lunes, 30 de abril de 2012

Más cuentos que chinos



Más cuentos que chinos


“Un rey está perdido si no rechaza la adulación y si no 
prefiere a los que dicen audazmente la verdad” 
François de Solignac de la Mothe


Los argentinos estamos recorriendo, como sociedad y guiados por un grupo de “iluminados”, un camino que nos llevará, nuevamente, al desastre y, a la larga, a incrustarnos contra la realidad mundial, sumidos en un aislamiento que sólo provocará más desocupación, más inflación, más corrupción, más hambre; en suma, más decadencia.

Como Venezuela que, con el mar de petróleo de su subsuelo, permitió a Chávez las más costosas extravagancias dentro y fuera de su país, o como Bolivia que, yaciendo sobre el segundo reservorio de gas de América Latina, hizo lo propio con Evo Morales, como Ecuador y como Nicaragua, la Argentina de los Kirchner continúa desperdiciando el mejor momento histórico de la región, dilapidando recursos que, en manos de un gobierno verdaderamente democrático, respetuoso de las instituciones, conducido por estadistas y sin corrupción, hubieran permitido transformar la realidad y renovar una infraestructura que, a ojos vistas, hoy es una trampa mortal para todos y todas.

La confiscación de las acciones de Repsol en YPF –prohibida por nuestra Constitución, que exige el pago previo- ha sido justificada, más allá de su envoltura patriotera, que tanto ha confundido a nuestra infantil oposición, en la necesidad de recuperar el autoabastecimiento de petróleo, perdido por obra, gracia y voluntad de don Néstor (q.e.p.d.) y doña Cristina. En la medida en que la Argentina carece de recursos para encararla seriamente, los inefables De Vido y Kiciloff, el primero causante y el segundo ignorante de los males y de las razones de esta situación, han salido a recorrer el largo espinel de las grandes empresas mundiales del rubro.

Veamos, entonces, qué resultados cabe esperar de esas tan cacareadas gestiones: más allá del acostumbramiento de esos gigantes de la industria a situaciones de inestabilidad y peligrosidad política –Irak, Irán, Kuwait, Afganistán, Venezuela, Bolivia, Ecuador, etc.- me parece que las conductas locales de los últimos días harán que nuestro país quede borrado de la agenda de aquéllas cuyo control se encuentra en manos de accionistas occidentales quienes, entre otras cosas, no quieren pleitos como los que se producirán entre Respol y Argentina por los yacimientos.

No sólo por el episodio de la curiosa “estatización” –sólo expropiamos la mayoría, y de manos de uno de los accionistas, para convertir a la empresa en una sociedad anónima exenta de toda supervisión de los organismos de control del Estado- sino porque, de continuarse con la política energética implementada desde 2002 a la fecha, con el consecuente congelamiento de precios- las inversiones no podrían tener un retorno que pudiera compensar el “riesgo país”, y eso espantaría a los accionistas. Y si el Gobierno decidiera darnos un baño de realidad y equiparara bruscamente los precios internos a los internacionales, todo el “modelo” saltaría por el aire.

Del lado de las empresas chinas, el problema es otro, en la medida en que su país tiene el peso suficiente para ponerlas al margen de cualquier avasallamiento futuro. Cuando invierten en el exterior es, lisa y llanamente, para llevar el petróleo y el gas a China, gran demandante de combustibles. Es decir, no parece razonable que pusieran un dólar –o un yuan- en la Argentina, que necesita producir para su propio mercado interno, que hoy requiere de importaciones por más de US$ 12.000 millones.

De todas maneras, y aún cuando se produjera el milagro de la llegada de fuertes inversores para explorar y producir en Vaca Muerta, el potencial yacimiento de combustibles no convencional, el país vería extraer petróleo y gas en un lapso nunca inferior a los cinco años. Si, en ese período, estallara una guerra en Medio Oriente –hay mucho ruido de tambores en el aire- y los países en conflicto cerraran el estrecho de Ormuz o disminuyeran su producción de hidrocarburos, el precio del petróleo y sus derivados treparía a niveles que podrían duplicar, en semanas, los US$ 100 del barril actual.

Sin embargo, doña Cristina y sus jóvenes continúan comportándose como los seguidores de Lenin y de Trotsky, es decir, como autoproclamados conductores de las masas ignorantes hacia un futuro promisorio que ha fracasado en el mundo entero. Haciendo el parangón con el “paraíso” cubano que debe blindar sus fronteras para que sus ciudadanos no puedan huir, la Argentina “cristinista” se ve obligada a controlar los capitales para impedir que salgan corriendo, en un momento en que todos los países de la región ponen barreras para que no ingresen más.

Más allá de la sequía producto de saquear las reservas del Banco Central y de expoliar cuanta caja les resulta apetecible, estos “neo-iluminados” legarán a las futuras generaciones un cúmulo de problemas, a cual más grave.

Tal como muchos predijimos cuando la Ley de Blanqueo fue sancionada, no sólo la usaron algunos socios del poder haciendo aparecer fondos extrañísimos, sino que narcotraficantes de todas las nacionalidades llegaron con sus capitales a estas playas a fin de lavarlos y plancharlos, especialmente en Puerto Madero, el paraíso terrenal oficialista.

Claro que nuestros organismos destinados a combatir ese flagelo estaban ocupados en otras actividades no menos importantes, tales como evitar que fueran revisados los fondos aplicados a las cuentas de campaña del kirchnerismo o los provenientes de los crímenes cometidos por la venta de medicamentos falsificados y el robo generalizado en las obras públicas, en los subsidios, en las compras de medios afines, en el manejo de la publicidad oficial y en miles de etcéteras.

En cualquier sociedad, la combinación de la droga con otras actividades, en especial la política y el terrorismo, resultan letales; México y Colombia pueden dar fe de ello. Sin embargo, la Argentina –toda ella, ciudadanos de a pie incluidos- no reacciona frente al derrotero hacia ese futuro inmediato, y ello a pesar de la generalizada atribución a ese flagelo de la inseguridad cotidiana. Todos sabemos que nuestras fronteras son un verdadero colador, sea por tierra, por río o por aire y en ambos sentidos; las mayores pruebas de ello fueron la avioneta que, sin ser detectada y proveniente de Paraguay, cayó en un campo en Pergamino, ¡a poco más de cien kilómetros de Buenos Aires!, el avión de los Juliá en Barcelona o las valijas de cocaína que Southern Winds trasladó a España.

