Y
Para Farra …
“El poder mantiene
su fuerza cuando permanece en la oscuridad; expuesto a la luz del sol, comienza
a evaporarse”. Samuel Huntington
Finalmente,
el poder nefasto del kirchnerismo, objeto por años en cientos de denuncias
judiciales y periodísticas, ha quedado exhibido ahora por los tan temerosos
jueces argentinos de modo tal que lo han transformado en la nada misma; la
mayor prueba de ello la dio el bloque del ¿Frente para la Qué? en la Cámara de
Diputados el cual, a imitación de su jefa espiritual, dejó solo a Julio de Vido
en su hora más amarga.
Tal como
era previsible, los magistrados se atropellaron en los corredores de Comodoro
Py para ver quién llegaba antes con sus pedidos de detención del desaforado
legislador; seguramente, veremos actitudes similares en los próximos días, como
claro efecto del resultado de las elecciones del domingo pasado. Es que el
notable triunfo de Cambiemos en todo el país –con excepción de aquellas provincias
en las que aún el siniestro clientelismo es norma- trajo tranquilidad al
inquieto ánimo de esos jueces, tan sensibles a los efluvios del poder.
Las dos
causas que terminaron con la libertad del cajero mayor de los Kirchner durante
casi treinta años –sobreprecios en la importación de gas y desvíos en la mina
de Río Turbio- no sólo son graves sino que implican cantidades saqueadas enormes;
pero ninguna de ellas se acerca a la peor estafa de esa década robada. Me
refiero, como es obvio, a todo el affaire
de YPF; ya que somos una nación de desmemoriados –a punto tal que uno de
cada cinco argentinos volvió a votar a los ladrones- creo que conviene hacer un
poco de historia, en especial para los jueces y fiscales.
El ex
Presidente Carlos Menem quería privatizar la mayor empresa del país pero
necesitaba la conformidad del Congreso. Recurrió entonces a la negociación con
los gobernadores de las provincias petrolíferas, a los cuales ofreció
re-calcular las regalías que les correspondían, amén de reconocerles la propiedad
de parte de las acciones de la compañía; pero condicionó esas concesiones al
voto favorable de los legisladores que las representaban. Cuando lo consiguió
(el “pelotudo” Oscar Parrilli fue el
miembro informante), transfirió a la Provincia de Santa Cruz US$ 600 millones.
El
entonces Gobernador, don Néstor, tan pronto Repsol (otra rareza, ya que se
trataba sólo de una distribuidora de combustibles, sin pozo de petróleo alguno)
compró YPF, vendió las acciones que correspondían a la Provincia en US$ 500
millones de dólares, metió ambas sumas en un bolso y, aconsejado por el
denostado Domingo Cavallo, transfirió todo a cuentas en el exterior, ¡abiertas
a título personal! Esos fueron los desaparecidos “fondos de Santa Cruz”, cuyo
destino la Legislatura provincial, ocupada casi íntegramente por sus fieles, se
negó sistemáticamente a investigar.
Una parte
de esa enorme fortuna fue empleada por Kirchner (que así dejó afuera a Carlos
Reutemann y Juan Manuel de la Sota) para conseguir que Eduardo Duhalde lo
nominara como candidato del Partido Justicialista en las elecciones de 2003, convocadas
anticipadamente por el entonces Presidente por el asesinato de Maximiliano
Kosteki y Darío Santillán.
Ya
sentado en la Casa Rosada y forzado por su fuerte vocación de ladrón, don
Néstor comenzó a asfixiar a las petroleras que trabajaban en la Argentina,
reconociéndoles por el combustible precios muy inferiores a los que, cuando la
producción local comenzó a caer, se pagaba en boca de pozo a Bolivia o, más
aún, a los vendedores de gas licuado. Así, el país perdió el autoabastecimiento
de energía y se vio obligado a importarla a cualquier costo; todos los caminos
(líneas de alta tensión y gasoductos) construidas para exportar a Chile, Brasil
y Uruguay, fueron utilizados a partir de entonces para importar, y se
instalaron dos estaciones de regasificación en Campana y Bahía Blanca.
