sábado, 26 de mayo de 2018

A la Hora Señalada




A la Hora Señalada


“No conozco la clave del éxito, pero sé que la clave del 
fracaso es tratar de complacer a todo el mundo”. 
Woody Allen

Los carteles que portaban muchos de quienes concurrieron a protestar al Obelisco ayer y hasta la pantalla gigante colocada ante el monumento repetía: “La Patria está en peligro”. Los acorralados (por la Justicia) camioneros, las irredentas CTA, los tristemente famosos “metrodelegados”, a un desaforado grupo de kirchneristas y a los izquierdistas de siempre fueron a gritar que enfrentarán al Gobierno en las calles (balas o urnas, al igual que Nicolás Maduro, en Venezuela), y las razones son claras.

Resultó notable la hipocresía de reclamar por los “presos y presas” políticos del Gobierno –ignoro a quiénes se referían- mientras exigían que se pudran en las cárceles dos mil ancianos militares, cuyas prisiones preventivas exceden cualquier máximo legal, o han sido condenados en juicios amañados para satisfacer la necesidad de Néstor Kirchner de encontrarse con la izquierda porque, según él mismo confesó, da fueros.

La convocatoria, por cierto multitudinaria, otra vez fue financiada –en ómnibus, choripanes y algunos pesos- por los intendentes del Conurbano y, quizás, con fondos arriesgados por Cristina y sus enriquecidos cómplices. Están buscando ahora un muerto, ya que fracasaron con Santiago Maldonado y, nuevamente, tendremos que preguntarnos todos si seguiremos con la suicida actitud de cuestionar a las fuerzas de seguridad.

Gritemos todos que la Patria no está en peligro, pero que sí lo estará si vuelve el kirchnerismo al poder, y eso deberemos discutirlo, sólo en las urnas, en octubre del año próximo. Mientras tanto, acompañemos al Gobierno que hemos elegido –inclusive aquéllos que no lo votaron- porque es la única forma en que podremos tener algún futuro. Me refiero a un país ideal, en que todos seamos lo suficientemente civilizados para elegir qué queremos como sociedad y, sobre todo, quién va a pagar por ello.

Tal como era fácil de prever, las protestas de todo tipo transformaron nuestra vida, en especial la de los porteños, en un infierno que sólo acaba de encenderse; a medida que avancen los días y los meses, y tal como anunciaran ellos mismos el 25 de Mayo, saldrán a pelear la calle con más frecuencia. Y recordemos que, entre quienes lo dijeron, estaban los maestros y los bancarios, capaces de infligir los daños mayores a los chicos y al trabajo diario de todos. ¿Seremos capaces de soportarlo o, una vez más, probaremos que la dura madera con que fuimos forjados se ha transformado en un leño podrido y perforado por las termitas?

Los reclamos eran diversos: salarios, despidos, la inexistente apertura de la economía y, en especial, la relación con el FBI y el pedido de auxilio financiero al que tuvo que recurrir el Gobierno. En este último tema viene a cuento un mensaje que inundó las redes sociales: “si usted no está de acuerdo con solicitar esa ayuda, sea coherente y renuncie a todos los subsidios y los planes sociales que recibe”.

Porque es esa la verdad. Mauricio Macri intentó convencer a la sociedad que el gradualismo, en mi opinión indispensable, era la única receta que podía utilizarse para paliar la gigantesca crisis que había heredado, a riesgo de desatar un gigantesco conflicto social. No me cansaré de decir que no explicarla en detalle a un país que no la percibía fue el pecado original de Cambiemos, y lo seguirá purgando.

Pero ese gradualismo necesitaba financiación. Ésta no podía surgir de un aumento de impuestos –sí de una ampliación del universo que los tributa- porque ya teníamos la presión fiscal más alta del mundo, ni tampoco del ahorro interno, puesto que los argentinos tienen cerca de trescientas mil millones de dólares fuera, sin vocación de retornar. Entonces, ¿qué fuente quedaba disponible?

Obviamente, la primera y más obvia solución fue salir a pedir en los mercados internacionales de crédito, aunque para ello hubo que asumir tasas de interés altísimas, en razón de nuestra historia de defaulteadores seriales y de la inexistencia de seguridad jurídica. Y ese camino funcionó hasta que Donald Trump comenzó a fortalecer la economía de los Estados Unidos, transformándola en una gran aspiradora universal dinero que obligó a todos los países a devaluar sus monedas.