Aquí, la explosiva fórmula compuesta por “planes sociales + no trabajo + no educación + no política inmigratoria + droga” está transformando el panorama sociológico de las grandes ciudades, y el “paco” ha convertido a los delincuentes en violentos asesinos.

La difusión y la masividad de la industria del juego, que arrasa con los magros ingresos de los más pobres, no solamente es la más indignante expoliación que los Kirchner han desarrollado al infinito, producto de las sociedades que mantienen con sus operadores, sino que es un eslabón más, y no el menos pernicioso, de ese círculo vicioso y terrible que se convertirá en el legado kirchner-cristinista.

Cuando uno habla de corrupción en la Argentina actual, la generalizada respuesta es que siempre la hubo, lo cual no deja de ser cierto; nuestra historia, desde el Virreinato y junto con ejemplos heroicos en contrario, está plagada de anécdotas de ese tipo. Sin embargo, hemos llegado a un estadio superior: Menem, por ejemplo, robó, y mucho, pero robó dinero; los Kirchner se han quedado con las empresas y, con ellas, con el país entero. Se trata de compañías constructoras, de bancos, de casinos y bingos, de transportadoras de energía, de mineras, de pesqueras, de impresoras de dinero y de cuantas actividades uno pueda imaginar.

Con la “transversalidad” destruyeron –con la participación indispensable e inexcusable de los dirigentes de pseudo-oposición- todo el sistema de partidos y, con sus políticas populistas, se hicieron de las mayorías electorales que, en una democracia “delegativa” como la nuestra, les ha permitido terminar con las instituciones y con la división constitucional de poderes, es decir, con la República.

Los empresarios de todo calibre están paralizados por el miedo. Al terror que les producía la mera mención de la AFIP se ha sumado, ahora, el control que, sobre todas y cada una de las actividades, ejerce Patotín Moreno quien, levantando o bajando el dedo, puede determinar el éxito o la ruina de cualquiera que dependa de la importación de insumos.

La prensa, pese a la creciente presión internacional, continúa bajo asedio del Gobierno, que no acepta voces discordantes en el “relato” que impone, especialmente si se trata de investigaciones periodísticas que, como en cualquier otro país, permitirían descubrir las trapisondas de los funcionarios y conllevarían su inmediata expulsión. Que la cacareada Ley de Medios no sea esgrimida en el caso de la compra del paquete de canal y radios de Hadad por Cristóbal López no es más que una prueba adicional de los verdaderos objetivos de ese engendro jurídico.

Resulta, al menos, curioso que nadie esté en condiciones de responder la pregunta fundamental que el affaire Ciccone-Boudou ha formulado: ¿de quién es la imprenta a la cual el Estado le ha encomendado la confección de la moneda nacional? La flamígera espada de doña Cristina ha cortado, en este tema, varias cabezas importantes, especialmente de aliados y amigos cercanos, y todo ello para evitar confesar dos cosas: que Boudou es un imbécil al que la Presidente eligió en soledad, y que el negocio fue inventado por don Néstor (q.e.p.d.) y estropeado por la impericia y la pretendida impunidad de Guita-rrita.

El “modelo” está jugándose a dos puntas. Si consigue, en las elecciones parlamentarias de 2013, llegar a los dos tercios de ambas cámaras legislativas, podrá modificar la Constitución para permitir la “Cristina Eterna”; si no lo logra, entronizar a Máximo como su heredero y continuador, ya que no tiene nada mejor.

La mención de la última frase me recuerda un viejo chiste. Un hombre, caminando por la playa, encuentra una lámpara mágica y, cuando la frota, aparece un genio que le ofrece cumplir un deseo. Piensa un rato, y pide que le construya un puente que le permita llegar a Malvinas sin tocar el mar; el genio le dice que no, que resulta imposible, dadas las dificultades que presenta la geografía y la profundidad del océano. Entonces, el hombre pide otro: entender a las mujeres. El genio, con cara de preocupado, contesta: ¿de cuántos carriles quieres el puente?

La economía -léase el encadenamiento de hechos que derivarán de ella, tales como la mayor inflación, la conflictividad social, la paralización de obras, la cesación de pagos de provincias y municipios, las exigencias de las centrales obreras, las mayores y más caras importaciones de combustibles- será un potro difícil de domar para la Presidente en el segundo semestre, a pesar de la soja a US$ 550.

Argentina, como siempre, nos ofrece un panorama de corto plazo no apto para cardíacos.




domingo, 22 de abril de 2012

Repollos y Chupetines




Repollos y Chupetines


“En última instancia, la política tiende a declinar porque, desgraciadamente, no se ganan elecciones con ciudadanos sino con consumidores”.
Eduardo Fidanza

El vertiginoso ritmo que el maravilloso aparato de comunicación del Gobierno impone a la agenda de los argentinos, impulsado por la necesidad de ocultar problemas tales como el affaire Ciccone, el crimen de Once y la falta de dólares para hacer frente a los pagos de la deuda y de las importaciones de energía, hace que, en general, se carezca de tiempo para la reflexión. Cada vez que pretendo pensar en el país futuro, me encuentro con que ha producido algo de tal magnitud que no se puede dejar pasar y, entonces, caigo nuevamente en comentar lo cotidiano.

La expropiación de las acciones de Repsol en YPF –que, más allá de la compartida responsabilidad de la empresa española en el vaciamiento de la petrolera, tiene notables elementos inconstitucionales- ha generado en la población en general, y en la oposición en particular, un apoyo de tal tamaño que recuerda el que obtuvo la guerra de Malvinas o el que concitó la declaración del default; en este caso, recuerdo el horror que me produjo contemplar a la Asamblea Legislativa casi unánimemente en pie, aplaudiendo a rabiar una medida que nos haría caer en el precipicio.

Galtieri, Adolfo Rodríguez Saa, Menem y los Kirchner no nacieron de repollos, son “nosotros”, como fueron “nosotros” todos y cada uno de los presidentes, gobernadores y legisladores que hemos sabido conseguir a lo largo de nuestra historia como país independiente, cualquiera fuera el partido, aún el militar, que lo hubiera entronizado.

Como pueblo, y vaya Dios a saber por qué razones, lo cierto es que los doscientos años que hemos dejado atrás no han servido, evidentemente, para convertirnos en una “nación”. Mal que nos pese, nunca hemos dejado de ser un mero “consorcio”.

