miércoles, 23 de febrero de 2011

¡Basta!

¡Basta!


“E imaginad, gentil señor, que en medio de aquel

desarrollo floreciente, en medio de nuestro

venturoso bienestar, tan ponderado por Nuestro

Monarca, de repente estalla una sublevación.

¡De la noche a la mañana!”
Ryszard Kapuściński



El mundo asiste, asombrado, a la monumental crisis que está afectando a los países islámicos y que, mientras escribo esta nota, parece haber arrasado ya con el tercer régimen dictatorial en el norte de África.

Las razones para que ello ocurra son innumerables –crecimiento notable en el PBI de esos países durante las dos últimas décadas con elevados porcentajes de la población sumergida en la pobreza y en la miseria, marcado incremento de estudiantes universitarios y falta de inserción laboral de los graduados, progresiva difusión de las redes sociales y de Internet, factores externos complicados, concentración del poder y la riqueza en regímenes plutocráticos y hereditarios, galopante corrupción, etc.- y sobre cada una de ellas se podría escribir un tratado.

Sin embargo, tratándose de países en los cuales el islamismo ha sido tan condicionante para la cultura y las costumbres de sus pueblos, lo más notable de este proceso –como lo fue el de Paris, en mayo del ’68- es la notable participación de los jóvenes y, sobre todo, de las mujeres en las insurrecciones populares que, día a día, llenan las plazas y calles de las ciudades más importantes del mundo árabe. Y el coraje con el que ponen en juego sus propias vidas frente a una represión que, al menos en el caso de Libia y Bahrein, no reconoce límites.

La enumeración que he hecho en el segundo párrafo, curiosamente, podría aplicarse, casi sin alteración alguna, a la realidad argentina; las únicas diferencias podrían ser el corto –en comparación- período de gobierno de la dinastía Kirchner, y el favorable marco internacional en que se desenvuelve la economía local aunque, en este caso, nuestros ínclitos funcionarios (el hijo de Jacobo, Moreno, Boudou, de Vido, por ejemplo) parecen decididos a estropearlo.

Los jóvenes islámicos se han dado cuenta, finalmente y luego de larguísimas dictaduras, que el futuro puede ser distinto, pero que depende del compromiso real –físico- que ellos mismos asuman para el cambio. Han tomado conciencia del enorme perjuicio que esas dinastías –familiares o militares- han causado a su pasado y a su presente y, poniéndose de pie y saliendo a la calle, han aprendido a decir ¡basta!

La televisión, Internet, las redes sociales y hasta los turistas los han obligado a mirarse y a mirar a sus países, en muchos casos sentados sobre enormes lagos de petróleo que pertenecen a los miembros del círculo áulico del poder y, al hacerlo, han comprendido de cuánto se los ha privado, cuánta vida han perdido, y han decidido tomar las riendas. El futuro, más o menos inmediato, dirá qué harán con ellas: ¿serán democracias o serán teocracias?, ¿elegirán convivir en paz o persistirán en la belicosidad?, ¿conseguirán dominar a sus sectores extremistas o serán víctimas de ellos?

Pero la traspolación de ese fenómeno a la Argentina, que sufre casi idénticos problemas (concentrados, también aquí, en la falta de República), me ha llevado a pensar en la diferente forma en que, al menos por ahora, se los encara.

El sistema de comunicación social tampoco difiere demasiado. Ayer nomás, doña Cristina se refirió a su gobierno y al de su marido como una época en que fue privilegiado el diálogo, la transparencia y el consenso. Lo notable fue que habló aquí mismo, donde nadie duda ya del modo de construcción de poder que el kirchnerismo ha empleado, durante ocho años, a fuerza de confrontar, agraviar y dividir, de intentar acallar a la prensa, de usar a los servicios de informaciones para perseguir a opositores, de falsear estadísticas, de eludir controles, etc., etc..

El “modelo” kirchnerista, defendido a capa y espada por quienes han lucrado enormemente con él, adolece de tan graves defectos como los que uniforman a los regímenes que el viento de la Historia está derrumbando uno tras otro.

Las fuentes de riqueza son distintas, pero se saquea y esquilma a la población para que algunos vivillos, muchos de ellos ex jóvenes idealistas socios del poder, se enriquezcan impúdica e impunemente en una verdadera cleptocracia. Tanto en el mundo islámico cuanto en la Argentina, esa riqueza se ha concentrado de modo tal que, después de ocho años de crecimiento a tasas chinas, el cuarenta por ciento de nuestra población malvive por debajo de la línea de pobreza, y muchos chiquitos mueren de desnutrición y de enfermedades ya inexistentes en países normales.

Los argentinos en general, y los jóvenes en particular, ¿seguirán soportando sine die carecer de educación y de salud para que doña Cristina pueda conservar los fondos de Santa Cruz entre sus innumerables propiedades? ¿Tolerarán no poder comprar comida o remedios para pagar obras faraónicas que se facturan en varias veces su costo? ¿Seguirán permitiendo que los maten con remedios “truchos”? ¿Protestarán alguna vez porque los impuestos que gravan sus alimentos básicos se convierten en aviones, yates, automóviles, departamentos, casas, campos y joyas de funcionarios?

