martes, 26 de abril de 2011

¡Cuánta rabia!

¡Cuánta rabia!



“Néstor Kirchner solía decir ‘júzguenme
por lo que hago, no por lo que digo’. Si
aplicáramos esa premisa a la Presidenta,
podría asegurarles que no se va a
presentar a un segundo mandato. Ella y
su gobierno actúan como si los fuera a
‘heredar’ el enemigo”.
Enrique Szewach



Cuando comencé a convencerme, y a escribir, que doña Cristina no se presentará –la nota en cuestión puede leerse en mi blog- muchos fueron los que se rieron, y algunos de ellos llegaron a respaldar su escepticismo con apuestas de toda índole (espero no tener que pagarlas, pues algunas, aunque en especie, son altas). Hoy, son varios los analistas que, a la luz de las suicidas conductas del Gobierno, comienzan a pensar de igual manera, al menos como una gran probabilidad.

Desde entonces, mucha agua ha corrido bajo el puente, tanto en el oficialismo cuanto en el arco opositor, que ha visto desaparecer, por distintos motivos, gran parte de los precandidatos que lo integraban.

Debo confesar que mi creencia, que me llevó a decir que el viento a favor que su viudez le reportaba en ese entonces cambiaría de rumbo después del verano, resultó equivocada. La notable falta de grandeza y, sobre todo, de propuestas concretas de quienes –al menos, en teoría- la enfrentan, salvo contadísimas excepciones, ha hecho que la tendencia favorable a doña Cristina parezca mantenerse en el presente otoño.

Digo “parezca” porque creo que eso forma parte del relato oficial, y no de la realidad, sostenido por aquéllos que sienten verdadero pavor ante la mera perspectiva de una renuncia a ser candidata de la Presidente. Es razonable; sin ella en la cabina de mando, la nave kirchnerista implosionaría por falta de candidatos alternativos que pudieran nuclear, detrás de sí, a las distintas alas que don Néstor (q.e.p.d.) consiguiera reunir tras de sí, a fuerza de palos y caja.

Ese miedo, además de la escasa vocación por perder el poder y la billetera adquiridos por tantos “jóvenes idealistas”, lo produce la seguridad de que la intemperie política, de la que seguramente sería excluida doña Cristina, llevaría a sus cómplices a pasear con frecuencia por Comodoro Py.

En distintos círculos y algunas notas, he tratado de instar a los opositores a que modifiquen su conducta. Recuerdo una, en especial, a la que titulé “Es hora de hombres, no de nombres”. Sin embargo, nada ha cambiado al respecto, y sigue la danza de señores y señoras que se critican, se excluyen, se limitan, negocian, intercambian camisetas y posturas, mientras la ciudadanía observa absorta ese infantil juego de las sillas.

Nadie –otra vez, con alguna excepción importante- parece haber tomado conciencia del drama que comenzará en la Argentina, a más tardar el 26 de octubre, y que tan bien describiera ayer, en The Wall Street Journal, Mary Anastasia O’Grady. El monumental saqueo que ambos Kirchner han cometido contra todas las cajas posibles y las disparatadas medidas adoptadas contra la más elemental seguridad jurídica ha llevado a Enrique Szewach a cerrar, con la frase que encabeza esta nota, su crónica en el diario Perfil de esta semana.

Los propios industriales, que nunca miran más allá de la semana próxima en nuestro país -¡qué diferencia con la Federación de la Industria del Estado de San Pablo!- tampoco parecen haber percibido que los ataques del Gobierno a la prensa y, sobre todo, los avances sobre las empresas tienen un marcado sesgo chavista.

Corren fuertes trascendidos acerca de los ataques que sufrirá la propiedad privada –sobre todo, en el modo en que la misma es administrada por sus dueños- en caso de un nuevo mandato kirchnerista. Se habla de imponer decisiones en materia de qué se deberá sembrar o qué y dónde se deberá fabricar o invertir y, por supuesto, qué se podrá decir en los medios de prensa.