Quien vive en un departamento seguramente comprende a qué me refiero. Tenemos un territorio (el edificio), un estado (el administrador), una constitución (el reglamento de copropiedad), un poder legislativo (la asamblea y el consejo de administración)  y, para mantener funcionando eso, pagamos impuestos (las expensas). Pero no hemos sido, tal vez nunca, una “nación”, es decir, una unidad de destino, con políticas de estado de largo plazo, con un rumbo determinado y, sobre todo, con previsibilidad en su comportamiento.

Así como nos portamos en casa, tenemos similares conductas en la calle y, en general, en el espacio público. Los reglamentos de convivencia –eso es, precisamente, la Constitución Nacional- establecen horarios precisos para los ruidos molestos, por dónde pueden circular las mascotas, cómo sacar la basura, en qué fecha hay que pagar las expensas, cómo utilizar los ascensores, etc.; todas esas normas, por cierto bien elementales y consensuadas para permitir la vida en comunidad, sufren violaciones permanentes por nuestra parte.

Idéntica situación se replica cuando salimos de casa. Por ello, tiramos todo tipo de objetos en la calle, estacionamos nuestros autos donde nos da la gana, descargamos mercaderías a cualquier hora, invadimos sendas peatonales, generamos un ruido infernal y convertimos en objeto de nuestro vandalismo a monumentos, árboles, plazas, fuentes y paredes ajenas.

Como copropietarios (y como ciudadanos), cada vez que una situación nos lo permite abusamos del poder circunstancial que nos ha sido dado para imponer nuestra voluntad, aún cuando ésta vaya a contramano del reglamento que nosotros mismos nos hemos dado. Nuestros gobernantes –o sea, “nosotros”- hacen exactamente lo mismo en la función pública, confundiendo adrede gobierno con estado, y disponiendo de éste y de sus bienes como si fueran propios y privados.

En los edificios, y aún en los barrios y pequeñas comunidades, muchas veces toleramos usos y abusos por temor; quien grita más, quien dispone de una mayor fuerza, nos hace retroceder y evitamos quejarnos por miedo a las represalias. También esa situación, como vemos todos los días, se repite entre gobernantes y gobernados. Cierto es que mucho tiene que ver con esa tolerancia y con ese falso respeto al poderoso nuestra comodidad y la satisfacción de nuestras pequeñas o grandes necesidades cotidianas.

Que, en el camino, se hayan triturado normas e instituciones no parece ser una preocupación de nuestra ciudadanía, al menos en tanto y en cuanto no se afecte nuestro bolsillo personal.

Olvidamos que, cuando el gobierno de turno privatiza o estatiza los activos públicos, también está tocándonos nuestros propios bienes, ya que han sido construidos y desarrollados con los impuestos que pagamos. Y, como lo olvidamos, dejamos hacer; si, además, el tema permite que, de una forma totalmente idiota, nos vistamos con la bandera nacional, mejor aún. Esa falsa manera de comportarnos nos permite, subconscientemente, reconciliarnos con nosotros mismos y enjugar la culpa que nos genera nuestro comportamiento cotidiano frente a la patria y a la república.

Generar una guerra, declarar el default, realizar injustificados pagos al FMI o confiscar violentamente empresas nos hace sentir que somos más “argentinos”, más patriotas. Como el Gobierno lo sabe, ya que es “nosotros”, crea una situación de ese tipo para obtener nuestro apoyo cada vez que éste mengua. No tenía duda alguna, por ejemplo, que doña Cristina había crecido vertiginosamente en la aprobación de su gestión, que venía en caída libre, a partir del conflicto con YPF; hoy, las más serias empresas de opinión pública, registran un nivel de 70%, como el que tuvo a partir del 23 de octubre.

Todas esas medidas, de corte populista y, sobre todo, cortoplacista, son los verdaderos chupetines que recibimos como los niños que, como ciudadanos, en realidad somos. Es difícil que un chico piense en el futuro, ya que es algo que le pertenece por derecho y en lo que no piensa, que le resulta abstracto; cuando quiere algo, lo exige ya mismo, aún cuando se transforme en perjudicial a la larga. Eso hacemos los argentinos, y quienes deberían representarnos y conducirnos utilizan ese conocimiento para mantenernos contentos.

Nuestras universidades, por ejemplo, que estuvieron por muchas décadas entre las mejores del mundo, hoy han desaparecido de todos los rankings mundiales. Eso ha sucedido exclusivamente porque, cada vez, se reduce más el nivel de exigencia en sus claustros; no protestamos por esa declinación sino que pedimos acentuarla y así, cuando las pruebas rechazan a un gran número de inscriptos, pedimos modificarlas y aliviarlas, para evitar que se queden afuera.

Nuestros gobernantes han prohibido, absurdamente por cierto, que se divulguen los resultados académicos de los establecimientos educativos, un elemento fundamental a la hora de elegirlos. Lo toleramos pasivamente y, mientras, los exámenes de comprensión, de matemáticas y de ciencias a los que son sometidos nuestros jóvenes arrojan niveles de deterioro cada vez mayores.

Pero, tal como sintetiza magistralmente Eduardo Fidanza en la frase que encabeza esta nota, mientras podamos seguir consumiendo lo que queremos, y nos sigan entregando chupetines nacionalistas, no estaremos dispuestos a encarar ninguna acción o a levantar ninguna real bandera, aún cuando éstas sean la de la decencia frente a la corrupción rampante, la de la indignación frente al sojuzgamiento de la Justicia, la de la libertad frente a los abusos del poder.

La Argentina, una vez más, se encuentra frente a una dramática encrucijada: debe escoger, y hacerlo ya mismo, entre madurar como sociedad, recuperar sus instituciones –en especial, su Justicia- y reinsertarse en el mundo u optar por continuar así, en este camino de lenta pero permanente decadencia, que terminará por hacerla desaparecer como entidad jurídica. Si elige mal, alguna vez, como aquel geólogo encarnado por el incomparable Tato Bores, la humanidad entera se preguntará  si alguna vez existimos.



lunes, 16 de abril de 2012

LLuvia de Piedras

Lluvia de Piedras






“Vamos por este mundo como si tuviéramos
uno de repuesto en nuestras maletas”
Jane Fonda




La Argentina siempre ha sido un país original, a punto tal que alguna vez un profesor, hablando de la economía mundial, establecía cuatro tipos de sistemas: el capitalista, el socialista, Japón y nuestro país. Pues bien, en estos días, al menos esos laureles de originalidad han reverdecido.