Y si le sumamos a esa circunstancia, ciertamente predecible, la fenomenal sequía que afectó al campo, con una pérdida de miles de millones de dólares en exportaciones (contra la favorable coyuntura de la que disfrutó Néstor Kirchner), la suba internacional del precio del petróleo (que puede incrementarse en razón de la denuncia del Presidente norteamericano del acuerdo de desnuclearización con Irán, y del aumento de la conflictividad en Medio Oriente), al cual nuestros combustibles están necesariamente atados, y la confirmada incapacidad de domar el potro de la inflación, tenemos el combo perfecto para explicar los problemas que debió afrontar el Gobierno en los últimos días.

La recurrencia al FMI, al cual –mal que les pese a los olvidadizos peronistas de todas las tribus- nunca dejamos de pertenecer, abarata el costo de la deuda que esta administración está obligada a asumir, a riesgo de desatar un problema social aún mayor y de impredecibles consecuencias. Pero, claro, la ayuda que vendrá, impulsada por un inédito apoyo internacional de casi todos los países importantes del mundo, no será simplemente un crédito para que la Argentina vuelva a despilfarrarlo; le será exigido al Gobierno una aceleración en la reducción del gasto que, indudablemente, generará nuevas protestas y conflictos.

El título de esta nota remite a una fantástica película de 1952, protagonizada por Gary Cooper. En ella, un sheriff se ve enfrentado a un criminal al cual puso en la cárcel y que, ya en libertad, regresa al pueblo para vengarse; sus conciudadanos lo dejan solo, y nadie sale a apoyarlo en ese duelo final. Hoy, más allá de las declamaciones favorables de las grandes organizaciones empresariales, cada uno de sus integrantes aprovecha la coyuntura para aumentar los precios e intentar maximizar sus ganancias.

Para controlar a los formadores de precios, el Gobierno no recurre a la pistola, al estilo de Guillermo Moreno, sino a poner en marcha a la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia, que dormía hace años, para evitar la cartelización de la oferta en sectores claves de la economía. Porque estos días ha quedado claro que muchos sectores continúan practicando esa nefasta forma de hacer negocios. Los afectados, como siempre, se sumarán a los quejosos, olvidando que ese organismo de control existe en todos los países serios del mundo, y ha aplicado multas a los grandes conglomerados (Microsoft, por ejemplo) y los ha obligado a dividir el mercado.

Macri ha tomado, tal vez por imposición de los grandes jugadores de las finanzas internacionales, una medida correcta: designó como coordinador de todos los ministerios vinculados, de un modo u otro, al devenir económico, a Nicolás Dujovne, que ha demostrado tener la cintura necesaria para negociar con ese difícil interlocutor, ahora personificado en Christine Lagarde, al cual se pretende transformar en un comprensivo acreedor,.

La virulencia en la calle es –casi- comprensible, porque el desierto que deben atravesar los opositores (y algunos aliados) a Cambiemos es muy duro, sobre todo para aquéllos acostumbrados a las mieles y dineros que el poder conlleva, pero lo es menos cuando de los que creíamos más sensatos del universo tribal del PJ se trata. El miércoles próximo será tratado en el pleno de la Cámara de Senadores –por favor, lector, note que no he dicho “Honorable”- el tema de las tarifas de la energía.

En realidad, ninguno de los más encumbrados representantes del peronismo quiere seriamente que los precios vuelvan a diciembre de 2017, como planteó Sergio Massa, y menos a diciembre de 2015, como pretenden los energúmenos kirchneristas, y sólo buscan que Macri pague el costo político de vetar un adefesio, pero sé cuánto le costará al país la mera discusión del tema: los escasos inversores reales están huyendo en manada.

En fin, hemos festejado un nuevo 25 de Mayo y, aún, seguimos siendo un país. Espero que mis hijos y nietos puedan vivir en algo más: una Nación, es decir, algo mejor que un simple consorcio en el que convivimos sin respetar ninguna ley ni los derechos de nuestro prójimo.

