sábado, 29 de enero de 2011

Impunidades diferentes

Impunidades diferentes


“Somos el vano río prefijado,
“rumbo a su mar. La sombra lo ha cercado”
Jorge Luis Borges


Ya he hablado en varias notas –en especial en “Triste Estado fallido” (http://tinyurl.com/4hykxzk)- acerca de la impunidad con que nuestra sociedad premia, tanto penal cuanto socialmente, a la corrupción, hecho que llama la atención a todos los politólogos del mundo.

El Gobierno, amparado por ese manto que conoce y aprecia desde hace casi ocho años, se ha transformado en el epítome de una banda al asalto del poder y, a través de su economía y sus empresas, de todo un país.

Esa corrupción y la insensatez generalizada, dije en la nota mencionada, llevaría al desmembramiento de la Argentina, ya que sus habitantes nunca habían podido transformar un mero consorcio en una verdadera nación y la capacidad de nuestro territorio para una producción de alimentos mucho mayor que la actual convertiría ese hecho en indispensable. En mi fuero íntimo, tenía la seguridad de que ello ocurriría, pero nunca supuse que la confirmación de tan peregrina teoría llegara tan rápido.

La semana que terminó ayer tuvo, en ese sentido, dos hechos destacados. El primero, los documentos del Departamento de Estado de los Estados Unidos, filtrados por la red Al-Jazeera y por el periódico The Guardian, que daban cuenta de la oferta realizada por Condoleeza Rice, en 2008, entonces Secretaria de Estado del Presidente George W. Bush, a los palestinos para que éstos, a cambio de olvidar sus reclamos territoriales a Israel, se instalaran en nuestro país.

El segundo, mucho más grave aún fue un artículo publicado en The Economist y reproducido en español por La Nación de hoy, que describe la enorme preocupación que existe en todo el mundo por el alza de los precios –ya superaron el pico de 2008- de los alimentos, debido a la mayor demanda en cantidad y calidad, reflejada en un trabajo presentado por cientos de científicos. Una de las frases de dicho trabajo, a modo de ejemplo, debiera convertirse en el tema central a discutir en nuestra agenda nacional: “ahora se impone el argumento a favor de una acción urgente en el sistema de alimentos global” (el resaltado me pertenece).

Es decir, en resumen, que el mundo no está dispuesto a soportar más que un lugar privilegiado del mundo, casi único por su feracidad, desperdicie su potencialidad por estar en manos de cuarenta millones de imbéciles, incapaces de ponerse de acuerdo en cómo producir más y mejores alimentos.

Brasil, que en algún momento hubo de resistir una tremenda presión en pos de la internacionalización de la Amazonia, considerada el pulmón del planeta, ha encontrado en su real integración nacional la defensa adecuada para lograr impedirlo. ¿La Argentina puede ofrecer un panorama similar?

Cuando fueron confirmados las reservas de la pre-sal, ubicadas a casi cinco mil metros de la superficie del mar y a más de doscientas millas de la costa brasileña, rápidamente el país contrató la construcción de submarinos nucleares y convencionales para garantizar la soberanía sobre las mismas. Argentina, después de las nefastas políticas de los jóvenes idealistas encaramados al poder, ¿deberá recurrir a los boy-scouts para custodiar sus fronteras? Porque, recordemos, quienes naturalmente tienen esa misión -los gendarmes-, están desparramados por el Conurbano, por orden de esos mismos jóvenes de los 70’s, para evitar que la “sensación de inseguridad” se lleve puesto al Gobierno.

Esta semana trajo otra novedad, más lesiva aún para la dañada psiquis de nuestra Presidente: un nuevo desplante de Obama a su –tal vez- más encarnizada adoradora. Más allá de las actitudes pro-norteamericanas de doña Cristina en el marco de UNASUR, descripta por los documentos filtrados por Wikileaks, el Departamento de Estado tiene una memoria casi oriental.

Don Néstor, q.e.p.d., infringió a los Estados Unidos una ofensa imposible de mensurar cuando fogoneó al papagayo caribeño y patrocinó la “contracumbre” de Mar del Plata contra Bush. No agravió a éste, sino a la institución Presidencia de su país.

Obama, como tantos otros líderes mundiales, prefiere vernos desde doce mil metros de altura, pero no aparecer en la foto con nuestra egregia Presidente, es decir, no convalidó la impunidad kirchnerista. Esa misma con la cual, desde Olivos, se imputó originalmente el episodio de la valija de Antonini Wilson a una maniobra de la CIA.

El hijo de Jacobo reaccionó como creía que debía: simplemente, intentó bajarle los decibeles al hecho, pero recordándonos que los Estados Unidos aplican barreras a las importaciones argentinas, o sea, hacen lo mismo que nuestro inefable Guillermo “Patotín” Moreno.

También volvió a encarnar el neo orgullo argentino, refiriéndose a las relaciones carnales que, según él, caracterizaron nuestro vínculo con Washington durante los 90’s. La realidad es bien distinta. Mientras di Tella comandó la Cancillería, la Argentina pudo sostener una política internacional independiente, pero clara y, sobre todo, con lógica interna.

Ahora, en cambio, no solamente el Palacio San Martín parece el puente de mando de un buque comandado por un borracho sino que, como mostró Wikileaks, las verdaderas acciones no tienen nada que ver con las declamaciones, y los presuntos aliados en la superficie son convencidos o moderados, según Washington exige.

