Poder
S.A.
“Un pueblo ignorante
es un instrumento ciego de su propia destrucción”.
Simón
Bolívar
En mi
última nota del año, prefiero dejar, por un rato, los comentarios sobre la
coyuntura, siempre tan urgente en estas pampas, y pedirle que reflexione sobre
uno de los temas más importantes –y ausentes- del futuro argentino.
Hace unos
días, en uno de los innumerables discursos que doña Cristina perpetra contra la
sociedad, la señora Presidente anunció que, ¿a despecho de lo que muchos habían
intentado evitar?, pagaría –como luego se hizo- los US$ 3.500 millones de los
servicios de uno de los bonos entregados en el canje de la deuda, en 2005 y
2010. Hasta allí, nada que decir.
El
comentario sólo se impone a partir de la platea que, enfervorizada, escuchaba
el épico discurso de esta curiosa líder de un proyecto que, como se ha dicho,
miente por izquierda y roba por derecha. Quienes gastaron sus palmas ese día
eran humildes obreros y militantes rasos, y pagos, de las organizaciones que
han nacido al calor del kirchnerismo; gente que, en sus barrios, carece aún,
después de esta década falsamente ganada, de cloacas y de agua corriente, que
debe hacerse atender en los hospitales de la ciudad de Buenos Aires porque
asistir a los cercanos puede implicar la muerte súbita, cuyos hijos también
deben cruzar la Avda. General Paz porque no tienen colegios que puedan
recibirlos, y que todos los días sufre el flagelo de la inseguridad, que golpea
siempre peor cuanto más se desciende en la escala social.
Sin
embargo, aplaudían y enronquecían gritando su apoyo a este insano “modelo” que
prefiere imponer un cepo a las importaciones de insumos básicos y destruir las
economías regionales antes que sincerar sus increíbles estadísticas,
comportarse como los demás países civilizados, y acceder a créditos de largo
plazo a tasas ridículamente bajas. Para que se entienda: Argentina es el único
país de Sudamérica cuyas reservas internacionales han caído, y lidera los
rankings de inflación y de riego-país; mientras todos nuestros vecinos crecen,
ahorran y simplemente cancelan sus obligaciones de corto plazo a tasas del
orden del 10%, como las que manteníamos con el FMI antes del “grito del
Calafate” que nos independizó del mundo, endeudándose a 30 años y con un
interés que no llega al 5% anual, nosotros nos vemos obligados a castrar todo
nuestro futuro para responder a la mentira oficial.
Pero la
platea aplaudía y gritaba su aprobación al terrible anuncio que llegaba del
circunstancial atril. Lo mismo hubiera sucedido, por ejemplo, si la viuda de
Kirchner hubiera anunciado la venta de la Patagonia a Chile o de la Provincia
de Jujuy a Bolivia. Hubieran aplaudido con igual entusiasmo porque,
simplemente, no se enteran y no entienden qué son y por qué se hacen las cosas;
y no lo hacen porque carecen de educación y, cada día, van perdiendo la poca
que les queda.
Cuando
contemplamos, sin colocar la ideología –cualquiera- delante de nuestros ojos,
qué ha sucedido con la educación en la Argentina comenzamos a comprender el por
qué de nuestra monstruosa decadencia como país. No hemos ido para atrás en la
materia; literalmente, nos hemos desbarrancado. La Academia Argentina de la
Educación dispone, para quien comparta esta angustia lacerante, de innumerables
estadísticas que hablan, en los niveles primario y secundario, de deserción y
falta de comprensión de textos, de imposibilidad de competir por la calidad, de
pérdida de calificación en maestros y profesores, de carencia de
infraestructura y de medios para enseñar y, en la universidad, de la falta de
fomento e incentivo a las carreras duras, del bajísimo nivel de graduación, y
de miles de etcéteras.
Antes que
ningún otro factor, todos esos males se deben a la corrupción, en este caso
moral, de quienes han liderado al país a lo largo de muchas, muchísimas
décadas. Nada hay más cierto que la frase que asegura que un político se
transforma en estadista el día en que deja de pensar en las próximas elecciones
y comienza a hacerlo en las próximas generaciones. En Argentina, a contramano
del mundo entero, esos pseudo líderes han privilegiado el populismo, el recurso
barato que convierte en meros clientes a los ciudadanos; así, a través de la
falta de educación y de una dependencia cada vez mayor de los subsidios, se
consigue esa base electoral fuerte, ese núcleo duro que, desde la miseria y el
hambre, garantizan la permanencia de quienes sólo pretenden –y consiguen-
lucrar desde el poder.
Como se
ve, esta nota no inculpa solamente a quien hoy se sienta en el sillón de
Rivadavia, sino también a todos sus antecesores desde una fecha muy
difícilmente precisable. Pero pretende ser, ya que vamos a entrar en minutos en
un nuevo año calendario, hacer que todos tomemos verdadera nota del problema
que, juro, tiene solución; por supuesto, no inmediata ni fácil, pero
alcanzable. Se trata, sobre todo, de usar las elecciones de 2013 para elegir a
los mejores, a los más honestos, a los más comprometidos con el futuro, a
quienes estén dispuestos a asumir el histórico papel de invertir el rumbo de
derrota y disolución que llevamos como país.
Busquemos,
entonces, que nuestros representantes sepan qué les exigiremos, y que –esta vez
sí- los demandaremos, como también lo harán Dios y la Patria, si nuevamente nos
defraudan.
Un
esperanzador párrafo final: espero que la Justicia, en algún futuro incierto,
utilice las mismas palabras de Abalito,
cuando anunció grandilocuentemente la expropiación del predio ferial de
Palermo, para recuperar para el Estado las tierras de Calafate, “vendidas” a
precio vil a los Kirchner, sus parientes y sus cómplices.
Espero
que hayan tenido una feliz y santa Navidad, y deseo el mejor 2013 posible para
todos nosotros y para la Argentina que deberemos legar a nuestra descendencia.
Bs.As., 25
Dic 12
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