Bs.As., 26 May 18

sábado, 19 de mayo de 2018

Flora, la gata nacional




Flora, la gata nacional



“Argentina es un país con héroes 
anónimos y sinvergüenzas famosos”. 
Edgardo Antoñana


Sobrevivimos al martes tan amenazadoramente negro y, en general, la crisis cambiaria parece haber sido dejada atrás, al menos por el momento. Pero la sociedad, esa que tanto adora a la mascota del título deberá ponerse a pensar en serio acerca de qué país quiere habitar de aquí en más, ya que el anterior, el del gradualismo en la transformación financiado mediante deuda externa, se probó absolutamente inviable cuando Estados Unidos puso en marcha esa histórica aspiradora de fondos mundiales que es la tasa de interés de los bonos de su deuda..

Está lógicamente extendida la convicción de la necesidad de reducir el gasto público, que para sostenerse requiere de mantener un nivel de impuestos que impide el desarrollo normal y registrado de la actividad privada. Aunque no se hable demasiado de ello, la realidad nos dice que gran parte del precio que pagamos por la energía y los combustibles corresponde a todo tipo de tributos, esos mismos que robaron Cristóbal López, Fabián de Souza y Ricardo Echegaray para financiar la expansión del grupo económico cuya nave insignia fue Oil; es decir, si pudiéramos reducirlos, terminaría la discusión por las tarifas de la luz, el gas y el agua, y la nafta y el gasoil podrían venderse a valores comparables a los del resto del mundo.

Pero está claro que donde más se percibe la enormidad de ese gasto es en los subsidios, los salarios de los empleados públicos y en la gigantesca masa de jubilaciones que el kirchnerismo regaló sin justificación alguna, como no fuera poner en práctica el populismo e intentar seducir a una clase media que, en definitiva, no lo acompañó.

Y en esa imprescindible batalla veremos, precisamente, cuánto estamos dispuestos a tolerar el indispensable ajuste. Si, sin razón, los que habitamos en las grandes ciudades padecemos enloquecedores piquetes diarios, no quiero pensar qué sucederá cuando el Estado prescinda del millón y medio de funcionarios de todo nivel o de los tres millones de jubilados que Cristina Fernández puso injustificadamente sobre nuestras ya cansadas espaldas de contribuyentes, o cuando la Justicia avance definitivamente sobre Hugo Moyano y sus camioneros.

Porque, convengamos, la habitual hipocresía y la adquirida esquizofrenia que padecemos piden a gritos que las autoridades repriman esas permanentes violaciones al derecho a transitar libremente que todos tenemos, pero repudiamos inmediatamente cualquier intento de ponerles coto. A quienes protestan de ese absurdo e ilegal modo, que forman bajo banderas rojas con la estrella de cinco puntas y la imagen del Che Guevara, habría que preguntarles que creen que les pasaría si intentaran cortar las calles de La Habana, de Caracas, de Moscú o de Teherán.

La crisis de la que acabamos de emerger, más o menos indemnes, ha servido ciertamente al Gobierno, aunque fuera al costo de perder caudal político por recurrir al denostado FMI: se vio obligado a aceptar una devaluación que ya se había mostrado más que necesaria, licuó la deuda estatal en pesos, mejoró la competitividad de nuestras exportaciones, devolvió la independencia al Banco Central y redujo la importancia relativa del costo de la burocracia.

Pero todos esos beneficios no serán gratuitos, ya que a corto plazo veremos extenderse las protestas de los empleados estatales que, esta semana, fueron encabezadas por tristemente famosos “metrodelegados”, los bancarios y los “trabajadores de la educación” bonaerenses, todos kirchneristas irredentos. ¿Estaremos dispuestos a soportar más conflictos de ese tipo para tener algún futuro?

Un ejemplo parecido de nuestra duplicidad mental se vincula a la seguridad pública. Todos, sin excepción pero, en especial, los más pobres, estamos hartos de los delincuentes que nos roban y matan con total impunidad. Sin embargo, reaccionamos repudiando a las fuerzas del orden cuando éstas simplemente cumplen con su deber, como quedó demostrado en el caso de Santiago Maldonado, el tatuador ahogado en Neuquén, cuya muerte se pretendió masivamente imputar a la Gendarmería.

Esta semana se “viralizó” un video filmado en una escuela de Brasil, cuando un hombre armado apuntó, ignoro con qué fines, a los niños y a sus madres que los esperaban a la salida: en segundos, una de ellas, policía de franco, sacó su arma reglamentaria y disparó por sorpresa. La mujer fue condecorada, ascendida y se ha transformado en una estrella en un país que padece nuestros mismos males; aquí seguimos persiguiendo judicialmente a Luis Chocobar, que mató a un asesino frustrado cuando desobedeció la orden de alto. En resumen, pedimos más seguridad, pero no aceptamos la represión del delito.

