentes políticos les ofrezco un trato: Si ellos dejan de mentir sobre nosotros, yo dejaré de decir la verdad sobre ellos". Adlai Stevenson

Si usted cree que debemos vivir en un estado de derecho y tal como hice la semana pasada, le ruego que copie este link (http://tinyurl.com/haftfpc), lo pegue en su navegador y, si está de acuerdo con la petición, la firme y difunda.

No voy a hablar hoy de las consecuencias de la victoria de Donald Trump el martes, una rareza, ya que lo votaron menos ciudadanos que a su contrincante. Las especulaciones sobre el futuro de los Estados Unidos y del mundo han poblado las pantallas y las páginas de todo el globo, y habrá tiempo para hacerlo cuando anuncie su gabinete. Tampoco hablaré aquí de otro número inexplicable: los US$ 65 millones que, en Estados Unidos, dejó a sus deudos Daniel Muñoz, secretario privado de don Néstor (q.e.p.d.).

La semana contuvo un hecho realmente importante que, en medio de la vorágine, pasó bastante desapercibido: la divulgación, por parte de la Secretaría de Derechos Humanos, de una estadística confeccionada durante la "gestión" de Cristina Elizabet Fernández, que estableció en 6348 el número de desaparecidos entre 1976 y 1983. Cuando se conoció el dato, Estela de Carloto bramó de indignación: "En vez de investigar cuántos son, lo importante es encontrarlos"; raro, porque no explicó cómo buscar a los demás si ni siquiera sabe quiénes serían.

La relevancia del número es enorme, toda vez que termina en forma definitiva con el invento de los "30.000", que tuvo dos fines concretos: la instalación del concepto de genocidio para construir la venganza y, sobre todo, habilitar la recolección de fondos internacionales, organizada por los mismos terroristas para financiar campañas y lujos. Hasta ahora, no bastaba para desmentirlo ni siquiera la imposibilidad de completar los nombres en todas esas chapitas que Kirchner colocara en el Parque de la Memoria pese a que, para intentarlo, se incluyeron a los muertos desde 1955, a quienes cayeron al intentar asaltar instalaciones militares, a quienes se suicidaron ingiriendo cianuro y a los guerrilleros asesinados por sus propias organizaciones.

Es que, si se deja de hablar de genocidio -y la verdadera cifra revelada obliga a ello- se cae la teórica imprescriptibilidad en todos los amañados procesos que permitieron que, aún hoy, cuando ya ha pasado un año del desalojo del kirchnerismo del poder, casi dos mil ancianos continúen presos, privados de todos los derechos de los que gozamos, por imperio de la Constitución, el resto de los argentinos: irretroactividad de la ley penal, principio de inocencia, legalidad del proceso, jueces naturales, límite máximo de la prisión preventiva, 2x1 y prisión domiciliaria a los mayores de 70 años. Y todo eso mientras los corruptos de toda laya se ríen a carcajadas, se pasean en libertad y exhiben impúdicamente sus mal habidas fortunas.

El otro episodio fue la exacerbada polémica desatada por las declaraciones de Miguel Pichetto en favor de una política inmigratoria racional. El Senador fue imprudente, pero no por el contenido de sus dichos -con los cuales, adelanto, coincido- sino por haberlo hecho en un programa periodístico porque los tiempos de aire son limitados y no permiten dar acabada razón de los mismos. Esa imposibilidad de explicarse habilitó a que un sinnúmero de imbéciles y malintencionados se rasgaran rápidamente las vestiduras y lo acusaran de xenófobo y racista, pese a lo justificado de sus afirmaciones.

La Argentina es el único país que conozco que carece de política inmigratoria, a punto tal que no exige nada a quienes arriban a su territorio: carencia de antecedentes penales, demostración de la capacidad de sustentarse o de vinculaciones que la reemplacen, o aptitudes laborales; además, al poco tiempo obtienen documentos nacionales de identidad. No funcionan así países como Bolivia, Venezuela, Cuba, China, Rusia, Irán, etc., cualquiera sea la orientación, o la falta de ella, del régimen que los gobierna.

Nuestra nación se formó con los inmensas oleadas inmigratorias de fines del siglo XIX y la primera mitad del XX, provenientes de tantas latitudes diferentes que, al fusionarse, nos dieron estas características tan originales de nuestra sociedad. Y debemos continuar con esta tradición, recogida por el preámbulo de la Constitución, de brazos abiertos; pero recordemos que en él se habla de los hombres de "buena voluntad" que quieran habitar nuestro suelo. Ese requisito es esencial y, en esa categoría, obviamente, no entran los delincuentes, los narcotraficantes, los terroristas ni, en general, aquéllos que no están dispuestos a trabajar y, sobre todo, a adaptarse e integrarse a la comunidad; como muestra de cuanto digo, basta recordar que los extranjeros representan el 20% de nuestra población carcelaria.