Dejando a cargo de la Presidencia de la República a un señor sospechado de todo lo posible, y sobre el cual se está cerrando un cerco de pruebas del cual le resultará difícil evadirse, la señora de Kirchner nos representó en Cartagena de Indias, donde se celebró una Cumbre regional, en la cual obtuvo pésimos resultados.

Obviamente, eso ha sucedido muchas veces y con muchos presidentes; me refiero a fracasar en sus objetivos al intentar incluir determinado tema en la declaración final del encuentro. Lo que convierte este episodio en original es el total desconocimiento, por parte del ex Twitterman, acerca de los intereses de cada país a la hora de elegir su postura internacional. Nuestro egregio Canciller se comportó como aquél del Proceso, Nicanor Costa Méndez, que creyó que, en la guerra de Malvinas, los Estados Unidos nos apoyarían o, al menos, se mantendrían neutrales.

A treinta años de esa tragedia, la Argentina comete los mismos errores en los foros internacionales cuando pretende, después de castigarlos duramente a través de Patotín y sus prohibiciones a importar, las naciones de América la acompañen en su postura patotera con relación a las islas. ¡Así le fue a doña Cristina en Colombia!

La pregunta de oro es: ¿resulta don Timerman, el mismo que, tenazas en mano, secuestró material estratégico norteamericano en Ezeiza, el más apto para conducir las relaciones internacionales de nuestro país en este preciso momento histórico? La obvia respuesta es que no.

Veamos el escenario global, ese mismo que “el hijo de Jacobo” (¡gracias, Lanata!) desconoce por completo.

Con los países de la región estamos peleados porque, para cuidar la caja de dólares, Patotín cerró las importaciones a cal y canto. El problema básico es que las empresas, en general, distribuyen la fabricación de las partes de sus productos en distintos países; así, en un proceso que se llama integración, las automotrices, por ejemplo, fabrican los motores en un país, las cajas de cambio en otro, los frenos en un tercero, los vidrios en un cuarto, y así sucesivamente.

Entonces, cuando don Moreno cierra el ingreso de mercaderías importadas a la Argentina, interrumpe el flujo normal de todos esos componentes y, con ello, la producción final de las empresas, donde quiera que esto se concrete. Es fácil entender que esa situación no fue prevista cuando las inversiones en la región, en toda la región, fueron imaginadas; cuando los empresarios se quejan a los gobiernos de los otros países, éstos, porque se ven venir la desocupación local, se indignan con las trabas que el nuestro les impone y son reacios a acompañarnos en una pelea frontal con Inglaterra.

Para entender de qué estoy hablando, nada mejor que leer un artículo altamente esclarecedor por lo simple, que publicó Leonard Read en 1958 y al que tituló “Yo, el lápiz” (http://www.liberalismo.org/articulo/50/37/lapiz). Ha sido, precisamente, por ignorar estos principios básicos del comercio y de la industria globalizados que doña Cristina se dejó convencer por Patotín de las bondades del cierre de nuestra economía, atrayendo problemas con todos nuestros socios naturales.


El otro frente complicado, en términos externos e internos, es el que el niño Kiciloff está agudizando con Repsol, al pretender que ésta se deje sodomizar en YPF.

Todos quienes han seguido mis notas saben cuánta responsabilidad adjudico a los Kirchner en la política energética seguida desde 2003, e instrumentada por don De Vido.

Mi razonamiento es el siguiente. Después de haber apoyado desaforadamente, y logrado, la privatización de YPF en la época del neo-kirchnerista Menem, actitud que representó para don Néstor (q.e.p.d.) el cobro de quinientos millones de dólares en regalías y muchas acciones de la nueva empresa que, cuando fueron vendidas, agregaron otros setecientos millones a sus arcas (¿se acuerdan de los desaparecidos “fondos de Santa Cruz”?, Kirchner, ya en el poder central, decidió “ir por todo” en el sector del petróleo y el gas.

  Para ello, congeló los precios que cobraban los productores locales, de cualquier nacionalidad que éstos fueran. Así, logró que Respol-YPF percibiera por cada millón de BTU (la medida internacional del gas) producidos en la Argentina dos dólares y medio, a pesar de cobrar, cuando lo producía en Bolivia, siete dólares. Obviamente, esa política resultó en que las compañías que actuaban en el país dejaran de buscar nuevos yacimientos y se limitaran a sobreexplotar a los que ya tenían en producción.

Naturalmente también, esas empresas empezaron a buscar el modo de salir de nuestro país, en el cual no podían ganar dinero, al menor costo posible. En el caso de Repsol, nuevamente apareció don Néstor (q.e.p.d.) para indicar a los españoles que lo que más les convenía era ceder una parte de la empresa (15% + 10%) a un grupo, los Eskenazi, íntimos amigos y banqueros suyos.

Como éstos no tenían dinero, Kirchner era muy amarrete con el propio y Repsol tenía interés en empezar a irse, todos inventaron el método ideal para que los amigos del Presidente de entonces pudieran comprar esas porciones de la compañía: el dinero saldría de la propia Repsol.

Hasta allí, el tema estaba resuelto, pero los Eskenazi tampoco tenían forma de devolver el préstamo recibido para comprar las acciones. ¿Cómo se solucionó?, muy simplemente. El contrato estableció –y el Gobierno argentino lo aprobó, con la firma de Patotín- que los fondos para pagarlo saldrían de las ganancias de la propia empresa.

Así, establecieron la fórmula mágica. YPF repartió, durante años, el 140% de sus ganancias –porque incluyó las anteriores, no distribuidas-. Con el porcentaje que les tocó, los Eskenazi fueron devolviendo el préstamo (todavía deben algo) y los españoles se llevaron el 75% restante como ganancia propia. ¡Maravilloso invento!

Claro que, para poder concretarlo, YPF, hasta entonces dueña de la porción mayoritaria del mercado, dejó de explorar y consumió sus reservas. Mientras que, en la actividad petrolera mundial, lo normal era distribuir entre el 25 y el 30% de las utilidades y destinar el resto a la exploración, YPF se comportó como dije en el párrafo anterior, pero los Kirchner-Eskenazi se hicieron de una parte importante del negocio.

Con la muerte de don Néstor (q.e.p.d.) y la crisis desatada por las necesidades de importar más combustibles y más caros, llegó el momento de las definiciones. Mi impresión –carezco de pruebas, pero aplico la lógica- es que el niño Máximo fue a ver a los Eskenazi para que le dieran “la de papá” y, como éstos habrían alegado desconocimiento o cancelación previa de las obligaciones (recordemos que, en estos casos, no existen los papeles y las “mejicaneadas” son siempre posibles), se transformaron en los nuevos enemigos Nº 1 del Gobierno, tal como antes había sucedido con el grupo Clarín, Alberto La Viuda Fernández o Moyano y, en estos días, con Righi y con Rafecas. 