Claro que esos otros integrantes del ALCA –Chávez y Evo Morales, además de Correa- tampoco consintieron la impunidad de doña Cristina, y pegaron el faltazo a la última cumbre.

Para cerrar, y demostrar que hay impunidades diferentes, tampoco Hugo “Camión” está dispuesto –como lo hubiera estado con don Néstor- a permitir que doña Cristina le cierre las puertas de la política “grande” por considerarlo un salvavidas de plomo y, mucho menos, a que siga mirando para otro lado frente al cada vez más cercano cerco judicial. No lo están, además, los muchachitos del Partido Obrero y sus adláteres de la nueva izquierda insurreccional, que se niegan a admitir que los compromisos políticos del Gobierno, y las necesidades de igual jaez, se conviertan en impunidad del sindicalismo patotero.

Tal vez, sólo eso, llegue un momento en que, al igual que en Túnez, Egipto, Jordania, nuestro pueblo entienda que no puede ser más espectador pasivo de esta terrible corrupción –llámese Kirchner, Cristina, Antonini Wilson, Aerolíneas Argentinas, droga en Southern Winds o en Barcelona, Skanska, fondos de Santa Cruz, sobreprecios en obra pública, Lázaro Báez, Rudy Ulloa, Fútbol para Todos, remedios truchos, defraudación en sindicatos y obras sociales, subsidios y planes- y tome conciencia que ese bochornoso espectáculo que se limita a presenciar lo está pagando, en realidad, con la desnutrición y la muerte de sus hijos, con la falta de educación y de trabajo formal, con la falta de Justicia, en fin, con la ausencia de República.

Bs.As., 29 Ene 11

viernes, 21 de enero de 2011

Triste Estado Fallido

Triste Estado Fallido


“Nadie imaginaba la derrota, el atroz desenlace
al que se encaminaban, o acaso el suicidio
que buscaban sin conciencia”
Julio Bárbaro


Quien se haya tomado el enorme trabajo de leer mis notas, podrá recordar que, desde hace ya mucho tiempo, digo que la crónica estupidez de los argentinos –obviamente, me incluyo- transformaría a la Argentina en un Estado fallido. Para graficar mi afirmación, sostuve que el mundo saldría de la crisis del 2008 con aún más hambre que el que tenía al entrar en ella, y que el desarrollo de los países de Asia y de Brasil haría que la demanda por más y mejores alimentos se incrementase brusca y brutalmente.

Entonces, un grupo de personas y de países –se llamara FAO, OTAN, ONU, OEA o cualquier otra sigla por el estilo- se reuniría dentro de algunos años con un planisferio y se preguntaría dónde se podrían obtener esos alimentos. Alguien señalaría, hipotéticamente, a la Argentina y, tratándose de un país desconocido para muchos, averiguaría que puede producir alimentos para quinientos millones de personas, y que sólo lo hace para cien debido a la imbecilidad de su pueblo y, sobre todo, de sus gobernantes, que tanto se le parecen. El siguiente paso sería invadirnos o, más sencillo aún, pagarnos para que cada uno de los habitantes se fuera a vivir a otro país, a su elección; seguramente, se podría evitar así la desnutrición que mata niños diariamente en muchas provincias argentinas.

Obviamente, se trataba de una exageración tendiente, sólo, a demostrar la absurda situación en que nuestro país se encuentra.

Otra vez, como tantas, me equivoqué en los tiempos históricos, porque Argentina se ha transformado ya en un Estado fallido.

A pesar de los monstruosos ingresos de divisas provenientes de las exportaciones agroindustriales y de automóviles, el sistema económico está en una profunda crisis, motivada por el gasto público descontrolado y creciente, por una inflación provocada e incentivada, por la falta de inversión en infraestructura y en industria, por el festival de subsidios y por la corrupción rampante, que parece no afectarnos anímicamente como sociedad.

El Estado ha dejado de ejercer el monopolio del poder de policía, la Justicia repta en pos de intereses mezquinos, el país carece de fuerzas armadas, no se ejerce ningún control sobre los actos del Poder Ejecutivo, se persigue a la prensa no adicta, se falsean las estadísticas públicas, crece la pobreza y la miseria, y –mal de males- los opositores, en general, carecen de grandeza.

La droga campea por sus fueros en todo el país –el pobre Scioli afirma, encantado, que nunca se secuestró tanta como en su gestión, sin percibir que ello se debe a que cada vez hay más tráfico- y la política hunde sus garras en ese nauseabundo océano en el cual se están ahogando, literalmente, generaciones enteras de argentinos. Concejales, militares, diputados, intendentes, policías y jueces han sido comprados por el dinero de ese mercado, y la triste sombra del México actual se cierne ominosamente sobre nosotros.

Argentina, pese a las reiteradas afirmaciones del inefable Jefe de Gabinete en contrario, se ha transformado en un mercado de intenso consumo de estupefacientes, además de tener coladores por fronteras y convertirse en el paraíso para quienes deben transportar la droga hacia otros destinos, como lo demostraron las valijas voladoras de Southern Winds en Madrid, o el jet detenido, con toda su tripulación, en Barcelona.

El país está al borde de la expulsión del grupo de naciones que controlan el lavado de dinero debido, precisamente, al enorme interés que tiene la Casa Rosada de impedir que se investigue a sus ocupantes y a sus espurios manejos de coimas, de fondos de Santa Cruz y de subsidios clientelistas.

