domingo, 29 de julio de 2012

"O flameará sobre sus ruinas"




“O Flameará sobre sus Ruinas”


“Parece una broma de pésimo gusto proponer el reemplazo de un instrumento monetario fundado en los atributos personales de quienes los identifican cuando, puesto en términos de poder adquisitivo, no alcanzarían seis de estos nuevos "Evita" para sustituír un "Roca" del momento de su emisión original”.
Ricardo Saldaña


El genial punto de vista con que mi amigo Ricardo ha analizado la medida impuesta por la sola voluntad imperial desnuda el discurso oficial en materia de inflación, causa primaria de los males que aquejan a la economía argentina y llevan a la señora Presidente a arrasar, día tras día, con todas las leyes, Constitución Nacional incluida.

Los dólares del “yuyito” sólo comenzarán a ingresar en las arcas del Banco Central a partir de abril o mayo del año que viene, y nadie sabe hoy si los productores, imbuidos para entonces de un espíritu de lucha colectivo ahora ausente, preferirán retener y vender más tarde. Todos los rumores que circulan en medios agropecuarios sobre una eventual prohibición de fabricar silo-bolsas no hacen más que reflejar esa preocupación oficial. Y en el mismo sentido va la medida de pesificar el mercado de futuros, herramienta indispensable para el campo que, de concretarse, tendrá efectos tan devastadores como lo fue la prohibición, en 2006, de exportar carne. Doce millones de cabezas menos, la pérdida de innumerables mercados, el incumplimiento de la cuota Hilton, el aumento de los precios internos y la notable reducción en el consumo de carne per cápita fueron las consecuencias directas de la intervención en el sector de gente que, además de ignorar absolutamente el tema, sólo piensa en la semana próxima y desdeña el largo plazo. Al conocer la medida, quien esto escribe, que en materia de tierra sólo tiene las macetas de su balcón, preanunció exactamente estos efectos en una nota que se llamó “Lo inexplicable …” (http://tinyurl.com/csqsd6w); si tiene interés en comprobarlo, bastará con que “pinche” este link.

El discurso de ayer de Hugo Luis Biolcati en la Sociedad Rural –por cierto, el mejor que le he escuchado- puso el acento donde debía, trascendiendo al campo y refiriéndose a toda la ciudanía, exigiéndole que reclame, ni más ni menos, el respeto a la Constitución y a la ley, sobre todo en materia de derechos individuales.

Por pisotearlos desde su origen y por incapacidad e ignorancia de quienes han sido encargados de la gestión, sin olvidar la necesidad de mantener cautivo a un electorado dependiente de ya impagables subsidios, el cristi-kirchnerismo ha perdido la oportunidad de transformar el país en una nación próspera y respetada, utilizando los enormes recursos que ingresaron precisamente, porque otras naciones –sobre todo, China, Brasil, Sudáfrica e India- hicieron las cosas bien.

Hace algún tiempo, luego de la confiscación lisa y llana de la mayoría de las acciones de YPF, escribí una nota a la que titulé “Más cuentos que chinos” (http://tinyurl.com/c5tlpba). Dije en ella que nadie vendría a invertir en un país que desconoce, y hace gala de ello, todas las reglas de juego. Uno, además, tan complicado como el del petróleo, donde los riesgos y los beneficios –cuando quienes asumen los primeros pueden llevárselos- son enormes; pronostiqué, entonces, que nadie llegaría nuestras playas para desarrollar, mientras no garanticemos seguridad jurídica, los yacimientos descubiertos por Repsol. La abierta intervención en el sector que la nueva Comisión de Planificación y Coordinación Estratégica del Plan Nacional de Inversiones en Hidrocarburos -¡qué rimbombantes son los títulos en este “modelo de acumulación y distribución con matriz diversificada”!-, cuyo comando se ha encomendado al doctorado pero inexperto valido de nuestra Presidente, no ha sido más que la frutilla de un postre indigesto para los mismos capitales a los que Galuccio intenta vanamente seducir.

No resulta un dato menor para este análisis la afirmación del mismo “pendex”, como identificó a Axel Kicilof tan chabacanamente la propia Cristina, en el sentido de calificar como “liberal” y “retrógado” el concepto de destinar prioritariamente los fondos de los jubilados a pagar a éstos sus enormes acreencias insatisfechas. Es una mala traducción de otras realidades: en Chile y en Brasil, por ejemplo, son los fondos de pensión quienes financian los grandes proyectos de infraestructura y, en muchos casos, se asocian a éstos; sin embargo, olvidó don Alex que, en forma intencional, aquí se obligó a las extintas AFJP’s a comprar enormes cantidades de bonos oficiales y, cuando no resultó suficiente para el apetito oficial, simplemente se las confiscó, incluyendo los ahorros voluntarios de muchos futuros pasivos. Tampoco dijo nada sobre el notable achatamiento de la pirámide de las jubilaciones, que ha llevado a que el 90% de los haberes corresponda al mínimo legal que, por cierto, no alcanza a cubrir ni la canasta básica dibujada por el Indec, o sobre la gigantesca montaña de juicios previsionales, en los que el Estado actúa sólo para demorar el pago de las sentencias, a despecho de lo resuelto por la propia Suprema Corte.