El Gobierno recibió un gigantesco apoyo mundial; que los Estados Unidos, Europa, Brasil, etc., se amontonaran para respaldar las políticas de Macri y apurar una definición del Fondo favorable a la Argentina, tiene pocos antecedentes históricos. Y si a ello se le suma el éxito alcanzado por el primer llamado internacional del programa de Participación Público-Privada en la construcción de infraestructura (recordemos que las condiciones ofertadas fueron, en promedio, 33% inferiores a los costos máximos previstos por Vialidad Nacional), podemos entender la satisfacción que traslució la actitud del Presidente durante la semana.

Mauricio Macri ha aprendido la lección y, por primera vez desde que Cambiemos llegó al gobierno nacional, ha puesto en duda el método de comunicación que, sin duda, le permitió ganar elecciones imposibles pero, quizás, no resultó útil para administrar. Como siempre se ha dicho, la negociación es la base de cualquier democracia y, para una coalición que carece de mayorías en las cámaras de H° Aguantadero, resulta una esencial necesidad; la incorporación a la mesa de decisión de importantes figuras del radicalismo y de la Coalición Cívica permitirá, sin duda, una mejor tracción entre la Casa Rosada y la sociedad.

El susto que pasamos hace pocos días repercutió también en la oposición, a pesar de algunas posiciones –la idiota pretensión de regular las tarifas, por ejemplo- adoptadas sólo para la foto. El abismo estuvo demasiado cerca como para ignorarlo impunemente, y tal vez todos hayamos aprendido a jugar menos con fuego.

Los gobernadores e intendentes deben entender, de una buena vez, que ahora la perinola cayó en “todos ponen”, y dejar de lado las actitudes que convalidan la necesidad de apretar el cinturón siempre que no sea el propio; no podemos seguir tirando manteca al techo mientras pedimos plata al mundo para pagar esas insensateces. Seguir pretendiendo ejercer el poder con métodos populistas, con falsos e imposibles regalos, sólo nos hará mantener el rumbo de degradación y decadencia que la Argentina escogió desde hace más de siete décadas y que nos ha convertido casi en un país inviable.

Bs.As., 19 May 18

sábado, 12 de mayo de 2018

¡Suicidémonos al contado!





¡Suicidémonos al contado!


“No hay cosa como la muerte para mejorar a la gente” 
Jorge Luis Borges


Llevamos intentando nada menos que siete décadas hacerlo en cuotas; a esta altura, ya deberíamos haberlo conseguido. Nos hemos pasado los últimos setenta años buscando a quien echar la culpa de nuestra decadencia, pero jamás nos hemos mirado al espejo para encontrarlo. Cuando, finalmente, logremos terminar con nuestra vida, el resto del mundo nos recordará, si es que lo hace, con el mismo asombro con que Tato Bores, disfrazado de arqueólogo, nos contaba por televisión que “según dicen, aquí había un país que se habría llamado Argentina”.

Hace nada más que treinta meses que elegimos un Presidente y le encargamos la ardua tarea de cambiar nuestro destino, que antes habíamos puesto en manos de una asociación ilícita que se llevó lo mucho que aún quedaba y nos dejó desnudos y a los gritos. Pero recordemos, sin hipocresía, que durante doce años y medio estuvimos encantados con la fiesta que organizaron para, en pleno festejo, desvalijarnos. Es más, sólo cuatro años antes habíamos renovado nuestra ciega confianza en los organizadores del evento con el 54% de los votos y, aún hoy, cuando el cielo está empañado por los espectros de fondos santacruceños, reservas monetarias, viviendas sociales, cloacas, puertos, vías férreas, rutas, petróleo, gas, luz y agua faltantes, una porción nada despreciable de nosotros sigue aferrado al culto de la psicótica personalidad de su jefa.

Cuando la clase media no tuvo más remedio que darse por enterada del desquicio en que se había convertido la República, forzada sin opciones a hacerlo por los bolsos que volaban en los conventos o por los impúdicos videos de La Rosadita y, sin ponerse colorada, se mostró horrorizada cuando los podridos cimientos del kirchnerismo quedaron expuestos a la luz y, con un fervor nunca visto, se dedicó a fiscalizar los comicios para impedir que, nuevamente, la aceitada maquinaria electoral del peronismo del Conurbano consiguiera torcer la democracia. Así logró que Mauricio Macri-Gabriela Michetti y María Eugenia Vidal-Daniel Salvador llegaran al poder por pequeñísimos márgenes, pese a que sus contendientes eran nada menos que Daniel Scioli-Carlos Zannini y Anímal Fernández-Martín Sabbatella, los grandes oficiales de la Orden del Latrocinio y la Droga.

