Más
cuentos que chinos
“Un rey
está perdido si no rechaza la adulación y si no
prefiere a los que dicen
audazmente la verdad”
François de Solignac de la Mothe
Los
argentinos estamos recorriendo, como sociedad y guiados por un grupo de “iluminados”,
un camino que nos llevará, nuevamente, al desastre y, a la larga, a
incrustarnos contra la realidad mundial, sumidos en un aislamiento que sólo
provocará más desocupación, más inflación, más corrupción, más hambre; en suma,
más decadencia.
Como
Venezuela que, con el mar de petróleo de su subsuelo, permitió a Chávez las más
costosas extravagancias dentro y fuera de su país, o como Bolivia que, yaciendo
sobre el segundo reservorio de gas de América Latina, hizo lo propio con Evo
Morales, como Ecuador y como Nicaragua, la Argentina de los Kirchner continúa
desperdiciando el mejor momento histórico de la región, dilapidando recursos
que, en manos de un gobierno verdaderamente democrático, respetuoso de las
instituciones, conducido por estadistas y sin corrupción, hubieran permitido
transformar la realidad y renovar una infraestructura que, a ojos vistas, hoy
es una trampa mortal para todos y todas.
La
confiscación de las acciones de Repsol en YPF –prohibida por nuestra
Constitución, que exige el pago previo- ha sido justificada, más allá de su
envoltura patriotera, que tanto ha confundido a nuestra infantil oposición, en
la necesidad de recuperar el autoabastecimiento de petróleo, perdido por obra,
gracia y voluntad de don Néstor (q.e.p.d.) y doña Cristina. En la medida en que
la Argentina carece de recursos para encararla seriamente, los inefables De
Vido y Kiciloff, el primero causante y el segundo ignorante de los males y de
las razones de esta situación, han salido a recorrer el largo espinel de las
grandes empresas mundiales del rubro.
Veamos,
entonces, qué resultados cabe esperar de esas tan cacareadas gestiones: más
allá del acostumbramiento de esos gigantes de la industria a situaciones de
inestabilidad y peligrosidad política –Irak, Irán, Kuwait, Afganistán,
Venezuela, Bolivia, Ecuador, etc.- me parece que las conductas locales de los
últimos días harán que nuestro país quede borrado de la agenda de aquéllas cuyo
control se encuentra en manos de accionistas occidentales quienes, entre otras
cosas, no quieren pleitos como los que se producirán entre Respol y Argentina
por los yacimientos.
No sólo
por el episodio de la curiosa “estatización” –sólo expropiamos la mayoría, y de
manos de uno de los accionistas, para convertir a la empresa en una sociedad
anónima exenta de toda supervisión de los organismos de control del Estado-
sino porque, de continuarse con la política energética implementada desde 2002
a la fecha, con el consecuente congelamiento de precios- las inversiones no
podrían tener un retorno que pudiera compensar el “riesgo país”, y eso
espantaría a los accionistas. Y si el Gobierno decidiera darnos un baño de
realidad y equiparara bruscamente los precios internos a los internacionales,
todo el “modelo” saltaría por el aire.
Del lado
de las empresas chinas, el problema es otro, en la medida en que su país tiene
el peso suficiente para ponerlas al margen de cualquier avasallamiento futuro.
Cuando invierten en el exterior es, lisa y llanamente, para llevar el petróleo y
el gas a China, gran demandante de combustibles. Es decir, no parece razonable
que pusieran un dólar –o un yuan- en la Argentina, que necesita producir para
su propio mercado interno, que hoy requiere de importaciones por más de US$
12.000 millones.
De todas
maneras, y aún cuando se produjera el milagro de la llegada de fuertes
inversores para explorar y producir en Vaca Muerta, el potencial yacimiento de
combustibles no convencional, el país vería extraer petróleo y gas en un lapso
nunca inferior a los cinco años. Si, en ese período, estallara una guerra en
Medio Oriente –hay mucho ruido de tambores en el aire- y los países en
conflicto cerraran el estrecho de Ormuz o disminuyeran su producción de
hidrocarburos, el precio del petróleo y sus derivados treparía a niveles que
podrían duplicar, en semanas, los US$ 100 del barril actual.
Sin
embargo, doña Cristina y sus jóvenes continúan comportándose como los seguidores
de Lenin y de Trotsky, es decir, como autoproclamados conductores de las masas
ignorantes hacia un futuro promisorio que ha fracasado en el mundo entero.
Haciendo el parangón con el “paraíso” cubano que debe blindar sus fronteras
para que sus ciudadanos no puedan huir, la Argentina “cristinista” se ve
obligada a controlar los capitales para impedir que salgan corriendo, en un
momento en que todos los países de la región ponen barreras para que no
ingresen más.
Más allá
de la sequía producto de saquear las reservas del Banco Central y de expoliar
cuanta caja les resulta apetecible, estos “neo-iluminados” legarán a las
futuras generaciones un cúmulo de problemas, a cual más grave.
Tal como
muchos predijimos cuando la Ley de Blanqueo fue sancionada, no sólo la
usaron algunos socios del poder haciendo aparecer fondos extrañísimos, sino que
narcotraficantes de todas las nacionalidades llegaron con sus capitales a estas
playas a fin de lavarlos y plancharlos, especialmente en Puerto Madero, el
paraíso terrenal oficialista.
Claro que nuestros
organismos destinados a combatir ese flagelo estaban ocupados en otras
actividades no menos importantes, tales como evitar que fueran revisados los
fondos aplicados a las cuentas de campaña del kirchnerismo o los provenientes
de los crímenes cometidos por la venta de medicamentos falsificados y el robo
generalizado en las obras públicas, en los subsidios, en las compras de medios
afines, en el manejo de la publicidad oficial y en miles de etcéteras.
