A imaginar escenarios
Me parece oportuno que comencemos, todos, a pensar en los escenarios políticos y económicos que podrían presentarse antes y después del 28 de junio, una verdadera “dead line” imaginada por la mente enfebrecida del inefable don Néstor.
Creo que no estoy descubriendo la pólvora al afirmar que el país está parado por completo, y que seguirá así, al menos hasta la elecciones.
La razón más importante para que ello ocurra fue la famosa apelación kirchnerista: “yo o el caos”. ¿Alguien, en su sano juicio, invertiría o contrataría obras o personal en un país donde su primera figura política anuncia la posibilidad de una hecatombe y le pone fecha?
Cierto es que las consecuencias del descalabro que ha producido la parejita gobernante en la economía argentina y en sus relaciones con el mundo sólo están poniéndose en evidencia ahora, pese a que vienen de larga data, obviamente sumadas hoy a la crisis internacional. Esos efectos se traducirán –en realidad, ya lo están haciendo- en una inflación descontrolada, en un incremento en la fuga de capitales (desde el 1° enero, US$ 7.000 millones), en un marcado deterioro en nuestra producción y en las exportaciones de todo tipo, en un crecimiento sostenido de la inseguridad, etc.
Todo ese negro panorama se extenderá, a despecho de los deseos de don Néstor y doña Cristina, más allá de la fecha fatídica, y se irá complicando aún más en el segundo semestre de este año.
Las exhaustas arcas del Estado no permitirán continuar subsidiando tarifas y empresas (baste recordar que, según Juan Carlos de Pablo, entre muchos otros, la recaudación ha crecido este año –descontados los fondos confiscados a las AFJP’s- sólo 5,9% nominal, con un 19% de inflación) y ello obligará a un más rápido sinceramiento de los costos y precios, y en la imposibilidad de crear un verdadero seguro de desempleo que hubiera podido servir de contención social para aquellos que se verán afectados por los despidos masivos.
Tenemos definido, entonces, el marco económico-fiscal en el que debemos imaginar los escenarios políticos posibles, pre y post elecciones.
Existe la versión –en lo que a mí respecta, la descarto- que dice que el Gobierno, disfrazando la decisión detrás de una sentencia judicial que haga lugar a alguno de los planteos ya realizados, decidirá dejar sin efecto, a último momento, el adelantamiento de la fecha electoral. Y digo que no lo creo probable porque, como todos, don Néstor tiene la más absoluta certeza de que el marco económico seguirá deteriorándose hasta octubre, derivando en una paliza monumental para los candidatos oficialistas.
Creo, por el contrario, que las elecciones se celebrarán en la fecha hoy marcada y que, hasta entonces, veremos operaciones políticas de desprestigio verdaderamente inéditas. Don Néstor es capaz de eso, y de mucho más, y su imaginación no deja de sorprenderme a diario.
Otro elemento de color, ya repetido hasta el infinito por todos los académicos y analistas, consiste en que los candidatos verdaderos, los no “testimoniales”, que resulten elegidos dentro de cuarenta y cinco días sólo asumirán sus cargos el 10 de diciembre, y comenzarán a ejercerlos, si el Gobierno pierde las mayorías parlamentarias, el 1° de marzo, ya que no serán convocados a extraordinarias.
Imaginemos, entonces, los resultados electorales y sus consecuencias en el futuro político inmediato. Hagamos ese ejercicio midiendo tales resultados en cantidad de legisladores que podrían obtener el Gobierno y la oposición, por muy desarticulada que ella esté.
La primera posibilidad, altamente improbable, es que el Gobierno gane por un amplio porcentaje en la Provincia de Buenos Aires y en algún gran distrito, permitiéndole conservar las mayorías parlamentarias de las que hoy dispone.
El segundo escenario posible, altamente probable, es que el Gobierno gane por muy escasa diferencia de votos en la Provincia, pero pierda las mayorías antedichas; en este caso, obviamente, don Néstor se encaramará a los titulares del 29 con un discurso triunfalista y agresivo, pero la realidad es que quedará muy debilitado.