La crisis que dejó Cristina Elisabet Fernández fue muchísimo peor que la que sufrimos en 2001, pero nadie la percibió, y el Gobierno cometió la imperdonable estupidez de no inventariarla detalladamente. En aquel entonce, sólo se trató de un problema bancario y cambiario, derivado del estallido de la convertibilidad, ese invento de Domingo Cavallo que a todos nos gustó, a punto tal que todos los candidatos presidenciales en 1989 juraron conservarla. Sería bueno que recordáramos que volvimos a aplaudir cuando, pocos días después, Adolfo Rodríguez Saa le cantó la vacía a los acreedores y el Congreso entero gritó su felicidad al mundo.

Pero el final de Carlos Menem y la frustración de Fernando de la Rúa habían dejado una inmensa capacidad ociosa, tanto fabril cuanto energética, y eso permitió, con una fuerte devaluación asimétrica, salir rápidamente del pantano. En cambio, la arquitecta egipcia hizo todo lo contrario ya que, exacerbando el consumo y “regalando” la luz y el gas a los porteños, no dejó posibilidad alguna de rápida recuperación; su única virtud –por cierto, impuesta por el desprestigio nacional y la disparatada política exterior- fue dejar escaso endeudamiento externo.

Cuando el Gobierno había comenzado a encarrilar un poco la situación externa –con la salida del default y del cepo cambiario-, mientras se negaba a ejecutar el tajante ajuste del gasto fiscal que reclamaban a coro los economistas más ortodoxos por el impagable costo social que el mismo acarrearía, llegó nuevamente el populismo demagógico a intentar incendiar el país para recuperarse del frío que implica transitar por el desierto: primero, generando un monumental conflicto social cuando se sancionó la más que tibia ley de reforma previsional; luego, aplicando tributos a la renta financiera (que ya los pagaba, a través del normal impuesto a las ganancias de personas y sociedades); y ahora, pretendiendo retrotraer las tarifas de la energía y del agua a valores de 2017 (los curiosos ¿renovadores? de Sergio Massa) o, directamente, a diciembre de 2015 (las hordas de Axel Kiciloff).

Como Cambiemos no tiene mayoría en ninguna de las cámaras del H° Aguantadero nacional, las tribus peronistas pueden reunirse, invitar a la izquierda nihilista y a varios imbéciles de la propia coalición gobernante a construir rápidamente una barricada para impedir que se pueda avanzar hacia la seguridad jurídica; lo logró dando media sanción a una loca ley que pretende que la energía se regale, como se hizo durante la gestión anterior, que así consiguió el extraño logro de perder la autosuficiencia energética. De esa pérdida derivó el monstruoso drenaje de divisas (US$ 50 mil millones) para pagar –y, en el camino, cobrar los indispensables sobreprecios- la importación de gas, energía eléctrica y hasta fueloil; de las vacías arcas del Banco Central surgió, a su vez, la mayor inflación, con el crecimiento exponencial de la pobreza que siempre conlleva.

Gran parte de la culpa del éxito que ha obtenido la hipócrita demagogia en el Congreso corresponde al propio Gobierno, que nunca tuvo el tino de explicar, clara y profundamente, cómo había sido la fiesta de los K (imperios hoteleros y estancieros, coimas de toda clase y color pero un solo destino, aviones y helicópteros fabulosos, flotas de autos de lujo, empresas financiadas reteniendo nuestros impuestos, red de medios de comunicación al servicio de la banda, destrucción de la ganadería, pérdidas de mercados internacionales, cooptación de jueces y fiscales, uso político de la educación, más de US$ 11,2 mil millones pagados por indemnizaciones aún hoy oscuras a los terroristas y sus familiares, etc.), para que supiéramos todos cómo sería el día después de la noche anterior, y qué esfuerzo debíamos hacer para que se nos pasaran los efectos de esa nefasta borrachera generalizada.