En resumen, los Kirchner, para concretar tanto su propia entrada en el mercado del petróleo cuanto la de sus amigos de siempre (don Cristóbal López y don Lázaro Báez) –recordemos que entregaron a éstos diez (siete millones y medio de hectáreas) de las doce áreas en una licitación de la Provincia de Santa Cruz, para lo cual descalificaron a todas las operadoras internacionales- crearon esta inédita crisis de energía: de ser un país netamente exportador de combustibles, la Argentina de don Néstor (q.e.p.d.) y de doña Cristina deberá importar este año US$ 14.000 millones, y se ha quedado sin reservas.

El niño Kiciloff parece haber convencido a la Presidente de “ir por todo” en el caso YPF, ya que la movida le permitiría explotar el populista sentimiento nacionalista local, ocultando los nuevos escándalos de corrupción y, a la vez, resolver problemas de caja del Gobierno. Pero, como todo aquí, cualquiera sea la solución que doña Cristina encuentre, no responde a la pregunta fundamental: ¿de dónde saldrán los fondos necesarios para que, dentro de cinco o seis años, la Argentina recupere el autoabastecimiento?

La otra pregunta fundamental de estos días, y a la cual tampoco nadie responde, es: ¿quién es el dueño de Ciccone, la imprenta a la cual el Gobierno insiste en encomendar nada menos que fabricar los billetes?

Como se ve, la Argentina vuelve a ser un caso de estudio, especialmente en aquellos países que tienen intereses en YPF, es decir, nada menos que la Unión Europea, México y los Estados Unidos, o que resultan perjudicados por el cierre patotero de nuestras importaciones: los nombrados, más Chile, Brasil, Uruguay, Paraguay y hasta China.

Hace algunas semanas, cerré una nota recomendando la compra de cascos, ya que lloverían piedras. La Cumbre de Cartagena, el conflicto con Repsol y el affaire Ciccone son sólo el principio de ese fenómeno climático, y las próximas semanas nos permitirán comprobar cuánto se están acelerando los tiempos.

Bs.As., 16 Abr 12









miércoles, 11 de abril de 2012

Risas y llantos

Risas y LLantos






“Menos mal hacen los delincuentes que un mal juez”





Francisco de Quevedo







La forma en que los hombres y mujeres informados reaccionan hoy frente a lo que está ocurriendo en la Argentina, no sólo depende de la posición de cada uno respecto a las fronteras geográficas de nuestro país sino del cariño que, a contrapelo de nuestros escasos méritos, aún conseguimos suscitar entre quienes, siendo extranjeros, conocen esta rara cosa en la que nos hemos convertido.

Más allá del episodio concreto de Ciccone –reitero que sólo puede haber sido autorizado o compartido por don Néstor (q.e.p.d.), primero, y por doña Cristina, después, dado que en este gobierno nadie siquiera saluda si no tiene permiso previo- lo real es que todo nos está poniendo en primera plana en todos los diarios del mundo, y no precisamente con crónicas a favor.

Como siempre digo: “con una Justicia independiente, seria y rápida, en la Argentina todo será posible; sin ella, nada lo será”.

Veamos, entonces, que agrega el nuevo affaire Ciccone a la imagen que presentamos al mundo como sociedad, que debiera ser el mayor atractivo para las imprescindibles inversiones, propias y ajenas, para que el país pueda desarrollar todo su potencial, dar trabajo genuino, reducir la inflación por ampliación de la oferta, mejorar la educación por la demanda de graduados en carreras duras, sacar de la pobreza a sectores sumergidos, agregar valor a nuestras exportaciones y miles de etcéteras.

Un ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación –don Eugenio Zaffaroni- quedó expuesto como propietario de varios inmuebles en los cuales se ejercía la prostitución; al descubrirse el hecho, no renunció ni dió explicaciones. El resto de los ministros no encontró en el hecho óbice alguno para que ese Juez continuara ejerciendo su alta función.

El Presidente de la misma Corte, don Ricardo Lorenzetti, manifestó, públicamente, haber pautado con el Poder Ejecutivo distintas “políticas” para llevar adelante las causas llamadas de lesa humanidad; esos acuerdos implicaron terminar con los principios de legalidad, de ley previa al hecho del proceso, de inocencia, y vulneraron irremediablemente al derecho de defensa. Tampoco sus pares consideraron esa actitud como un agravio a sus investiduras.

Los jueces federales penales de la Capital Federal, que tienen a su cargo la investigación de los delitos (corrupción en todas sus formas) que cometen los funcionarios públicos, paralizan sine die esas causas, y nunca encuentran culpables de esos hechos. Los fiscales, que deben impulsar esas causas, reciben órdenes de la Procuración para actuar con lentitud o, simplemente, para no hacer nada.

Uno de esos jueces, en particular, que tiene a su cargo varios juzgados –me refiero, obviamente, a don Norberto Oyarbide- no solamente fue asiduo concurrente de prostíbulos homosexuales sino que, con la complicidad de la Policía Federal, protegió esos negocios, hasta que todo estalló en una pelea con el gerente de uno de esos antros, quien difundió un video en el que el Juez aparecía en actitudes poco dignas y, además, escribió un libro relatando los pormenores del episodio; este siniestro personaje se da el lujo de exhibirse con un anillo de un cuarto de millón de dólares, adquirido con fondos que no puede explicar. Cuando don Oyarbide fue denunciado ante el Consejo de la Magistratura, el kirchnerismo impuso su mayoría para eximirlo de toda culpa. Entre otras causas no menos escandalosas, el Juez devolvió favores sobreseyendo, sin trámite alguno, a los propios Kirchner en las denuncias por enriquecimiento ilícito. Los fiscales, seguramente por sugerencia del entonces Procurador General de la Nación, don Esteban Righi, se abstuvieron de apelar esos sobreseimientos.

Los Kirchner, sus ministros y parientes, compraron a precio vil y sin oferta pública, tierras en uno de los más importantes paraísos turísticos de la Argentina, el Calafate. Para investigar ese escándalo, fue designada la Fiscal en el lugar, también compradora de tierras de ese modo, y sobrina de los Kirchner.

