Argentina y la inflación
Desde el restablecimiento de la democracia –ésta todavía incipiente- en el país, cuando el último gobierno militar le entregó la banda presidencial a Raúl Ricardo Alfonsín, en diciembre de 1983, en tres oportunidades la Argentina se vio inmersa en procesos inflacionarios graves.
El primero llevó a que, en junio de 1989, cuando llegó a 3.200% anual, Alfonsín se viera obligado a renunciar y a entregar anticipadamente el poder a su sucesor, Carlos Saúl Menem, ya electo en unas elecciones generales celebradas un mes antes.
Éste, que tenía su origen político en el justicialismo –opositor al radicalismo de Alfonsín- tuvo su período negro en materia de inflación sobre fines de ese mismo año, y se vio forzado a adoptar drásticas medidas para evitar la caída en default de todo el sistema bancario nacional.
Para detener la espiral inflacionaria, y a notable contramano de la plataforma política que había esbozado durante la campaña electoral, Menem recurrió a los servicios de un ex Presidente del Banco Central, Domingo Cavallo, a quien designó Ministro de Economía y de Obras y Servicios Públicos, creando una “super-cartera” que lo convirtió en el verdadero zar de la década siguiente.
Cavallo, enfrentado no solamente a ese real fenómeno inflacionario sino al fantasma instalado en la mentalidad de sus compatriotas, que lo autoestimulaba, recurrió a la convertibilidad de la moneda nacional, estableciendo la inamovible paridad de uno a uno entre el peso argentino (al cual había previamente devaluado) y el dólar estadounidense. Si bien la divisa argentina no desapareció de la vida cotidiana, y ni siquiera del lenguaje, durante casi diez años la inflación dejó de existir y todas las transacciones importantes se pensaban en dólares, aún cuando la moneda en que se pagaba era el peso.
Al terminar el gobierno de Menem, el partido opositor –el radicalismo- llegó al Gobierno bajo la promesa de mantener esa convertibilidad. Otros factores, económicos y políticos, y su falta de flexibilidad, hicieron estallar ese modelo sólo dos años después, sumergiendo al país en una de las crisis más graves de su historia reciente.
A pesar de las críticas que recibió post facto la década menemista, muchas de ellas altamente justificadas, lo real es que trajo aparejada la modernización de la infraestructura -sobre todo en materia de comunicaciones- del país y éste logró atraer innumerables inversiones de los propios argentinos y del extranjero.
La crisis casi terminal de 2001, con su brutal correlato en la retracción de la demanda por la caída del consumo, produjo un enorme “colchón” ocioso en términos industriales y de generación de energía.
El país, de la mano de Eduardo Duhalde, designado Presidente provisional por la Asamblea Legislativa –luego de unas semanas en que la Argentina tuvo otros cinco presidentes, sucesivamente-, comenzó a resurgir a partir de la segunda mitad de 2002 pero una nueva crisis, esta vez motivada por el asesinato de dos militantes de izquierda a manos de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, obligó al adelantamiento de las elecciones, y llevó al poder a Néstor Kirchner, que había salido segundo en ellas, por la defección de Menem, el candidato más votado, al ballotage.
Si bien el nuevo Presidente reconstituyó la autoridad presidencial y consiguió renovar, para bien, la Corte Suprema de Justicia, sus arbitrariedades, su corrupción y la falta de seguridad jurídica espantaron a los inversores, y hasta las propias empresas de servicios públicos, que vieron sus tarifas congeladas en 2001, dejaron de buscar gas y petróleo, de instalar nuevas líneas telefónicas, de mejorar las rutas y los caminos, y de desarrollar sus industrias, aumentando la oferta.
Mientras tanto, el Gobierno, en pos de obtener los votos necesarios para perpetuarse indefinidamente en el poder, comenzó a incentivar fuertemente el consumo, en especial durante y después de la crisis de 2008, para evitar la paralización de la economía.
Pese a la crónica falta de inversiones que afecta a la Argentina desde 2003, por las razones apuntadas, el gigantesco “colchón” ocioso que dejó la década de los 90’s, permitió que el país continuara, prácticamente hasta fines de 2006, sin que el incipiente proceso inflacionario (más demanda, menos oferta) se evidenciara con fuerza.