Hoy, que Macri se ve obligado a volver al Fondo (en realidad, nunca nos fuimos) a solicitar un crédito que le permita superar la renovada crisis cambiaria -¡por favor, no compararla con el 2001!- que esos mismos cretinos irredentos han generado con su demagogia pasada y presente, la hipócrita clase media parece haberse dado vuelta, y despotrica contra el Gobierno por los aumentos que debe pagar si quiere seguir despilfarrando la escasa energía; mientras, sale gozosa a comprar dólares transformando la devaluación de nuestro pobre peso en una profecía autocumplida. Por lo que dice la encuesta de Berenstein-D’Alessio, también critica la negociación abierta con el FMI, que seguramente resultará exitosa, dado el enorme apoyo internacional que ha obtenido el Gobierno en estos momentos.

El peronismo festeja, claro, la posibilidad de obligar al Presidente a ir al ballotage en 2019, para cuando su delirio le permite creer que tendrá un candidato único y competitivo. Pero me permito desilusionarlo: sé, con toda certeza, que esa clase media, que hoy llora por la gran parte del mini-ajuste que le toca soportar, aunque sea tapándose la nariz volverá a votar por Cambiemos; así se sumará a muchos que, en el Conurbano profundo, han visto por primera vez a un Estado presente, traducido en obras tangibles, en pavimentos, en cloacas, en iluminación pública, en agua potable, en redes de gas, etc., y todo ello mientras zafan del día a día con tarifas sociales.

Pero -recordémoslo cuando se intensifiquen las protestas en la calle- que todos reclamos que el Estado se achique fuertemente, porque no hay economía que resista que 6,5 millones de ciudadanos productivos mantengan a casi 12 millones que no trabajan. ¡Muchachos, la fiesta terminó, y hay que pagar hoy mismo la cuenta!. Como no podemos lavar los platos, elijamos de una vez: convirtámonos de una vez por todas en un país normal -con la sangre, sudor y lágrimas que nos costará- o suicidémonos al contado.

Bs.As., 12 May 18

sábado, 5 de mayo de 2018

Culpas Compartidas





Culpas Compartidas


“Le hizo pensar que contemplaba el mundo a 
través de la transparente pátina del tiempo”. 
Leonardo Padura


Pensaba escribir mis impresiones sobre lo que sucedió esta semana en la economía, pero ya han corrido ríos de tinta sobre ello, producidos por quienes saben tanto más que yo, que me parece que sería impropio y hasta atrevido.

En cambio, insistiré en mi frontal crítica a los oportunistas de la política, calificativo que merecen tanto todas las camaleónicas tribus peronistas, cuanto algunos desaprensivos integrantes del propio oficialismo, que insisten en retrotraer a alguna época pasada los precios de la energía en un país que carece de ella.

Tengo claro que, dados los anticipos salidos de la Casa Rosada en cuanto a qué sucedería si el Congreso lograra consensuar algún disparate por el estilo, lo que buscan es sólo hacerle pagar a Mauricio Macri el costo político que el veto a una ley conlleva.

Pero el nuevo daño a la imagen del país estará infligido, de cara a las recientes licitaciones en materia de energías renovables, cuyos contratos se verían en peligro de alteración, y a la búsqueda de nuevos inversores interesados en compartir proyectos de infraestructura con participación público-privada. Argentina lleva dos años y medio intentando reconstruir confianza a partir del desastre que, como en tantas otras materias, dejó la década verdaderamente infame que terminó -¡vaya uno a saber por cuánto tiempo!- en diciembre de 2015. Si nuestros representantes siguen jugando con fuego dentro del polvorín, ¿qué insano vendrá a poner su dinero aquí, en especial cuando las tasas en Estados Unidos se vuelven mensualmente más atractivas?

Atar los precios de la energía al solo efecto de la inflación, como propone ahora Sergio Massa, (o volver a los cuadros tarifarios vigentes en la época de Cristina Elisabet Fernández, una propuesta de su Unión Ciudadana y de la izquierda) significa dejar de acomodarlos a la realidad, representada por los costos de explorar nuevos yacimientos, de extraer petróleo y gas y refinarlos, de producir electricidad, de transportarlos y de distribuirlos. Y sin esa justa recompensa, como sucedió cuando el kirchnerismo decidió robarse YPF, las compañías desaparecerán de nuestra geografía y retornará la escasez, traducida en cortes de suministro. ¿Eso queremos?