Todo lo descripto hasta aquí, cuyo correlato es el imparable y creciente gasto público, que obliga a destinar doce mil millones de dólares anuales a comprar la energía que Argentina dejó de producir por la política del gobierno de los Kirchner y a imprimir cada vez más moneda para hacer frente a las obligaciones que el Tesoro asume sin mirar sus efectos, son las causas principales de la inflación que, como dije, es la cuna de nuestros males.

Las correcciones necesarias para permitir que lleguen a nuestro país están más allá de las posibilidades psicológicas -¿o ya psiquiátricas?- de doña Cristina, empeñada en despreciar la posibilidad de contar con un equipo económico preparado y homogéneo y reemplazar esa herramienta indispensable para cualquier gobernante por esta bolsa de gatos en que se ha convertido nuestro Poder Ejecutivo que, además, carece de los conocimientos técnicos y de la experiencia esenciales.

Ahora, en un ejercicio notable de la profecía -¿o será otra cosa?-, doña Cristina ha anticipado qué decidirá el Juez que dictó la medida cautelar contra un artículo de la ley de medios, cuando dicha medida venza el 7 de diciembre de este año. Se buscará, a partir de entonces, acallar el disenso en la información, olvidando que siempre nos quedará, a quienes no estamos dispuestos a tolerar el discurso único, el recurso de expresarnos por Internet; en una época, debimos recurrir a Radio Colonia y, en idénticas circunstancias de persecución, continuaremos diciendo qué pensamos utilizando los nuevos canales que la tecnología ha puesto a nuestra disposición.  

Casi para cerrar esta nota, un anuncio personal. He decidido, a pesar de mi edad, entrar a la arena política, para lo cual necesitaré su apoyo y, en su momento, su voto, y para dejar de ser un mero “opinador” sobre nuestra realidad y comenzar a jugarme para modificarla. Deberé armar una estructura política y, dado que carezco de medios económicos para difundir estas ideas republicanas masivamente, resultará imperioso el concurso de quienes comparten este pensamiento, que tan desordena y elementalmente he expuesto en “La Argentina que quiero” (http://tinyurl.com/bla4n57). Necesitaré que me ayuden en el esfuerzo enorme que será intentar recuperar, sin espalda alguna, el país que debemos –estamos obligados a ello- dejar a nuestros hijos y nietos. Sé a qué me expongo, dadas las características del ejercicio del poder de la Presidnte, pero, si Ud. está dispuesto a acompañar esta patriada, hágamelo saber y comenzaremos a reunirnos para diseñar estrategias de comunicación y para perfeccionar esos enunciados hasta transformarlos en una verdadera plataforma electoral.  

Hizo bien, muy bien Biolcati en poner sobre el tapete la necesidad de aferrarse a la Constitución Nacional. El próximo paso del itinerario trazado desde la Casa Rosada es modificarla y cambiar, con ese nuevo instrumento, la forma de vivir y de actuar de los argentinos; si tiene éxito, la alumna habrá superado a su maestro, el revivido papagayo caribeño. La ideología, una vez más, tratará de imponerse a la realidad y a la historia, aunque ello conlleve transformar a la Argentina en un país en ruinas, sobre la cual sólo flameará la bandera de La Cámpora.




domingo, 22 de julio de 2012

Este miedo sonso y suicida


Este miedo sonso y suicida


“Que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena”. Joaquín Sabina

El Gobierno, prácticamente desde su prehistoria, en mayo de 2003, ha infundido en los estamentos dirigentes de la sociedad argentina, un temor que ya raya, a la vez, en lo ridículo y en lo trágico. Que los gobernadores, los empresarios, los militares, los funcionarios, los legisladores, los periodistas, los consultores, los profesores, los jueces, los fiscales, los colegios profesionales, las asociaciones gremiales y los sindicatos –todos ellos, salvo algunas honrosísimas excepciones- hayan callado ante los permanentes avances del Poder Ejecutivo sobre los derechos individuales y sobre las instituciones democráticas y republicanas, dice mucho, y muy malo, de nosotros como sociedad.

Es más, que la ciudadanía en general haya privilegiado su bienestar de corto plazo sobre la natural repulsa que hubiera debido despertarle la tan extendida corrupción, aún cuando ésta haya sido la causa directa de crímenes tales como lo sucedido en Once o el hambre y la desnutrición que asuela no sólo el norte del país sino el mismo Conurbano o el flagelo de la droga, tan vinculado a la inseguridad cotidiana, explica la profunda decadencia de la Argentina.