El Vicepresidente de la República, don Amado Boudou, quedó involucrado en episodios de, al menos, tráfico de influencias y, para cubrir sus actos, no dudó en mentir públicamente. Al quedar en descubierto, atacó ferozmente al Juez de la causa, don Daniel Rafecas, defendido por sus pares y sus colegas de los claustros universitarios, al mencionado don Righi (acusando al estudio del que era titular hasta el momento de la asunción de su cargo de intentos de cohecho para “aceitar” la relación con los jueces federales) y a Adelmo Gabbi, Presidente de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires.

Ya que don Righi mantuviera abierto su estudio mientras se desempeñaba como Procurador General de la Nación resultaba, como mínimo, poco ético pero que, además, sus socios (entre otros, su propia mujer) ejerciera de la defensa de los funcionarios acusados de corrupción por los mismos fiscales que él comandaba se transforma en un verdadero escándalo moral. Recuerdo que, cuando el Dr. Marco Aurelio Risolía dejó la Presidencia de la Corte Suprema, se negó a reintegrarse a la actividad privada por considerar que ello resultaría inmoral, pero esa era otra Argentina.

El ahora despedido Procurador debe añadir a sus malolientes laureles haber sido partícipe necesario de los Kirchner en la tarea de demoler, uno a uno, los distintos organismos de control de la gestión, en especial la Fiscalía Nacional de Investigaciones Administrativas, a la cual vació de contenido y facultades.

El Juez Daniel Rafecas, defendido por sus pares y por sus colegas en los claustros universitarios, a cargo de la causa en la que figura el Vicepresidente de la República como imputado, fue denunciado por un íntimo amigo, abogado vinculado a otros sospechados en la misma causa, por intercambiar mensajes electrónicos, sugiriendo conductas o informando medidas procesales.

El Vicepresidente fue denunciado por legisladores de la oposición y por distintos particulares por actos incompatibles con la función pública y por enriquecimiento ilícito; obviamente, no renunció ni pidió licencia. La causa recayó en el Juzgado Federal a cargo de uno de los jueces más sospechados de parcialidad a favor del Gobierno.

Ante la renuncia del Procurador General, la Presidente propuso –y el Senado designará, utilizando las mayorías oficialistas o compradas- como sucesor a don Daniel Reposo, íntimo colaborador de don Boudou en la Anses, en el Ministerio de Economía y en la Sigen, boxeador amateur y colega en los rings empresarios de don Patotín Moreno. Doña Cristina reproduce, así, el episodio de las tierras de Calafate, poniendo como acusador en jefe a un dependiente del acusado, y sospechado de cómplice de éste en la compra directa de autos para el Ministerio de Economía.

Como se ve, cristi-kirchnerismo explícito. El problema es que, como lo vemos nosotros mismos y gracias a la denostada globalización, estos detalles se conocen en todas las capitales del mundo, y en todas las redacciones. Pagaría por acompañar a la señora de Kirchner a la Cumbre de Cartagena del próximo fin de semana, sólo para ver cómo la mirarán los pocos colegas –varios han justificado su ausencia- con los que se encontrará. Mientras tanto, dejará a cargo de la Presidencia a Guita-rrita Boudou. ¿Los argentinos nos merecemos esto?; me temo que sí.

También hubiera pagado, hace unos días, para ver cómo leyó la Presidente la noticia proveniente de Brasil, que informaba que la señora Dilma Rousseff, después de haber echado nada menos que a siete ministros acusados de corrupción, alcanzaba el 77% de aprobación de su gestión, y era recibida por Obama durante tres horas.

Los que creemos que, con muy poco, Argentina podría evitar su triste destino, estamos llorando por una República cada vez más perdida, en un proceso que, de no revertirse a tiempo, concluirá con la desaparición jurídica del país. Mientras tanto, quienes nos contemplan desde lo alto de sus fortunas mal habidas o quienes han debido sufrir, por demasiado tiempo, la prepotencia y la mala educación de los argentinos, se ríen a carcajadas.






Bs.As., 11 Abr 12




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domingo, 8 de abril de 2012

Cada vez, más pasado y menos futuro


Cada vez, más pasado y menos futuro

“En el gobierno, como en el cuerpo humano, las 
enfermedades más graves proceden de la cabeza” 
Plinio el Joven

Como tantas veces en esta gestión presidencial iniciada en 2003, los cotidianos escándalos están haciendo que los verdaderos y graves problemas queden ocultos a la mirada de la ciudadanía en general.

No voy a abundar sobre el affaire Ciccone, pues mucha tinta ha corrido ya sobre el tema que, sobre todo después de la pseudo conferencia de prensa de Guita-rrita Boudou, no para de crecer. Me limitaré a reiterar, al respecto, una pregunta que me formulé hace semanas: ¿resulta imaginable que en este régimen, en el que los funcionarios no contestan siquiera un saludo sin pedir permiso, el actual Vicepresidente haya inventado este negociado solo? En la respuesta que cada uno dé estará el pronóstico acerca de cuál será la actitud de doña Cristina cuando regrese de su merecido descanso en Calafate.

Ahora bien; una cosa es que don Néstor (q.e.p.d.) haya autorizado el invento y otra, muy distinta, es haberlo confiado a este señor, que aparece como un imbécil, capaz de cualquier desaguisado. El tema es que, como la señora de Kirchner lo inventó, hoy deberá pagar la cuenta, sea dejándolo caer como un piano (un costo político enorme) o salvándolo del desastre (un costo aún mayor).

Lamentablemente, este hecho -de inusitada gravedad institucional, debido a la irresponsable elección, a contrapelo de los deseos generales, de su compañero de fórmula por la señora Presidente- está ocultando otros aspectos de la realidad que, desde los cenáculos de La Cámpora se impondrán, a paso de vencedores, sobre el futuro de la República y de las libertades individuales.

En la última nota me referí a la limitación a los jueces en el dictado de medidas cautelares que protejan a los ciudadanos de los abusos del poder. Ahora, parece existir un proyecto legislativo que intervendrá fuertemente en el tema de los alquileres, comerciales y habitacionales, terminando, en la práctica, con la propiedad privada en materia de inmuebles.

Si esta versión se confirmara, volvería la Argentina a cometer otro error del primer peronismo, cuando congeló los precios de las locaciones urbanas y, naturalmente, afectó de manera casi terminal a la industria de la construcción de viviendas. Pero, de la mano de Patotín y de Kiciloff, este Gobierno parece no aprender de la historia, y estar dispuesto a sacrificar cualquier futuro a un presente cada vez más complicado.