La tercera posibilidad, menos probable, es que el Gobierno concite una repulsa popular muy fuerte, y pierda –aunque fuera por poco- en el distrito al que ha calificado como “la madre de todas las batallas”, amén de las grandes ciudades y las provincias más importantes.
Analicemos, ahora, cómo sería la realidad en esos tres escenarios posibles.
En el primero, con el Gobierno triunfante y enfervorizado, la intervención del Estado en la economía y en las empresas privadas se aceleraría a velocidad de colisión, al mejor estilo de la “revolución bolivariana” que lleva adelante don Hugo. Pese a la polarización que eso produciría, como sucede en Venezuela, la oposición derrotada sería incapaz de reaccionar eficientemente, salvo que se produjera una conmoción social importante.
Gracias a Dios, y pese a que lo adoraría, no le resultará fácil a Kirchner emular a Chávez, básicamente porque éste tiene al Ejército a sus espaldas y, si la situación se repitiera aquí, la actitud de los oficiales sería muy peligrosa para su salud.
Como ya dije, esa primera variante –un gran triunfo del Gobierno- me parece altamente improbable; vayamos, pues, a las otras dos, es decir, a aquéllos en los cuales no dispondría de las mayorías en el Congreso.
En primer término, debo decir que estoy convencido que, cuando dijo “el caos o yo”, estaba avisando que, si perdía, él mismo generaría el caos, apoyado en las hordas “moyanistas”, “baronistas” y “d’elíistas” y similares. Incluyo ahora, entre esos apoyos, a los caudillos del Conurbano y al camionero porque pienso que, después del 28 de junio, quienes hayan figurado como candidatos “testimoniales” o atado su suerte a la de don Néstor se habrán enterrado con él, contradiciendo una viejísima norma peronista.
Más allá del marketing que, con certeza, realizará Kirchner para imponerse en los titulares del día siguiente, una victoria en el segundo cordón del conurbano que le permitiera exhibir un magro triunfo en las elecciones, lo dejaría inerme y debilitado. Sin armas, porque pretender gobernar a la Argentina apoyado sólo en ese distrito, por muy populoso que éste sea, resultaría imposible; débil, porque los gobernadores justicialistas le empezarían a marcar, a trompadas, la cancha.
Peor le resultaría la segunda variante, esto es, la pérdida neta –aún por pocos puntos- frente a la oposición.
En ambos casos –mini victoria o mini derrota, las dos imponiendo un Legislativo diferente pero fuera, por largo rato, del edificio- Kirchner dispondría, hasta diciembre, de un Congreso adicto. La pregunta del millón (nunca mejor usada esta frase) es qué van a hacer los diputados y senadores cuyos mandatos vencerán y no habrán sido renovados.
Las obvias respuestas factibles son: a) saltarían el cerco oficialista y tratarían de asegurar su futuro negociando con el justicialismo opositor; o b) venderían su voto por dinero al Gobierno, para sancionar cualquier dislate que éste propusiera, y obtener así un colchón para los años que deberán estar en el llano. Como soy muy escéptico, creo que, en general, se impondrá la segunda.
Pero, frente a una oposición triunfante y a una ciudadanía que habrá dicho “basta”, ¿qué sucedería si el Congreso comienza a sacar leyes impopulares? ¿serían toleradas pacíficamente? Creo que no.
Y entonces, y hasta el 1° de marzo, la inefable pareja debería intentar gobernar a golpes de decretos de necesidad y urgencia. ¿Esto sí sería tolerado? Tampoco lo creo.
Pero Kirchner sabría, a partir del 29 de junio que, más pronto que tarde, perderá los “superpoderes”, perderá la caja concentrada, perderá el manejo del Consejo de la Magistratura, perderá la alquilada lealtad de los caudillos justicialistas y piqueteros y, en última instancia, perderá la libertad y la fortuna, al menos la parte de ésta que se encuentre en el país.
En conclusión, creo que, de la mano e impulsados por don Néstor y doña Cristina, en cualquier escenario nos esperan meses muy complicados, durante los cuales no descarto opción alguna, incluidas la violencia y la conmoción social.
No tengamos dudas: ¡Néstor lo hizo!