La gente ha sufrido, y continúa haciéndolo, los embates del calor sin electricidad, agua y combustibles, y de la falta de efectivo en los bancos, ambos hechos producto de la imprevisión de quienes tienen el deber, como funcionarios, de prever estas circunstancias.

La inseguridad, esa que diariamente se lleva la vida y la hacienda de pacíficos ciudadanos, ha crecido tanto que hasta don Anímal ha debido llamarse a silencio al respecto, ya que su “sensación” llegó hasta a hacer desaparecer los viáticos en efectivo que doña Cristina necesitaba inexplicablemente para su gira por los países árabes.

Por otra parte, y con total prescindencia de su eventual intencionalidad política, los gigantescos asaltos a bancos y a cajas de seguridad, la impunidad con que los delincuentes roban y matan, la falta de resultados en las investigaciones policiales, la aplicación garantista de leyes absurdas y la falta de coraje de muchos jueces, además de la falta de inversión en cárceles y equipos, nos hacen aparecer como una verdadera tierra de nadie, en la cual todo es posible.

Un párrafo aparte merece la reciente decisión de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en esta composición antaño tan elogiada por todo el arco político, que ha decidido convalidar la Justicia tuerta y, para obedecer los oscuros designios de venganza de los Kirchner y sus “jóvenes idealistas” redivivos, ignorar la Constitución Nacional en el caso de los presos políticos, e imponer tal criterio a los Tribunales inferiores. Decenas de ellos ya han muerto sin condena, mientras que miles se encuentran detenidos sin causa alguna y sin proceso, excediendo en mucho el tiempo permitido para la prisión preventiva.

La educación pública, la misma que permitió que a fines del siglo XIX no existiera el analfabetismo en nuestro país, ha visto un proceso de deterioro inaudito, y lo mismo sucede con la salud pública, por falta de inversiones debido al robo sistemático de los fondos que hubieran debido ser destinados a esos fines por funcionarios y sindicalistas.

La Cancillería, tal vez el sector de la administración pública de mayor excelencia, ha dejado de cumplir su rol para transformarse, simplemente, en la mera y tristemente payasesca expresión de los deseos de la Presidente y del hijo de Jacabo (¡gracias, Lanata!), el twittero Ministro.

La visita de doña Cristina a Qattar nos ha hecho saber a los argentinos que tenemos una nueva embajadora cultural, la pequeña Florencia quien, pese a no haber estudiado cosa alguna –si se exceptúa a su actual vocación cinematográfica ejercida en New York-, se ha reunido a solas con la hija del emir local, y ambas se han manifestado a favor de incrementar los lazos culturales entre ambos países.

El episodio no debiera sorprenderme, ya que los íconos de la cultura nacional propuestos por la Presidencia y el Ministerio de Cultura a la Feria de editoriales realizada en Frankfurt fueron Maradona, Evita, el “Che” Guevara, la señora de Kirchner y no recuerdo qué otro intelectual de fuste más. Pero sí me asombró que La Nación lo publicara en su tapa, sin asomo de ironía, pese a que dispone de plumas como las de Roberts. ¿Estará buscando un nuevo sol el diario de los Mitre?

En fin; como se ve, no estoy en un día particularmente optimista respecto al futuro de nuestra patria. Debe ser porque me estoy poniendo viejo, las fuerzas se me van yendo y, cuando miro para atrás, veo con tristeza qué hemos hecho, todos, con un país que debiera haber estado, por los dotes naturales recibidos y por la calidad original de su gente, entre los primeros del mundo. Contribuye mucho a mi estado de ánimo actual la falta de reacción social frente a las iniquidades que, día a día, se cometen desde los más altos niveles de ese triste Estado fallido en que hemos convertido a la Argentina.

Bs.As., 21 Ene 11

viernes, 14 de enero de 2011

Sensaciones y viajes

Sensaciones y Viajes


“Su Majestad, empero, demostrando más
perspicacia que sus policías, comprendió
que la tristeza podía conducir a pensar, al desánimo,
al público abucheo, a la total desgana, y por eso
ordenó que el Imperio entero se convirtiera
en un gran escenario de fiestas, ferias, bailes y mascaradas”
Ryszard Kapuściński


El jueves por la tarde, un programa radial de Miami me llamó para conversar sobre la realidad argentina y latinoamericana, sobre todo a la luz de la asunción de Dilma Rousseff como Presidente de Brasil.

Conocí a la actual mandataria cuando era Secretaria de Energía del Estado de Rio Grande do Sul, hace ya muchos años, y sólo volví a encontrarme con ella una vez, cuando ya tenía el mismo cargo a nivel federal, durante la Presidencia Lula.

Mi impresión hasta entonces era que Dilma tenía un carácter y un modo muy similares a nuestra entrañable Diana Conti, es decir, las formas de una araña. Puede comprenderse fácilmente mi sorpresa actual, muy agradable por cierto, al ver como, desde sus primeras medidas de gobierno, ha corregido algunas graves extravagancias de su antecesor en materia internacional. A raíz de éstas, escribí en su momento una nota en una revista brasileña, que puede verse en http://tinyurl.com/ykhcwq7.

La conversación con el periodista giró luego hacia la manifiesta actitud pro-mercado de la Presidente de Brasil, que ha dispuesto la privatización de importantes áreas de infraestructura, inclusive algunos aeropuertos, en contraposición a la del Gobierno argentino, que sólo es afín al capitalismo si se trata de “amigos”.

