A
la Hora Señalada
“No conozco la clave del éxito, pero sé que la clave del
fracaso es
tratar de complacer a todo el mundo”.
Woody Allen
Los
carteles que portaban muchos de quienes concurrieron a protestar al Obelisco
ayer y hasta la pantalla gigante colocada ante el monumento repetía: “La Patria
está en peligro”. Los acorralados (por la Justicia) camioneros, las irredentas
CTA, los tristemente famosos “metrodelegados”, a un desaforado grupo de
kirchneristas y a los izquierdistas de siempre fueron a gritar que enfrentarán
al Gobierno en las calles (balas o urnas, al igual que Nicolás Maduro, en
Venezuela), y las razones son claras.
Resultó
notable la hipocresía de reclamar por los “presos y presas” políticos del
Gobierno –ignoro a quiénes se referían- mientras exigían que se pudran en las
cárceles dos mil ancianos militares, cuyas prisiones preventivas exceden
cualquier máximo legal, o han sido condenados en juicios amañados para satisfacer
la necesidad de Néstor Kirchner de encontrarse con la izquierda porque, según
él mismo confesó, da fueros.
La
convocatoria, por cierto multitudinaria, otra vez fue financiada –en ómnibus,
choripanes y algunos pesos- por los intendentes del Conurbano y, quizás, con
fondos arriesgados por Cristina y sus enriquecidos cómplices. Están buscando
ahora un muerto, ya que fracasaron con Santiago Maldonado y, nuevamente,
tendremos que preguntarnos todos si seguiremos con la suicida actitud de
cuestionar a las fuerzas de seguridad.
Gritemos
todos que la Patria no está en peligro, pero que sí lo estará si vuelve el
kirchnerismo al poder, y eso deberemos discutirlo, sólo en las urnas, en
octubre del año próximo. Mientras tanto, acompañemos al Gobierno que hemos
elegido –inclusive aquéllos que no lo votaron- porque es la única forma en que
podremos tener algún futuro. Me refiero a un país ideal, en que todos seamos lo
suficientemente civilizados para elegir qué queremos como sociedad y, sobre
todo, quién va a pagar por ello.
Tal como
era fácil de prever, las protestas de todo tipo transformaron nuestra vida, en
especial la de los porteños, en un infierno que sólo acaba de encenderse; a
medida que avancen los días y los meses, y tal como anunciaran ellos mismos el
25 de Mayo, saldrán a pelear la calle con más frecuencia. Y recordemos que,
entre quienes lo dijeron, estaban los maestros y los bancarios, capaces de
infligir los daños mayores a los chicos y al trabajo diario de todos. ¿Seremos
capaces de soportarlo o, una vez más, probaremos que la dura madera con que
fuimos forjados se ha transformado en un leño podrido y perforado por las
termitas?
Los
reclamos eran diversos: salarios, despidos, la inexistente apertura de la
economía y, en especial, la relación con el FBI y el pedido de auxilio
financiero al que tuvo que recurrir el Gobierno. En este último tema viene a
cuento un mensaje que inundó las redes sociales: “si usted no está de acuerdo con solicitar esa ayuda, sea coherente y
renuncie a todos los subsidios y los planes sociales que recibe”.
Porque es
esa la verdad. Mauricio Macri intentó convencer a la sociedad que el
gradualismo, en mi opinión indispensable, era la única receta que podía
utilizarse para paliar la gigantesca crisis que había heredado, a riesgo de
desatar un gigantesco conflicto social. No me cansaré de decir que no
explicarla en detalle a un país que no la percibía fue el pecado original de
Cambiemos, y lo seguirá purgando.
Pero ese
gradualismo necesitaba financiación. Ésta no podía surgir de un aumento de
impuestos –sí de una ampliación del universo que los tributa- porque ya
teníamos la presión fiscal más alta del mundo, ni tampoco del ahorro interno,
puesto que los argentinos tienen cerca de trescientas mil millones de dólares
fuera, sin vocación de retornar. Entonces, ¿qué fuente quedaba disponible?
Obviamente,
la primera y más obvia solución fue salir a pedir en los mercados
internacionales de crédito, aunque para ello hubo que asumir tasas de interés
altísimas, en razón de nuestra historia de defaulteadores
seriales y de la inexistencia de seguridad jurídica. Y ese camino funcionó
hasta que Donald Trump comenzó a fortalecer la economía de los Estados Unidos,
transformándola en una gran aspiradora universal dinero que obligó a todos los
países a devaluar sus monedas.