Bs.As., 15 May 09
Me parece oportuno que comencemos, todos, a pensar en los escenarios políticos y económicos que podrían presentarse antes y después del 28 de junio, una verdadera “dead line” imaginada por la mente enfebrecida del inefable don Néstor.
Creo que no estoy descubriendo la pólvora al afirmar que el país está parado por completo, y que seguirá así, al menos hasta la elecciones.
La razón más importante para que ello ocurra fue la famosa apelación kirchnerista: “yo o el caos”. ¿Alguien, en su sano juicio, invertiría o contrataría obras o personal en un país donde su primera figura política anuncia la posibilidad de una hecatombe y le pone fecha?
Cierto es que las consecuencias del descalabro que ha producido la parejita gobernante en la economía argentina y en sus relaciones con el mundo sólo están poniéndose en evidencia ahora, pese a que vienen de larga data, obviamente sumadas hoy a la crisis internacional. Esos efectos se traducirán –en realidad, ya lo están haciendo- en una inflación descontrolada, en un incremento en la fuga de capitales (desde el 1° enero, US$ 7.000 millones), en un marcado deterioro en nuestra producción y en las exportaciones de todo tipo, en un crecimiento sostenido de la inseguridad, etc.
Todo ese negro panorama se extenderá, a despecho de los deseos de don Néstor y doña Cristina, más allá de la fecha fatídica, y se irá complicando aún más en el segundo semestre de este año.
Las exhaustas arcas del Estado no permitirán continuar subsidiando tarifas y empresas (baste recordar que, según Juan Carlos de Pablo, entre muchos otros, la recaudación ha crecido este año –descontados los fondos confiscados a las AFJP’s- sólo 5,9% nominal, con un 19% de inflación) y ello obligará a un más rápido sinceramiento de los costos y precios, y en la imposibilidad de crear un verdadero seguro de desempleo que hubiera podido servir de contención social para aquellos que se verán afectados por los despidos masivos.
Tenemos definido, entonces, el marco económico-fiscal en el que debemos imaginar los escenarios políticos posibles, pre y post elecciones.
Existe la versión –en lo que a mí respecta, la descarto- que dice que el Gobierno, disfrazando la decisión detrás de una sentencia judicial que haga lugar a alguno de los planteos ya realizados, decidirá dejar sin efecto, a último momento, el adelantamiento de la fecha electoral. Y digo que no lo creo probable porque, como todos, don Néstor tiene la más absoluta certeza de que el marco económico seguirá deteriorándose hasta octubre, derivando en una paliza monumental para los candidatos oficialistas.
Creo, por el contrario, que las elecciones se celebrarán en la fecha hoy marcada y que, hasta entonces, veremos operaciones políticas de desprestigio verdaderamente inéditas. Don Néstor es capaz de eso, y de mucho más, y su imaginación no deja de sorprenderme a diario.
Otro elemento de color, ya repetido hasta el infinito por todos los académicos y analistas, consiste en que los candidatos verdaderos, los no “testimoniales”, que resulten elegidos dentro de cuarenta y cinco días sólo asumirán sus cargos el 10 de diciembre, y comenzarán a ejercerlos, si el Gobierno pierde las mayorías parlamentarias, el 1° de marzo, ya que no serán convocados a extraordinarias.
Imaginemos, entonces, los resultados electorales y sus consecuencias en el futuro político inmediato. Hagamos ese ejercicio midiendo tales resultados en cantidad de legisladores que podrían obtener el Gobierno y la oposición, por muy desarticulada que ella esté.
La primera posibilidad, altamente improbable, es que el Gobierno gane por un amplio porcentaje en la Provincia de Buenos Aires y en algún gran distrito, permitiéndole conservar las mayorías parlamentarias de las que hoy dispone.
El segundo escenario posible, altamente probable, es que el Gobierno gane por muy escasa diferencia de votos en la Provincia, pero pierda las mayorías antedichas; en este caso, obviamente, don Néstor se encaramará a los titulares del 29 con un discurso triunfalista y agresivo, pero la realidad es que quedará muy debilitado.