Finalmente, comenzamos a hablar de la corrupción, como derivación de lo anterior, y el entrevistador me preguntó cómo se percibía la misma entre la ciudadanía en general. Mi respuesta, obviamente, fue que aquí no se había convertido aún en “el gran tema”, pese a las escandalosas revelaciones diarias de coimas, sobreprecios, apropiación de bienes públicos y hasta tráfico de drogas.

Conversamos un rato más intercambiando ejemplos de sanciones políticas y sociales recibidas por ministros, diputados, senadores, gobernadores, etc., en otros países por hechos de corrupción que aquí no serían siquiera considerados tales. Recordamos a los parlamentarios británicos que fueron expulsados de la Cámara de los Comunes por pagar cigarros o viajes con dineros públicos, a representantes norteamericanos castigados por haber aceptado invitaciones a cenar de lobistas, o a presidentes obligados a devolver al erario público regalos de otros mandatarios recibidos durante su gestión.

No voy aquí a rememorar los grandes hechos de peculado revelados durante los siete años y medio del kirchnerismo, pese a que superan con creces a todos los cometidos por casi todos sus antecesores, pues ya he publicado infinidad de notas al respecto que pueden verse en mi blog.

Pero, en cambio, quisiera reflexionar acerca de qué nos sucede a los argentinos, como sociedad, al respecto. Porque, si bien existe corrupción en casi todo el mundo, sobre todo como un medio para financiar la política, en general se trata de porcentajes infinitamente menores y, sobre todo, lo habitual es que su producido permanezca en el país. Recuerdo que una vez, hace ya diez años, me tocó hablar ante un grupo de empresarios en San Pablo y, cuando quise referirme a este problema mundial, uno de ellos me interrumpió graciosamente diciendo: “Enrique, no se meta con la corrupción en Brasil; aquí es sólo una forma de redistribuir la riqueza”, en referencia a que a nadie se le ocurría allí llevar sus dineros mal habidos al exterior.

Entre nosotros, por el contrario, no solamente alcanza niveles que, debido a los problemas de alimentación y salud de gran parte de nuestra población, ya alcanza niveles de genocidio sino que, además, se utiliza para comprar departamentos en Punta del Este, grandes aviones y yachts, etc.. Recuérdese, al pasar, cuánto nos cuesta Aerolíneas Argentinas o el “Fútbol para todos” por día, y qué podría hacerse con ese dinero en escuelas, hospitales y viviendas.

En una nota reciente me referí, concretamente, a la inexistencia de sanción social para este flagelo, lo cual hace que los delincuentes circulen alegremente en medio de la sociedad, exhibiendo groseramente su riqueza mal habida, sin que a los demás, los que debemos trabajar día a día para poder vivir, se nos mueva un pelo, pese a que toda esa impúdica demostración se paga con nuestros impuestos, cada vez más gravosos.

La señora Presidente se ha ido a descansar a Egipto, como paso previo a su visita de tres países árabes en busca de nuevas inversiones. Conversará acerca de ellas con los respectivos emires y presidentes, y con empresarios locales.

Evidentemente, nuestra inefable doña Cristina cree que en Medio Oriente no existen bancos, ni Internet y las informaciones globales no llegan.

Porque, si bien los grandes fondos internacionales tienen memoria corta, las instituciones financieras conservan en sus archivos todo lo acontecido en cada uno de los países, y sus analistas son expertos en determinar los riesgos de las inversiones que se radican en terceros países.

Cualquier señor dispuesto a invertir en la Argentina de hoy, recibirá de sus asesores financieros y económicos objeciones referidas a la falta de seguridad jurídica, a la falta de respeto a los contratos por parte del Estado, a la ignominiosa interferencia de los funcionarios en las empresas, a la desvergonzada apropiación de compañías por amigos del Gobierno, a la falta de luz y de gas para la producción, a los encubiertos controles de precios, a la rampante corrupción, a los aprietes de Moyano y sus aliados, a la inseguridad ciudadana, a la inexistencia de libre competencia, a la carencia absoluta de estadísticas e informaciones económicas confiables, al desmesurado y creciente gasto público, a la ya casi espiralada inflación, a los niveles de pobreza e indigencia de nuestra sociedad, a la falta de profesionales y técnicos en carreras duras, a las descontroladas protestas sociales, a las ocupaciones de predios, etc..

En general, como todos sabemos, los exitosos hombres de negocios no son precisamente suicidas, y en América Latina y en África existen innumerables países que, además de crecer a tasas iguales o superiores a las nuestras, no están conducidos por orates ignorantes.

La herencia que recibirá el próximo gobierno, después de este fallido “modelo”, será complicado en extremo. Para encontrar verdaderas soluciones, para encarrilar el tren del verdadero desarrollo, para terminar con la corrupción y comenzar con la planificación de largo plazo, será necesario contar con amplias mayorías parlamentarias y con un gran apoyo de la sociedad.

Ningún partido por sí solo –menos aún una persona- podrá tener en su haber ese capital político indispensable para encarar, con seriedad y credibilidad, el camino de sangre, sudor y lágrimas que deberemos transitar para llegar a ser Nación.