En cualquier sociedad,
la combinación de la droga con otras actividades, en especial la política y el
terrorismo, resultan letales; México y Colombia pueden dar fe de ello. Sin
embargo, la Argentina –toda ella, ciudadanos de a pie incluidos- no reacciona
frente al derrotero hacia ese futuro inmediato, y ello a pesar de la
generalizada atribución a ese flagelo de la inseguridad cotidiana. Todos
sabemos que nuestras fronteras son un verdadero colador, sea por tierra, por
río o por aire y en ambos sentidos; las mayores pruebas de ello fueron la avioneta
que, sin ser detectada y proveniente de Paraguay, cayó en un campo en
Pergamino, ¡a poco más de cien kilómetros de Buenos Aires!, el avión de los
Juliá en Barcelona o las valijas de cocaína que Southern Winds trasladó a
España.
Aquí, la explosiva
fórmula compuesta por “planes sociales + no trabajo + no educación + no
política inmigratoria + droga” está transformando el panorama sociológico de
las grandes ciudades, y el “paco” ha convertido a los delincuentes en violentos
asesinos.
La difusión y la
masividad de la industria del juego, que arrasa con los magros ingresos de los
más pobres, no solamente es la más indignante expoliación que los Kirchner han
desarrollado al infinito, producto de las sociedades que mantienen con sus
operadores, sino que es un eslabón más, y no el menos pernicioso, de ese
círculo vicioso y terrible que se convertirá en el legado kirchner-cristinista.
Cuando
uno habla de corrupción en la Argentina actual, la generalizada respuesta es
que siempre la hubo, lo cual no deja de ser cierto; nuestra historia, desde el
Virreinato y junto con ejemplos heroicos en contrario, está plagada de
anécdotas de ese tipo. Sin embargo, hemos llegado a un estadio superior: Menem,
por ejemplo, robó, y mucho, pero robó dinero; los Kirchner se han quedado con
las empresas y, con ellas, con el país entero. Se trata de compañías
constructoras, de bancos, de casinos y bingos, de transportadoras de energía,
de mineras, de pesqueras, de impresoras de dinero y de cuantas actividades uno
pueda imaginar.
Con la “transversalidad”
destruyeron –con la participación indispensable e inexcusable de los dirigentes
de pseudo-oposición- todo el sistema de partidos y, con sus políticas populistas,
se hicieron de las mayorías electorales que, en una democracia “delegativa”
como la nuestra, les ha permitido terminar con las instituciones y con la
división constitucional de poderes, es decir, con la República.
Los empresarios
de todo calibre están paralizados por el miedo. Al terror que les producía la
mera mención de la AFIP se ha sumado, ahora, el control que, sobre todas y cada
una de las actividades, ejerce Patotín Moreno
quien, levantando o bajando el dedo, puede determinar el éxito o la ruina de
cualquiera que dependa de la importación de insumos.
La prensa,
pese a la creciente presión internacional, continúa bajo asedio del Gobierno,
que no acepta voces discordantes en el “relato” que impone, especialmente si se
trata de investigaciones periodísticas que, como en cualquier otro país, permitirían
descubrir las trapisondas de los funcionarios y conllevarían su inmediata
expulsión. Que la cacareada Ley de Medios no sea esgrimida en el caso de la
compra del paquete de canal y radios de Hadad por Cristóbal López no es más que
una prueba adicional de los verdaderos objetivos de ese engendro jurídico.
Resulta,
al menos, curioso que nadie esté en condiciones de responder la pregunta
fundamental que el affaire Ciccone-Boudou ha formulado: ¿de quién es la imprenta
a la cual el Estado le ha encomendado la confección de la moneda nacional? La
flamígera espada de doña Cristina ha cortado, en este tema, varias cabezas
importantes, especialmente de aliados y amigos cercanos, y todo ello para
evitar confesar dos cosas: que Boudou es un imbécil al que la Presidente eligió
en soledad, y que el negocio fue inventado por don Néstor (q.e.p.d.) y
estropeado por la impericia y la pretendida impunidad de Guita-rrita.
El “modelo”
está jugándose a dos puntas. Si consigue, en las elecciones parlamentarias de
2013, llegar a los dos tercios de ambas cámaras legislativas, podrá modificar
la Constitución para permitir la “Cristina Eterna”; si no lo logra, entronizar
a Máximo como su heredero y continuador, ya que no tiene nada mejor.
La mención
de la última frase me recuerda un viejo chiste. Un hombre, caminando por la
playa, encuentra una lámpara mágica y, cuando la frota, aparece un genio que le
ofrece cumplir un deseo. Piensa un rato, y pide que le construya un puente que
le permita llegar a Malvinas sin tocar el mar; el genio le dice que no, que
resulta imposible, dadas las dificultades que presenta la geografía y la
profundidad del océano. Entonces, el hombre pide otro: entender a las mujeres.
El genio, con cara de preocupado, contesta: ¿de cuántos carriles quieres el
puente?
La
economía -léase el encadenamiento de hechos que derivarán de ella, tales como
la mayor inflación, la conflictividad social, la paralización de obras, la
cesación de pagos de provincias y municipios, las exigencias de las centrales
obreras, las mayores y más caras importaciones de combustibles- será un potro
difícil de domar para la Presidente en el segundo semestre, a pesar de la soja
a US$ 550.
Argentina,
como siempre, nos ofrece un panorama de corto plazo no apto para cardíacos.
Bs.As., 1
May 12
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