¡Los
Reyes Magos son los padres!
“Que las
verdades no tengan complejos,
que las mentiras parezcan mentiras”.
Joaquín
Sabina
Los
argentinos en general, y quienes vivimos en la ciudad de Buenos Aires y sus
alrededores en particular, seguimos sufriendo y discutiendo los nuevos valores
de la energía en todas sus formas, que golpean sin piedad los presupuestos
familiares, afectados por una inflación que no cede con la velocidad prometida.
Con la natural hipocresía que siempre caracteriza a los opositores a cualquier
gobierno, nuestros políticos en el llano aprovechan la coyuntura para sumarse
al coro de quejosos, tratando de llevar agua a sus propios molinos, sin
explicar nunca a qué solución recurrirían si se encontraran en el poder.
El
peronismo, en su penúltimo disfraz (el duhaldismo), después de contribuir con
su innegable capacidad de movilización a derrocar a Fernando de la Rúa,
rápidamente pudo salir de la crisis por algunas razones que, de tan
elementales, no debiera ser necesario recordar. La caída de la convertibilidad,
causada por el desenfreno de su anterior máscara (el menemismo) para
perpetuarse en el poder, llevó a que el país tuviera una enorme capacidad
ociosa, tanto en materia de energía –exportábamos los excedentes de gas a Chile,
Brasil y Uruguay y de electricidad a los dos últimos- cuanto industrial, y a
ello se sumó la fuerte devaluación que orquestó el Ministro Jorge Remes Lenicov;
al ponerse nuevamente en marcha la economía, se llamó a elecciones generales,
en las cuales el Partido Justicialista dirimió su interna.
Con la
deserción de quien saliera primero, llegó una nueva mutación del peronismo (el
kirchnerismo) a la Casa Rosada, ahora de la mano de un matrimonio que creyó
haber encontrado la fórmula mágica para permanecer en ella por décadas, con el
simple método de alternar en el sillón de Rivadavia las posaderas de los
cónyuges y, desde allí robar todo lo posible, sin parar mientes en los costos
que tuviera el saqueo para el país entero.
Como el pater familæ venía escaso de votos
propios, salió a la conquista de la clase media y media-alta urbana, siempre
reacia a sumarse a los fieles del gigantesco mito inventado para sostener esa
fenomenal y aceitada maquinaria electoral que Juan Domingo Perón amasó sesenta
años antes. Y lo hizo con un caramelo irresistible: regaló la energía que
entonces sobraba; el precio de tamaño disparate fue la creación de la cultura
del despilfarro, a la cual muchísimos se acostumbraron rápidamente.
Evidentemente,
no se puede negar que tuvo un éxito fulminante ya que, desde el magro 6% propio
que lo acompañó en 2003, su cónyuge supérstite se alzó nada menos que con el
54% en 2011. Tal fue el suceso que acompañó al desaforado populismo, que la
votaron incluso los vilipendiados productores rurales, pese a que ella misma
les había declarado la guerra en 2008.
Pero,
como bien se dice en la economía, no hay almuerzo gratis, y llegó la hora de
pagar la cuenta de una fiesta que todos los argentinos vivimos con la cortedad
de miras que se ha transformado en nuestro raro distintivo nacional. Mientras
Brasil, por ejemplo y a pesar de todos los nubarrones actuales que cubren sus
cielos, tiene un Ministerio de Planeamiento que establece planes a tres décadas
adelante, que se ajustan finamente cada año, nuestro nac&pop Julio de Vido
dedicó sus mejores esfuerzos a destruir el futuro para robar en todas las
formas posibles mientras durara el efímero presente que, cuando se esfumó hoy
lo tiene tras las rejas.
