La permanente falsificación y su inconsecuencia
Acabo de oir a doña Cristina en su discurso en el Council of Americas, la organización no gubernamental que conduce su amiga, Susan Sigal, y volvió a asombrarme la permanente falsificación de datos y números en que incurre nuestra inefable Presidente cada vez que abre la boca.
Realmente, ya no puedo creerlo. Miente, en forma descarada, cuando habla de la educación, de la desocupación, del crecimiento, del salario, de la producción, de la generación energética, es decir, de toda la realidad del país.
Parece extraordinario que su infundada soberbia le impida, todos los días, reconocer que, en sus auditorios, hay siempre gente bien informada sobre lo que ocurre en Argentina, se trate de nacionales o de extranjeros.
Pero hoy se superó a si misma. Justificó, por ejemplo, la falta de inversión en infraestructura durante los últimos cinco años, diciendo que, como no había industrias, no se necesitaba una mayor generación de electricidad. Y no se le mueve el maquillaje cuando dice esos disparates. Para que lleguen las industrias, debe haber, antes, electricidad y combustibles; nadie invierte en un país que carece de esos insumos y, además, de toda seguridad jurídica.
Intentó vender, además, el modelo de crecimiento kirchnerista –“de acumulación con inclusión”- al mundo, como una receta o una panacea universal para los males actuales. Se permitió, y la cito textualmente, decir: “No creo que esto sea el fin del capitalismo; no se preocupen”. Bush y sus adláteres pueden respirar en paz: doña Cristina no cree que esto sea el fin.
¿No sabe, acaso, que toda la prensa del mundo se ha desgañitado informando acerca de la manipulación del Indec y de todas las cifras que éste publica? Cuando habla de la irresponsabilidad de quienes estiman la inflación en cifras que triplican las oficiales, ¿cómo se atreve a sostener la seriedad que “no lo consideramos, en Argentina, un problema actual” (sic)? Lo curioso es que, después de negar su existencia, la reconoció imputándola a la concentración de los formadores de precios.
¿Ignora que lo mismo está ocurriendo, ahora, con la valija de Antonini Wilson y la inmunda financiación de su campaña?
¿Desconoce que, como dice un tango, los inversores y los empresarios huyen de Argentina “como mi perro al bozal”?
¿No recuerda su pseudo-conferencia de prensa, cuando no aceptó repreguntas de los periodistas presentes? ¿Por qué se queja, entonces, de cómo la trata la prensa?
Puede ser que reciba, diariamente, sólo el ‘diario de Yrigoyen’, pero pretender que lo mismo ocurra con quienes, con tanta paciencia, la escuchan, ¿no es pedir demasiado?
¿Hasta cuando seguirán, doña Cristina y don Néstor, infligiendo estas nuevas calamidades al ya maltrecho prestigio argentino?
¿O será verdad que están, simplemente, locos de remate?
Bs.As., 25.9.08
Acabo de oir a doña Cristina en su discurso en el Council of Americas, la organización no gubernamental que conduce su amiga, Susan Sigal, y volvió a asombrarme la permanente falsificación de datos y números en que incurre nuestra inefable Presidente cada vez que abre la boca.
Realmente, ya no puedo creerlo. Miente, en forma descarada, cuando habla de la educación, de la desocupación, del crecimiento, del salario, de la producción, de la generación energética, es decir, de toda la realidad del país.
Parece extraordinario que su infundada soberbia le impida, todos los días, reconocer que, en sus auditorios, hay siempre gente bien informada sobre lo que ocurre en Argentina, se trate de nacionales o de extranjeros.
Pero hoy se superó a si misma. Justificó, por ejemplo, la falta de inversión en infraestructura durante los últimos cinco años, diciendo que, como no había industrias, no se necesitaba una mayor generación de electricidad. Y no se le mueve el maquillaje cuando dice esos disparates. Para que lleguen las industrias, debe haber, antes, electricidad y combustibles; nadie invierte en un país que carece de esos insumos y, además, de toda seguridad jurídica.
Intentó vender, además, el modelo de crecimiento kirchnerista –“de acumulación con inclusión”- al mundo, como una receta o una panacea universal para los males actuales. Se permitió, y la cito textualmente, decir: “No creo que esto sea el fin del capitalismo; no se preocupen”. Bush y sus adláteres pueden respirar en paz: doña Cristina no cree que esto sea el fin.
¿No sabe, acaso, que toda la prensa del mundo se ha desgañitado informando acerca de la manipulación del Indec y de todas las cifras que éste publica? Cuando habla de la irresponsabilidad de quienes estiman la inflación en cifras que triplican las oficiales, ¿cómo se atreve a sostener la seriedad que “no lo consideramos, en Argentina, un problema actual” (sic)? Lo curioso es que, después de negar su existencia, la reconoció imputándola a la concentración de los formadores de precios.
¿Ignora que lo mismo está ocurriendo, ahora, con la valija de Antonini Wilson y la inmunda financiación de su campaña?
¿Desconoce que, como dice un tango, los inversores y los empresarios huyen de Argentina “como mi perro al bozal”?
¿No recuerda su pseudo-conferencia de prensa, cuando no aceptó repreguntas de los periodistas presentes? ¿Por qué se queja, entonces, de cómo la trata la prensa?
Puede ser que reciba, diariamente, sólo el ‘diario de Yrigoyen’, pero pretender que lo mismo ocurra con quienes, con tanta paciencia, la escuchan, ¿no es pedir demasiado?
¿Hasta cuando seguirán, doña Cristina y don Néstor, infligiendo estas nuevas calamidades al ya maltrecho prestigio argentino?
¿O será verdad que están, simplemente, locos de remate?
Bs.As., 25.9.08