Sin embargo, para ganar las elecciones de 2007, que llevaron al poder a Cristina Fernández de Kirchner, el Gobierno hizo crecer, en forma exponencial, el gasto público y, por otra parte, comenzó a requerir al Banco Central una mucho mayor emisión monetaria, que utilizó, entre otras cosas, para adquirir los dólares provenientes de las exportaciones agrícolas –el valor de las commodities argentinas en los mercados internacionales bate records año tras año- y para mantener a la divisa norteamericana en un tipo de cambio casi fijo.
La ciudadanía en general descubrió entonces que los pesos perdían valor día a día, a un ritmo del 25% anual el año pasado –pese a que el Gobierno destruyó el organismo oficial que medía, entre otras cosas, los índices de precios al consmidor y falsea todas las estadísticas desde 2007- y comenzó a desprenderse, cada vez a mayor velocidad, de la moneda local, demandando cada vez bienes de consumo que, como la oferta de los mismos no se ampliaba por falta de inversión, subieron de precios.
El futuro, por ello, es absolutamente incierto, toda vez que el Gobierno, amén de restarle importancia cotidianamente a la inflación como problema, se ha resistido -y lo seguirá haciendo en este año electoral- a adoptar medidas para combatirla, por el alto costo político que ellas tendrían.
Si se piensa que las centrales obreras están reclamando hoy aumentos del 30% y el aumento en la alícuota exenta del impuesto a las ganancias –medida que ha sido denegada por el Gobierno- puede pensarse que, al menos este año, la inflación será menor al 35% anual.
A partir del próximo año, cuando quien suceda a la viuda de Kirchner –aún cuando fuera ella misma- deba sincerar la economía, permitiendo que las tarifas, hasta ahora brutalmente subsidiadas, lleguen a los valores internacionales por falta de recursos para continuar con esa política, la inflación argentina seguramente superará a la de Venezuela, salvo que se adopten medidas más que heroicas.
Bs.As., 12 Feb 11
Publicado por:
Revista Mipymes Nº 49, Quito, Ecuador
Revista Mipymes Nº 49, Quito, Ecuador
3 comentarios:
Señor Avogadro:
Antes de meterme en tema, le adelanto que me suena a desdichado, quiero contarle que tengo una añeja manía que me viene de mis tiempos de estudiante primario, acudir con frecuencia al diccionario.
Recojo entonces del discurso efectuado ayer por la señora mandataria cuatro puntos esenciales.
Existe dispersión de precios.
Se registra distorsión de precios.
Todos somos responsables de la distorsión de precios.
Las expectativas inflacionarias son alentadas por las tarifas.
Vayamos a cuentas sin perder el aspecto semántico.
En cualquier economía, por próspera que sea, los precios están diseminados, esparcidos, repartidos.
La simple lejanía de las fuentes de producción o la insuficiencia de los mercados, ninguna economía mercantil es perfecta, lo justifica.
La palabra distorsión , torsión de los cuerpos organizados, es un término más severo y distinto. Habla de un defecto de inicio.
Hay parentesco verbal entre distorsión y distocia que, como usted sabrá, se refiere a un parto difícil.
De que todos somos responsables hay que hacer salvedades.
Es cierto que el consumidor puede presionar.
Pero los extraordinarios despilfarros y las emisiones para tapar agujeros del presupuesto, tal como se hace hoy sin disimulos, pesan mucho más.
Que las tarifas pueden empujar a los precios no es ningún secreto.
Pero las tarifas, como el hombre, hacen su paraíso e infierno en este suelo.
Se alimentan de costos varios que la moneda depreciada y el gasto desaprensivo o inútil alimentan de continuo.
En política, estimado doctor, se puede ser socialista, conservador, papista o herejote.
Pero no se puede ser mentiroso, farfullador o bambollero.
Defectos del que hacen alarde ciertas damas encumbradas y galantes.
Antonio Carlos
Su último email que acabo de leer. está fechado o dirigido desde Brasil. No se preocupe por ello. La indeseable defensora de Tupac Amarú veraneó en Punta del Este y concurrió al Conrad a ver un espectáculo de Charlie García que costaba 125 dólares la entrada.. Y como cantaría nuestro querido Alberto Castillo SIGA SIGA SIGA EN BAILE AL COMPAS DEL TAMBORIL, QUE SI A ESTOS NO LOS BORRAMOS NO PODREMOS YA VIVIR. AFECTUOSAMENTE, UN COTIDIANO LECTOR DE SUS ARTICULOS. Julio César
Excelente Enrique.
Un beso
María
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