sábado, 28 de abril de 2018

¡Los Reyes Magos son los padres!




¡Los Reyes Magos son los padres!


“Que las verdades no tengan complejos, 
que las mentiras parezcan mentiras”. 
Joaquín Sabina

Los argentinos en general, y quienes vivimos en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores en particular, seguimos sufriendo y discutiendo los nuevos valores de la energía en todas sus formas, que golpean sin piedad los presupuestos familiares, afectados por una inflación que no cede con la velocidad prometida. Con la natural hipocresía que siempre caracteriza a los opositores a cualquier gobierno, nuestros políticos en el llano aprovechan la coyuntura para sumarse al coro de quejosos, tratando de llevar agua a sus propios molinos, sin explicar nunca a qué solución recurrirían si se encontraran en el poder.

El peronismo, en su penúltimo disfraz (el duhaldismo), después de contribuir con su innegable capacidad de movilización a derrocar a Fernando de la Rúa, rápidamente pudo salir de la crisis por algunas razones que, de tan elementales, no debiera ser necesario recordar. La caída de la convertibilidad, causada por el desenfreno de su anterior máscara (el menemismo) para perpetuarse en el poder, llevó a que el país tuviera una enorme capacidad ociosa, tanto en materia de energía –exportábamos los excedentes de gas a Chile, Brasil y Uruguay y de electricidad a los dos últimos- cuanto industrial, y a ello se sumó la fuerte devaluación que orquestó el Ministro Jorge Remes Lenicov; al ponerse nuevamente en marcha la economía, se llamó a elecciones generales, en las cuales el Partido Justicialista dirimió su interna.

Con la deserción de quien saliera primero, llegó una nueva mutación del peronismo (el kirchnerismo) a la Casa Rosada, ahora de la mano de un matrimonio que creyó haber encontrado la fórmula mágica para permanecer en ella por décadas, con el simple método de alternar en el sillón de Rivadavia las posaderas de los cónyuges y, desde allí robar todo lo posible, sin parar mientes en los costos que tuviera el saqueo para el país entero.

Como el pater familæ venía escaso de votos propios, salió a la conquista de la clase media y media-alta urbana, siempre reacia a sumarse a los fieles del gigantesco mito inventado para sostener esa fenomenal y aceitada maquinaria electoral que Juan Domingo Perón amasó sesenta años antes. Y lo hizo con un caramelo irresistible: regaló la energía que entonces sobraba; el precio de tamaño disparate fue la creación de la cultura del despilfarro, a la cual muchísimos se acostumbraron rápidamente.

Evidentemente, no se puede negar que tuvo un éxito fulminante ya que, desde el magro 6% propio que lo acompañó en 2003, su cónyuge supérstite se alzó nada menos que con el 54% en 2011. Tal fue el suceso que acompañó al desaforado populismo, que la votaron incluso los vilipendiados productores rurales, pese a que ella misma les había declarado la guerra en 2008.

Pero, como bien se dice en la economía, no hay almuerzo gratis, y llegó la hora de pagar la cuenta de una fiesta que todos los argentinos vivimos con la cortedad de miras que se ha transformado en nuestro raro distintivo nacional. Mientras Brasil, por ejemplo y a pesar de todos los nubarrones actuales que cubren sus cielos, tiene un Ministerio de Planeamiento que establece planes a tres décadas adelante, que se ajustan finamente cada año, nuestro nac&pop Julio de Vido dedicó sus mejores esfuerzos a destruir el futuro para robar en todas las formas posibles mientras durara el efímero presente que, cuando se esfumó hoy lo tiene tras las rejas.

Pero la cultura del despilfarro, con sólidas bases en tarifas de energía que eran absolutamente ridículas (la luz eléctrica costaba mensualmente el equivalía a una pizza chica, y el gas, a un café) además de socialmente injustas, perduró hasta que el déficit fiscal se transformó en una bestia tan ardua de domeñar que requiere, para evitar una crisis gigantesca, pedir prestado la friolera de US$ 30 mil millones por año. El kirchnerismo, que no podía hacerlo porque los mercados internacionales no le atendían el teléfono a la Argentina desde que una mutación peronista anterior (el rodriguezsaaísmo) se diera el lujo de decretar el default más grande de la historia en una asamblea legislativa que aplaudió de pie tamaño suicidio, le daba a la máquina de fabricar pesos las 24 horas del día, fuera en la Casa de la Moneda, en Ciccone Calcográfica o en Brasil.