Nos hemos acostumbrado a viajar como ganado, a que se nos impida circular libremente, a disponer de nuestra propiedad privada con libre albedrío, a opinar sobre los actos de desgobierno, a que se nos mienta descaradamente desde atriles oficiales y desde el Indec y el Banco Central, a que se persiga a jueces cuando éstos fallan de acuerdo a la ley pero en contra de los deseos o intereses del Gobierno, a que se perjudique publicitariamente a los medios de prensa independientes, a matarnos en rutas indignas de ser llamadas tales, a que nuestros hospitales carezcan de todo, a que nuestras escuelas se hayan transformado en meros comedores, a que nuestras universidades hayan desaparecido de todas las listas de excelencia, a que se nos niegue la posibilidad de preguntar a los funcionarios de todo nivel, a que la Justicia se dispense con varas diferentes según el grado de cercanía al poder del acusado, a acceder libremente a la información oficial que debiera ser pública, a que se cercene hasta la inanición a los órganos de control de la administración, a que se ignoren los fallos de la Corte Suprema, a que se nos expolie con una desmadrada inflación, a no poder salir a la calle por no saber si regresaremos vivos, a que se discrimine a provincias y municipios en función de su sumisión al Ejecutivo nacional, a que un funcionario amenace a empresarios o decida arbitrariamente quien puede importar o no, a que se utilicen los mecanismos recaudatorios para castigar a quienes disienten con el “relato”, a que la “portación de apellido” constituya un demérito para hacer carrera, a que se dilapiden nuestros impuestos en actividades disparatadas, que se use el dinero de los jubilados para todo tipo de proyectos inverosímiles mientras se niega el pago a sus naturales destinatarios, a que se mantenga en su cargo a vicepresidentes vinculados a empresas fantasmas que imprimen nuestra moneda y a ministros de la Corte Suprema propietarios de prostíbulos y a jueces que fallan contra natura y exhiben impunemente sus malhabidos patrimonios, a que se haya desbaratado todo el andamiaje jurídico por obra de un ideologizado “garantismo” y de la destrucción de todos los principios que hacen a la protección judicial de los ciudadanos, a que la droga se trafique libremente y que se lave su producido con total impunidad.

La lista podría continuar hasta el infinito, pero debiera encabezarla la gran cuestión: ¿cómo puede ser que, después de nueve años de crecimiento inédito uno de cada cuatro argentinos sea pobre y uno de cada ocho miserable? ¿Y cómo haremos para hacernos cargo de tantos compatriotas que hoy comen, literalmente, de los planes y subsidios que el Gobierno reparte para mantenerlos en la ignorancia y en la sumisión, y que ya resultan impagables?

El próximo paso que darán quienes tienen la responsabilidad de llevar este proyecto mesiánico y gramsciano hacia el futuro será la modificación de los códigos penal y civil, para adecuarlos a esa ideología oscurantista y tiránica que profesan, para continuar luego con la reforma de la Constitución, que terminará definitivamente con la forma de sociedad igualitaria y digna que la Argentina ha disfrutado desde su origen. Como dicen los chicos, se llevará puestos a conceptos tales como la propiedad privada, el federalismo, el poder tripartito, la libertad personal, la educación libre, el sistema de partidos políticos, en suma, a la democracia representativa, republicana y federal, que fue la que hizo grande a nuestro país. Si el Gobierno dispusiera de los medios necesarios para distribuir y tranquilizar nuevamente nuestro bolsillo y nuestra panza cortoplacistas, seguramente lograrán su propósito, ya que otra vez miraremos para otro lado mientras compramos autos, plasmas y nos vamos de vacaciones.

Sin embargo, esta vez, cuando despertemos de ese nuevo espejismo, nos encontraremos con otra sociedad, con otro país, mucho más parecido a la Venezuela de Chávez, al Ecuador de Correa, a la Nicaragua de Ortega, a la  Bolivia de Morales o a la Cuba de Castro, es decir, con algo totalmente distinto al lugar en que los argentinos hemos decidido vivir, y ya será tarde.

En una palabra, debemos reaccionar ahora mismo, para impedirles alcanzar ese triunfo. Y la forma de hacerlo es ponernos a trabajar para ofrecer a la ciudadanía una verdadera alternativa, algo que reúna todos los ingredientes necesarios para recuperar el rol que la Argentina tuvo y todavía puede y debe recuperar en el mundo, hoy interpelado por enormes masas de población que, por la inteligencia y el proceder de sus dirigentes, han salido de la pobreza y se han incorporado al mercado de consumo, alimentándose más y mejor. Con sólo pensar que entre Cardoso y Lula rescataron de esa situación a cuarenta millones -¡el equivalente a toda nuestra población!- de brasileños, el problema adquiere su verdadera dimensión; y lo mismo sucede en los países asiáticos, comenzando por la propia China, y hasta en nuestros vecinos latinoamericanos, como Chile, Uruguay, Perú y Colombia. Porque el mundo que sobrevendrá, cuando la actual crisis haya pasado, será mucho más demandante en materia de alimentos, y no podrá permitirse que malgastemos nuestras posibilidades por nuestra crónica estupidez; la globalización, tan denostada como inevitable, encontrará entonces un remedio que, seguramente, no será de nuestro agrado.

La principal y más urgente de esas acciones es recuperar una Justicia independiente, seria, preparada y rápida, que otorgue seguridad jurídica a propios y extraños que, sólo contando con ella, volverán a invertir en nuestro país, en lugar de seguir sangrándolo con una fuga de capitales que, ante su ausencia total, han optado por buscar destinos más previsibles. Cuando la logremos la corrupción será castigada fieramente, el tráfico de drogas será reprimido con severidad, el lavado de dinero resultará imposible, disminuirá la inseguridad, la información oficial será pública y creíble, los fondos votados por el Congreso irán a sus destinos previstos, los concursos para los cargos públicos consagrarán a los mejores y, sobre todo, los contratos de todo tipo serán respetados.

Si lo conseguimos, se hará realidad el sueño de la llegada en masa de inversores, capaces de ayudarnos a cerrar la brecha que nos separa, cada día más, de los países desarrollados, tanto en industria cuanto en educación, toda vez que los nuevos emprendimientos exigirán más profesionales y técnicos en carreras duras. ¿Cómo pudo suceder, como dice Alieto Guadagni, que por cada 100 abogados graduados, en la Argentina se formen sólo 20 ingenieros, mientras que en Chile lo hacen 200? Con una mejor industria, podremos salir a competir externamente en los mercados de menor cantidad y mayor precio, adecuados en su tamaño a lo reducido de nuestra realidad doméstica, dejando de hacerlo, como sucede hoy, con aquéllos a quienes una economía de escala les permite reducir costos y precios, aunque con menos calidad. Deberemos recuperar el autoabastecimiento energético e incentivar nuestra industria minera, con serio y verificado respeto al medio ambiente.