Y si le
sumamos a esa circunstancia, ciertamente predecible, la fenomenal sequía que
afectó al campo, con una pérdida de miles de millones de dólares en
exportaciones (contra la favorable coyuntura de la que disfrutó Néstor
Kirchner), la suba internacional del precio del petróleo (que puede
incrementarse en razón de la denuncia del Presidente norteamericano del acuerdo
de desnuclearización con Irán, y del aumento de la conflictividad en Medio Oriente),
al cual nuestros combustibles están necesariamente atados, y la confirmada incapacidad
de domar el potro de la inflación, tenemos el combo perfecto para explicar los
problemas que debió afrontar el Gobierno en los últimos días.
La
recurrencia al FMI, al cual –mal que les pese a los olvidadizos peronistas de
todas las tribus- nunca dejamos de pertenecer, abarata el costo de la deuda que
esta administración está obligada a asumir, a riesgo de desatar un problema
social aún mayor y de impredecibles consecuencias. Pero, claro, la ayuda que
vendrá, impulsada por un inédito apoyo internacional de casi todos los países importantes
del mundo, no será simplemente un crédito para que la Argentina vuelva a
despilfarrarlo; le será exigido al Gobierno una aceleración en la reducción del
gasto que, indudablemente, generará nuevas protestas y conflictos.
El título
de esta nota remite a una fantástica película de 1952, protagonizada por Gary
Cooper. En ella, un sheriff se ve enfrentado a un criminal al cual puso en la
cárcel y que, ya en libertad, regresa al pueblo para vengarse; sus
conciudadanos lo dejan solo, y nadie sale a apoyarlo en ese duelo final. Hoy,
más allá de las declamaciones favorables de las grandes organizaciones
empresariales, cada uno de sus integrantes aprovecha la coyuntura para aumentar
los precios e intentar maximizar sus ganancias.
Para
controlar a los formadores de precios, el Gobierno no recurre a la pistola, al
estilo de Guillermo Moreno, sino a poner en marcha a la Comisión Nacional de
Defensa de la Competencia, que dormía hace años, para evitar la cartelización
de la oferta en sectores claves de la economía. Porque estos días ha quedado
claro que muchos sectores continúan practicando esa nefasta forma de hacer
negocios. Los afectados, como siempre, se sumarán a los quejosos, olvidando que
ese organismo de control existe en todos los países serios del mundo, y ha
aplicado multas a los grandes conglomerados (Microsoft, por ejemplo) y los ha
obligado a dividir el mercado.
Macri ha
tomado, tal vez por imposición de los grandes jugadores de las finanzas
internacionales, una medida correcta: designó como coordinador de todos los
ministerios vinculados, de un modo u otro, al devenir económico, a Nicolás
Dujovne, que ha demostrado tener la cintura necesaria para negociar con ese
difícil interlocutor, ahora personificado en Christine Lagarde, al cual se
pretende transformar en un comprensivo acreedor,.
La
virulencia en la calle es –casi- comprensible, porque el desierto que deben
atravesar los opositores (y algunos aliados) a Cambiemos es muy duro, sobre
todo para aquéllos acostumbrados a las mieles y dineros que el poder conlleva,
pero lo es menos cuando de los que creíamos más sensatos del universo tribal
del PJ se trata. El miércoles próximo será tratado en el pleno de la Cámara de
Senadores –por favor, lector, note que no he dicho “Honorable”- el tema de las
tarifas de la energía.
En
realidad, ninguno de los más encumbrados representantes del peronismo quiere seriamente
que los precios vuelvan a diciembre de 2017, como planteó Sergio Massa, y menos
a diciembre de 2015, como pretenden los energúmenos kirchneristas, y sólo buscan
que Macri pague el costo político de vetar un adefesio, pero sé cuánto le
costará al país la mera discusión del tema: los escasos inversores reales están
huyendo en manada.
En fin,
hemos festejado un nuevo 25 de Mayo y, aún, seguimos siendo un país. Espero que
mis hijos y nietos puedan vivir en algo más: una Nación, es decir, algo mejor
que un simple consorcio en el que convivimos sin respetar ninguna ley ni los
derechos de nuestro prójimo.
Bs.As.,
26 May 18