La natural contrapartida del regalo indiscriminado de la energía fue la pérdida del autoabastecimiento, la indispensable inversión del sentido de gasoductos y líneas de alta tensión (comenzaron a traer lo que antes llevaban) y un subproducto ideal para la voracidad delictiva de los muchachos encaramados en el poder: la importación de gas licuado, con monstruosos sobreprecios y negocios non sanctos de toda índole. Y la inevitable consecuencia fue la monumental pérdida de divisas que todo ello trajo aparejada, que derivó en la famosa inflación, aún incontrolada.

El equipo que se hizo con el triunfo electoral en 2015 cometió, y aún lo hace graves torpezas: al inicio, no informó seria y detalladamente a la sociedad la magnitud de la venenosa herencia recibida (su informe “El estado del Estado” no fue difundido como debía) y continúa explicando muy mal –cuando lo hace- las medidas que se ve obligado a adoptar. No aprendió con la reforma previsional, y tampoco parece haberlo hecho con el tema de las tarifas.

Porque debió recordar que, enfrente, no sólo tiene a verdaderos buitres (“vamo a volver, vamo a volver”) que viven el llano como una maldición, sino a una sociedad muy especial que, mientras llora por los aumentos de tarifas de los servicios, no deja de consumir comunicaciones móviles y televisión paga y viaja batiendo records de turismo local y externo.

Pero la pregunta que todos debemos hacernos, entre muchas otras, es: ¿quién debe pagar la energía que consumimos? ¿Los Reyes Magos? Recordemos que todos los subsidios que el Estado otorga salen de nuestros impuestos, es decir, todos –incluidos los que intentan economizar luz y gas- pagan por ese despilfarro al que tantos años de falsa bonanza nos acostumbraron. Y también hagámoslo pensando en la cantidad enorme que, por carecer de medios para afrontar los aumentos, continúan recibiendo subsidios a través de la tarifa social.

¿A qué se debe que el Gobierno no lo explique con claridad?, que no se tome el trabajo de utilizar, por una vez, la cadena nacional de la que tanto abusara la predecesora para dar a conocer cuántos y a quiénes se está subsidiando, identificando el lugar de residencia de los mismos y, sobre todo, exhibiendo cuadros comparativos del precio de la luz y del gas en cada provincia y ciudad. Tal vez, contra toda esperanza, consiga que la vergüenza por los enormes privilegios de los que hemos gozado hasta ahora en desmedro de muchos de nuestros conciudadanos, nos haga llamar a silencio.

Para terminar, un brevísimo comentario acerca de lo sucedido en la inauguración de la Feria del Libro, cuando cien jóvenes imbéciles, que se oponen inexplicadamente a que los institutos de formación docente capitalinos se transformen en una universidad (como lo hacen los gremios de los “trabajadores de la educación en la Provincia de Buenos Aires frente a los premios por presentismo), con vistas a aumentar la calidad de la enseñanza, impidieron patoterilmente hablar a los ministros de Cultura de la Nación (Pablo Avelluto) y de la Ciudad (Enrique Avogadro). Simplemente, que agradezcan haberse encontrado con ellos y no conmigo; otro hubiera sido el cantar entonces.

Bs.As., 28 Abr 18

sábado, 21 de abril de 2018

Campeones de la Hipocresía





Campeones de la Hipocresía


“A veces, uno sabe de qué lado está simplemente 
viendo quiénes están del otro lado”.
       Leonard Cohen


Néstor Kirchner, a quien la posibilidad de apropiarse del dinero ajeno lo llevaba al éxtasis, decidió ahogar a las compañías petroleras mediante el congelamiento de los precios en boca de pozo con el exclusivo propósito de inducir a Repsol a desprenderse en su favor de un alto porcentaje de las acciones de YPF y huir del país. Como testaferro, utilizó a la familia Eskenazi, también propietaria del Banco de Santa Cruz, con la cual mantenía relaciones derivadas de la apropiación de los “fondos de Santa Cruz” y su colocación en cuentas en el exterior a nombre personal del pingüino mayor.