No estoy proponiendo meras alianzas electorales, que tanto nos han costado en el pasado y que suelen estar sólo prendidas con alfileres. Al contrario, lo que quiero para la Argentina que viene es la renuncia a los intereses personales y la refundación, esa que pudo haber sido con el acuerdo Perón-Balbín, frustrado por la muerte del primero.

El más elemental inventario de los problemas a los que se enfrentará el sucesor de Cristina –y, con él, todos nosotros- nos dice de la necesidad de un gran acuerdo nacional (¡cómo hemos gastado las palabras los argentinos!) que nos permitan ponernos de pie, planificar nuestro futuro y garantizar a todos los que quieran venir a invertir a nuestro país, generando riqueza y empleo genuino, el más elemental de todos los derechos, la seguridad jurídica.

Estamos comenzando una nueva década. Tratemos de no repetir las atrocidades que, desde hace varias, hemos cometido contra nosotros mismos, que nos han convertido en el único país del globo que, inexplicablemente, ha llegado a la más suicida autodestrucción.

Bs.As., 14 Ene 11

lunes, 10 de enero de 2011

Solución posible

Solución Posible

“No es lo mismo ser profundo
que haberse venido abajo”
María Elena Walsh


Sería redundante escribir sobre la multitud de pequeñas catástrofes que se abatió sobre el Gobierno desde pocos días antes de la Navidad, integrada por la falta de luz (en algunos casos, también de agua), la descontrolada temperatura, los piquetes de todo tipo, los cortes de vías, la calle enfurecida, la escasez de billetes, los robos a los bancos y el contrabando mayorista de drogas y la inflación. Se han ocupado de ella todos los periodistas y analistas, algunos de los cuales –como Carlos Pagni- con admirable maestría.

Prefiero, entonces, aprovechar estos primeros días de enero para proponer que juguemos. El verano, en general, es el tiempo lúdico por excelencia; quien más, quien menos, los que tienen capacidad de decidir sobre nuestros destinos utilizan la primera quincena del año para descansar y dedicarse, sin culpa, a gozar de la arena, del truco, del golf y de los deportes náuticos.

Comencemos, pues. Llamemos al juego “círculo virtuoso”.

Desde hace mucho tiempo, se caracteriza a la industria argentina como un mundo de empresarios ricos y empresas pobres. Es decir, un escenario en el cual las ganancias son retiradas del circuito productivo y se depositan fuera del país (o del circuito financiero) para protegerlas. Punta del Este, con la sideral inversión inmobiliaria realizada por los argentinos a lo largo de décadas, que sólo es utilizada verdaderamente durante 30/40 días por año, es el ejemplo que prueba con mayor claridad esta afirmación.

Las explicaciones para esta actitud de nuestros compatriotas tiene justificadas razones, por cierto, y me han sido brindadas cada vez que he puesto el dedo sobre este tema en particular.

Pueden resumirse, todas ellas, en la inseguridad jurídica. La degradación de nuestras instituciones ha hecho que baste una mera decisión del Ejecutivo para que seamos ricos o pobres al levantarnos por la mañana y, peor aún, que nos enteremos de ello por los diarios.

Un país que cambia permanentemente las reglas de juego sin que los afectados puedan hacer algo más que patalear como niños, expulsa capital. Es una afirmación que ofendería a Perogrullo.

¿Cómo se puede ampliar una fábrica reinvirtiendo ganancias si no se sabe si se contará con la energía necesaria para hacerla funcionar? ¿Cómo se puede planificar una producción y su comercialización si se ignora cuál será el precio de los insumos al momento de comprarlos para continuar? ¿Cómo se puede establecer una política de precios si don Moreno puede cambiarla de un plumazo? ¿Cómo se puede determinar una política salarial y de creación de empleo en un lugar en el que todo lo determinan, apretando, don Moyano y sus camioneros? ¿Cómo se puede exigir a los empresarios que inviertan lo prometido si, a la vez, el Estado viola los contratos firmados con ellos?

La respuesta a todas esas preguntas, y a muchas otras que no vale la pena formular en el mismo sentido, ha sido la que todos conocemos. Salvo contadísimas excepciones, que no llegan a poner a prueba a la regla, los empresarios se han transformado en aplaudidores del poder de turno, y han obtenido lo que necesitaban para sobrevivir (no para crecer ni desarrollarse).

El empresariado argentino, y no me refiero a nadie en particular, es prebendario y, sobre todo, corrupto. Tal vez por necesidad, durante muchos años consiguió que la Argentina fuera un coto de caza privado, rodeado por barreras aduaneras que impedían la competencia con los productos importados; que los fabricados localmente fueran peores y más caros fue sólo una natural consecuencia de esa política. Respecto al segundo calificativo, recuérdese que, cada vez que un funcionario recibe una coima, hay un empresario que la paga.

Los denostadísimos 90’s, esos del Menem que nadie votó, tuvieron sus enormes defectos y hasta delitos, pero no fueron menos sus virtudes. La previsibilidad que trajo su gobierno hizo que la Argentina se transformara en un recipiente natural de las inversiones directas que modernizaron, en una década, el atraso de muchas.

Las realizadas en exploración y producción de hidrocarburos, en generación, transmisión y distribución de energía, y en comunicaciones, fueron las que permitieron a los Kirchner crecer a tasas “chinas” durante muchos años, sin invertir una moneda en esos rubros.