Pero, pese a que aún aparecemos como un foco de atracción para muchos latinoamericanos, debemos reconocer que, más allá de la potencial riqueza de nuestros recursos naturales, somos un país pobre; tanto que nada menos que un tercio de nosotros vive por debajo de la línea que permite hacerlo con dignidad, carece de agua corriente, de cloacas, de gas y electricidad, de educación y de establecimientos sanitarios aptos, cuando no está directamente desnutrido.

Entonces, y como la caridad empieza por casa, debemos destinar, prioritariamente, nuestros esfuerzos en materia presupuestaria a la atención de las necesidades de nuestros ciudadanos, sin por ello dejar de brindar ayuda humanitaria a extranjeros que lo necesiten. Resulta de todo punto de vista ilegítimo que quienes aquí residen -y pagan sus tributos al fisco, que sostiene el sistema público de salud- deban esperar, a veces por meses, para recibir atención en los hospitales, mientras los turnos son ocupados por "turistas" que, en la práctica, realizan curiosos "tours de salud" para operarse gratuitamente dentro de nuestras fronteras.

Estamos, en este momento, soportando una presión impositiva que es record mundial y, producto de la crisis heredada (e idiotamente no explicada en detalle), los recursos no alcanzan para tantas necesidades sociales; pensemos entonces, por ejemplo, que todos quienes llegan a un hospital hoy, reciben gratuitamente hasta las prótesis, sin pedirles absolutamente nada.

Entonces, ¿por qué ser tan generosos con habitantes de otros países que no asumen su responsabilidad frente a ellos, pero les cobran sus propias gabelas? Para solucionar este intríngulis y, a la vez, compartir el esfuerzo, nuestra Cancillería debería firmar acuerdos recíprocos con todas las naciones de la región, para que cada una, mediante el depósito previo de las sumas necesarias, se hiciera cargo del costo de los tratamientos y prácticas quirúrgicas de sus ciudadanos, cuando éstos fueran atendidos en otro país. Y lo mismo debería aplicarse a la educación superior, aquí también colapsada.


Bs.As., 12 Nov 16


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sábado, 5 de noviembre de 2016

Envidiosa, hipócrita y suicida Argentina



Envidiosa, hipócrita y suicida Argentina

"La decadencia argentina empezó cuando las clases ilustradas abandonaron la política" Juan LLach


Después de la tormenta desatada a raíz de la tenencia accionaria de Shell que mantenía en su patrimonio Juan José Aranguren, actual Ministro de Energía, producto de su prolongado trabajo como presidente de la petrolera holandesa y resuelta con la venta de esa participación, alguna oposición sigue haciendo ruido con la calificación de "gobierno de los CEO's" para denostar a la gestión de Cambiemos.

Creo que ha llegado la hora de preguntarnos, como sociedad, a qué se debe nuestra desconfianza -¿envidia?- hacia aquéllos que han tenido éxito y por qué pensamos que las pequeñas fortunas se hacen con  infamias y, las grandes, con canalladas. Y también por qué hemos creído tanto tiempo que involucrarnos en política significa arriesgarnos a tirar nuestra honra a los perros y revolcarnos en el fango.

Esta gestión ha conseguido algo impensado desde hace muchas décadas: que se incorporaran a ella muchos ciudadanos que, habiendo obtenido enormes triunfos personales en la actividad privada, en un momento dado han decidido renunciar a la comodidad y al bienestar, inclusive familiar, para brindar desinteresadamente sus conocimientos y su experiencia para intentar mejorar la vida de los demás. No me refiero exclusivamente a Mauricio Macri, que encabezó esa movida cuando se alzó con la Jefatura de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; por el contrario, los gabinetes nacional, provinciales y municipales están plagados de ejemplos que confirman esta nueva posición, tan generosa, de muchos otros.