¿Seguirán mirando hacia otro lado mientras el país es asolado por la droga y el crimen? ¿Continuarán viajando como ganado, y muriendo así, para que se roben los subsidios? ¿Seguirán pasando privaciones para que los más pudientes puedan desperdiciar la luz y el gas o viajar en aviones de “su compañía”? ¿Seguirán muriendo en rutas, trenes y colectivos para que los empresarios del transporte y sus socios sindicalistas puedan continuar robando? ¿Cuánto más permitirán que, a contramano del mundo, se deteriore la educación en nuestro país? ¿Esperarán, con ciega resignación y vocación suicida, que la Argentina se transforme en México o en Libia?

¿Recordarán la reflexión de Kennedy, cuando dijo “la gente que, en América Latina, hace imposible la revolución pacífica será la que hará inevitable la revolución violenta”?

Los interrogantes son muchos, y formular las mismas preguntas tantas veces puede sonar a cansadora letanía, pero la respuesta es la misma, en los países islámicos y en la Argentina. En algún momento, los pueblos reaccionan, a veces con furia, y desalojan del poder a quienes los oprimen y lucran con su sufrimiento y sus privaciones; en algún momento, allí y aquí, dicen y dirán ¡Basta!. El propio Perón nos lo recordó con su frase: “con los dirigentes a la cabeza, o con la cabeza de los dirigentes”.

Faltan hoy escasos ocho meses para las elecciones presidenciales y tal vez, sólo tal vez, ese sea el momento en que los argentinos manifestarán su hartazgo. Pero, para tener éxito, deben comenzar mucho antes. Sobre todo, prepararse para luchar contra un eventual fraude que, una vez más, use el disfraz de la democracia para utilizarla en beneficio propio.

El tristísimo espectáculo que continúa ofreciendo todo el arco opositor, en el que –salvo contadas excepciones- se barajan sólo nombres y no ideas o proyectos, no parece brindar demasiadas esperanzas. Entonces, la reacción frente a la iniquidad actual debe ser la permanente exigencia a los políticos para que exhiban sus propuestas, para que las debatan en público, para que se comprometan con el futuro y dejen de jugar con nuestras vidas.

Todos tenemos que recordar que tenemos una sola, al menos en la Tierra, y que no podemos ni debemos permitir que sea sacrificada en el altar de unos miserables que sólo pretender perpetuarse en el poder para continuar medrando, sin condena y sin castigo.

Fuimos un país que importaba en el concierto mundial. Debemos volver a serlo. Debemos lustrar los laureles que nuestros ancestros supieron conseguir –y que sólo debíamos administrar con eficiencia y honestidad- para dejarlos a nuestros hijos y a nuestros nietos.

Digamos, simplemente, ¡BASTA! El futuro lo merece y lo necesita.


Bs.As., 23 Feb 11



http://www.diarionuevodia.com.ar/ (edición impresa del 28 Feb 11)

miércoles, 16 de febrero de 2011

Tras un manto de neblina ...

Tras un manto de neblina ...


“¿Qué era, decidme, la nación que un día
reina del mundo proclamó el destino,
la que a todas las zonas extendía
su cetro de oro y su blasón divino?

Ora en el cieno del oprobio hundida,
abandonada a la insolencia ajena,
como esclava en mercado, ya aguardaba
la ruda argolla y la servil cadena”
Manuel José Quintana


Desde tiempos inmemoriales, el kirchnerismo nos tiene acostumbrados a desplegar inmensas cortinas de humo para ocultar los problemas que aquejaron o complicaron su gestión aunque, en realidad, esa actitud no es patrimonio exclusivo de don Néstor, q.e.p.d., o de doña Cristina.

Guardando todas las distancias del caso y con el debido respeto a la gesta nacional, resulta imperioso referirse al momento en que Galtieri, cuando su “Proceso de Reconstrucción Nacional” se caía a pedazos, no tuvo mejor idea que invadir militarmente las Malvinas, llevando a la muerte a casi mil héroes anónimos, para intentar concitar un apoyo interno que permitiera la supervivencia del régimen. La derrota en el campo de batalla y el aislamiento internacional terminaron de tumbar a la dictadura y obligó a llamar a elecciones.

Luego, ya en 2005, para consolidar la sociedad mafiosa con el papagayo caribeño, don Néstor, q.e.p.d., tampoco hesitó en permitir que el venezolano, con Maradona, Evo Morales, Bonasso y la insuperable Hebe de Bonafini montaran el circo de la “contra-cumbre” en Mar del Plata. El costo de esa ofensa a la institución presidencial de los Estados Unidos –no a Bush- lo estamos pagando desde entonces, pero Kirchner logró su objetivo y eso habilitó fideicomisos extrañísimos, importaciones de innecesario gasoil contaminante y de mala calidad, venta de bonos soberanos a tasas infernales y negocios con peajes de 15%.

En 2007, ya sentada doña Cristina en el sillón de Rivadavia, frente a la valija secuestrada a Antonini Wilson con US$ 800.000 aún no reclamados (entre otras once maletas que pasaron sin revisar), la primera y continuada reacción del Gobierno, transmitida al mundo a través de los ministros, fue imputar el episodio a la CIA, a la Secretaría de Estado y al “imperio”, todos conjurados para complicar la vida a nuestro matrimonio presidencial, tan relevante a nivel mundial.