Pero la
cultura del despilfarro, con sólidas bases en tarifas de energía que eran
absolutamente ridículas (la luz eléctrica costaba mensualmente el equivalía a
una pizza chica, y el gas, a un café) además de socialmente injustas, perduró
hasta que el déficit fiscal se transformó en una bestia tan ardua de domeñar
que requiere, para evitar una crisis gigantesca, pedir prestado la friolera de
US$ 30 mil millones por año. El kirchnerismo, que no podía hacerlo porque los
mercados internacionales no le atendían el teléfono a la Argentina desde que
una mutación peronista anterior (el rodriguezsaaísmo) se diera el lujo de
decretar el default más grande de la historia en una asamblea legislativa que
aplaudió de pie tamaño suicidio, le daba a la máquina de fabricar pesos las 24
horas del día, fuera en la Casa de la Moneda, en Ciccone Calcográfica o en Brasil.
La natural
contrapartida del regalo indiscriminado de la energía fue la pérdida del
autoabastecimiento, la indispensable inversión del sentido de gasoductos y
líneas de alta tensión (comenzaron a traer lo que antes llevaban) y un
subproducto ideal para la voracidad delictiva de los muchachos encaramados en
el poder: la importación de gas licuado, con monstruosos sobreprecios y
negocios non sanctos de toda índole.
Y la inevitable consecuencia fue la monumental pérdida de divisas que todo ello
trajo aparejada, que derivó en la famosa inflación, aún incontrolada.
El equipo
que se hizo con el triunfo electoral en 2015 cometió, y aún lo hace graves
torpezas: al inicio, no informó seria y detalladamente a la sociedad la
magnitud de la venenosa herencia recibida (su informe “El estado del Estado” no
fue difundido como debía) y continúa explicando muy mal –cuando lo hace- las
medidas que se ve obligado a adoptar. No aprendió con la reforma previsional, y
tampoco parece haberlo hecho con el tema de las tarifas.
Porque
debió recordar que, enfrente, no sólo tiene a verdaderos buitres (“vamo a
volver, vamo a volver”) que viven el llano como una maldición, sino a una
sociedad muy especial que, mientras llora por los aumentos de tarifas de los
servicios, no deja de consumir comunicaciones móviles y televisión paga y viaja
batiendo records de turismo local y externo.
Pero la
pregunta que todos debemos hacernos, entre muchas otras, es: ¿quién debe pagar
la energía que consumimos? ¿Los Reyes Magos? Recordemos que todos los subsidios
que el Estado otorga salen de nuestros impuestos, es decir, todos –incluidos los
que intentan economizar luz y gas- pagan por ese despilfarro al que tantos años
de falsa bonanza nos acostumbraron. Y también hagámoslo pensando en la cantidad
enorme que, por carecer de medios para afrontar los aumentos, continúan
recibiendo subsidios a través de la tarifa social.
¿A qué se
debe que el Gobierno no lo explique con claridad?, que no se tome el trabajo de
utilizar, por una vez, la cadena nacional de la que tanto abusara la
predecesora para dar a conocer cuántos y a quiénes se está subsidiando,
identificando el lugar de residencia de los mismos y, sobre todo, exhibiendo
cuadros comparativos del precio de la luz y del gas en cada provincia y ciudad.
Tal vez, contra toda esperanza, consiga que la vergüenza por los enormes
privilegios de los que hemos gozado hasta ahora en desmedro de muchos de
nuestros conciudadanos, nos haga llamar a silencio.
Para
terminar, un brevísimo comentario acerca de lo sucedido en la inauguración de
la Feria del Libro, cuando cien jóvenes imbéciles, que se oponen inexplicadamente
a que los institutos de formación docente capitalinos se transformen en una
universidad (como lo hacen los gremios de los “trabajadores de la educación en
la Provincia de Buenos Aires frente a los premios por presentismo), con vistas
a aumentar la calidad de la enseñanza, impidieron patoterilmente hablar a los
ministros de Cultura de la Nación (Pablo Avelluto) y de la Ciudad (Enrique
Avogadro). Simplemente, que agradezcan haberse encontrado con ellos y no
conmigo; otro hubiera sido el cantar entonces.
Bs.As.,
28 Abr 18