Pese a lo que todos vemos diariamente, las organizaciones empresariales y agropecuarias ni siquiera han cerrado filas para intentar defensas corporativas contra esas políticas, ni armado un frente que les permita difundir entre la población, bombardeada exclusivamente por la propaganda oficial, una posición distinta.

Porque la realidad es que, más allá de la elevadísima proporción de argentinos que tienen vocación estatista y que están contentos con la pseudo reversión de la privatización de Aerolíneas, con la expropiación de los ahorros privados de las AFJP’s y con el “Fútbol para Todos”, quienes estarían encantados de vivir en un régimen como el que implantó el papagayo caribeño en Venezuela son una ínfima minoría. Y menos aún quienes estarían dispuestos a dejar a sus hijos y nietos una republiqueta bolivariana.

Entonces, quienes hoy se sienten atacados insensatamente por el Gobierno debieran crear una nueva organización, a la que sería necesario dotar de un presupuesto importante -¡para sacarles un peso a los industriales o a los propietarios agropecuarios hay que operarlos!-, para que pudiera contratar encuestas que pongan en blanco sobre negro esa opinión general y el poquísimo afecto que don Hugo Chávez y sus políticas concitan entre nosotros. Sobre esa base, diseñar una agresiva campaña de desmitificación que confrontara contra el relato oficial, en la calle y en los medios, y explicara qué sucederá si los neo-camporistas continúan en el gobierno.

Da la sensación que les ocurrirá lo mismo que tan acertadamente supo describir Martin Niemöller en el famoso poema, equivocadamente atribuido a Bertolt Brecht. (“Primero vinieron a buscar a los comunistas pero, como yo no era comunista, no dije nada. …”). Si continúan ignorando el tsunami que se les viene encima, la ola los ahogará y ya nada podrán hacer para remediarlo. Lo triste es que ese pato lo pagará el país entero.

Cuando se produjo la confiscación de las AFJP’s, un querido y respetado amigo, el Embajador Juan Carlos Sánchez Arnau, me explicó que el Gobierno no vendería las participaciones en sociedades –como yo erradamente pensaba- de las que se había hecho a raíz de ese hecho sino que las usaría para controlar a las empresas más grandes de la Argentina y, así, llegar al poder absoluto; aquel día concluyó diciendo “Ahora, ya es tarde”. El tiempo le está dando la razón.

Sin embargo, nada de todo eso tiene que ver con la candidatura de doña Cristina a un nuevo mandato, y será su negativa a aceptarla la que desatará las furias. Cuando comience, la lucha entre los “jóvenes inquietos” y el peronismo de siempre por el poder vacante será terrible y todos quienes peinamos canas sabemos cómo se desenvolverá la batalla.

Por eso, insto nuevamente a la clase política no kirchnerista a deponer los personalismos y a ponerse de acuerdo en un decálogo de políticas públicas que se vinculen a la pelea frontal –con todos los elementos a disposición del Estado- contra la miseria, la pobreza y la exclusión, a la reconciliación general de la sociedad, al respeto irrestricto a la Constitución y las leyes, a la reconstrucción de la Justicia, a la recreación de estadísticas confiables, a la autonomía e independencia de los organismos de control administrativo, a la reformulación de la salud y de la educación pública; en suma, a todas aquellas cosas en las que no existe ni la derecha ni la izquierda sino el simple y llano sentido común, y que nos convertirían en un país creíble para el mundo y los inversores.

No se trata de proponer alianzas meramente electoralistas o “contra” el kirchnerismo sino en la búsqueda de los mecanismos necesarios para llevar a la práctica, con gran apoyo parlamentario, las medidas necesarias para salir del campo minado que doña Cristina, como dice Szewach, dejará a su sucesor. Hay que hacerlo porque, de lograrlo, Argentina podrá superar ese gran escollo sin demasiadas complicaciones y crecer, con equidad y justicia, apoyada sobre el escenario internacional tan favorable y tan desperdiciado.