La semana pasada, y con la complicidad de un juez de pasado prostibulario, el Gobierno intentó desplegar otra cortina de humo sobre los reales problemas cotidianos –inflación e inseguridad- con la detención del “Momo” Venegas. La espontánea reacción de todos los hombres del campo, y la corporativa de todas las centrales obreras, hicieron que esa bomba explotara en manos de quien la había fabricado, y dejó la impresión certera de que vendrá un tiempo complicado, a la hora de discutir los aumentos en paritarias.

Por boca del Ministro Tomada, la CGT, la CGT Azul y Blanca y la CTA se enteraron de la negativa del Estado a levantar la alícuota no imponible del impuesto a las ganancias. Sin esa medida, cualquier incremento de salarios terminará en manos de la AFIP y la inflación continuará corroyendo el poder adquisitivo de los trabajadores. Ello hace prever un severo conflicto, y un recrudecimiento -¿”espiralización”, quizás?- de la inflación que, como mínimo, llegaría al 35%, pegando más sobre el sector que, al menos en teoría, es la cantera de votos del oficialismo.

El episodio actual del avión militar norteamericano, que seguramente puede ser explicado como una respuesta a la ausencia de Buenos Aires en la agenda turística del señor Obama, a las filtraciones de Wikileaks respecto a la corrupción monumental del Gobierno argentino, a las objeciones del organismo internacional que comanda la lucha contra el lavado de dinero a la permisividad local, a la falta de confianza de la DEA –y otras reparticiones similares extranjeras- en nuestras oficinas anti-narcóticos, fue fabricado y escalado por la Casa Rosada, con el Palacio San Martín como herramienta, para enmascarar una realidad que ha comenzado a preocupar seriamente a doña Cristina y sus cómplices.

Anoche, nuestra egregia Presidente, al rebautizar una avenida de Rio Gallegos con el nombre de su difunto marido, se permitió referirse al inventado problema con Estados Unidos enmarcándolo en la defensa de la soberanía nacional, mientras era vivada por los imbéciles de siempre y por los aplaudidores alquilados.

Alguien, cualquiera, hubiera debido informar a la Presidente que había elegido un mal día para hablar del tema. Ayer, la Argentina –me refiero al “país en serio”- conmemoró doscientos años del nacimiento de Sarmiento. Éste, que al decir de Carlos Pellegrini en su entierro, poseía el “cerebro más poderoso de América Latina”, sostenía que la lucha por la verdadera soberanía, por la verdadera igualdad y por la verdadera democracia debía darse desde la educación, y lo logró.

En cambio, la defensa de la soberanía que promueve doña Cristina se basa en un país que ha recuperado el analfabetismo, que carece de fuerzas armadas, que ve morir a sus niños por desnutrición y que, sobre todo, ha dejado de ser una república para convertirse en un feudo, un real coto de caza privado de la familia gobernante.

La señora de Kirchner –contra lo que la mayoría cree- no se presentará a la reelección pero, para hacerlo, deberá soportar, y resistir con eficiencia, el embate de toda la banda de atorrantes que tiene alrededor y que comanda, que ha medrado impunemente durante los últimos ocho años y que, con certeza, se está poniendo muy inquieta ante la mera posibilidad de quedar a la intemperie. Eso ha llevado a algunos de los más importantes integrantes de esa trágica comparsa a exagerar sus actitudes, cualquiera sea el costo futuro que ellos –y todos nosotros- tengan que pagar por hacerlo.

Creo que no será candidata porque ya debe haber percibido que cualquiera que la suceda –inclusive ella misma, si fuera el caso- deberá enfrentar una crisis de magnitud estratosférica. Si se piensa, además, que sólo podría renovar su mandato esa vez y que, consecuentemente, perdería poder a partir del mismo momento en que asumiera su nuevo período, deberá coincidirse conmigo en que el panorama no puede resultarle muy atractivo.

Sin embargo, las consecuencias inmediatas de la revolución egipcia sobre la fortuna mal habida de Mubarak, es decir, el bloqueo de todos los bienes que él o su familia tienen en el extranjero, también debe ser un factor complicado en el imaginario presidencial. Una cosa es irse a vivir con su hija Florencia a sus departamentos en Nueva York y otra, muy distinta por cierto, ver que esas “ganancias” de tantos años de trabajo duro no solamente deja de pertenecerle sino que, de acuerdo a la tendencia actual, es devuelto al país saqueado, como sucedió con Haití y los fondos de Duvalier.

La prensa internacional, esa que urde diariamente complots contra los Kirchner, está dando cuenta urbi et orbi de la desaforada corrupción de este Gobierno, y las valijas de Barajas y el avión de Barcelona permiten que el mundo suponga que el narcotráfico recibe protección oficial en la Argentina. Son innumerables, también, las empresas que se han quejado a sus propios países por las presiones que reciben aquí para pagar coimas a funcionarios que, de no recibirlas, les impiden trabajar legítimamente.

Ello, y las renovadas voluntades de los jueces locales después de un cambio de gobierno, auguran a doña Cristina y sus cómplices –las acciones penales contra don Néstor, q.e.p.d., se han extinguido con su muerte- un futuro nada agradable.