Porque -¡por Dios, seamos conscientes!- el mundo está lleno de oportunidades para esta industria de enormes riesgos, incluso en escenarios de graves conflictos, donde es más seguro invertir que aquí, donde recaeremos en esa absoluta falta de seguridad jurídica que ha convertido a Venezuela, que flota literalmente sobre un mar de petróleo, en el país más miserable de América del Sur.

Pero la culpa no es exclusiva de quienes miran el futuro con la vista puesta sólo en el limitado horizonte de las elecciones del año próximo y vociferan propuestas populistas que les resultará imposible cumplir sin caer en un nuevo default y en una hiperinflación por la vía de emitir dinero sin respaldo alguno. La comparte un buen sector del Gobierno.

Aún el gradualismo que, correctamente, viene aplicando desde que asumió, a costa de incrementar la dependencia de créditos de un exterior que se está secando, golpea en los bolsillos de todos, acostumbrados como estamos a creer que el santo padre Estado debe regalarnos todo para que podamos seguir despilfarrando lo que no tenemos; el populismo consiguió convencer a los argentinos que todo es gratis, aunque lo paguemos con la presión impositiva más alta del mundo.

Pero, desde el Poder Ejecutivo se ha optado por no comunicar y no informar adecuadamente el por qué de cada medida impopular que se ve forzado a adoptar. Aunque parezca absurdo, y en su afán de no atosigar como lo hacía la anterior inquilina de la Casa Rosada con sus cadenas nacionales, olvidó que ella misma anunció, con total desparpajo, que vetaba la ley que obligaba al Estado a ajustar las jubilaciones al 82% de los salarios de la actividad; cuando la realidad impuso al Gobierno la necesidad de una  modestísima reforma previsional, como nadie lo explicó con total claridad, estalló la calle movilizada por ese kirchnerismo desvergonzado y por la sempiterna izquierda insurreccional.

Por eso me pregunto por qué, con racionalidad y oportunidad, no se dan a conocer los verdaderos logros de esta gestión. Como detalló Guillermo Oliveto recientemente, en el primer trimestre crecieron la construcción (14,3% y, sólo en marzo, 8,3%), la producción de acero (20,6% en ese mes), las ventas de pisos y revestimientos (17%), el cemento (13%), las placas de yeso (12%), los sanitarios (8%), el asfalto vial (38%). Y no se trata sólo de la enorme importancia de la obra pública, ya que el índice Construya, que mide la evolución de los insumos para la construcción, creció 14% impulsada por los créditos hipotecarios, una forma de financiar la compra de viviendas que había desaparecido hace muchos años la Argentina; en la ciudad de Buenos Aires, las ventas de inmuebles crecieron más del 30% en ese mismo período, y 35% en todo el país.

En materia de empleo, el sector de la construcción generó un 11% más de puestos de trabajo, alcanzando los 450.000 registrados, y superando por mucho al comercio (2,3%) y a los servicios financieros (1,6%). Y qué decir de las numerosas obras públicas, reales y palpables, que la población ha comenzado ya a disfrutar, sobre todo en lugares donde el asfalto, el agua corriente y las cloacas siempre han sido vistos como inalcanzables.

Pero el Gobierno, inexplicablemente, calla. Y ese enorme espacio de silencio lo ocupan, sobre todo a través de las redes sociales a las cuales es tan afecto, los eternos miembros del “club del helicóptero”, que desparraman malas noticias o, lisa y llanamente, las falsean. Esta misma semana, al menos hasta la fuerte reacción del viernes, se cometió el mismo error de falta de comunicación y de información, que tanto inquietó a los mercados.

Para concluir, quiero contribuir a defender la libertad de prensa, cuyo día internacional se conmemoró precisamente el jueves, ofreciéndole la posibilidad de ver el documental “Será Venganza”, cuya proyección estaba programada para ese mismo día en la Feria Internacional del Libro, actividad que fue levantada por los directivos de ese gigantesco mercado, aplicando la censura previa. Bastará con que pinche este link (https://tinyurl.com/y9trdb73), y lo difunda en la medida de sus posibilidades; será la forma de evitar que el fascismo kirchnerista que profesan los organizadores de la Feria tenga un nuevo éxito, como cuando, hace algunos años, se impidió hablar a Mario Vargas Llosa o, la semana anterior, a los ministros de Cultura de la Nación y de la Ciudad de Buenos Aires.

Bs.As., 5 May 18