A raíz de esa demencial conducta, la Argentina perdió el autoabastecimiento energético, ya que las empresas afectadas dejaron de invertir en exploración de nuevos yacimientos y, durante muchos años,  consumimos los que conocíamos; cuando prácticamente se acabaron, debimos importar masivamente gas con la consiguiente sangría masiva de las divisas que quedaban en el Banco Central, generando así inflación y un nuevo nicho de gigantesca corrupción.

Además, el kirchnerismo montó un monumental sistema de subsidios a la energía y el transporte que, en la práctica, benefició a los habitantes de la Capital Federal y el Conurbano; mientras aquí nos regalaban la luz y el gas, en especial a la alta clase media, nuestros conciudadanos del interior debían pagarlos a precios que duplicaban y triplicaban los que aquí regían.

Así llegamos al 2015, cuando la inquilina de la Casa Rosada se marchó a su lugar en el mundo para fundar el “club del helicóptero” e intentar desestabilizar a su sucesor. Contaba con la inestimable ayuda del campo minado que había preparado, un altísimo porcentaje de pobres a los que se debía atender, un imparable déficit público, un descrédito internacional enorme y el Banco Central sin reservas. Mauricio Macri contribuyó a la maniobra urdida cometiendo el ya irreparable error de no desnudar la situación ante la sociedad, que transitaba una crisis gravísima sin percibirla.

El Gobierno decidió enfrentarla gradualmente y, para ello, debió recurrir al endeudamiento externo, habilitado por el levantamiento del cepo cambiario, la solución al problema con los holdouts y la promesa de una mayor seguridad jurídica, tan deteriorada e indispensable para recibir inversiones directas en nuestra economía. La oposición, formando un coro infernal, maldice diariamente contra la creciente deuda y se cansa de reírse del fracaso en convocar a los dueños del dinero local e importado para que lo pongan aquí, en la economía productiva.

La discusión en el Congreso sobre los aumentos tarifarios, en especial de la energía eléctrica, mostró a las claras de que madera están hechos nuestros distinguidos representantes. Si bien era lógico esperar una actitud bastarda de parte de quienes militan en la Unión Ciudadana, ese engendro que sacó de la manga Cristina Fernández para no correr con los colores del peronismo, al cual había recomendado suturar una parte de su anatomía, y también de la cerril izquierda, hasta ahora el “PJ racional” (Miguel Pichetto) y los renovadores (Sergio Massa) se habían portado razonablemente bien.

Mientras algunos aúllan en la calle (el mugriento Roberto Baradel debió regresar en primera clase por Lufthansa para encabezar la “marcha de las velas”) por el crimen de intentar que todos comencemos a pagar por la energía lo que realmente vale (aún con los aumentos, seguimos pagando mucho menos que nuestros vecinos), gritan aún más fuerte contra el endeudamiento, único camino posible para evitar el ajuste realmente necesario del gasto público que reclaman muchos economistas de nota.

Los legisladores que quieren torcer el brazo del Gobierno y hacerlo retroceder –algunos hasta han iniciado acciones judiciales para retrotraer los precios de la electricidad y el gas a los que tenían a principios del año pasado- no dicen cuál es la alternativa que ofrecen para financiar los demenciales subsidios que pretenden renovar. Lamentablemente, las opciones son escasas ya que, si lo lograran, habría que dejar de invertir en escuelas, rutas y hospitales, la inflación volvería a desmadrarse y los parques generador, transportador y distribuidor de energía recaerían en la obsolescencia, con las consiguientes interrupciones del servicio.

Peor aún, porque desaparecerían los muchos inversores que acaban de firmar los contratos de generación de energía renovable (eólica y solar), que no podrían sostenerlos al no recibir los precios pactados. Y ello repercutiría de inmediato en todos los campos de la economía; en realidad, la mera discusión planteada ya está llenando de inquietud a quienes comenzaban a ver nuestro país como atractivo y observan con preocupación esta nueva muestra de inseguridad jurídica.