Amén de las catástrofes que la estúpida e insensata conducción de la economía dejará a quien herede el sillón de Rivadavia, mucho peor será la herencia que constituye una sociedad fragmentada y enfrentada por hechos de un pasado ya remoto, de generaciones enteras de pobres que ni siquiera se alimentan debidamente y a los que la falta de alternativas lleva a la droga y al delito.

Esa será la primera y más urgente obligación del futuro gobierno. Sin la recreación del tejido social, tan dañado por décadas de clientelismo, no será posible que Argentina se convierta en una nación, en una “unidad de destino en lo universal”, como son países como Brasil, Chile, Uruguay, Perú y Colombia, vecinos cuyas clases políticas tantas enseñanzas debieran impartir a nuestros compatriotas.

Hoy, repito, la pequeña esperanza está centrada en proyectos como “Votarun”, que convoca a toda la ciudadanía a unirse para exigir, con su voto concentrado, la implementación de esas políticas de simple sentido común, pero que casi ninguna agrupación se ha molestado en formular.

Es el destino mismo de la Argentina como entidad la que está en juego. La alternativa sólo podrá ser su desmembramiento y su desaparición como país independiente, porque el mundo no podrá darse el lujo de tener una de las regiones más favorecidas del planeta en manos de cuarenta millones de cretinos.

Cuando se viaja al exterior o, simplemente, cuando se revisa la prensa extranjera, resulta notable el asombro con que se mira a nuestro país. Nadie puede creer que, después de haber sido capaz de convertirse en una de las naciones más pujantes de la tierra, se haya desbarrancado como lo hizo.

En algún momento, no tan distante en el tiempo, éramos grandes e iluminábamos a la región y al mundo con nuestra cultura, nuestra educación, nuestra sociedad, nuestro progreso. Hoy, en cambio, esa admiración que concitábamos se ha transformado en lástima, en dolor, como el expresado por Mario Vargas Llosa en su discurso de apertura de la Feria del Libro.

Todavía podemos invertir esa curva de decadencia y disolución. Pero debemos apurarnos, y mucho, porque la velocidad de los tiempos históricos cada vez es mayor, así como es más grande cada día la brecha entre los países de una y otra vocación.

¡Cuánta rabia da mirarnos al espejo y pensar qué nos hicimos!






Bs.As., 26 Abr 11





miércoles, 20 de abril de 2011

El desteñido espejo del '74

El desteñido espejo del ‘74












“La soledad es el miedo
que se teje callando,
el silencio es el miedo
que matamos hablando,
¡y es un miedo el coraje
de ponerse a pensar
en el último viaje …
sin gemir, ni temblar!”
Eladia Blázquez













Si quisiéramos buscar en el espejo de nuestra historia situaciones similares a las que estamos viviendo, deberíamos remontarnos a 1974 y 1975, aunque la imagen aparecería sumamente desteñida. Todos sabemos cómo terminó ese período.

Entonces, como ahora, la figura más importante de la política argentina se acababa de morir, y su viuda había alcanzado la cima del poder. Entonces, como ahora, la situación económica se había tornado insostenible por la inflación y el atraso en materia de tarifas. Entonces, como ahora, las alas derecha e izquierda se enfrentaban, pero con otros métodos.

En el caso de Juan Perón, su influencia directa sobre la realidad había durado más de tres décadas. En el caso de don Néstor (q.e.p.d.), sólo siete años.

María Estela Martínez de Perón había llegado a la Vicepresidencia por decisión exclusiva de su marido, después que el debilitado líder viera fracasar su propósito inicial de sentar, a su diestra, a Ricardo Balbín y enterrar así el enfrentamiento suicida de los argentinos. La fórmula Perón-Perón se debió, entonces, a la necesidad de continuar arbitrando entre las distintas corrientes que integraban al Movimiento.

Cristina Fernández de Kirchner también ocupó la Presidencia por una difícil elección interna en la cual votó sólo su cónyuge, que continuó reteniendo el poder real hasta su muerte, y que le ha dejado, como le ocurrió a “Isabelita”, un vacío imposible de llenar: el del árbitro equilibrista.