Pero lo verdaderamente grave, más allá del daño emergente que han provocado al país los miembros de la pareja, producto de la expoliación y de la destrucción republicana, viene del lado del lucro cesante, es decir, en la pérdida de oportunidades, en un momento en que la crisis del mundo, reflejada en la inusitada alza de los precios de los alimentos, debiera convertir a nuestro país en una estrella refulgente por muchos años.

Cuando Oswald Spencer acuñó su famosa frase (“vivimos tiempos plebeyos”) seguramente no imaginó que resultaría tan aplicable a un país del lejano Sur, en pleno siglo XXI.

Bs.As., 16 Feb 11

sábado, 12 de febrero de 2011

Argentina y la inflación

Argentina y la inflación


Desde el restablecimiento de la democracia –ésta todavía incipiente- en el país, cuando el último gobierno militar le entregó la banda presidencial a Raúl Ricardo Alfonsín, en diciembre de 1983, en tres oportunidades la Argentina se vio inmersa en procesos inflacionarios graves.

El primero llevó a que, en junio de 1989, cuando llegó a 3.200% anual, Alfonsín se viera obligado a renunciar y a entregar anticipadamente el poder a su sucesor, Carlos Saúl Menem, ya electo en unas elecciones generales celebradas un mes antes.

Éste, que tenía su origen político en el justicialismo –opositor al radicalismo de Alfonsín- tuvo su período negro en materia de inflación sobre fines de ese mismo año, y se vio forzado a adoptar drásticas medidas para evitar la caída en default de todo el sistema bancario nacional.

Para detener la espiral inflacionaria, y a notable contramano de la plataforma política que había esbozado durante la campaña electoral, Menem recurrió a los servicios de un ex Presidente del Banco Central, Domingo Cavallo, a quien designó Ministro de Economía y de Obras y Servicios Públicos, creando una “super-cartera” que lo convirtió en el verdadero zar de la década siguiente.
Cavallo, enfrentado no solamente a ese real fenómeno inflacionario sino al fantasma instalado en la mentalidad de sus compatriotas, que lo autoestimulaba, recurrió a la convertibilidad de la moneda nacional, estableciendo la inamovible paridad de uno a uno entre el peso argentino (al cual había previamente devaluado) y el dólar estadounidense. Si bien la divisa argentina no desapareció de la vida cotidiana, y ni siquiera del lenguaje, durante casi diez años la inflación dejó de existir y todas las transacciones importantes se pensaban en dólares, aún cuando la moneda en que se pagaba era el peso.
Al terminar el gobierno de Menem, el partido opositor –el radicalismo- llegó al Gobierno bajo la promesa de mantener esa convertibilidad. Otros factores, económicos y políticos, y su falta de flexibilidad, hicieron estallar ese modelo sólo dos años después, sumergiendo al país en una de las crisis más graves de su historia reciente.
A pesar de las críticas que recibió post facto la década menemista, muchas de ellas altamente justificadas, lo real es que trajo aparejada la modernización de la infraestructura -sobre todo en materia de comunicaciones- del país y éste logró atraer innumerables inversiones de los propios argentinos y del extranjero.

La crisis casi terminal de 2001, con su brutal correlato en la retracción de la demanda por la caída del consumo, produjo un enorme “colchón” ocioso en términos industriales y de generación de energía.
El país, de la mano de Eduardo Duhalde, designado Presidente provisional por la Asamblea Legislativa –luego de unas semanas en que la Argentina tuvo otros cinco presidentes, sucesivamente-, comenzó a resurgir a partir de la segunda mitad de 2002 pero una nueva crisis, esta vez motivada por el asesinato de dos militantes de izquierda a manos de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, obligó al adelantamiento de las elecciones, y llevó al poder a Néstor Kirchner, que había salido segundo en ellas, por la defección de Menem, el candidato más votado, al ballotage.
Si bien el nuevo Presidente reconstituyó la autoridad presidencial y consiguió renovar, para bien, la Corte Suprema de Justicia, sus arbitrariedades, su corrupción y la falta de seguridad jurídica espantaron a los inversores, y hasta las propias empresas de servicios públicos, que vieron sus tarifas congeladas en 2001, dejaron de buscar gas y petróleo, de instalar nuevas líneas telefónicas, de mejorar las rutas y los caminos, y de desarrollar sus industrias, aumentando la oferta.
Mientras tanto, el Gobierno, en pos de obtener los votos necesarios para perpetuarse indefinidamente en el poder, comenzó a incentivar fuertemente el consumo, en especial durante y después de la crisis de 2008, para evitar la paralización de la economía.
Pese a la crónica falta de inversiones que afecta a la Argentina desde 2003, por las razones apuntadas, el gigantesco “colchón” ocioso que dejó la década de los 90’s, permitió que el país continuara, prácticamente hasta fines de 2006, sin que el incipiente proceso inflacionario (más demanda, menos oferta) se evidenciara con fuerza.
Sin embargo, para ganar las elecciones de 2007, que llevaron al poder a Cristina Fernández de Kirchner, el Gobierno hizo crecer, en forma exponencial, el gasto público y, por otra parte, comenzó a requerir al Banco Central una mucho mayor emisión monetaria, que utilizó, entre otras cosas, para adquirir los dólares provenientes de las exportaciones agrícolas –el valor de las commodities argentinas en los mercados internacionales bate records año tras año- y para mantener a la divisa norteamericana en un tipo de cambio casi fijo.
La ciudadanía en general descubrió entonces que los pesos perdían valor día a día, a un ritmo del 25% anual el año pasado –pese a que el Gobierno destruyó el organismo oficial que medía, entre otras cosas, los índices de precios al consmidor y falsea todas las estadísticas desde 2007- y comenzó a desprenderse, cada vez a mayor velocidad, de la moneda local, demandando cada vez bienes de consumo que, como la oferta de los mismos no se ampliaba por falta de inversión, subieron de precios.
El futuro, por ello, es absolutamente incierto, toda vez que el Gobierno, amén de restarle importancia cotidianamente a la inflación como problema, se ha resistido -y lo seguirá haciendo en este año electoral- a adoptar medidas para combatirla, por el alto costo político que ellas tendrían.
Si se piensa que las centrales obreras están reclamando hoy aumentos del 30% y el aumento en la alícuota exenta del impuesto a las ganancias –medida que ha sido denegada por el Gobierno- puede pensarse que, al menos este año, la inflación será menor al 35% anual.
A partir del próximo año, cuando quien suceda a la viuda de Kirchner –aún cuando fuera ella misma- deba sincerar la economía, permitiendo que las tarifas, hasta ahora brutalmente subsidiadas, lleguen a los valores internacionales por falta de recursos para continuar con esa política, la inflación argentina seguramente superará a la de Venezuela, salvo que se adopten medidas más que heroicas.