Pero, más allá de la actitud de la oposición, que prueba una vez más la validez del “teorema de Baglini”, la similar reacción de la sociedad en su conjunto le permite competir por el campeonato: mientras despotrica en las redes sociales y en los medios de prensa contra las nuevas tarifas, el consumo de electricidad sigue incrementándose a una velocidad que supera al crecimiento de la economía. Y ello sólo puede significar una cosa: para una gran parte de la población, la energía sigue siendo tan barata que puede derrocharla; y no debemos olvidar que, en el otro extremo económico-social, la tarifa social protege a quienes no pueden pagarla.

También compiten por el título hipócrita los organismos de falsos y tuertos derechos humanos. Todos hemos visto las merecidas celebraciones que realizan cada vez que un nieto desaparecido es identificado y recupera su identidad, y miramos en cobarde pasividad los escraches que realizan cada vez que a un militar se le otorga el beneficio de la prisión domiciliaria, que ya goza, por ejemplo, Milagro Salas. Y qué decir de aquéllos que esperan el juicio en total libertad, como Amado Boudou, Cristóbal López, Fabián de Souza, Carlos Zannini, Luis D’Elía, Ricardo Echegaray y tantos otros reos de corrupción o traición a la Patria, mientras los presos políticos se pudren en las cárceles por prisiones preventivas que exceden los diez y quince años.    

Pero lo que hoy los hace aspirantes al título es el estruendoso silencio con que han recibido la noticia de la aparición con vida del Dr. Antonio Manuel Gentile, de cuya muerte se responsabilizó por años al régimen militar de 1976. No escuché, ni creo que nadie lo haya oído, decir nada sobre este curioso episodio a Estela Carlotto, Hebe Bonofini, Horacio Verbitsky o tantos otros panegiristas de los terroristas de todo pelaje.

Ese silencio tiene una razón de efectividad conducente ya que, cuando uno recorre el Parque de la Memoria, comprueba la inclusión, entre las casi ocho mil placas que tienen nombre de presuntos muertos por represión estatal, a muchos fusilados por las propias organizaciones guerrilleras, suicidados o caídos al intentar copar instalaciones militares. Todos sabemos que sus familiares han recibido ingentes indemnizaciones de parte del Estado nacional; a pesar de que se trata de miles de millones de dólares, la identidad de sus receptores y los montos pagados en cada caso se mantienen en la oscuridad por obra y gracia de la Secretaría de Derechos Humanos, que se niega cerradamente a informar sobre el tema.

Y esto nos lleva a otro competidor por el título, Sergio Maldonado, que intenta sostener, contra toda prueba y evidencia, que la muerte de su hermano ahogado en un río del sur se debió a la represión de la Gendarmería Nacional, y que ya ha logrado cobrar dos millones de pesos de manos del Estado idiota, que todos mantenemos con nuestros impuestos.

Transformarnos en un país serio y confiable, para propios y extraños, nos llevará muchos años, pero debemos comenzar a recorrer ya mismo ese camino, porque mañana será tarde.-

Bs.As., 21 Abr 18   

sábado, 14 de abril de 2018

Todos Manoseados




Todos Manoseados


“Una especie condenada a desaparecer y 
cuyos últimos ejemplares tiritaban de frío 
bajo la vieja bandera de todas las batallas”. 
Dolores Soler-Espiauba


El jueves concurrí a la marcha que pretendía concentrar, frente al Palacio de los Tribunales de la ciudad de Buenos Aires, a toda una ciudadanía harta de soportar el duro peso de un Poder Judicial que la ha abandonado, y que se ha transformado en la más desprestigiada de nuestras instituciones. Y eso no es casual, ya que sin Justicia no hay república posible.

Si bien fue numerosa, no respondió a las expectativas, que aspiraban a reunir allí al menos a un millón de personas, una esperanza que se justificaba en la intensa actividad que se percibía en las redes sociales de quejosos y periodistas de investigación. Atribuyo la menor asistencia a la apatía y a la hipocresía de nuestra sociedad, cultora del famoso “animémonos y vayan”.