Algunos ejemplos sobresalen: Mario Quintana es, tal vez, un caso especial; con orígenes sumamente humildes, pero demostrativos de la permeabilidad social que imperaba en nuestro país hasta hace relativamente poco tiempo (su abuela era mucama, pero tanto su padre como su madre médicos), dejó sus altas posiciones empresariales -la Presidencia de Farmacity y del grupo de inversión Pegasus- para asumir como Vice Jefe del Gabinete, con las enormes complicaciones que trae aparejado el cargo. Por su parte, el otro segundo de Marcos Peña, Gustavo Lopetegui, abandonó la Presidencia de Lan Argentina cuando se sumó al esfuerzo. Y qué decir de Isela Constantini, ex Presidente de General Motors Argentina, que aceptó el gigantesco desafío de encabezar Aerolíneas Argentinas, la empresa "pública" más conflictiva desde el punto de vista sindical y totalmente deficitaria.

Lo mismo sucede con la legión de jóvenes profesionales, que no nombraré pero todos conocemos, que han hecho de la gestión pública su nuevo objetivo de vida, a sabiendas de los enormes sacrificios que conllevará para sus entornos familiares, en general formados por pequeños hijos.

Porque en este campo demostramos cuán hipócritas somos los argentinos. Partamos de una certeza: no hay una "empresa" mayor que el propio Estado, en cualquiera de sus niveles. Sin embargo, nos rasgamos las vestiduras cuando alguien simplemente sugiere llevar sus niveles de remuneración hasta equipararlos con los que rigen para los gerentes y directores que se desempeñan en la esfera privada. Parece que olvidamos un viejísimo apotegma: "quien paga a sus empleados como a monos, tiene monos como empleados".

Esto, por supuesto, no explica ni justifica que los diputados hayan pretendido aumentar sus dietas en un 47%, mientras el país exhibe la purulenta llaga de un 32% de miseria, ni que se busque que cobren un monumental salario quienes fueron electos para integrar el Parlasur, un organismo fantasma, que sólo comenzará a funcionar en 2020 y no podrá adoptar decisiones vinculantes para los gobiernos. En ambos casos, se trataría, lisa y llanamente, de un verdadero robo.

Y hablando de inmundicias, una más se sumó esta semana a la panoplia que exhibe los "logros" del kirchnerismo después de gobernar el país durante doce años y medio, que coincidieron con el mejor escenario económico que pudo ofrecernos el mundo en casi un siglo. Me refiero al informe producido por la fundación Techo Argentino (ver en www.techo.org.ar/relevamiento), que determinó que nada menos que tres millones de personas "viven" en villas miseria o en asentamientos, más de la mitad de ellos en la Provincia de Buenos Aires, producto del geométrico crecimiento registrado durante los tres últimos años de la década robada. Recuerdo la furia que me ahogaba cuando, al pasar por la Autopista Illia, leía el cartel que la Presidencia de la Nación había colocado en 2012, precisamente sobre la Villa 31: "Aquí también el país crece".

Una de cada diez habitantes de los centros urbanos carecen hoy de agua corriente (beben de pozos infectados), de acceso a la red de gas natural (lo consumen en garrafas, sideralmente más caras), de cloacas (usan pozos ciegos sin cámara séptica), y rodeados de basura, cuando no asentados sobre terrenos inundables y contaminados, con la carga de enfermedades que eso conlleva, que siempre afectan más a los niños. 

Entonces, no puedo menos que preguntarme: ¿cómo no se le cae la cara de vergüenza a Cristina Elizabet Fernández, a Máximo y a Florencia Kirchner, y a tantos otros cómplices que saquearon el país al punto de convertirlo en esto? ¿Cómo pueden ser tan hipócritas en sus discursos y continuar paseándose con tanta falta de pudor entre nosotros? La menor de la familia no tuvo empacho alguno en intentar -fracasó esta semana- que la Justicia liberara la montaña de dólares que encontraron en una caja bancaria a su nombre, sin haber trabajado un solo día en su vida.

Por la magnitud del daño social producido por esa asociación ilícita que montó Néstor y que heredó y perfeccionó su viuda, otra que nunca ganó un peso en la actividad privada, resulta indispensable que se extinga el dominio de todos sus bienes, y que éste revierta al Estado. Contribuirá así a aliviar tantas penas y, sobre todo, podremos exhibir frente al globo un nuevo país, en el cual la impunidad -antigua y actual- ha dejado de existir, y donde la corrupción se paga.

Porque, mientras eso no suceda, mientras no demostremos que la Argentina cuenta con una Justicia rápida, eficaz e independiente, las deseadas inversiones no llegarán y no podremos alcanzar el desarrollo que perdimos, regodeándonos una y otra vez en un suicidio colectivo, inexplicable para el mundo y la Historia.

Por último, le ruego entre en este link (http://tinyurl.com/haftfpc) o lo copie y pegue en el navegador y, si está de acuerdo con la petición, la firme y difunda. Anticipadas gracias.


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