lunes, 5 de julio de 2010

La muerte como necesidad

La muerte como necesidad


“Huye, chiquilla,
que la muerte pequeña
va por Sevilla”
Manuel Benítez Carrasco


Hoy, que son públicas las encuestas que dicen que, contra cualquiera de los pre-candidatos opositores, los Kirchner perderían un ballotage, vuelve a surgir una pregunta que me he formulado –inclusive en estas notas- acerca de la posibilidad real de que la parejita imperial siquiera considere la entrega del poder, en forma pacífica, a un sucesor de otro palo.

Por lo demás, el cúmulo de malas noticias que estos días están lloviendo sobre Olivos amerita volver a considerar esa cuestión. Maradona no pudo traer a casa la copa y el espíritu festivo del Bicentenario ya pasó a la historia, con demasiada rapidez.

Los opositores están consiguiendo sonoras victorias en Diputados y la escasa vocación de los senadores oficialistas por la autoinmolación convierte en altamente probable la sanción de leyes –el 82% móvil, la modificación del Consejo de la Magistratura, etc.- que los Kirchner necesitan para sostener “su modelo”, los ha llevado a asumir públicamente el inmenso costo político de anunciar que vetarán las mismas.
Desde otro ángulo, por cierto no menor, la no renovación de las facultades delegadas, con la consecuente imposibilidad de manejar los saldos “no calculados” del presupuesto y las retenciones agrícolas, golpearán también al estilo de conducción a partir de agosto de este año.

Finalmente, el cuadro se completa con el avance judicial sobre funcionarios cada vez más cercanos al núcleo duro del Gobierno. Ya no solamente son algunos jueces federales los que están profundizando las investigaciones, sino que hasta la Cámara le ha ordenado a Oyarbide que amplíe sus esfuerzos sobre –nada menos- el marido de Diana Conti, involucrado en la mafia de los medicamentos. Curioso resulto que a ésta no le pareciera razonable excusarse cuando el propio Oyarbide fue sometido, en pleno Mundial, a un sumario que hubiera conllevado un castigo para el juez de pasado prostibulario, del cual logró zafar, precisamente, por el voto del oficialismo.

Si a toda esa ensalada le sumamos el odio que sienten por los Kirchner hasta sus propios ministros –me consta, personalmente, en algún caso-, el futuro de éstos no parece, por cierto, demasiado rosa. Ello me ha llevado al convencimiento, que mis lectores conocen, en el sentido de que la Argentina deberá atravesar un siniestro Jordán antes de volver a renacer.

Quienes desechan estos negros presagios sostienen, con natural y justificado cinismo, que nada de esto sucederá, ya que los Kirchner han acumulado un poder tal que, aún perdiendo las elecciones, estarán en condiciones de negociar la impunidad con su sucesor.

Pues bien, esta vez no será así. Y no porque, en condiciones habituales, no fuera posible. En concreto, la historia de nuestro país no recuerda demasiados castigos reales a los presidentes y demás funcionarios corruptos; es más, salvo en materia de votos, ni siquiera ha habido una fuerte condena social a los mismos.

Pero ahora será distinto, y la razón fundamental para que sea diferente radica, precisamente, en el enorme poder económico que don Néstor ha construido.

Hoy, a través de distintos testaferros, posee una gran cantidad de empresas –usinas generadoras, extracción y transporte de gas, exploración y producción de petróleo, refinerías, estaciones de servicio, casinos, pesca, bancos, comunicaciones, diarios, televisión, radios, etc.-, algunas de las cuales, a su vez, se han transformado en los mayores concesionarios de la obra pública.-

Todo ello constituye un imperio, conformado en sólo siete años, que no tiene parangón en la historia de nuestro país. Y de ese imperio se desprende un poder real sobre la economía que, en manos de alguien como don Néstor se convertirá en un arma de enorme poder.

Algunos presidentes argentinos han sido acusados, tal vez con razón, de corrupción; en algún caso, ella fue desembozada. Pero todos ellos, si fueron culpables, se limitaron a robar algún dinero o a favorecer a algunos amigos; en cualquier caso, en cantidades infinitamente inferiores a éstas de las cuales hablamos.

Por esa razón, quienquiera que sea el sucesor de don Néstor, estará obligado a matarlo, en sentido económico y político, porque, si no lo hiciera, necesariamente se convertiría en un rehén de las decisiones que el actual tirano de Olivos quisiera adoptar.

No creo que eso resulte fácil para nadie, pero será, sin ninguna duda, la batalla más importante que deberá librar, desde el comienzo mismo de su gestión, el sucesor que elijamos los argentinos.

Lo malo es que Kirchner también comprende esta última razón. Él mismo aplicó este tipo de muerte a Felipe Solá, a quien hizo lo posible para destruir para evitar una imagen exitosa como gobernador, a Mauricio Macri, puesto que no hacerlo hubiera implicado un exitoso despegue del Jefe de Gobierno en su proyección nacional, y hasta con Daniel Scioli; en este último caso, el pobrecito está incapacitado de sacar los pies del plato porque, si lo hiciera, don Néstor haría estallar la Provincia en el acto.

Y, como lo sabe, actuará impulsado por su instinto de supervivencia. Hará cualquier cosa para impedir que destruyan su imperio, aún a costa de otras muertes, no precisamente metafóricas.

Bs.As., 5 Jul 10

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