Ayer,
hoy era mañana (*)
“¿Cuándo
llegará el día en que senadores y gobernadores pensarán más en el buen gobierno
del Imperio que en sí mismos, en sus pequeñas estrategias, en sus rencillas y
envidias en esa maldita lucha por el poder que a todos debilitaba, rodeados
como estaban de problemas dentro y fuera de los límites del Imperio?”. Santiago
Posteguillo
En diciembre de 2015, muchos supusimos que un
revivido Rey Arturo había llegado a Camelot, pero no pensamos que el exiguo
margen por el que había derrotado a Daniel Scioli (1,5%) -me pregunto cuál
habrá sido la realidad para que el peronismo, probado experto en manipular
resultados, lo haya aceptado con hidalguía- no daría ya al nuevo Presidente una
mayoría, pero al menos una paridad, en el H° Aguantadero.
Mauricio Macri cometió el peor de los pecados originales:
no tuvo respeto por la sociedad y, por ello y aconsejado por Jaime Durán Barba,
se abstuvo de explicar qué explosivos a punto de estallar contenía el paquete
que recibía de Cristina Kirchner quien, tal vez por miedo a los daños
colaterales, hasta se negó a entregarle en mano. Así, la ciudadanía no pudo
tomar conciencia de la magnitud de la catástrofe que se cernía sobre ella,
porque tampoco se le dijo que, a partir de entonces, sólo podía aspirar a
sangre, sudor y lágrimas.
Macri configuró un multitudinario gabinete de
iguales con sus caballeros de la mesa redonda que, carentes de todas
experiencia en el manejo de la cosa pública, incurrieron en un sinnúmero de
errores garrafales, tanto en materia de comunicación cuanto en la instrumentación
de las políticas, y a ello sumaron la indecisión y el retroceso, cuando “la
calle” –ese ámbito en el que sólo se expresa el kirchnerismo y sus aliados
circunstanciales- les impuso su credo del terror.
Nuevamente, muchos dimos un crédito a Cambiemos,
hasta que pudiera revalidar sus títulos en las elecciones legislativas de 2017,
y la ciudadanía, movilizada para controlar las urnas, lo garantizó. Pero
tampoco entonces se vio un cambio en las actitudes claves que los argentinos
esperan, desde siempre, de sus mandatarios: firmeza, decisión, autoridad,
ejercicio del monopolio de la violencia legal, férrea postura a favor de la
plena vigencia de las garantías constitucionales, austeridad y transparencia.
El Gobierno, nuevamente, volvió a desilusionar a
muchos, no porque no supiera que esos muchos –que, además, lo habían votado-
tenían razón, sino porque padeció un paralizante miedo a la reacción de esa
“calle”, que carece de votos pero cuenta con experimentadas tropas a la hora de
apedrear policías y destruir el espacio público.
Hoy resulta, por cierto, muy fácil establecer a qué
suma de factores se debe el sideral “riesgo-país” que califica a nuestro país
con un ranking crediticio tan malo como algunas naciones de Africa subsahariana
o Venezuela. Ese índice, que muestra la diferencia que los mercados marcan en
la tasa de interés a la Argentina vs. a los Estados Unidos, refleja
claramente cuánta desconfianza inspiramos al mundo.
En la desequilibrada balanza pone, con toda razón,
nuestra historia de “defaulteadores” seriales, la carencia de un plan económico
claro, los déficits públicos, la indecisión del Gobierno y su dificultad para
imponer la agenda de reformas laborales y previsionales, la falta de
competitividad de nuestra economía, la enorme presión tributaria, los problemas
sociales derivados de un altísimo índice de pobreza, el aumento del peso de la
deuda y, por supuesto, la brutal inflación, que alcanzará al 48% anual.
Le suma las incertidumbres que depara una mutación
global de impredecibles resultados, derivada de la guerra comercial entre
Estados Unidos y China, la suba en las tasas de la FED, la renovada importancia
militar de Rusia y su creciente presencia en América del Sur, el anunciado
retiro de las tropas norteamericanas de Siria y Afganistán y el consecuente
abandono de sus aliados tradicionales, el Brexit y las distintas crisis
separatistas o populistas que afectan a las naciones de la Comunidad Europea,
etc.. Esos hechos golpean a todos los países pero, claro, mucho más a los que
presentan economías tan frágiles como la argentina.
Adiciona, por último, la probabilidad de un retorno
al clepto-populismo que traería consigo un nuevo aislamiento internacional,
salvo respecto a Cuba, Nicaragua, Venezuela, Rusia e Irán. Y, por supuesto,
escuchan a la noble viuda cuando jura que recreará la Justicia “popular” y
avanzará contra la prensa libre, ven que un consejero del Papa invade un canal
de televisión privado, y sus preocupaciones aumentan geométricamente.
Obviamente, la alternativa para terminar con ese
riesgo tan determinante se cifra en impedir que la ex Presidente compita
personalmente, como sucedió con Luiz Inácio Lula da Silva; pero la decisión de
enviar, como corresponde, a Cristina Kirchner inmediatamente a prisión depende,
exclusivamente, del H° Aguantadero que, al menos por ahora, la protege con sus
inconstitucionales fueros. Sin embargo, creo que el terror que padecen los
propios legisladores peronistas ante la posibilidad de que vuelva a tener un
poder omnímodo y, con ello, rueden las cabezas de todos los que considera
traidores –aún aquéllos que se dieron vuelta y hoy la obedecen- podría
derrumbar ese muro si, más adelante, una victoria suya se transformara en
altamente probable.
Me parece que ha llegado para Cambiemos el momento
de decidir: olvida su intención de tener en octubre a Cristina Fernández como sparring, o el riego-país seguirá
escalando hasta el infinito. Es claro que se trata de una dura opción ya que,
si va presa, el peronismo no K podría poner en duda el sueño reeleccionista
pero, por otro lado, una fuerte disminución en las tasas permitiría acceder a
créditos internacionales que potenciarían el plan de inversiones en
infraestructura, hoy frenado.
Gracias a Dios, las tradiciones violentas de
diciembre parecen haber pasado al olvido y eso permitirá que tengamos un fin de
año en paz, aunque todavía sin justicia ni concordia. Contra todas las
expectativas que había dejado el triunfo de Cambiemos en las legislativas de
2017, el 2018 resultó indudablemente catastrófico, por un cúmulo de factores
exógenos (sequía y conflictos internacionales) y los muchísimos errores no
forzados del Gobierno. Ahora nos vemos frente a un año que será muy complicado,
tanto por la inminente campaña electoral cuanto por el arrastre inflacionario;
nuestro pasado, una vez más, nos condena.
Por eso, sólo puedo desear el mejor 2019 posible
(que no será mucho) para usted y su familia.
Bs.As., 29 Dic 18
(*) Tango de Acho Estol