Inexplicable
Manía
“La verdad tiene muy pocos
amigos, y los muy pocos amigos que tiene son suicidas” Antonio Porchia.
Los
argentinos, desde hace más de setenta años, sufrimos una rarísima compulsión al
suicidio colectivo, que se ha manifestado de muy diferentes maneras en nuestra
historia reciente, pero siempre con trágico éxito.
El 27 de
enero de 2017, el Presidente de la República firmó el Decreto N° 70/17,
mediante el cual imponía leves limitaciones al régimen vigente de inmigración
hacia nuestro país, establecido por la Ley 25.871. Para comprobar la razonabilidad
de mi calificativo, basta con leer en el artículo 4° cuáles eran las
restricciones que se establecían al actual libérrimo e idiota marco regulatorio
de ingreso de personas a la Argentina.
Así, se pretendía
impedir entrar a nuestro territorio a quienes hubieran: presentado
documentación nacional o extranjera falsa o adulterada; omitido informar sobre
la existencia de antecedentes penales o condenas; sido expulsados del país o
tuvieran el ingreso prohibido, hasta tanto la medida fuera revocada; sido
condenados o estuvieran cumpliendo penas por delitos de tráfico de armas, de
personas, de estupefacientes, de órganos o tejidos, por lavado de dinero o
inversiones en actividades ilícitas; incurrido en actos de gobierno que
constituyan genocidio, crímenes de guerra, terrorismo o delitos de lesa
humanidad; tenido antecedentes relacionados con la participación en actos u organizaciones
terroristas; incurrido en la promoción o facilitación, con fines de lucro, en
el ingreso ilegal de extranjeros; promovido la prostitución y lucrado con ella;
sido condenados por actos de corrupción; intentado eludir los controles
migratorios.
Como se
ve, no se imponía restricción alguna por motivos raciales, políticos,
religiosos, económicos o sexuales a quienes quisieran ingresar a territorio
nacional, fuera con fines de residencia o en forma meramente transitoria. Es
decir, la norma no discriminaba a nadie salvo, claro está, a los graves
delincuentes.
Pero
Mauricio Macri no contaba, al momento de firmar ese decreto, con la suicida
reacción del izquierdoso progresismo que, rápidamente, salió a criticar el
decreto en cuestión. Los imbéciles de turno, algunos de ellos legisladores,
vociferaron diciendo que no se justificaba la necesidad y urgencia de la
decisión del Ejecutivo porque en ella se mostraba una visión sesgada del
universo carcelario, destacando que sólo el 6% de los presos en cárceles
argentinas es inmigrante, porque se apelaba a las palabras “ilegalidad” y “clandestinidad”
para estigmatizar a los inmigrantes y porque restringía el derecho de éstos a obtener
documentación nacional.
El 22 de
marzo de este año, es decir, hace pocos días, la Sala V de la Cámara de
Apelaciones en lo Contencioso Administrativo Federal resolvió declarar
inconstitucional el decreto del Presidente. A partir de ahora, entonces, todos
los pequeñísimos impedimentos que se pretendió imponer a los criminales dejaron
de existir, y éstos podrán entrar libremente para continuar su trayectoria dañosa
aquí.
He
viajado mucho a lo largo de mi vida, y no he visto país en el mundo que, como
el nuestro, sea tan absurdamente generoso para con aquéllos que quieren
ingresar, aunque sea sólo para estudiar, trabajar o hacer turismo. Para hacer
callar a los energúmenos vernáculos, debería ser suficiente preguntarles qué
régimen migratorio debería practicarse aquí porque, evidentemente, no pueden
estar pensando en Bolivia, Nicaragua, Venezuela o Cuba, en la región, o en
Rusia, Irán o China, todos muy exigentes a la hora de levantar las barreras de
entrada y, muchas veces, también de salida.
En todas las
naciones civilizadas se exige a los interesados en pasar a residir legalmente dentro
de sus fronteras contar con un trabajo asegurado, pues sus Estados no están
dispuestos a incrementar su propia cuota de pobres a los que debe alimentar,
curar y educar con los impuestos que pagan sus ciudadanos. Aquí, como es más
que obvio, no sólo no le pedimos nada sino que le facilitamos el acceso a cirugías
y hospitales gratuitos, a documentos argentinos (indispensables para votar al
señor feudal de la provincia), a educación de mejor calidad que la que dispone
en su país de origen y hasta a adquirir casas, campos, automóviles y aviones
con dinero lavado.
Pero lo
verdaderamente grave, lo que nos convierte en un caso patológico de sociedad
autodestructiva, es que permitimos ingresar y comerciar libremente a todas las
organizaciones de traficantes de drogas que pueblan el continente, llenándolo
de sangre y muerte.
Sabemos
hasta cuáles de ellas mandan y gobiernan en cada barrio o asentamiento de
nuestras ciudades. Algunas nacionalidades se especializan en cocaína y heroína,
otras en marihuana y muchas en drogas sintéticas, pero todas ellas zanjan a
tiros sus disputas territoriales, con armas cada vez más sofisticadas, que
obviamente superan el equipamiento policial, mientras siembran el terror entre
los vecinos honestos y trabajadores.
¿Qué otra
forma tenemos de impedir que ese anómalo fenómeno continúe expandiéndose hasta
que nuestro país se convierta en México, donde los muertos ya se cuentan por
decenas de miles, que no sea cuidando estrictamente nuestras fronteras?
Colombia está en vías de superar ese difícil trance, pero Brasil y la Argentina
se están acercando a pasos agigantados a esa triste realidad.
Llegó la
hora, en este tema también, de decir ¡basta! a la interesada estupidez de
algunos, y a la falta de coraje necesario de otros para enfrentarlos.
Y digo “también”
porque, el jueves 12 de abril, a las 19:00 horas, nos reuniremos en la Plaza
Lavalle, frente al Palacio de Tribunales, para decirle ¡basta! a este Poder
Judicial que se sigue riendo de nosotros, que continúa privilegiando los
derechos de los delincuentes frente a los de las víctimas, que encarcela a los
perejiles mientras libera todos los días a los autores de los mayores desfalcos
que la sociedad ha sufrido, que garantiza la impunidad de los poderosos y lucra
con ello, que dicta sentencias reñidas con la Constitución y con la ley.
Los
ciudadanos de a pie iremos a decirle a la Corte Suprema de Justicia y al
Consejo de la Magistratura que estamos hartos, verdaderamente podridos, de este
presente de
asfixia moral, de lepra sorda, de cobardías y de sensualismos de camastros,
como escribió Leopoldo Lugones.
Mientras tanto, sólo me queda desear
una feliz Pascua de Resurrección –o un feliz Pésaj- para usted y los suyos.
Ojalá, todos juntos podamos orar por la resurrección de nuestra Argentina.
Bs.As., 31 Mar 18