Como
directa consecuencia de esa política demencial, los españoles de Repsol
comenzaron a desear irse del país, no sin antes transferir activos de YPF en el
exterior a otras empresas de su grupo. Y allí actuó, una vez más, el equipo de
planificación para el saqueo nacional. Un pajarito le contó a Antonio Brufau,
por entonces líder de la empresa propietaria, que había un grupo argentino que
estaba interesado en comprar el 25% (15% + 10%) de la compañía local, y en 2007
aparecieron en escena los Eskenazi, dueños (¡una casualidad!) del Banco de
Santa Cruz, que había operado los fondos ausentes y donde Lázaro Báez (¿lo
recuerda?) se desempeñaba como cajero.
Don
Antonio que, como buen catalán, no tenía un pelo de tonto, aceptó el trato aunque
el grupo “comprador” no tuviera dinero para tamaña adquisición; la propia
Repsol prestó una parte del monto necesario y garantizó ante distintos bancos
los préstamos necesarios para concretar el negocio. Además, (¡otra
originalidad!) transfirió la administración de YPF a la famiglia compradora –escribió que se trataba de gente experta en
operar en “mercados regulados”, o sea, corruptos- pese a que ésta lo único que
sabía del negocio era cómo cargar combustible en el automóvil.
Pero,
claro, tomó algunas precauciones: en primer término, exigió la firma del propio
don Néstor y de algunos de sus funcionarios más cercanos en el contrato;
además, YPF quedó obligada a distribuir en dividendos no menos del 95% de
utilidades anuales. Esto, en un negocio de alto riesgo y costo como el
petrolero, que nunca distribuye más del 30/35% de sus utilidades porque
necesita el resto para explorar en busca de nuevos yacimientos, obviamente
paralizó la actividad e hizo caer bruscamente la producción de petróleo y gas
en el país, forzando a importar más y
más combustibles, a punto tal que así desaparecieron las reservas en divisas
del Banco Central y se desató, una vez más, la inflación. Los Ezkenazi, también
prudentes, pusieron las acciones de YPF así compradas a nombre de una empresa
australiana –Petersen- cuyos verdaderos dueños son desconocidos, aunque no dudo
que portan un apellido que empieza con K.
Pero en
2012 la actual Senadora electa, Cristina Elisabet Fernández, en un rapto
involutivo de patriotismo e invocando la caída en las reservas de la compañía
que su marido había provocado, obtuvo una ley que, llamada “de soberanía
hidrocarburífera”, significó la expropiación de las acciones que aún se
encontraban en manos de Repsol. En teoría, la Argentina no debía pagar nada por
esas acciones pero el Ministro Axel Kiciloff, heroicamente, “negoció” con los
españoles pagarles ¡sólo otros US$ 10 mil millones! por una compañía que, para
ese entonces, ya valía la mitad de esa suma.
Como
claramente se ve, fue el mayor crimen cometido durante la década más infame de
nuestra historia, puesto que el daño provocado se extenderá en el tiempo hasta
tanto la Argentina consiga recuperar el autoabastecimiento energético. Sólo
entonces, podremos desprendernos del pesado lastre económico que significan las
importaciones de gas licuado y de electricidad, hoy indispensables para atender
el consumo nacional. Pero, además, el cálculo del dinero que tuvimos –y
tendremos- que gastar hasta equilibrar oferta y demanda debe medirse en pobreza
y miseria por la inflación que conlleva en pérdida de divisas, en hospitales,
cloacas, viviendas y rutas faltantes, en impuestos y subsidios que degradan el
déficit fiscal.
Estos
hechos, originados sólo en la inconmensurable codicia de estos delincuentes
que, gracias a Dios, han comenzado a poblar la cárcel de Ezeiza, fueron demasiado
gravosos como para que los jueces –¡teléfono para Ariel Lijo!, tan espuriamente
vinculado al ya inminente ex Juez Eduardo Freiler- los olviden o dejen
prescribir.
Bs.As.,
28 Oct 17