Claro, cuando ese crecimiento, acompañado por una demanda demencialmente incentivada por el congelamiento de las tarifas, consumió la capacidad ociosa que se había producido a partir de la crisis de comienzos de siglo, comenzaron los problemas que hoy, para el idiota dogmatismo que nos gobierna, resultan insolubles y que se convertirán en una pesadísima herencia para el sucesor de doña Cristina, quienquiera que éste sea.

El “modelo” continúa saqueando las cajas disponibles para continuar pagando los precios de una fiesta que espera continuar hasta las elecciones. Entonces, cuando no hay energía, se importa de Brasil o se traen buques de gas licuado, a precios seis veces mayores que los que pagamos los consumidores del Gran Buenos Aires.

Hace muchos años, algo así como seis, en el Comité de Energía de una prestigiosa organización no gubernamental, acusé a los industriales grandes consumidores de energía de suicidas. Les dije que, como el Gobierno había congelado las tarifas, sus producciones electrointensivas tenían, en la práctica, subsidiado a precios ridículos su mayor insumo, y que ellos se habían aprovechado de esa circunstancia, y lo seguirían haciendo, pero que solo lograrían desfinanciar a las generadoras.

La falta de inversión de éstas, porque las tarifas a las que vendían su producto era mayor que el costo de generarlo, los llevaría al suicidio. Aún sabiendo que no me escucharían, les recomendé conversar con sus proveedores de energía, para encontrar el modo de destruir el nudo gordiano fabricado por el Gobierno, tal vez mediante el pago de un precio intermedio entre el real y el subsidiado.

El pronóstico, que lo reiteré en un reportaje que me hizo, en 2005, “Perspectivas Microeconómicas”, la publicación que edita el estudio Adolfo Ruiz y Asociados (http://tinyurl.com/2epmlso), resultó, como se ha visto estos días, totalmente acertado, aún cuando demoró más en cumplirse por la crisis de 2008, que redujo sensiblemente la demanda.

Volviendo al origen de la descripción previa al juego, don Moyano y sus adláteres, a los cuales ciertamente la inflación les roe todos los días el apoyo de sus bases, necesitan negociar fuertes incrementos de salarios, a sabiendas que será imposible que el Gobierno anuncie nuevas paritarias antes de las elecciones, para conservar el poder acumulado. Que esos reclamos superen la inflación estimada para el 2011 no es más que una profecía que se autocumplirá indefectiblemente, y el salario real volverá a caer al final.

En los párrafos anteriores tenemos una somera y simple –por lo burda- descripción del problema argentino, que puede resumirse así: a) como no hay seguridad jurídica, nadie invierte en nuestro país, ni siquiera nosotros mismos; b) como no se invierte, no crece la oferta de energía, indispensable para la industria; c) como nadie reinvierte en las empresas, éstas no incrementan el trabajo registrado, y la población activa precariamente empleada llega al 40%; d) como no hay trabajo, crece la inseguridad y la marginación; e) como el dólar es mantenido artificialmente bajo, los productos industriales argentinos cada vez encuentran más competencia internacional; f) como las importaciones resultan cada vez más baratas, los industriales reclaman medidas para frenarla; g) como el Gobierno sigue emitiendo, y cada vez más rápido, los bolsillos tienen una cierta holgura; h) como nos enfrentamos al 30% de inflación anual, la gente gasta más rápido para evitar el deterioro de la moneda en su poder; i) como se desvaloriza el valor del peso, los sindicalistas deben reclamar cada vez mayores aumentos que, en su generalidad, incluyen la inflación esperada; etc., etc.

Llegó el momento de jugar, al menos con la imaginación. Pero es necesario que todos, sin excepción, juguemos.

Los primeros en hacerlo deben ser los empresarios. Para ello, basta con mirar hacia Brasil, concretamente a la Federación de las Industrias del Estado de San Pablo, la poderosísima FIESP.

En este caso, se trata simplemente de imitar. El empresariado nacional, para jugar en esta mesa, debe transformar por completo su mentalidad. Para comenzar, debe establecer una sola entidad que nuclee a todas las cámaras, y conducirla democráticamente. Una vez dado este paso, esta nueva organización debe sentarse con el Gobierno y explicar qué se necesita para volver a confiar en cómo se conduce la economía del país, exigir su implementación y, una vez obtenidas las medidas necesarias, comprometerse públicamente a invertir en sus empresas y a reconvertirlas para hacerlas más competitivas, aumentando su plantilla de personal a medida en que ese crecimiento se produzca.

No voy aquí a reiterar las sugerencias que he hecho a quienes debieran liderar el cambio, generando una industria de excelencia, capaz de competir con éxito en los mercados mundiales capaces de absorber las pequeñas cantidades que los argentinos fabricaríamos, con altísima calidad y precios acordes a la misma. Quien tenga interés en este punto, siempre podrá verlas en
http://tinyurl.com/2elshqu.

Si esa sugerencia fuera aceptada, en relativo corto plazo y con el apoyo crediticio necesario, se incrementarían fuertemente nuestras exportaciones, mientras que ingresarían productos extranjeros, que el país no puede producir barato por falta de una economía de escala en sus mercados. Con ello, bajaría enormemente el costo de la indumentaria para los más humildes, que podrían comprar ropa y calzado a los precios a los que venden los países del sudeste asiático y hasta Brasil.