Bs.As., 12 Feb 11
Publicado por:
Revista Mipymes Nº 49, Quito, Ecuador

Reflexiones y bemoles

Reflexiones y Bemoles



Ha sido una semana verdaderamente compleja la que nos ha tocado vivir a los argentinos. Más allá de la simple confirmación, por parte de Wikileaks, de lo que tantos sabíamos de nuestros encantadores K y su banda de cómplices, conocimiento que nos ha llevado a muchos a denunciar la sideral corrupción de los dueños de este “modelo” a través de todos los medios posibles, la imbécil reacción del hijo-de-Jacobo (una vez más, ¡gracias, Lanata!) estuvo a punto de meternos en un berenjenal con unos Estados Unidos que están al borde de perder la paciencia con esta Argentina tan imprevisible y contradictora en su conducta internacional.

Claro es que, para alguien que hizo creer a nuestra Presidente que era el mejor lobbista de Washington, el sólo hecho de que Obama haya omitido a Buenos Aires en su periplo por América Latina tiene que haber producido un daño irreparable en su autoestima pero, claro, ello no justifica que también haya ofendido a El Salvador y otros países en su obsceno intento de dañar a Macri.

Pero volvamos a la corrupción, porque su gravedad se ha visto acentuada por la muerte de diez chiquitos esta semana, víctimas del abandono del Estado –ese, que administra un país que ha crecido a tasas chinas durante ocho años- y de la desnutrición.

Hace unos días, hice referencia a la falta de reacción social frente a ese verdadero cáncer que, como tanto he repetido, en Argentina se ha transformado en un ya innegable genocidio.

Si sabemos que el quince por ciento –cuando no muchísimo más- del costo de la obra pública (que supera los cien mil millones de pesos anuales) no es tal, sino que va a parar al bolsillo de los funcionarios y de sus jefes, y que ese porcentaje permitiría construir hospitales, escuelas, viviendas, cloacas y brindar agua corriente a gran parte de la población, ¿por qué no gritamos?

El tejido adiposo que rodea el corazón de cada uno de nosotros, los argentinos, ¿nos permitirá continuar mirando para otro lado mientras nos vaya bien, mientras estos tipos saquean nuestro presente y nuestro futuro?

Los habitantes de Buenos Aires, por ejemplo, ¿seguiremos prefiriendo que nos mantengan los demenciales y ya impagables subsidios a la energía eléctrica o a las naftas, en lugar de exigir que se destinen esos fondos a terminar con la indigencia?

Quienes viajamos por Aerolíneas Argentinas, ¿continuaremos privilegiando la estupidez de tener una “línea de bandera” aunque los mil millones de dólares que cuesta por año sea pagado por compatriotas que jamás podrán utilizarla?

Los que tanto luchan para defender el ingreso irrestricto a la universidad pública, ¿seguirán manteniendo esa postura irracional ante la pavorosa decadencia de la educación argentina? ¿Se convencerán, alguna vez, que el verdadero desarrollo de un país sólo puede producirse a través de la exigencia y de la calidad, y nunca de la cantidad?

Si sobran abogados, médicos, psicólogos, contadores, administradores de empresas, licenciados en ciencias políticas y en comunicación social, y faltan ingenieros, químicos, geólogos, físicos, matemáticos y tantos otros graduados en carreras “duras”, ¿no habrá llegado la hora de empezar a repensar la universidad? ¿O seguiremos privilegiando los slogans y las ideologías, aún cuando ya hayan pasado de moda en el mundo entero?

