¡País al agua!
por Enrique Guillermo Avogadro (Nota N° 865)
“El verdadero soldado no lucha porque odia lo que tiene
por delante, sino porque ama lo que tiene por detrás”.
Gilbert K.
Chesterton
La Argentina ya se
cayó del buque en que un mundo, tan golpeado por las consecuencias de la criminal
invasión rusa a Ucrania, pide desesperadamente aquellas cosas que podríamos vender
si tuviéramos libertad para comerciar y competir y, por supuesto, las
inversiones necesarias: alimentos, petróleo, gas, agua potable, minerales,
tecnología agroindustrial, capacidad informática, etc.. Es imposible que esos
capitales aterricen en este país enloquecido y suicida, que carece de seguridad
jurídica, o sea, no pasará hasta que recuperemos la confianza perdida.
En un escenario
global de exceso de dinero, quienes podrían venir observan, con indisimulado
horror, las incongruencias que significan 50% de pobreza y 10% de miseria, economía
con una informalidad de 50%, inflación de 100% anual y creciente, quince tipos
de cambio diferentes, proliferación de cepos y prohibiciones, corrupción
rampante y desmadrada, trabas a las importaciones esenciales, imposibilidad de
remisión de ganancias, insólitas protecciones sectoriales para evitar la
competencia, desprecio por la propiedad privada, demenciales sistemas
impositivo y laboral, educación pública destruida, expansión geométrica del
narcotráfico y la inseguridad, extensión de la violencia sindical extorsiva, multiplicación
de planes sociales y, actualmente, la insólita conversión de Cristina Fernández
en jefa de la oposición a su propio Gobierno y el golpe de Estado que está
ejecutando, desde el Senado, contra la Corte Suprema de Justicia.
Mauricio Macri
creyó que bastaba con sus racionales pero tibias políticas de sinceramiento para
generar una lluvia de esenciales inversiones, olvidando que la confianza es de
cristal y, cuando se rompe, su reconstrucción exige mucho tiempo y mucha perseverancia.
En especial porque los dueños del capital, que conocen nuestra historia mejor
que nosotros, recuerdan nuestra fama de defaulteadores seriales, que fuimos
capaces de falsificar las estadísticas públicas y romper arbitrariamente
contratos y concesiones, y que nuestro Congreso deroga sus propias leyes cuando
el poder político así lo requiere. Quien se quema con leche, ve una vaca y
llora, y llevan años quemándose con nosotros.
El oficialismo,
atónito, se muestra incapaz de metabolizar una situación inédita en sus
gestiones anteriores: el viento ha borneado y sopla decididamente en contra. La
sequía mermará cosechas y recaudaciones por retenciones, la bola de nieve de
las Leliqs y otros bonos ha crecido tanto que peligra su refinanciación aún a
tasas siderales y lo obligará a seguir emitiendo para cubrir todo aquello que no
capte del mercado, el loteo de ministerios y áreas de decisión paraliza la
gestión, los precios internacionales de la energía que deberá comprar siguen
elevados, la falta de dólares no le permite abrir la importación de insumos esenciales,
carece de acceso a los mercados externos de deuda, crece la percepción de una
fuerte recesión, el empleo privado no crece y los jóvenes lo abandonan. Qatar
no se trasformó en el somnífero social que muchos imaginaban y, aunque la
selección nacional pudiera llegar a la final, su efecto no durará lo suficiente
para paliar tantas necesidades angustiantes.
Sergio Aceitoso Massa sigue haciendo equilibrio,
utilizando la imparable inflación como piedra de honda contra el Goliat del
gasto público. Pero está claro que la emperatriz hotelera, aún aterrada ante la
probabilidad de verse obligada a asumir en directo la Presidencia y tomar el
timón simbólico de este desastre, no se resignará a poner en riesgo su
principal bastión electoral y futuro refugio para atravesar el desierto, obligándolo a abrir aún más la bolsa para
financiar a la Provincia de Buenos Aires y permitirle a Axel Kiciloff continuar
designando a miles de militantes y parásitos. Además, ella evita que sus quintas
y cajas privadas dentro de la Administración (PAMI, ANSES, Aerolíneas, AySA,
YPF, Hidrovía, etc.) vean recortados sus ingentes recursos.
Es cierto que
tampoco contribuye a enviar señales tranquilizadoras una oposición que sigue
exhibiendo impunemente sus bastardas disputas, sus injustificables festejos y
viajes, y sus “sensualismos de camastro”,
como diría Leopoldo Lugones. La ausencia de un público compromiso de los
partidos que integran Juntos por el Cambio de respetar a rajatabla un programa
de gobierno común, convirtiéndolo en vinculante y obligatorio para la fórmula
que surja de las PASO (si es que el cristi-camporismo no consigue doblar el
brazo a Alberto Fernández, que sabe que suspenderlas significará el definitivo
certificado de defunción de su gestión), se está transformando en un duro
pasivo. Mucho tiene que ver esa falencia, que permite suponer que la coalición ya
se siente –estúpidamente, por cierto- triunfadora en las próximas elecciones,
en el renovado crecimiento de la intención de voto de Javier Milei y su
proyecto anarco-capitalista.
Aún estamos a
tiempo de evitar ahogarnos y morir en ese proceloso mar de problemas e
inconsistencias, con los cuales hemos convivido hace ya demasiadas décadas, y con
todas las resistencias y hasta probablemente violentas manifestaciones, tanto
en el terreno social cuanto económico, que deberá enfrentar quien se atreva a marcar
el camino de esa redención común. Deberá tocar muchos intereses: empresarios
acostumbrados a tener ventajas y cotos de caza exclusivos, sindicalistas
eternizados y enriquecidos, fanáticos kirchneristas, narcotraficantes protegidos
por el poder, policías, jueces y fiscales cómplices del crimen y, por supuesto,
de los millones de empobrecidas víctimas de este populismo mafioso.
Pero necesitamos
tomar colectiva consciencia de ese fenomenal y angustioso inventario y
convencernos todos de la urgencia de nadar hacia una aún muy lejana orilla de simple
normalidad. El esfuerzo que deberemos realizar es inconmensurable, y las
correcciones necesarias insumirán varios períodos presidenciales consecutivos,
pero vale la pena emprenderlo y mantener el rumbo contra viento y marea. La
Argentina misma está en juego y, hasta ahora, vamos perdiendo por goleada.
Bs.As.,
26 Nov 22