Habrá que ocuparse, también prioritariamente, de sancionar una nueva ley de coparticipación federal que, haciendo automática la redistribución de impuestos a las provincias y municipios, termine con el centralismo basado en la concentración de la caja. El federalismo es inviable sin que las jurisdicciones tengan recursos propios.

Asimismo, habrá que discutir una política migratoria, de la cual hoy la Argentina carece, y dejar de ejercer una falsa solidaridad continental que empobrece y castiga a nuestros conciudadanos más humildes. No existe país en el mundo que no establezca reglas claras para permitir el ingreso y la permanencia en su territorio mientras que aquí nuestras fronteras son frágiles coladores, sin vigilancia de ningún tipo ni requisito alguno a cumplir para inmigrar. Este tema se vincula, además, con la atención gratuita de pacientes extranjeros en nuestros hospitales, que carecen de la infraestructura y de los recursos humanos y financieros necesarios para brindar eficiente servicio de salud a quienes pagan los impuestos para sostenerlos.

Deberemos volver al mundo, integrándonos a él a través de una relación de permanente respeto con todas aquellas naciones que actúen en igual sentido, respetando a ultranza los compromisos internacionales asumidos, tanto en materia comercial como económico-financiera, y las sentencias internacionales. Sólo entonces estaremos en condiciones de reclamar la devolución de las Malvinas,



En cambio, si el miedo continúa haciendo de las suyas entre nosotros, si no conseguimos evitar que se nos cambie la sociedad que queremos y en la que hemos elegido vivir, el futuro será mucho peor que cualquier pronóstico pesimista que podamos imaginar hasta que, finalmente, desaparezcamos como nación independiente. Ha llegado la hora, y la Argentina convocará a sus mejores hijos al combate por la República.

Sólo resta saber qué hará Ud. cuando sea llamado, y qué le dirá a sus hijos y nietos cuando éstos le pregunten: ¿qué hiciste tú entonces?

domingo, 15 de julio de 2012

Cristina y su guerra total


Cristina y su guerra total

“La guerra total tiene mil frentes; en tiempos de una guerra así, todo el mundo está en el frente, aunque nunca haya pisado una trinchera ni disparado un solo tiro” Ryszard Kapuściński.

¿Qué significa pensar en la guerra? La realidad de la guerra no es sino un mundo de máxima y maniquea reducción que elimina todos los colores intermedios, suaves y cálidos, para reducirlo todo a un agudo y agresivo contrapunto, al blanco y al negro, a la más primitiva lucha entre el bien y el mal. ¡Nadie más cabe en el campo de batalla! Tan sólo el bien, es decir, nosotros, y el mal, o sea, lo que se enfrenta a nosotros, y lo que metemos al por mayor en la nefasta categoría de “enemigo”.

Obviamente es así en el onírico universo construido por la señora Presidente y alrededor de ella, en ese escenario donde la permanente confrontación es el instrumento elegido para lograr el objetivo final. Éste, tal como lo explicó en su discurso del lunes pasado en Tucumán, mientras festejaba el tiempo transcurrido desde el venturoso 25 de mayo de 2003, se define a la unidad nacional, tan deseada, como el encolumnamiento de todos los argentinos detrás del virtuoso “modelo”. A partir de allí, quienes no se sumen a su histórica gesta son y serán combatidos con todos los medios del Estado, siempre al desembozado alcance del deseo imperial.

Al masivo y abusivo uso de la cadena nacional de radio y televisión -¿no le recuerda a Goebbels, Ministro de Propaganda de Hitler?- se sumó ahora la pública confesión de un delito, la violación del secreto fiscal, y la transparente y obscena utilización de todos los medios disponibles, sean legales o no, para someter a esos adversarios que, en el imaginario de doña Cristina y sus secuaces, combaten contra la pretensión de “venezuelizar” a la Argentina.

 Su amigo y socio en oscuros negocios, el papagayo caribeño, comete, desde hace años, los mismos estropicios en su pobre país. El sistema de gobierno de don Hugo Chávez Frías, y su objetivo de perpetuar su “socialismo del siglo XXI” en el poder, ha incluido siempre la persecución a la prensa independiente, el encarcelamiento y la tortura a los opositores, la manipulación del Congreso y el sometimiento de la Justicia, rodeándose de unas fuerzas armadas cuyo generalato ha sido corrompido hasta el tuétano, con prebendas y asignación de cuotas en el mercado de las drogas.

La viuda de Kirchner, inspirada por el Chino –por aspecto y por ideología- Zanini, no ha llegado aún a esos extremos, pero va en camino de hacerlo. Mientras tanto, la ciudadanía no ha tomado conciencia y mira, impertérrita, como se avanza en el proceso de cambiar la Constitución que nos rige –aún la que surgió de la reforma de 1994- por otra, que implante conceptos tales como la limitación a los derechos personalísimos, incluido el de propiedad. Si bien hoy las matemáticas, que requieren de dos tercios de las cámaras legislativas para resolver la necesidad de la modificación, no parecen favorecerle, no hay que descartar que reverdecidas banelcos vuelvan a funcionar para convencer a los más díscolos: el ex Hº Congreso ha perdido, en estos años, cuanto pudo tener que mereciera ese tratamiento.