Hoy, con la bandera de un pseudo nacionalismo –emulando a Evo Morales, a Hugo Chávez y a Rafael Correa- y mientras agita las banderas de Malvinas, el cristi-kirchnerismo mágico avanza sobre la producción de petróleo y gas en la Argentina.

No necesito explicar a mis sufridos lectores cuál es mi posición frente a YPF y a la familia Eskenazi, pues han tenido que soportar innumerables notas al respecto. Sin embargo, cabe recordar que la actividad hidro-carburífera depende de enormes inversiones, de las cuales Argentina carece y que seguirán brillando por su ausencia mientras no consiga transmitir al mundo entero que aquí ha comenzado a imperar la seguridad jurídica.

Estamos hablando de montos que exceden, por mucho, las posibilidades de las cajas a las cuales los Kirchner se han acostumbrado a recurrir para solventar sus locuras populistas. Para recuperar las reservas de gas y de petróleo que la política llevada adelante por Kichner, doña Cristina y don De Vido ha hecho desaparecer, no existen en el país dineros suficientes; según Alieto Guadagni, estamos hablando de trescientos cincuenta mil millones de dólares, es decir, dos tercios del total recaudado por el Gobierno desde 2003.

Ahora, cuando el mundo entero observa con estupor a nuestro país, cada vez más aislado, no sólo se están quitando concesiones a YPF sino también a Petrobras y a empresas norteamericanas, chinas y chilenas. ¿Dónde, entonces, buscará la Argentina capitales dispuestos a invertir aquí?

Con los precios actuales, con el barril por encima de los US$ 100, todos los jugadores del mercado global buscan dónde aplicar fondos. Eso incluye, por supuesto, a la plataforma continental de Brasil, donde se han producido los descubrimientos más importantes desde fines del siglo XX, y las exploraciones en las aguas de Malvinas. Sin embargo, huyen de la Argentina como de la peste.

El “capitalismo de amigos”, ese que logró que casi todos los yacimientos de Santa Cruz fueran entregados a don Cristóbal López y a don Lázaro Báez, no sirve en un escenario que, día tras día, cambia de reglas y donde las empresas, las de verdad, se enteran por los diarios del día siguiente si sus negocios van bien o mal en el país. Así, nadie vendrá –en ninguna actividad, petrolera o no- a invertir un dólar en la Argentina.

Y sin esas inversiones, imprescindibles ahora que el Estado se ha quedado sin recursos, es imposible el desarrollo. El mundo entero se ha globalizado, y las compañías internacionales fabrican una parte de sus productos terminados en cada país; aquí sucede lo mismo: el componente nacional en materia de automóviles, por ejemplo, rara vez supera el 30%.

Entonces, al cerrar las fronteras a la importación y complicar enormemente las cadenas de producción de nuestros bienes industriales exportables, el Gobierno está llevando al país a un pasado que ya vivimos, y que aún no hemos dejado de pagar, inclusive en educación.

Argentina, nos guste o no, tiene un mercado interno sumamente reducido. Somos cuarenta millones de habitantes, de los cuales consumen, realmente, diez o quince millones; el resto, los que reciben planes sociales o se desempeñan en el mercado informal, se limitan a gastar todo lo que ganan en alimentarse.

Es ridículo, entonces, pretender que nuestro país tenga una industria capaz de desarrollar productos cada vez más sofisticados, que requieren una monstruosa inversión en investigación y desarrollo, para tan pocos consumidores. La única solución es integrarnos fuertemente al mundo, exportando calidad, diseño y precio, y competir con el resto de los países en los mercados más exigentes; en una nota (http://tinyurl.com/7a2jgdn) ya expuse mi teoría al respecto, por lo cual no me explayaré más aquí.

Pero, ¿quién –argentino o extranjero- estará dispuesto a poner un peso en un país donde impera el absurdo y lo irracional, donde nada es como debiera, donde un solo funcionario decide qué empresa vive o muere? Durante muchos años, critiqué con rigor al empresariado argentino, por su vocación por la protección y las prebendas; dije, como muchos, que todos parecen tener un cadáver en el placard y que el temor a la Afip era el mejor igualador. Sin embargo, hoy la situación es distinta, ya que don Patotín, a su solo arbitrio, puede decidir quién importa y quién no, determinando el presente y el futuro de cada empresa.

En fin; las próximas semanas dirán cuán rapaz será el Gobierno y cuán dispuesto a continuar depredando el futuro está. Muchos de sus pretendidos logros –la masiva jubilación de quienes no aportaron o la asignación pseudo universal por hijo, por ejemplo- dependerán, para perpetuarse, de los nuevos saqueos que, para realizar maniobras aún más populistas, perpetrará contra la Anses, el Bcra, el Pami y las escasas y menguadas cajas disponibles.

La forma en que evolucione la actual crisis política que, por falta de fusibles, repercute directamente en la Presidente, también será un termómetro para medir la temperatura social. Doña Cristina agradece, sin dudas, la inexistencia de opositores que puedan convertirse en alternativas válidas para este nefasto presente, ya que nadie está planteando, con seriedad, caminos alternativos para el futuro.

En estas Pascuas, obviamente, la casa no está en orden.

Bs.As., 8 Abr 12



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lunes, 2 de abril de 2012

Preguntas sin hacer

Preguntas sin Hacer





“Los funcionarios son como los libros de una biblioteca:



los situados en los lugares más altos son los más inútiles”



Paul Mason








La semana pasada, más allá de los lentos progresos y retrocesos de la causa Ciccone/Boudou, de la confirmación del aislamiento internacional de la Argentina de la mano del reclamo de 40 países ante la OMC, de los reiterados agravios de Patotín Moreno a propios y extraños, y de nuevos y contraproducentes fuegos de artificio sobre el tema Malvinas, me llamaron la atención dos asuntos claves que, sin embargo, no parecen haber recibido tratamiento importante de los medios y que, mucho más curioso aún, que no hayan generado un escándalo.

El primero se refiere al ¿asalto? a una camioneta que, sin custodia de ningún tipo, transportaba un sofisticado arsenal, muy superior en sus prestaciones al que disponen, aquí, las fuerzas de seguridad. La forma misma en que la noticia fue divulgada es, como mínimo, rara. ¿Alguien sabe quién era el propietario de las armas y municiones “robadas”? ¿De dónde salieron y hacia dónde iban?

