Faltan, exactamente, treinta días para las elecciones que, salvo que ocurra un cataclismo o don Néstor nos regale con algún invento, se llevarán a cabo el domingo 28 de junio,
Todas las encuestas que he leído dicen que el oficialismo ganará, por algunos puntos, en el Conurbano y perderá, por escándalo en los grandes conglomerados urbanos, en el interior de la Provincia de Buenos Aires y en Santa Fe, Córdoba y Mendoza. Además, podría ganar en el NOA, el NEA y las provincias del sur.
Del juego de esos números sobre la cantidad de diputados y senadores que el Frente para la Victoria podría obtener ya se han ocupado un montón de analistas, con muchísima más experiencia que quien esto escribe.
Sin embargo, todas esas encuestas señalan que aún permanece, como indeciso, un gran porcentaje de electores.
Y hacia allí quiero apuntar en esta nota.
Estoy seguro que, quienes votarán por don Néstor, por Scioli y por Heller, pese a que algunos serán reemplazados por sus suplentes al momento de asumir, ya están decididos a hacerlo y, consecuentemente, no forman parte de ese porcentaje al que me he referido.
Por el contrario, también estoy seguro que, cuando se pregunta a la gente por quién votará, y se obtiene una respuesta dudosa, quien responde está diciendo “votaré a la oposición pero no sé, todavía, a cual”.
Y esto, al menos en la ciudad de Buenos Aires, es relativamente fácil de entender, ya que no parece haber mucha diferencia entre el Pro (Michetti, De Narváez, Solá, Macri, Rucci) y la Coalición Cívica (Prat-Gay, Gil Lavedra, Carrió, Stolbizer, Alfonsín), especialmente ahora, que De Narváez se está ocupando, por consejo de Durán Barba, de “desperonizar” la imagen de su acuerdo en la Provincia.
Mi aserción surge del diario trato con personas bien informadas, que todos los días me plantean sus dudas al respecto. Es más, un día dicen haberse decidido por el Pro y, al día siguiente, por la Coalición.
Y lo mismo sucede con los simpatizantes de la izquierda que, espantados ante las actitudes de don Néstor, expresadas con abrazos a los “barones” del Conurbano, han realizado su diáspora personal. Ante la múltiple oferta, como sucede siempre con quienes comparten su ideología pero difieren en los métodos, dudan entre Pitrola, Ripoll, Solanas o Ibarra.
También a ellos, cuando hoy se les pregunta, sabiendo que, en ningún caso, votarían por el oficialismo, responden manifestándose como indecisos.
Hay otros elementos, además, que consolidarán, sin lugar a dudas, la imagen negativa de don Néstor y sus cómplices.
La primera de ellas es la transitoria transmutación de Kirchner, el energúmeno, en el abuelito de Heidi. Estoy convencido que esa mera táctica de campaña, seguramente sugerida por el inefable Braga Menéndez, provoca la repulsa en los electores, hartos de disfraces.
La segunda es la acentuación –negada por el Gobierno- de los efectos propios e importados de la crisis, con su secuela de despidos masivos, que ya está llevando a los gremios a la confrontación, más allá de las pretensiones de Hugo Moyano.
La tercera, last but not least, es lo sucedido con Chávez en Venezuela, que dejó paralizada a doña Cristina, pese a que –supongo- había sido informada previamente, por el dictadorzuelo bolivariano, del manotazo que daría a las empresas argentinas.
Y ese hecho se agravó cuando, movido por la crisis que él mismo provocó en su país, Chávez se vio obligado a garantizar a Lula que no se metería con las firmas brasileñas que trabajan allí. El Tte. Coronel puede ser un loco o un mesiánico, pero no es idiota; una cosa es complicarle la vida a la Presidente, por mucho romance que haya entre ellos, y otra muy distinta es hacerlo con Lula que, a fuerza de sensatez, ha convertido a Brasil en “el patrón de la vereda” sudamericana.
Lo que ha hecho el "rojillo" en Venezuela, despilfarrando los multimillonarios ingresos (¡caramba, qué parecido a don Néstor!) provenientes de la exportación de su única materia prima, el petróleo, cuyo precio ha caído desde los US$ 140 a los US$ 60 el barril, en aras a la instalación de su figura y de su “filosofía” en América Latina, tiene como contrapartida la miseria a la que ha arrastrado a gran parte de la población (casualmente, la que lo vota –otro parecido, ¿no?-) y fracturado, por completo, a su sociedad (¡otro más!).
Pero, como dije varias veces, más que lo que suceda hasta las elecciones me preocupa qué pasará después, con un Kirchner enardecido, derrotado, con un panorama fiscal y económico muy complicado, y con un Congreso deslegitimado pero en funciones.
¿Cuáles serán sus límites para evitar ir preso? Mucho me temo que no los tendrá.
En su día, mi emocionado saludo al Ejército Argentino y a sus hombres.
Bs.As., 29 May 09
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