Ese es el objetivo, y no otro. Todo lo demás sólo sirve para un propósito: permitir que la dinastía política fundada por doña Cristina –el “kirchnerismo” está tan en el arcón de los recuerdos molestos como el mismo peronismo- logre imponer su voluntad de transformación, traspasando el mando, cuando ello ocurra, a alguien capaz de continuar en ese camino. Vuelvo a recomendar, para entender qué pretende este grupo que rodea a la señora Presidente, “El Partido: secretos de los líderes chinos”, de Richard McGregor (Turner, Madrid, 2011). Recalco que no se trata, a mi entender, de una dinastía de sangre sino política, por lo cual es inútil mirar qué hacen Alicia, Máximo o hasta Florencia Kirchner; el sucesor deberá ser alguien elegido para perfeccionar aquí lo mismo que el autor describe allí.

La concepción autoritaria, radial, unitaria y centralista del poder que el Gobierno ejerce se endereza sólo a ese propósito: terminar, para siempre, con el peronismo y todos los demás partidos, para que el “modelo” pueda ser ejecutado sin cortapisas de ninguna índole, sea ideológica, personal o territorial. El desconocimiento de los fallos de la Corte Suprema, la persecución a los medios independientes, la conformación de un conglomerado mediático sin precedentes, el abuso de la propaganda oficial, la pública demostración de la descarada utilización de la AFIP para la persecución de los díscolos o disconformes, el exilio de los amigos de don Néstor (q.e.p.d.) y la progresiva represión a los negocios de éstos, el sostenimiento a ultranza de repudiadas espadas -como don Patotín, don Guita-rrita, don Echegaray, don Anímal y varios más-, el férreo cerco a la información oficial, la negativa a dar conferencias de prensa, la utilización de los gobernadores para realizar el ajuste, inclusive la persecución y la eventual destrucción del campo, nuestra principal fuente de ingresos, no son tanto una muestra del desprecio que la “mesa chica” que rodea a doña Cristina siente por la opinión pública sino, principalmente, los instrumentos indispensables para que ese núcleo duro pueda actuar en el sentido indicado, es decir, la guerra total para transformar a la Argentina en lo que creen que debe ser.

Aunque continúe ausente reacción pública de la clase media frente a tales abusos, la construcción del futuro que anhela ese grupete de iluminados tiene, todavía, algunos condicionantes: la economía y el control de la calle. Si ambos fallan, y la torpeza y la ignorancia de quienes operan –no conducen- la primera están indicando que así será, la perpetuación del “modelo” dependerá de la represión a la protesta y, en ésta, todo le estará permitido. Falta saber hasta qué extremos estarán dispuestos a llegar en ese terreno; no resulta inimaginable, hoy, un escenario de violencia generalizada, con todas sus previsibles consecuencias, y cuánto tienen que ver con este planteo los pactos firmados con los bolivarianos -que permitirán acceder a las armas de Irán, de Rusia y de China-, es algo que está por verse.

En otro orden de cosas, es literalmente falso que el mundo se nos haya caído encima, como le gusta repetir hasta el cansancio a la viuda de Kirchner. Por el contrario, los precios record que está obteniendo la soja, la tendencia a cero en las tasas de interés internacionales, la recuperación de Brasil y el módico impacto de la crisis en China e India, son signos claros del viento de cola que aún infla las velas de toda América Latina; para demostrarlo, basta mirar alrededor y observar cuánto pagan los demás países –Uruguay, Brasil, Chile, Perú, Colombia y hasta Ecuador- por los préstamos que obtienen a plazos de hasta treinta años y pensar por qué la Argentina tiene el mayor riesgo-país de la región y la inflación más desbocada, superior incluso a la de Venezuela.

El fracaso de los planes para la confiscada YPF o la falta de recursos multilaterales para infraestructura no se deben tanto a los peligros que nuestro país exhibe frente a los inversores sino a que cuanto aquí expongo lo ven con absoluta claridad analistas de todo el mundo, leídos apasionadamente por quienes deciden el destino de los monumentales fondos que hoy buscan destino. Sin embargo, como sucedió en la China de Mao, en la Rusia de Stalin y en la Camboya de los Khmer o sucede en la Cuba de Fidel Castro y en la Venezuela de Chávez, en la medida en que el individuo no es más que un objeto social, su sacrificio, aún masivo, no es una consideración que pueda desalentar a quienes se sienten imbuidos de una fe ciega en el destino colectivo de una transformada sociedad.

Creo que, en la guerra total planteada por doña Cristina contra el país que queremos, ha llegado el momento de la decisión final: luchar para evitar ese malhadado futuro o sucumbir como sociedad libre. El deterioro institucional nunca ha sido tan grave en democracia y, antes de que todo salte por el aire, debemos recurrir a los mecanismos que la Constitución prevé para analizar la situación de la Nación y del Gobierno. No se trata sólo de la voluntad de nuestros legisladores y de nuestros jueces, sino de la ciudadanía en general, que debe empujarlos y obligarlos públicamente a tomar el toro por las astas y cumplir con los deberes que la Carta Magna les impone.