A esta nota, lo sé, le está pasando lo que le ha sucedido a muchas otras que he escrito antes, y que ha sido tan criticado por los lectores que tienen la amabilidad extrema de dejar sus comentarios en mi blog: es desordenada, y trata de muchos temas diferentes, todos los cuales merecerían su propio espacio. Pido disculpas por eso, pese a que dos son las razones para que ocurra: la indignación me surge a borbotones y, por otro lado, tendría que agobiar a mis lectores con mayor frecuencia.

Dado que ha sido el tema central de la semana, volvamos a la corrupción y sus bemoles.

Mucho me han preguntado acerca de lo que, parecía, era un marcado cambio de actitud de un Juez federal con pasado prostibulario ya que, después de dictar el sobreseimiento de don Néstor, q.e.p.d., y de doña Cristina en menos tiempo del que se tarda en leer el expediente de la causa por enriquecimiento ilícito, ahora se ha dedicado a actuar en el tema de la criminal “mafia de los medicamentos”, dictando el procesamiento de ex funcionarios del Gobierno.

Parecía como si el Dr. Oyarbide, que es de quien estoy hablando, hubiera decidido limpiar, a último momento, toda su trayectoria de lavador de los trapos sucios del poder presente, para congraciarse con un eventual mandamás futuro ajeno a las huestes kirchneristas. Confieso que esa actitud, en realidad esa ficción, me había confundido.

Sin embargo, la detención del “Momo” Venegas en ese mismo expediente, cuando es sabido por todo el mundo que no tiene ingerencia alguna en la obra social de su gremio, sonó como un escopetazo y levantó muchas perdices. El saber que los ex funcionarios procesados respondían a Alberto Fernández, hoy excluido del paraíso kirchnerista pero “viuda” inconsolable de su líder, terminó por develar el misterio.

Ignoro, todavía en qué argumentos basó el Juez su decisión en tal sentido, pero es innegable que el solo hecho de meter en la cárcel, antes de llamarlo a declarar, al Secretario General de las 62 Organizaciones Peronistas y uno de los principales sindicalistas opositores al Gobierno, se ha convertido en un episodio grave para el armado político de quienes pretenden expulsar, con votos, a doña Cristina y sus cómplices de la Casa Rosada.

Pero, convengamos en que si a Capaccioli y a los otros recaudadores de Kirchner y hasta al propio Jaime, con delitos más que probados, les concedió el mismo Juez la posibilidad de permanecer en libertad hasta su juicio –vaya uno a saber cuándo llegará esa etapa- pese a la gravedad de los delitos que les imputa, el Dr. Oyarbide deberá buscar con mucho esmero –el mismo que pone, diariamente, para decorarse- los fundamentos para mandar preso a Venegas, a quien todos –opositores y oficialistas- adjudican una intachable conducta.

Duhalde, el bueno, reaccionó con fuerza el mismo jueves, acompañado por gran parte del arco opositor y hasta por las asociaciones rurales de productores, pero el Dr. Oyarbide, ducho en recorrer filos de navajas, se está tomando su tiempo para levantar el secreto del sumario y develar el misterio.

Una vez más, Argentina demuestra al mundo que, en su país, no existe la Justicia, ya que ésta es sólo un instrumento del poder para disciplinar a propios y a extraños.

Las actitudes de “Lassie” Moreno, de intentar contener la “dispersión de precios” (doña Cristina dixit) apretando a los petroleros y a las consultoras privadas, o mirando como culpables a los supermercados, no serán, con certeza, útiles al momento de intentar atraer las inversiones que el país, a esta altura desesperadamente, necesita. Tampoco el Dr. Oyarbide, que ya ha adquirido fama mundial, lo será.

La semana que viene traerá más novedades, especialmente en el campo gremial, producto de la cerrada negativa del Ejecutivo a elevar la alícuota no imponible en ganancias (que, por ello, se comerá todos los aumentos que obtengan los sindicatos y obligará a éstos a reclamar otros, aún mayores), y en el político, por las presiones de la Casa Rosada para intentar imponer las listas “colectoras”, que tantas úlceras produjeron en el duodeno de los intendentes del Conurbano, la ya innegable caída de Ánimal Fernández y el episodio de la droga en el avión de Barcelona.

Mientras tanto, doña Nilda Garré, en su flamante puesto de Ministro de Seguridad, seguirá cosechando las tempestades que los vientos que aplicó desde su anterior cartera de Defensa y pretende seguir aplicando a sus nuevos súbditos –la Policía Federal, la Policía de Seguridad Aeroportuaria, la Prefectura Naval, la Gendarmería y el Servicio Peninteciario Federal- siga siendo rechazada por éstos. Me atrevo a afirmar que los sonoros asaltos a bancos, y algunos otros crímenes ominosos, continuarán poblando las páginas de nuestros diarios, y saldrán a la luz más revelaciones en materia de corrupción y, en especial, de narcotráfico.

Todo, en la Argentina, tiene sus bemoles, y más aún la opinión pública que, en algún momento, tomará conciencia de qué han hecho del país sus administradores K. El destino del país, entonces, se jugará a cara o cruz.

Rio de Janeiro, 11 Feb 11

sábado, 5 de febrero de 2011

¿Qué nos hicimos?