En materia de tarifas de servicios públicos, especialmente en energía, los industriales deben renunciar voluntariamente a los privilegios que les conceden las demenciales políticas gubernamentales de subsidios indiscriminados. Obviamente, se tratará de un gran sacrificio en el corto plazo, pero garantizará la existencia futura de las empresas. Además, deberían ampliar sus metas, incorporando el concepto de responsabilidad social empresaria, y exigir al Gobierno que mantenga el subsidios exclusivamente para los que menos tienen; el mecanismo para implementarlo es fácil: basta con subsidiar a los consumidores –con una tarjeta especial, por ejemplo- y dejar de hacerlo a las empresas energéticas.

Los ciudadanos de a pie, los que conformamos las clases medias y altas urbanas, deberíamos jugar también. Porque nosotros estamos recibiendo, desde hace muchísimo tiempo, la energía a precios con los que nadie, en ningún país, puede producirla. Entonces, sentados a la mesa, deberíamos respaldar el fin de los subsidios –si se quiere, gradualmente- indiscriminados y apoyar a los industriales en su posición al respecto.

Para evitar el egoísmo cortoplacista que puede llevarnos a negarnos a jugar, bastará con que pensemos que, si no lo hacemos, también nosotros nos quedaremos sin luz, y sin agua, no solamente en los períodos de temperaturas extremas. Además, también deberíamos exigir que el Gobierno imite a Brasil que, en caso de necesidad, privilegia siempre el consumo industrial al residencial; cuando hay poca electricidad, es mejor dársela a las empresas, pues son éstas las que generan trabajo y ganancias para el país y, cuando se cierran, todo se viene abajo.

Si pudiéramos jugar de este modo en materia económica, incluyendo una profunda reforma impositiva que haga que todos –pero todos- paguen menos, podríamos hacer lo mismo en materia de educación, de salud, de vivienda, de justicia, de defensa y de seguridad.

No puedo extenderme más, porque esta nota dejaría de serlo y se convertiría en un verdadero mamotreto. Simplemente, afirmo que los argentinos podemos salir del pozo –ese al que nos mudamos con gran trabajo, como diría la enorme poetisa que hoy ha muerto- con sólo proponérnoslo. Que sólo falta que una conjunción de personas de distintos orígenes filosóficos y políticos se ponga a trabajar, a pensar y a ofrecer a la ciudadanía esta senda de sacrificio, sin la cual la Argentina no tendrá futuro.

Bs.As., 10 Ene 11

domingo, 2 de enero de 2011

Y llegamos al 2011

Y llegamos al 2011

“La principal característica del desesperado es que no sabe que lo está” Kierkegaard