Qué se debe hacer para, luego, recrear las bases sobre las cuales la Argentina fue grande creo que está claro. Sin embargo, primero hay que terminar, de una vez, con esta lacra que nosotros mismos, con nuestra abdicación y con nuestra desidia, hemos generado. No será fácil, pero deberemos recuperar el federalismo con una adecuada y razonable ley de coparticipación en impuestos, recrear la excelencia de nuestra educación pública, reconstruir la Justicia desde sus cimientos, reinsertarnos en el mundo y mantener relaciones normales con todos los países, darnos una ley de migraciones, limpiar moralmente a nuestras policías y brindar seguridad a nuestra población, luchar bravamente contra el tráfico de drogas y sancionar con severidad a los involucrados, terminar con la corrupción e instaurar el obligatorio “juicio de residencia” a los funcionarios salientes; en resumen, deberemos respetar y hacer respetar la Constitución y las leyes republicanas.

Pues nosotros, los que hemos sobrevivido a una guerra, sabemos cómo empieza, cómo surge. Sabemos que no tan sólo a partir de las pistolas y de las bombas. Sabemos que también, y quizás incluso en primer lugar, surge del fanatismo y la soberbia, de la estupidez y del desdén, de la ignorancia y el odio. Y sin duda, hubiéramos preferido todos, salvo este puñado de iluminados, no tener que involucrarnos en otra.

Doña Cristina nos ha embarcado en una guerra total que no pedimos pero en la cual, aunque nunca hayamos estado en una trinchera, nos veremos obligados a luchar, por nosotros, por nuestros hijos, por nuestros nietos y por el futuro de la Patria.

lunes, 9 de julio de 2012

Seamos realistas, hagamos lo imposible


Seamos Realistas, Hagamos lo Imposible

“Desabroche su cerebro tan a menudo como su bragueta”. Graffiti pintado en París, en mayo de 1968

La semana que terminó estuvo marcada, sin lugar a dudas, por la guerra desatada por la señora Presidente de la Nación nada menos que contra el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires. En medio del campo de esa batalla, están los ciudadanos de a pie, que contemplan, azorados, como los mandatarios se tiran con el país por la cabeza, haciendo caso omiso de las reales preocupaciones y necesidades concretas de la ciudadanía, y con profundo desprecio por todas las instituciones de la República.

Ya que el escenario político nacional nos lo impone por su cuasi desertificación, sigámosle la corriente y ocupémoslo, con propuestas casi imposibles de concretar hoy con esta materia prima humana pero que, de lograr convertirse en realidad, nos permitirían recuperar un país que, así como va, desaparecerá inexorablemente de la faz de la tierra como entidad jurídica.

Le sugiero que no deje de leer la indispensable nota de hoy, en La Nación, firmada por Carlos Pagni (http://www.lanacion.com.ar/1488986-una-reforma-constitucional-para-ir-por-todolo-que-esta-en-juego), ya que, si permitimos que el proyecto de reformar la Constitución que impulsa el oficialismo tenga éxito, aún antes que la disgregación nacional llegará a nuestras playas este terrible “socialismo del siglo XXI”, que preconizan el papagayo caribeño y, sobre todo, el Foro de San Pablo. No es ésa la patria que quiero, y estoy dispuesto a luchar para evitar su triunfo. Recordemos que la Carta Magna es, precisamente, el reglamento de copropiedad y de convivencia que los argentinos nos hemos dado para poder vivir en sociedad; la hemos pisoteado y desconocido por muchos años, pero lo que ahora se pretende es convertirla en un claro instrumento para cambiar, de raíz, la esencia misma de nuestra nacionalidad.

¿Seguiremos mirando para otro lado entonces? ¿De qué madera estamos hechos como para contemplar, sin reaccionar de modo alguno, cómo se profundiza nuestra decadencia desde hace tanto tiempo? ¿Cómo hemos tolerado, sin protestar, habernos quedado sin país?

La inflación nos come el hígado y, a los más pobres, hasta el cerebro, incapacitado de alimentarse adecuadamente en los primeros años de vida. La inseguridad y el delito nos encierran en nuestras casas cuando el sol se pone, mientras las horas diurnas ya se están convirtiendo en zona de peligro. La corrupción generalizada, que permite que tantos dineros vayan a parar a bolsillos oficiales y privados, nos ha dejado sin infraestructura y, día a día, hace que cada vez más personas mueran en rutas imposibles, o deba paralizarse la industria en días fríos. El tráfico de drogas, tan vinculado a la inseguridad, a la violencia y a la corrupción, se ha enseñoreado en nuestras ciudades y está arrasando con generaciones enteras. No hay ninguna universidad argentina entre las primeras 500 del mundo, ni entre las 100 mejores de Latinoamérica. Nuestro Poder Judicial ha dejado de ser la garantía para los ciudadanos de a pie para convertirse en un mero instrumento que usan los poderosos de turno para ocultar sus crímenes. Carecemos de fuerzas armadas capaces de defender nuestra soberanía, y la Gendarmería y la Prefectura han sido obligadas a abandonar su específico objetivo de custodiar nuestras fronteras terrestres y marítimas.

Mientras tanto, entre el poder central y las provincias, a contramano del mandato constitucional, rige el unitarismo impuesto por la caja, y la republicana división de poderes se ha transformado en un mito. El gasto público continúa creciendo por encima del altísimo nivel de inflación, y ya no quedan cajas estatales o privadas por saquear. Sin embargo, contemplamos impertérritos cómo nuestros mandatarios se tiran con munición gruesa por personalismos políticos que sólo a ellos interesan, con prescindencia de que todos debamos pagar los costos.