Si se hubiera logrado alcanzar o, por lo menos, acercarse a esa cifra, otro hubiera sido el resultado. Una multitud de ese tamaño hubiera sido imposible de ignorar para quienes son los máximos responsables del infinito daño que se sigue haciendo desde hace veintiocho años a la Constitución, el contrato social que nos permite vivir en comunidad sin matarnos.

Daniel Sabsay, el único orador, enumeró algunos de los puntos claves que deben ser tomados en cuenta para salir del lodo en el que nuestros jueces –y, con ellos, todos nosotros- nos debatimos. Para no ser reiterativo, sólo citaré a los artífices de la construcción de esta inmunda ciénaga: el Congreso, la Corte Suprema y el Consejo de la Magistratura.

El primero, por haber habilitado, a instancias de Cristina Elisabet Fernández, la reforma del organismo encargado de la selección y de la remoción de los magistrados, para dar en él un sideral peso a la política en su peor expresión; además, al permitir que integren el Consejo legisladores en ejercicio, vulneró el principio elemental de la separación de poderes. Y por estar en deuda con la sociedad al no sancionar leyes esenciales para mejorar el servicio de justicia y permitir avanzar en las causas más rutilantes, como la extinción de dominio de corruptos y narcotraficantes.

La segunda, por transformar a la Justicia en mero intérprete de los deseos del Ejecutivo, como cuando, sin ponerse colorado, su actual Presidente explicó que los trillados psudo derechos humanos del gobierno kirchnerista, en especial su aplicación tuerta en los amañados juicios de venganza a los militares que combatieron la subversión terrorista, era una política de Estado, consensuada con los otros dos poderes de éste; en este campo se ha llegado al bochornoso extremo de poner como jueces a cargo de los procesos de “lesa humanidad” a ex guerrilleros y a manifiestos militantes de la izquierda insurreccional. Si como muestra basta un botón, no debemos olvidar que formó parte de este máximo Tribunal del país un tipo como Raúl Zaffaroni, protector irredento de los delincuentes, evasor de impuestos y hasta dueño de inmuebles donde se ejercía la prostitución.

Y el tercero, por permitir la desvirtuación obscena de sus objetivos constitucionales, por su fracaso en mejorar la transparencia de los concursos judiciales y, sobre todo, por transformarse en un ignominioso antro donde se trafican influencias políticas y protecciones a los magistrados que se doblan sin romperse, mientras son incapaces de explicar el origen de sus llamativas fortunas personales.

Todo esa panoplia de vicios no hace más que revolcar en el barro la honra y el prestigio de todos los jueces, la enorme mayoría de los cuales son dignos, independientes y preparados; pero, lamentablemente, de cara a la sociedad están representados por los doce (hoy, sólo once) jueces federales y los camaristas en lo penal de la capital, inquilinos de Comodoro Py.

Se ha cuestionado fuertemente la aceptación de las renuncias de algunos de los más notorios, como Norberto Oyarbide, ya que les permite acceder a una jubilación privilegiada y cuantiosa. Sin embargo, parte de esas preocupaciones han comenzado a diluirse ante a la apertura de una causa en su contra por enriquecimiento ilícito, que pretendió disimular haciendo rico a su novio gimnasta; Eduardo Freiler deberá sufrir una similar investigación, y seguramente los seguirán otros jueces, todavía en sus cargos, dueños de mansiones, campos, automóviles de lujo y haras de caballos de carrera.

Todo lo que sucede aquí resulta un reflejo de lo que está pasando en la Cumbre reunida en estos momentos en Lima. Los presidentes se han mostrado incapaces de condenar al gobierno de Nicolás Maduro, que está cometiendo un verdadero genocidio contra el pueblo venezolano. Es cierto que países como Bolivia, Cuba, Nicaragua y otras naciones menores del Caribe se oponen férreamente a cualquier crítica al chavismo, pero eso ya era sabido y se hubiera podido gestar un frente unido para exponer ante el mundo su feroz criminalidad; en cambio, se ha generado un ámbito de discusión ridículo que expone cuán divididos estamos los americanos.