Como tengo muchos años, pero aún conservo la memoria de los hechos que me tocó vivir, en el momento exacto en que me enteré del hecho y de sus circunstancias pensé en un delivery para alguien interesado en contar con ese armamento. Es decir, tuve toda la sensación de estar contemplando un montaje para ocultar una entrega planificada a algún grupo, subversivo o directamente delincuencial.

En ambos casos, estaríamos ante una situación harto peligrosa. Si se trató de una jugada de delincuentes “comunes”, por la pérdida de vidas policiales y civiles que traerá aparejada la disponibilidad de tan sofisticadas herramientas; si, en cambio, estuviéramos ante una entrega planificada y disfrazada a un grupo político, sería bastante peor, por cierto.

Salvo algunas organizaciones adictas al Gobierno, no existen hoy en la Argentina grupos organizados capaces de generar hechos de violencia; por lo demás, algunas de esas “asociaciones” afines han hecho pública su voluntad de defender al “modelo” y, consecuentemente, a la señora Presidente, “hasta las últimas consecuencias”. Conociendo los antecedentes políticos y terroristas de muchos de los funcionarios actuales, la imaginación no deberá esforzarse demasiado para entender qué quiere decir, en este caso, esa tan remanida frase.

Por lo demás, y en vista a los muchos privilegios que esta nueva y mercantilizada militancia ha obtenido de su cercanía con el poder, resulta dable pensar que estén dispuestos a defender, a como dé lugar, sus pisos en Puerto Madero, sus autos y motos fantásticos, sus campos, sus yates y aviones y, en última instancia, hasta su libertad personal, todo lo cual podría ser puesto en riesgo en caso de que el reinado K terminara abruptamente su ciclo.

El segundo tema, infinitamente más grave, es el proyecto de ley que el Ejecutivo enviará al Congreso para limitar y coartar la posibilidad de los particulares –ciudadanos y empresas- puedan recurrir a la Justicia para frenar abusos de poder por parte del Estado. Como dije, este asunto reviste una gravedad trascendental y definitoria sobre la libertad, en todas sus formas.

Para que resulte comprensible para quienes no son abogados, se trata de restringir la facultad constitucional de los jueces de suspender los efectos de una medida –ley, decreto, resolución u ordenanza- cuando ésta afecta los intereses de un individuo o de un colectivo de ellos. A mero título de ejemplo y, por supuesto, forzando la hipótesis, si ese esperpento legal fuera sancionado de nada valdría que cualquiera, ante la toma de su propia casa ordenada por el Estado, pudiera impedirla por decisión judicial ya que, a partir de entonces, los magistrados no podrían dictar, como sucede ahora, una medida cautelar hasta tanto se decida sobre el fondo de la cuestión.

El Poder Ejecutivo, con su proyecto, avanza en su decisión irrevocable de convertir a doña Cristina en emperatriz de la Argentina, es decir, en terminar irremediablemente con la República.

Lo notable no es que la ciudadanía, que no tiene por qué saber derecho procesal, no reaccione frente a una noticia cuyas implicancias ignora. Lo que asombra es que ninguna de las diferentes asociaciones de abogados, que las hay de todo tipo y color, haya puesto el grito en el Cielo.

Nada, ni Ciccone/Boudou, ni la inaudita prohibición de importar libros que decretó –por supuesto, informalmente y antes de retractarse- don Patotín, ni la miserable utilización política de la gesta de Malvinas, tienen dentro suyo el huevo de la serpiente que esta norma parirá porque, con su sanción por el Congreso express del cristi-kirchnerismo, la libertad habrá muerto en la Argentina y todos los derechos humanos –los actuales, los que verdaderamente debieran ser protegidos y garantizados- establecidos por nuestra Constitución habrán dejado de existir como tales, y se convertirán en una mera gracia del poder.

Esto es lo que legará el período K -¿podríamos decir “la noche” K?- al futuro. Un país sin instituciones, sin vínculo alguno con el mundo, fracturado hasta en su esencia, con su sistema previsional quebrado, sin reservas importantes de petróleo y gas, con sus esquemas públicos de educación y de salud en crisis, con altísima inflación, con una corrupción creciente y endémica, sin infraestructura de transporte y con índices de inseguridad que, poco a poco, nos acercan al México de los narcos y de las maras.

Y lo peor de todo es que ese cúmulo de calamidades se habrá concretado en pos de un proyecto imperial que, tanto por lo trasnochado de sus categorías mentales y por su falta de conexión con la realidad cuanto por estar estructurado en torno a una única e irremplazable persona está, necesariamente, condenado al fracaso, aunque éste sólo dependa, en su última instancia, de la biología.

El domingo pasado, ese maestro de periodistas que se llama Jorge Fernández Díaz escribió, en La Nación, una de las mejores descripciones del cristi-kirchnerismo que he leído y que recomiendo con fervor. En esa nota, a la que tituló “Neosetentismo, esa forma sutil de ser gorila” (http://tinyurl.com/c7wenku), su laureado autor describe, con la precisión de un cirujano, las batallas que se libran, desde el núcleo central del proyecto imperial, contra la vieja y popular cultura peronista, a la que busca no destruir sino reemplazar.

Hoy, cuando ya han pasado nada menos que cincuenta y siete años desde que el primer Perón fue derrocado, y treinta y ocho desde que el segundo muriera, y el tiempo nos permite mirar el pasado con más serenidad, aún a aquéllos que nos tocó vivir e interpretar la historia reciente. Como dice Julio Bárbaro, el peronismo del abrazo con Balbín y del radicalismo adversario que despedía a un amigo, no tiene nada que ver con este proyecto sectario y centrífugo, hoy en el poder; este “modelo” maniqueo, en el cual sólo hay obsecuentes o enemigos, centra su objetivo en la compra más abyecta de voluntades, ignorando que hasta las prostitutas odian a sus clientes, por mucho que éstos les paguen.

Espero, contra toda esperanza, que la señora Presidente reflexione, que entienda que ella –como todos los demás- es finita, y que no avance en la destrucción de los pocos cimientos de República que quedan en la Argentina; porque necesitaremos de esas bases últimas para reconstruirla y, sobre todo porque, si no lo hacemos, dejaremos de ser un país para ser, como tantos otros en la historia de la humanidad, sólo un recuerdo.

En la medida de lo posible, ¡feliz Pascua de Resurrección! y ¡feliz Pésaj!. Hoy, para los 649 héroes de Malvinas, ¡gloria y loor!







Bs.As., 2 Abr 12


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