Tampoco parece preocuparnos demasiado el avance permanente sobre nuestras libertades individuales, recortadas a diario por funcionarios incapaces, tanto por su formación cuanto por sus facultades legales. O la perdurable destrucción de todas nuestras instituciones republicanas, de las estadísticas oficiales y de todos los organismos de control. Y, menos aún, hace mella en nuestro espíritu la guerra que el Gobierno ha declarado, con la falsa y fracasada invocación a la necesidad de cuidar el empleo argentino, a todos los países del mundo, con excepción, claro, de aquéllos que, como Angola o Azerbaiyán, pero también como Venezuela o Ecuador, pisotean impunemente los derechos humanos de sus pueblos. 

No reniego de la culpa que cada uno de nosotros tiene en esta decadencia que, como sociedad, hoy padecemos. Quienes, por posibilidades y por formación, hubiéramos debido ser quienes estuvieran en primera fila para evitarla, combatiendo ferozmente contra cada avance de quienes han conducido nuestros destinos por el tobogán de la historia, hemos preferido la deserción en la lucha, la comodidad personal, el beneficio del asentimiento, el lucro que la asociación con ellos nos ha generado. Como dijo Lugones, “… hemos adquirido un confortable tejido adiposo, pero nos hemos empequeñecido de corazón …”. ¿Éste es el país que queremos dejar a nuestros hijos y nietos?

Creo, por todas esas razones y por todas las que Ud. mismo pueda agregar, que debemos juntar nuestras voluntades, una a una, para cambiar nuestro destino, para torcer el rumbo y evitar el desastre final. Todavía, pese a que Dios ha dejado hace mucho de ser argentino, estamos a tiempo de hacerlo. Por eso, seamos realistas y hagamos lo imposible.

Hace tiempo –en febrero, concretamente, que aquí parece una eternidad- propuse, en una nota a la que titulé “La Argentina que quiero”, (http://egavogadro.blogspot.com.ar/2012/02/la-argentina-que-quiero.html), una serie de medidas que, a mi criterio, servirían como base para la imprescindible discusión y como base sinóptica para reunir esas voluntades en torno a un objetivo claro: recuperar la República y recrear la Nación.

Será una tarea para titanes, porque un enorme porcentaje de los habitantes de esta tierra tienen, después de nueve años de inédito crecimiento, problemas mucho más urgentes, vinculados con la mera supervivencia. Pero hay que empezar, y hacerlo ya mismo, porque se avecina una crisis de magnitud inimaginable y, si no estamos preparados para el día después, el fin habrá llegado. Tato Bores, entonces, se habrá convertido en un profeta con su personaje del científico alemán del futuro que buscaba un país que, según decían antiguos tratadistas, se había llamado Argentina.

En el Día de la Independencia, juremos hacer, todos juntos, que la Patria viva.

domingo, 1 de julio de 2012

El Mercosur ha muerto, ¡viva el Truchosur!


El Mercosur ha muerto, ¡viva el Truchosur!

“El amor tiene un poderoso hermano: el odio. Procura no ofender al primero, porque el otro puede matarte” F. Heumer

Los argentinos, que hemos sido capaces de convertir en “truchos” o falsos tantos aspectos de nuestra realidad, el viernes contribuimos muy eficazmente a este final anunciado.

Mediante un juicio político, realizado con estricto arreglo a la Constitución, el Congreso de la República del Paraguay destituyó al Presidente, el ex Obispo Fernando Lugo. Las cámaras legislativas llevaron adelante el proceso con enormes mayorías, que superaron el 90% en ambos casos.

Centrando sus objeciones en la rapidez con que se realizó el trámite y en una presunta violación al derecho de defensa del mandatario destituido, la vociferante alianza bolivariana encabezada por Venezuela e integrada por Nicaragua, Ecuador, Bolivia y la Argentina, intentó aplicar insólitas sanciones económicas a la República del Paraguay, que frenó la firme decisión de Dilma Rousseff. Y eso después de la fracasada tentativa del Canciller chavista, Nicolás Maduro, en intentar que las fuerzas armadas paraguayas desconocieran la resolución del Congreso, cometiendo una nueva e ilegal intromisión en sus asuntos internos.

El error en el que, intencionadamente, se hizo caer a la opinión pública de la región fue confundir un juicio político con un proceso penal, en el cual deben –en ninguno de los cinco primeros países nombrados es así- regir los principios de inocencia, de igualdad ante la ley, de ley anterior al hecho del proceso, de legalidad, de juez natural, etc.. En un juicio político lo que se cuestiona es la actuación política del acusado que, si además tiene imputaciones penales, será investigado, juzgado y eventualmente condenado por la justicia común.

Lo que sucede es muy simple; Manuel Noriega, Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales y Cristina Fernández de Kirchner, que se sienten emperadores, ignoran olímpicamente que la representación soberana del pueblo se encuentra en el poder legislativo, y no en el ejecutivo, como sucede en los países que presiden. Al negar esta verdad se curan en salud, y visten con los colores de golpe de Estado hasta la protesta más legítima. Se hizo en Honduras, cuando la Corte Suprema de Justicia condenó a su Presidente por desoír una sentencia, se hizo en Ecuador y se hace en Bolivia, con sendas huelgas policiales realizadas por incrementos salariales, y en Argentina se califica como golpista y destituyente inclusive a la pretensión gremial de evitar que se cobren impuestos al salario.