El oficialismo actual está presenciando una lucha por el poder, que hoy lleva al campo de batalla a La Cámpora y a la CGT de Moyano, al “cristinismo” a ultranza vs. el “pejotismo” territorial, a los antiguos “jóvenes idealistas” vs. los postkirchneristas. Ese escenario, en el cual don Néstor (q.e.p.d.) sabía desenvolverse tan bien, hoy carece de un operador verdadero, más allá de las meras maniobras electorales que personas como el “Chueco” Mazzón llevan adelante, con singular pericia pero efímera vida.

Cuando digo que el reflejo vuelve empañado del espejo hablo, sin lugar a dudas, de la imbécil y asesina ideología que llevó a tantos jóvenes de entonces a matar y a morir, en notoria contraposición con la actual, que sólo piensa en las prebendas y en las billeteras.

Entonces también el Poder Ejecutivo tenía frente a sí un problemón, determinado por el atraso cambiario y de tarifas, caída en el ingreso real de los trabajadores y creciente inflación. “Isabelita”, por determinación de López Rega, designó Ministro de Economía a un hombre de éste, que no encontró mejor solución que el “rodrigazo”.

Que hará el Ministro del futuro Presidente que sea –incluida doña Cristina si, contra todas mis expectativas, decidiera presentarse- aún está por verse, pero las mismas bombas de tiempo están plantadas en el futuro inmediato, agravadas por el descomunal gasto público y la insoportable voracidad fiscal. Salvo que consiguiera recuperar muy rápidamente la confianza en el Gobierno argentino en materia de seguridad jurídica y, con ello, recibir las indispensables inversiones, no tendrá muchos otros caminos para desenredar la perversa madeja inventada por el kirchnerismo.

Porque, si de futuro se trata, parece que la viuda de don Néstor (q.e.p.d.) no tiene demasiado interés en él. Si no fuera así, sería difícil encontrar una explicación –que exceda la profunda vocación por mejorar la caja oficial para continuar con el clientelismo y la corrupción- al decreto de necesidad y urgencia mediante el cual modificó una ley (marco en el cual fueron realizadas las inversiones de las ex AFJP’s) sin consultar al Congreso y desconoció -¡otra vez!- una sentencia concreta de la Corte Suprema de Justicia, que limita el uso de ese instrumento.

El pavoroso silencio de ésta, que ha omitido generar el obligado pedido de juicio político a los funcionarios que incurrieron en tal delito, empaña un poco más, si cabe, esa imagen impoluta que tanto alaban muchos argentinos de todo pelaje.

Lo mismo sucede con todo el mundo empresarial del país que, compartiendo el dañino cortoplacismo que nos impregna y contamina, cree que el futuro se limita a la semana que viene, y que debe, cobardemente, transar con el gobierno de turno para mantener las prebendas que le permiten medrar, sin comprender que lo que está en juego ahora mismo es su propia supervivencia.

El lunes por la tarde, mientras anunciaba descuentos en medicamentos para jubilados y la extensión del subsidio a las embarazadas, doña Cristina no pudo evitar caer en la tentación de referirse a este nuevo episodio de vulneración de las instituciones.

Lo hizo desde un ángulo sumamente curioso, porque exigió, en nombre de los cuarenta millones de habitantes, que una empresa privada distribuyera más dividendos que los que deseaba. Recurrió a un “relato” –así se llama ahora al dibujo de una falsa realidad- en el que los accionistas mayoritarios de Siderar aparecieron como unos criminales que impedían que se diera subsidios alimentarios a los desnutridos o mejores mensualidades a los jubilados. Peor aún, contó su teoría como si fuera una obligación de quienes poseen la mayoría de una sociedad inclinarse ante la voluntad de una minoría.

Incurrió, así, en varios disparates que llevan a una sola opción: ignora las normas más elementales del derecho, confirmando que no se recibió de abogada, o es una cínica de marca mayor.