¿Qué nos hicimos?

“La clase política argentina no piensa en la solución

de estos problemas básicos, los políticos ni siquiera

los piensan como problemas, preocupados por sus

carreras políticas, por cómo llegar al poder, por mirar

su imagen en el espejo con la banda presidencial” Walter Graziano

En 1919, el mundo entero –y me consta, pues tengo una enciclopedia editada ese año- discutía cuál sería el país que emergería, a partir de la primera posguerra, como potencia mundial; las opciones eran la Argentina y los Estados Unidos, y la mayoría se inclinaba por nosotros. Cuando uno ve a los norteamericanos circular en tren de turistas, se da cuenta que, individualmente y desde nuestra particular óptica, son ingenuos, crédulos, inocentes, muchas veces carentes de cultura general, desinformados, etc.. En cambio, los argentinos, siempre a título individual, somos inteligentes, rápidos, “púas”, sagaces, “piolas”, “zorros”, “arañas”, pillos, sobre todo vivos, y muchos otros calificativos de idéntico jaez. Entonces, cabe preguntarse si, siendo así, porqué entre todos ellos pudieron construir ese país mientras que nosotros, también entre todos, logramos hacer esta penosa realidad actual. Guardando todas las distancias del caso, son compatriotas nuestros los mejores jugadores del mundo, a punto tal que lideramos los pases al extranjero, superando en eso hasta a Brasil. Sin embargo, nuestra selección nacional, en la que juegan muchas de esas verdaderas estrellas internacionales, no consigue grandes resultados, como cabría esperar. Como simples ejemplos, también resulta indispensable a nuestro comportamiento como comunidad, esa en la que elegimos vivir. En la ciudad de Buenos Aires, que utilizo por ser la vidriera de la Argentina, sus habitantes cruzan la calle por cualquier sitio, estacionan sus autos donde les da la gana, tiran todos los desperdicios al espacio público y se lamentan de la suciedad del mismo, tocan bocina sin respetar lugar alguno. Cuando las “bicisendas” están sobre los parques o en el Rosedal, los ciclistas no pueden utilizarlas porque están llenas de peatones y, cuando se encuentran en calles y avenidas, tampoco pues su paso es impedido por automóviles o containers. Los pescadores de la Costanera ocupan, diariamente, el mismo lugar, donde se encuentran con los mismos vecinos; sin embargo, dejan ese sitio –que han elegido y al que regresarán mañana- lleno de inmundicias. La propia Costanera, y el parque Tres de Febrero, sufren diariamente el vandalismo llevado a su máxima expresión: se han destruido los bancos, las barreras de postes de cemento que impedían el estacionamiento sobre las veredas, se han arrancado las placas de los monumentos, se ha roto todo lo posible. Nuestras escuelas y edificios públicos, el mobiliario urbano, son objeto de pintadas de todo tipo y color, y hasta las facultades y colegios parecen hoy signos de una civilización anterior. ¿Qué nos hicimos? ¿Por qué nos suicidamos? ¿Por qué nos derrumbamos? ¿Por qué nos autodestruimos? Llevamos décadas enteras buscando respuestas para esas preguntas, y encontrando culpables siempre afuera de nosotros mismos: la sinarquía internacional, los organismos de todo tipo, los otros países, nuestra propia burguesía, los complots, los pactos oscuros, todo aquello que evitara que nos culpáramos, que nos convirtiéramos en los responsables de este desaguisado que no tiene antecedentes en la Historia. Porque la realidad es que nos fue dado todo. El territorio más feraz del planeta, corrientes inmigratorias de calidad, generaciones enteras de individuos que pensaron –e hicieron- un gran país. Baste recordar que, en 1939, Argentina duplicaba la capacidad industrial instalada de todo el resto de América Latina, y no existía el analfabetismo. Nuestras universidades integraban la más selecta lista en la materia, y la Argentina era un espejo en el cual muchas naciones buscaban un ejemplo. Para describir, hoy, que nos ha sucedido, nada mejor que leer la humorada que escribió Carlos M. Reymundo Roberts esta mañana, en La Nación (http://tinyurl.com/4gtu4xl), sobre el encuentro Cristina-Dilma. Conociendo mucho ambos países, ya que trabajo también en Brasil hace más de cuarenta años, debo decir que el señor Roberts es, lisa y llanamente, un genio. Porque, como digo siempre, la verdad es que cada pueblo tiene el gobierno que se le parece, y los brasileños se merecían a esta Dilma, no a la que conocí hace diez años. Esta señora, que es la seriedad personificada en todos los ámbitos de su vida ha sido capaz de corregir, de un plumazo, las excentricidades de Lula en materia de política exterior, que describiera en http://tinyurl.com/ykhcwq7, que tan caro hubieran costado a Brasil. Nosotros, en cambio, estamos gobernados por personajes que, cada uno en su especialidad, son paradigmas icónicos. Por supuesto, la lista debería comenzar por doña Cristina, pero la dejaré para el final. Así, en cambio, empezaré por don Anímal, que después de haber cometido todas y cada una de las barrabasadas posibles desde sus lejanos tiempos de la Intendencia de Quilmes (cuando tuvo que fugarse para no ser detenido, mientras sus adláteres