La tercera posibilidad, menos probable, es que el Gobierno concite una repulsa popular muy fuerte, y pierda –aunque fuera por poco- en el distrito al que ha calificado como “la madre de todas las batallas”, amén de las grandes ciudades y las provincias más importantes.
Analicemos, ahora, cómo sería la realidad en esos tres escenarios posibles.
En el primero, con el Gobierno triunfante y enfervorizado, la intervención del Estado en la economía y en las empresas privadas se aceleraría a velocidad de colisión, al mejor estilo de la “revolución bolivariana” que lleva adelante don Hugo. Pese a la polarización que eso produciría, como sucede en Venezuela, la oposición derrotada sería incapaz de reaccionar eficientemente, salvo que se produjera una conmoción social importante.
Gracias a Dios, y pese a que lo adoraría, no le resultará fácil a Kirchner emular a Chávez, básicamente porque éste tiene al Ejército a sus espaldas y, si la situación se repitiera aquí, la actitud de los oficiales sería muy peligrosa para su salud.
Como ya dije, esa primera variante –un gran triunfo del Gobierno- me parece altamente improbable; vayamos, pues, a las otras dos, es decir, a aquéllos en los cuales no dispondría de las mayorías en el Congreso.
En primer término, debo decir que estoy convencido que, cuando dijo “el caos o yo”, estaba avisando que, si perdía, él mismo generaría el caos, apoyado en las hordas “moyanistas”, “baronistas” y “d’elíistas” y similares. Incluyo ahora, entre esos apoyos, a los caudillos del Conurbano y al camionero porque pienso que, después del 28 de junio, quienes hayan figurado como candidatos “testimoniales” o atado su suerte a la de don Néstor se habrán enterrado con él, contradiciendo una viejísima norma peronista.
Más allá del marketing que, con certeza, realizará Kirchner para imponerse en los titulares del día siguiente, una victoria en el segundo cordón del conurbano que le permitiera exhibir un magro triunfo en las elecciones, lo dejaría inerme y debilitado. Sin armas, porque pretender gobernar a la Argentina apoyado sólo en ese distrito, por muy populoso que éste sea, resultaría imposible; débil, porque los gobernadores justicialistas le empezarían a marcar, a trompadas, la cancha.
Peor le resultaría la segunda variante, esto es, la pérdida neta –aún por pocos puntos- frente a la oposición.
En ambos casos –mini victoria o mini derrota, las dos imponiendo un Legislativo diferente pero fuera, por largo rato, del edificio- Kirchner dispondría, hasta diciembre, de un Congreso adicto. La pregunta del millón (nunca mejor usada esta frase) es qué van a hacer los diputados y senadores cuyos mandatos vencerán y no habrán sido renovados.
Las obvias respuestas factibles son: a) saltarían el cerco oficialista y tratarían de asegurar su futuro negociando con el justicialismo opositor; o b) venderían su voto por dinero al Gobierno, para sancionar cualquier dislate que éste propusiera, y obtener así un colchón para los años que deberán estar en el llano. Como soy muy escéptico, creo que, en general, se impondrá la segunda.
Pero, frente a una oposición triunfante y a una ciudadanía que habrá dicho “basta”, ¿qué sucedería si el Congreso comienza a sacar leyes impopulares? ¿serían toleradas pacíficamente? Creo que no.
Y entonces, y hasta el 1° de marzo, la inefable pareja debería intentar gobernar a golpes de decretos de necesidad y urgencia. ¿Esto sí sería tolerado? Tampoco lo creo.
Pero Kirchner sabría, a partir del 29 de junio que, más pronto que tarde, perderá los “superpoderes”, perderá la caja concentrada, perderá el manejo del Consejo de la Magistratura, perderá la alquilada lealtad de los caudillos justicialistas y piqueteros y, en última instancia, perderá la libertad y la fortuna, al menos la parte de ésta que se encuentre en el país.
En conclusión, creo que, de la mano e impulsados por don Néstor y doña Cristina, en cualquier escenario nos esperan meses muy complicados, durante los cuales no descarto opción alguna, incluidas la violencia y la conmoción social.
No tengamos dudas: ¡Néstor lo hizo!
Bs.As., 15 May 09
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