Sin embargo, la alianza construida alrededor del papagayo caribeño logró, suspendiendo la participación de Paraguay en el Mercosur, que Venezuela ingresara a ese pseudo mercado común, que ni siquiera llegó a ser una mera unión aduanera; hasta ahora, el Congreso paraguayo evitaba autorizarlo, y se optó por este canallesco subterfugio para sortear el inconveniente.

De todas maneras, el proceso de integración que Sarney y Alfonsín iniciaron ya estaba muerto, sobre todo por los límites comerciales impuestos por la Argentina, las devaluaciones monetarias sorpresivas de Brasil, los enclaves de Manaus y de Ushuaia, y los naturales reclamos de los dos países menores respecto a ambas potencias regionales. Ahora, con la plena incorporación de la República Bolivariana de Venezuela, el 31 de julio nacerá el Truchosur.

No puede calificarse de otro modo a un conglomerado de países que dicen custodiar los valores democráticos para excluir a Paraguay, mientras no solamente se los viola sistemáticamente aquí y, ahora, aceptan integrar a uno en el que, ayer mismo, se impuso una multa impagable a un canal de televisión por el solo hecho de ser opositor al chavismo.

Volviendo a la Argentina, la semana que terminó nos deparó algunas novedades que complicaron, aún más, el confuso panorama político y económico nacional. El primer episodio destacable consistió -¿cuándo no?- en el prolongado discurso que perpetró la señora Presidente por la abusada cadena nacional el martes.

La perla –entre muchas otras- del mismo fue el relato de la sorprendida reacción de los líderes del G-20 cuando doña Cristina les contó que aquí, mientras todos los países luchan denodadamente para sostener la economía de la eurozona, los gremios obtienen aumentos del 20%. ¿Imagina que reina sobre cuarenta millones de imbéciles, capaces de creer ese cuento?

Porque esos líderes saben, con detalle, que nuestra inflación anual supera, en un proceso creciente, el 25% y que, por ello, los sindicatos deben aceptar que el salario de sus afiliados disminuya en términos reales. Saben, también, que el 40% de la población activa trabaja aquí “en negro” y que, después de nueve años de inédito crecimiento, casi un 30% de nuestros conciudadanos viven por debajo del límite de pobreza, por más que el Indec delire sobre esa realidad.      

Lo sustantivo del discurso, sin embargo, fue la cerrada negativa a considerar los reclamos que la negada inflación justifica, en empresarios y en trabajadores; los primeros, porque no se les permite ajustar sus resultados de acuerdo a los efectos reales, y los segundos, porque deben resignar su capacidad de consumo, y todos en beneficio de un Estado elefanteásico, incompetente y corrupto.

El acto de Moyano, magro en términos cuantitativos, fue significativo porque es la primera vez que algún gremio, en especial uno tan poderoso, se para en franca oposición al Gobierno desde hace nueve años. Como estuve presente, debo confesar que el aporte de las diferentes izquierdas fue significativo, más allá de lo idéntico de los reclamos, con lo cual la cantidad real de asistentes aportada por los aliados de don Hugo Camión fue sensiblemente menor, generando los recelos del caso. Sin embargo, sigo pensando que, con prescindencia a la permanencia de Moyano en la CGT de Azopardo, el escenario gremial se complicará aún más con tres, cuatro o cinco centrales de trabajadores distintas, ya que sus caciques deberán esforzarse en la competencia, y será la Casa Rosada la que pague las consecuencias de esa atomización.

El viernes, más allá de la pelea con Moyano y Scioli, nos enteramos que la Provincia de Buenos Aires pagará el medio aguinaldo en tres cuotas –¡con este nivel de inflación!- y que los gremios estatales ya anunciaron paros, que la mayor planta de aceitunas del país tuvo que cerrar las puertas, y que el mayor frigorífico de La Pampa, siguiendo el camino trazado por los inversores brasileños en esa industria, ha despedido e indemnizado a todo su personal. El principal yacimiento productor de gas y petróleo de la Argentina continúa paralizado por un salvaje sector gremial al que nadie parece ser capaz de ponerle el cascabel, y las distribuidoras eléctricas están al borde de la cesación de pagos, con la consecuente falta de inversiones en mantenimiento. Mientras tanto, la inflación continúa a ritmo creciente, se siguen fugando capitales, la inseguridad destruye la vida cotidiana, y el país se ha transformado en un paraíso para el narcotráfico. Aerolíneas Argentinas sigue perdiendo dos millones de dólares diarios, y nadie se digna dar una explicación ni, menos, exhibir un balance o una simple cuenta de gastos. Y Ciccone continúa imprimiendo billetes sin que podamos saber, siquiera, a quien pertenece la empresa, lo mismo que sucede con la compañía que maneja la cacareada tarjeta Sube.

Que la Argentina es un curioso país no hay quien lo dude. Pero el escenario macro no está mal y no se parece, ni de cerca, al 2001. Sin embargo, la señora Presidente debería dignarse aclarar a sus súbditos si piensa cambiar el rumbo o persistir en él. Lo único cierto es que no podemos continuar a la deriva y viviendo en este generalizado desorden otros tres años; tal vez, sea por eso que a doña Cristina le preocupe tanto lo sucedido en Asunción.