Habitualmente aprovecho el inicio de cada año para verificar qué he dicho en los doce meses anteriores, cuáles de tales pronósticos fueron acertados (los menos) y cuántos fueron desmentidos luego por la realidad, y para dejar asentado, en principio en líneas generales, qué creo que nos sucederá a los argentinos. Sin embargo, el 2010 fue signado, a partir de octubre, por la muerte del personaje central de la política argentina de los últimos siete años. Ese hecho modificó, de modo sustancial, todos los escenarios imaginados hasta entonces y, por supuesto, también lo hará con las elecciones presidenciales, previstas para el próximo octubre. La trascendencia brutal de lo ocurrido –algo que nadie pudo predecir- hace que hoy resulte mucho más positivo hablar del presente que hacer un balance de los aciertos y errores pasados de este analista, lo cual me lleva a alterar esa costumbre. La complicación de la realidad política, que imaginaba para este marzo, me llevó a pensar, y decir, que doña Cristina gozaría –aún cuando ello implicara una contradicción profundísima- de las mieles que la desaparición de su marido le habían aportado en materia de imagen positiva y hasta de intención de voto. Que la muerte de su líder, al que se pretende endiosar, haya mejorado todos los índices políticos y económicos –se disparó el precio de los bonos de deuda y bajó el “riesgo-país”- es una explicación que el kirchnerismo se debería formular como autocrítica. El legado de don Néstor a los argentinos está plagado de corrupción, de arbitrariedad, de clientelismo y de calamidad, sobre todo por haber desperdiciado estos últimos siete años de inusitado crecimiento, y su desaparición ha sido, sin duda, lo que motivó la inversión en las tendencias de opinión -que venían cuesta abajo en los últimos meses- a partir de su muerte. Las últimas encuestas públicas, sin embargo, ya han informado a la señora Presidente que ese nuevo romance con los argentinos, iniciado con su viudez, ha terminado y que los notables desmanejos y disparates cometidos por la pareja hasta la fecha han retornado su imagen a los valores previos al luctuoso hecho que los había impulsado en sentido contrario. Lo sucedido en el Parque Indoamericano, en el Club Albariños, en especial, y la forma en que el Gobierno nacional se condujo al respecto, todo lo cual atribuyo a los tristemente infantiles deseos de lastimar a Macri, no solamente rebotó en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires contra doña Cristina y sus adláteres sino que, al extenderse al Conurbano y a otras provincias, desnudó la falsedad del “modelo de inclusión” que el oficialismo “vendió” exitosamente a sus fieles durante el período más prolongado de altos precios de nuestros productos exportables que recuerde nuestra historia. Por su parte, la fuerte ola de calor que golpeó –y aún lo hace- a los grandes centros urbanos puso, en blanco sobre negro, la magnitud de los desaciertos, intencionales o no, de la falta de planificación de un gobierno y de un ministerio cuyo nombre y objetivo es precisamente imaginar el país del futuro. Y la falta de luz (y, consiguientemente, de agua) empujó hacia abajo la popularidad de nuestra peculiar reina viuda. La imbécil política de reemplazar con subsidios las indiscriminadamente bajas tarifas ha producido dos efectos muy complicados: el primero, que la Argentina ha dejado de invertir en generación (Brasil aumenta su parque en 6000 MW por año) y ha consumido, durante la gestión kirchnerista, más de treinta años de reservas de petróleo y de gas; el segundo, que al salir los subsidios de las rentas generales del Estado, constituidas por la masa de impuestos recaudados, esos subsidios terminan siendo pagados por quienes no pueden gozar de los beneficios de esas mismas bajas tarifas. Lo mismo sucede, por ejemplo, con el millón y medio de dólares que el Gobierno destina a subsidiar a Aerolíneas Argentinas, una empresa que, obviamente, sólo puede transportar a quienes pueden pagar sus tarifas. La falsa invocación de la necesaria conectividad del país entero o de tener una “línea de bandera” son desmentidas, diariamente, por la realidad: en su compañía viaja solamente el 0,5% de los argentinos, pero mantenerla en el aire nos cuesta a todos la cifra mencionada. Que ese despilfarro, y esa corrupción, se produzcan en un país que tiene provincias –como Misiones, según su propio Gobernador- con muchos miles de chicos desnutridos, clama al cielo; ese mismo cielo que atraviesan, cuando el moyanista Tamayo no lo impide con sus huelgas salvajes que deterioran diariamente la imagen turística del país, los aviones aún no públicos. Además de las invasiones violentas de predios, el fin de año trajo a los televisores del mundo entero a los reclamos sociales que, virulentamente, han impedido a los porteños trasladarse para llegar a su trabajo o retornar a su casa. Cuando la pretensión de los tercerizados ferroviarios de acceder a la estabilidad laboral llegó al corte de las vías en Avellaneda, justo en el momento de mayor calor y a la hora de regreso al hogar de quienes viven al sur, la calle hizo eclosión, y el Gobierno fue, lógicamente, quien pagó la factura con nuevas caídas en su popularidad. La estupidez de pretender “vender” un complot que más parecía una ensalada rusa (tenía como ingredientes a Duhalde, a Macri, al Partido Obrero y, creo, que hasta a los boy-scouts) no consiguió explicar a los usuarios del Roca por qué, después de los enormes subsidios aportados por el Estado nacional durante siete años, todavía deben viajar como ganado, y eso cuando los distintos actores del conflicto se lo permiten. Y el colmo se produjo cuando la inflación hizo que se produjeran grandes faltantes de papel moneda en billetes de $ 100. El hecho, más allá de las molestias que ocasionó a todo el mundo, en especial a los jubilados, precisamente en vísperas de las fiestas, puso de manifiesto la irresponsabilidad, la impericia y la imprevisión del Banco Central, y otra vez fue doña Cristina quien pagó la cuenta. Y es que, tal como dijera en una antigua nota, “Lo inexplicable”, que puede leerse en mi blog y que escribí cuando don Néstor prohibió las exportaciones de carne, la medida sólo podía producir la suba del precio de ese insumo básico de la mesa de los argentinos. Ello hizo que me riera de quienes aseguran que Kirchner fue, por lejos, el Presidente que más sabía de economía; creo que lo único que sabía hacer era “cuentas de almacenero”, que sólo son pan para hoy y hambre para mañana. Todo eso sumado me lleva a pensar que la señora Presidente se dejará convencer por sus hijos de dejarse de política e irse a gozar de sus dineros mal habidos al Calafate o al extranjero. Y que, finalmente, un operativo “clamor” bien orquestado depositará a don Danielito en el sillón de Rivadavia, para brindar la paz y la tranquilidad a todas las bandas que, transversalmente, operan en la política local. Una reflexión final y fuera de contexto. Todos sabemos que la rápida salida del mundo de la última crisis fue motivada por el crecimiento de lo que se ha dado en llamar el grupo BRIC, es decir, Brasil, Rusia, India y China. Esos países están consiguiendo bajar fuertemente la pobreza de sus ciudadanos, llevando a la clase media a –en el caso de Brasil- treinta millones de pobres. China, India y los países del sudeste asiáticos son quienes, a elevar el consumo y la calidad de éste han hecho llegar a estos valores los precios de nuestras materias primas. Lo curioso, además, es que son esos mismos países quienes, al abaratar diariamente la tecnología, son los que han invertido la “ley del deterioro de los términos de intercambio”, que decía que, para importar un tractor, cada vez habría que pagar más toneladas de trigo. Es decir, no solamente hacen que sus pueblos coman más y mejor, lo que hace subir los precios de los alimentos, sino que su desarrollo ha hecho que los productos tecnológicos que importamos cada vez resulten más baratos cuando los pagamos con nuestras exportaciones. Esperemos que Dios sea argentino algún tiempo más porque, si no nos ponemos a imaginar otra forma de desarrollar industrialmente al país –ver “Una respetuosa sugerencia a la Unión Industrial” en mi blog-, para llevarlo a competir en los mercados del lujo y la sofisticación en los que los precios no importan demasiado, el avance científico de esos países que hoy hacen nuestra bonanza terminará por permitirles cultivar ellos mismos los productos que hoy nos compran.

Samaná, 2 Ene 11