Lo primero que cabe decir es que, si al momento de concretar las ex AFJP’s sus inversiones en empresas privadas el marco jurídico existente (que impedía la concentración del voto en exceso del 5%) hubiera sido distinto, seguramente esas inversiones no se hubieran concretado. Después, la expropiación lisa y llana que hizo el Gobierno de todo el sistema de jubilaciones y ahorros privados fue una nueva alteración del ese marco jurídico, y permitió reunir en una sola mano, el Estado, dispersas inversiones realizadas por distintas entidades.

Luego, hay que explicar a quienes no son abogados ni expertos en materias societarias, que las empresas privadas son administradas por el directorio, cuya integración depende de la asamblea de accionistas, órgano máximo de expresión de la voluntad de éstos. Ese directorio, anualmente, presenta a la asamblea un informe de la marcha de los negocios sociales y, en caso de existir ganancias, propone a los accionistas qué hacer con ellas.

En general, puede decirse que se destinan a la constitución de reservas para momentos de crisis, a reinversiones en el propio negocio o a dividendos a distribuir entre los accionistas. La decisión final la adopta la asamblea, por mayoría de votos presentes. Entonces, la pretensión de doña Cristina de obligar a Siderar a distribuir más dividendos constituye una injerencia inaceptable del Estado sobre una persona privada, aunque ésta sea jurídica y no física.

La Presidente, en la alocución que cito, tan ponderada por la claque habitual de aplaudidores compulsivos, se permitió, además, decir que esos dividendos que pretende se repartan no la beneficiarían a ella, ni a su Ministro de Economía o a su Administrador de la ANSES, sino que sería alegremente repartido entre los habitantes del país.

Es sabido que éste es el más corrupto gobierno del que se tenga memoria en la Argentina, y que han sido precisamente los Kirchner quienes literalmente se robaron los fondos de Santa Cruz, entre otras muchas canalladas de similar tenor. Pretender que estos señores, amparados por los rápidos sobreseimientos de un juez con pasado prostibulario, administrarán sanamente en el futuro los bienes públicos, parece cosa de risa, si no fuera tan trágica.

Nótese, además, que la suma que la Presidente pretende que Siderar distribuya –unos seis mil millones de pesos- implicaría para el Estado, dada su participación en el capital de la empresa, un ingreso del orden de los mil quinientos millones. Si, por arte de magia, los famosos fondos –provenientes, recordémoslo, de la venta de YPF a Repsol, que tanto apoyó don Néstor (q.e.p.d.) cuando era Gobernador- fueran devueltos por los Kirchner y reaparecieran en las arcas públicas, el Tesoro recibiría ¡cuatro veces más dinero!

La reiterada y lloriqueante mención a “él” en el discurso presidencial, que esta vez contuvo algunos sabios consejos del fallecido a su cónyuge supérstite referidos a los pobres, no hace más que aumentar la indignación frente a un Gobierno que, a fuerza de ser tan corrupto, se ha transformado en un verdadero genocida. Con la plata que se han robado –en los negocios brutales con Venezuela, en la sobrefacturación de obras públicas, en las actividades vinculadas con el narcotráfico y hasta en la falsificación de medicamentos para enfermos terminales- se podrían construir hospitales y viviendas dignas y dotar de agua corriente y cloacas a grandes conglomerados humanos que hoy, después de ocho años de kirchnerismo, han aumentado sensiblemente su tamaño.

La abrumadora y machacona cita de cifras de distribución de riqueza, de pobreza e indigencia, todas medidas con el falso termómetro del INDEC de Moreno, fue un nuevo agravio a la sensatez y a la inteligencia de los argentinos. Tanto como lo fue, al día siguiente, su desafío a la empresa a presentarse a elecciones, si pretendía desafiar al poder que doña Cristina ejerce.

Debe considerarse, también, que este nuevo ataque a las instituciones y a los grandes protagonistas de la economía agudizará la aversión al riesgo argentino en los inversores.

Sin la presencia de éstos, y con el gasto público enfocado sólo al cortoplacismo y al clientelismo, resultará imposible que la Argentina crezca en desarrollo humano, que la riqueza que genera el tan favorable escenario internacional se distribuya mejor, que la mayor capacidad industrial permita crear más y mejores puestos de trabajo, que se amplíe la oferta de bienes y, con ello, que se reduzca la inflación.