En la Venezuela “rojo-rojilla” se está jugando el futuro de nuestro continente. Para Cuba y otros países, la sobrevivencia del régimen significa ni más ni menos que el cordón umbilical que les permite seguir respirando. Maduro y compañía, aún en medio de la terrible crisis humanitaria que afecta a su propia población, y la diáspora es sólo un signo de ella, continúan subsidiando con petróleo barato a esas naciones a las cuales el populismo ha convertido en inviables y atrasadas. Siendo así, veo como imposible que se logre una solución pacífica ya que los afectados no son, precisamente, niños de pecho que le escapen a la violencia cuando se trata de defender sus posiciones y, menos aún, cuando está en juego su propia vida.

Así, cualquier tentativa de intervención militar, aún bajo el manto de alguna forma de bandera continental, encontrará una furiosa resistencia de parte del gigantesco aparato de defensa que allí se ha montado, con numerosísimos “asesores” cubanos y con el apoyo de Rusia e Irán. Por lo demás, el narcotráfico y la corrupción desaforada disponen de los recursos económicos suficientes para permitirla y financiarla.

Es por eso que soy seriamente pesimista respecto a una definición razonable del problema, aún cuando resulta fácil percibir que las fuerzas armadas venezolanas están divididas entre nacionalistas chavistas, activos narcotraficantes y procubanos; para nada estúpido, Diosdado Cabello ha puesto a cargo de los ministerios y empresas públicas más importantes a generales en actividad extremadamente leales, y dispone de la potencia represiva más eficaz para controlar eventuales conatos de rebelión, como los que se han suscitado recientemente, llevando a la cárcel a quienes osan criticar públicamente la gestión gubernamental.

Bs.As., 14 Abr 18

sábado, 7 de abril de 2018

Extraviado y sin destino








Extraviado y sin destino

“La absolución del culpable es la condena del Juez”. 
Publio Siro

Mucho hemos hablado todos, desde que Mauricio Macri se perfilara como seguro ganador en el ballotage de 2015, acerca de la lluvia de inversiones que acompañaría el cambio de rumbo ya que, a partir de su asunción, nos convertiríamos en un país atractivo y confiable. Rápidamente, el Gobierno consiguió hacer los deberes elementales: salimos del default, arreglamos la enorme mayoría de los conflictos judiciales en el exterior, recuperamos la confiabilidad en las estadísticas oficiales y modificamos el irracional alineamiento internacional con el arco de naciones que padecían el “socialismo del siglo XXI”, ya probadamente fracasado y corrupto.

A pesar de todo ello, el diluvio que esperábamos se transformó en una leve llovizna que no consiguió empapar la economía nacional, tan necesitada de la fe de empresarios locales y extranjeros para su evolución positiva, con la consiguiente creación de fuentes de trabajo genuino y formal. El blanqueo instrumentado por Cambiemos consiguió ampliar mucho el universo de quienes pagan sus impuestos, ya que las tenencias externas comenzaron a tributar, pero no tuvo el mismo éxito en lograr que los capitales argentinos que miran desde afuera volvieran a la patria; inclusive algunos ministros del Gobierno se han visto obligados a confesar que no los traen de vuelta por falta de confianza, no en la gestión que comparten, sino en la Argentina, que lleva décadas extraviada.

Además de atribuirles una falta de “calle” importante para manejarse con el periodismo, debemos reconocer que, al menos hasta ahora, no les faltan motivos.

Es cierto que el nada honorable Congreso, transformado en un aguantadero de delincuentes de distintos pelajes, fue responsable del terrible daño que causó a la reputación del país cada vez que anuló leyes promulgadas relativamente poco tiempo antes, que sancionó normas “interpretativas” para que no todos fuéramos iguales ante la ley penal y que ésta fuera aplicada con retroactividad, que permitió que se echara a escobazos y por televisión a los miembros de la Corte Suprema, que cubrió con fueros de impunidad a sus integrantes reclamados por el Poder Judicial, que ahora eligió como presidentes de sus comisiones a los mismos que destruyeron y saquearon cada actividad, que aplaudió de pie la cesación de pagos internacionales, que aprobó el memorándum con quienes cometieron terrorismo en el país, que aprobó privatizaciones y estatizaciones sucesivas de las mismas empresas, que mantuvo al país en emergencia económica durante la década en que más ricos hubiéramos debido ser, en fin, en cada oportunidad en que se transformó en un circo donde los payasos se limitaron a levantar la mano para dar luz verde a cuanta locura se le ocurrió al transitorio inquilino de la Casa Rosada.