trasladaban cadáveres en heladeras) hasta los actuales, de su descascarado cargo de Jefe de Gabinete (en que llegó a negarse a cumplir una orden judicial y a mandar a seguir a una juez que había dictado otra). El permanente recorte que ha sufrido en sus atribuciones desde hace meses, que ha acatado con un desacostumbrado silencio, ¿se deberá a revelaciones que puedan llegar desde un determinado avión secuestrado en Barcelona? Segundo en la lista aparece don Amadito, el buscador de paltas baratas, que no deja estupidez por decir en materia de economía pero que, sin embargo, continúa escalando posiciones en la pirámide kirchnerista, a fuerza de permitir el permanente saqueo de su ex feudo, la ANSES, gesta que repetirá desde otro ámbito, ahora que ha colocado a una de sus acólitas en la Presidencia de la Casa de la Moneda. Que este señor no solamente ignore, sino que haga gala de no saber nada de la cartera que tiene a su cargo, lo convierte, por derecho propio, en un ícono paradigmático. Pero el lugar más destacado, sin duda, entre los primeros “parecidos” del país lo tiene el hijo de Jacobo. Que hayamos dejado nada menos que la Cancillería en manos de tamaño personaje habla bien a las claras de cómo somos después de lo que nos hicimos. Creo que hasta harían mejor papel en ese cargo Hebe de Bonafini o Luis D’Elía. Si don Néstor nos había condenado al ostracismo internacional con su “contracumbre” de Mar del Plata, don Héctor –con el tácito permiso de doña Cristina- nos ha hecho aún más desagradables para aquéllos cuyas inversiones pretendemos atraer para evitar que el “modelo” explote. Tuvo razón Rodríguez Larreta cuando le pidió a Cristina que lo echara del cargo. Porque esperar que este oriundo de Creta tenga la más mínima dignidad y presente su renuncia después de ser desmentido tan públicamente por los de su propio bando en su ataque a Macri, amén de haber involucrado a Estados Unidos en una falsedad (¿recuerdan cuando la CIA y la Secretaría de Estado fabricaron la operación de Antonini Wilson y su valija?) de tal magnitud, sería pedirle peras al olmo. A doña Nilda no parece irle mejor, pese a que la cuenta que estamos pagando por su designación al frente del nuevo Ministerio de Seguridad se mida en vidas humanas, amén de tesoros bancarios, Según parece, ni los muchachos de azul ni sus vecinos están dispuestos a que, con ellos, haga lo mismo que hizo con los de verde, de blanco y de celeste, y se lo están explicando claramente. Pero, bueno, la imagen es lo que importa, aún cuando haya dejado aún más indefensas nuestras fronteras, al retirar a los pocos gendarmes que la custodiaban, para evitar que Blumberg o alguien similar vuelva a ponerse de moda. ¡Y cómo olvidar a Guillermito, el Lassie de don Néstor, q.e.p.d.! Si yo fuera Jorge Asís, lo describiría como un maestro en el arte de arrugar. ¿O no fue lo que hizo cuando Brasil levantó las cejas ante sus nuevas intervenciones en materia de comercio internacional? Pretender, ahora, acallar las voces que miden la inflación real apretando a las consultoras privadas es tan ridículo como intentar hacerle creer a la gente que los precios de los supermercados son falsos. ¿Sus múltiples -y tan costosas para el país- ocupaciones le permitirán enterarse que ya existe Internet? El daño que sus jefes le han mandado a hacer al futuro inmediato argentino en materia de mercados internacionales, de producción agro-industrial, de falta de inversiones de todo tipo, de inseguridad jurídica, tendrán que pagarlo varias generaciones. Y aún no ha terminado de hacerlo. Comparado con quienes lo anteceden, don Julio debido aparece como un prócer, y además uno confiable, aunque su ministerio lleve el pomposo título de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios. Porque no es menester estar demasiado informado para saber que nuestros queridos K nunca tuvieron interés en el planeamiento estratégico de largo plazo para el país; sólo lo han hecho para enriquecerse y perpetuarse en el poder. En esta lista faltan muchos, como el incómodo don Hugo “Camión”, don Jaime, don Capaccioli, don Uberti, el Presidente de Enarsa, y tantos otros, sin olvidar a los amici degli amici, pero la enumeración daría para escribir un libro entero y no es el caso. Cerremos, entonces, con la inefable doña Cristina. Esa misma que esta semana (ha recuperado su verborragia habitual) exigió a los piqueteros de toda laya y origen que no corten la circulación, y realicen sus protestas en las veredas y cordones. Después de ocho años (se cumplirán en mayo) de tamaña permisividad para no “criminalizar” la protesta social, se recibió de ilusa: horas después, un gremio cortó la Costanera norte y la autopista Ricchieri. Más grave aún es su ruidoso silencio (¡gracias, Asís, por el oximorón!) en relación al escándalo del avión con la droga es su permanente machaque sobre el éxito del “modelo”, especialmente cuando, después que el Gobernador Closs dijera que en Misiones hay 6.000 chicos desnutridos, hayan comenzado a morir por esa razón chicos en Salta. Es que en Argentina, además de habernos suicidado, hemos convertido a la corrupción en un genocidio.

Bs.As., 5 Feb 11