También es cierto que, cuando ese mismo Congreso modificó la composición del Consejo de la Magistratura a instancias del kirchnerismo, abriendo sus puertas al ingreso de la politiquería más infame –una rectificación en que Cambiemos aún debe a la sociedad- ese organismo que debiera garantizar la correcta administración de justicia, vigilando la conducta de los jueces y la evolución de sus patrimonios, dejó de cumplir ese rol fundamental para transformarse en protector de los peores magistrados y en un antro de negociaciones espurias. Sólo reaccionó cuando la presión de la ciudadanía y de la prensa le resultó insoportable: las renuncias forzadas o las destituciones de Norberto Oyarbide, Eduardo Freiler, Antonio Solá Torino, Raúl Reynoso y poquísimos más se debieron a que se tornaron en demasiado indefendibles, pero la lista tiene aún una enorme cantidad de jueces prevaricadores, corruptos e impunes.

Pero, sin lugar a dudas, el responsable mayor de nuestra decadencia es el Poder Judicial, lamentablemente encarnado de cara a la sociedad en el fuero federal, en especial el de la Capital, que tiene su base de operaciones en el gigantesco edificio de Comodoro Py.

Porque hay preguntas que, de tan obvias, se vuelven retóricas: ¿considera usted que en la Argentina hay seguridad jurídica?, ¿se sentaría usted a jugar en una mesa sabiendo que las reglas podrán modificarse para permitir ganar siempre al dueño de casa?, ¿aceptaría usted disputar un partido donde el referí, invariablemente, invalidará sus marcaciones y no cobrará las faltas de su adversario?, ¿debemos aceptar como borregos que nos juzguen y decidan sobre nuestra libertad, nuestra honra y nuestro patrimonio personajes tan cuestionados?

Y el Poder que tiene la responsabilidad de que eso suceda es precisamente el Judicial, que ha hecho todo lo posible para cavar y enterrarse en una tumba muy profunda y, con él, a la República. Las instituciones de ésta están corroídas hasta la médula por la corrupción pero, sobre todo, por la descarada impunidad que le otorgan –y reciben- los jueces y camaristas federales en lo criminal. Lo sucedido en Ecuador y en Perú y lo que en este mismo momento está pasando en Brasil habla a las claras de cuál debe ser el proceder de la Justicia y cubre de vergüenza a la nuestra. Las razones sobre las que se apoyan las erráticas conductas de los magistrados son múltiples y, a veces, coincidentes: incapacidad para el cargo, afinidad política, rastrera sumisión al poder de turno, vocación por el lujo y la ostentación, vicios humanos de todo tipo, etc.

Algunos de esos problemones afectan también a los demás fueros y a las otras jurisdicciones pero, con más de 50 años de ejercicio profesional, tengo la más absoluta certeza de que la gran mayoría de los magistrados del país son probos, preparados y justos; y algunos hasta han sido perseguidos por hacer cumplir la ley a rajatabla contra los deseos del poder.

Para dejar el extravío y recuperar nuestro destino, para gritar ¡BASTA! a esa mala Justicia, para decirle al Poder Judicial que estamos hartos, que no soportamos más y queremos vivir en una sociedad en la que todos seamos libres por ser exclusivamente esclavos de la ley e iguales ante ella, lo invito a que nos acompañe el jueves 12 de abril, a las 19:00 horas, a Plaza Lavalle, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, frente al Palacio de Justicia, o en cada ciudad del país, frente a sus tribunales.

Una vez más, haga un esfuerzo, demórese en llegar a su casa y acompáñenos. Hágalo por sus hijos, por sus nietos y por usted mismo. Porque sólo de nosotros depende nuestro futuro, y porque sin Justicia no lo tendremos. Piense que “con una Justicia seria, independiente, transparente y rápida, todo será posible; sin ella, nada lo será”.

Bs.As., 7 Abr 18