En una nueva confirmación al aforismo “cada pueblo tiene el gobierno que se le parece”, las más recientes e incuestionables pesquisas realizadas muestran que mis compatriotas, por abrumadora mayoría, están conformes con la vocación estatista que hoy encarna el Gobierno.

Después de la pésima privatización de YPF por don Carlos Saúl, realizada con el esencial lobby de don Néstor (q.e.p.d.) entre los gobernadores remisos y de la tan curiosa “renacionalización” de una parte importante del capital de la petrolera y de la conducción de ésta, un 67% de los argentinos cree que habría que reestatizarla. Como dijo Ricardo Saldaña esta semana, en su impagable nota “Y la nave va …”, sólo el “síndrome de Estocolmo” que padecemos como sociedad puede explicar esta reiterada prueba de la estupidez nacional.

Para concluir, y dado este nuevo y gran paso hacia un futuro chavismo en la Argentina, sólo cabe formular una pregunta: ¿alguien puede imaginarse la foto de doña Cristina entregándole mansamente la banda y el bastón a un sucesor de distinto palo?

En la respuesta, quizás, esté contenido el futuro.



Bs.As., 20 Abr 11


jueves, 14 de abril de 2011

En medio de la oscuridad

En medio de la oscuridad






“Son pocos; pero son … Abren zanjas oscuras



en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.



Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;



o los heraldos negros que nos manda la Muerte”



César Vallejo



Resulta notable que, a pesar de los palos recibidos tanto de parte del Gobierno cuanto de la opinión pública medida por todas las fuentes, el arco opositor siga presentando el cuadro de personalismos estúpidos y falta de grandeza que la ha caracterizado, en la práctica, desde mayo de 2003.






Debo reconocer que don Néstor (q.e.p.d.), con su innegable instinto político, consiguió transformarse en un verdadero tsunami que arrasó con todas las estructuras políticas previas (peronismo, radicalismo, izquierda, organizaciones sociales, gremios, asociaciones empresarias y rurales y hasta fuerzas armadas), pero ello no justifica, en modo alguno, la falta de grandeza de quienes se mantuvieron –algunos temporariamente- enfrentados al modelo de pensamiento único instaurado entonces.






Continúo pensando que “es hora de hombres, no de nombres”, pese a que el plazo de definiciones en esta materia se viene acercando, al galope de las internas para-oficiales puestas en marcha en más de un partido de oposición y, sobre todo, de las elecciones provinciales que han comenzado a desgranarse como un rosario por toda la Argentina.






Pero la oscuridad sigue prevaleciendo. Sin embargo, esta semana han aparecido algunas luces que, de extenderse, puedan barrer con ella en breve plazo. Me refiero a las actitudes de Mauricio Macri, de Ernesto Sánz, de Alberto Rodríguez Saa y de Eduardo Duhalde (el bueno), sobre todo, pero sin dejar de lado a otras manifestaciones menores en igual sentido.






El Jefe de Gobierno porteño debe estar mirando, con cierto pánico, como el transcurso del tiempo carcome, cada vez a mayor velocidad el lapso que media hasta la elecciones distritales convocadas para el 10 de julio.






Tiene, frente a sí, un complicado dilema, que podría llevarlo a desistir de la gran carrera y buscar su reelección. Si cualquiera de sus delfines, sea Gabriela Michetti u Horacio Rodríguez Larreta, asume la representación del PRO en la lid, y pierde en el ballotage, los sueños presidenciales de Mauricio se verán sumamente complicados.






Esa probabilidad aumenta si Pino Solanas resigna su vocación a la Casa Rosada y corre de la candidatura porteña a Claudio Lozano. Para confirmar este aserto basta con recordar que Proyecto Sur, que el cineasta encabeza, logró el 25% en las últimas legislativas locales; en un escenario de segunda vuelta, seguramente lograría el apoyo de todo el arco de izquierda progre que, en Buenos Aires, es muy importante.






Pese a esas justificables inquietudes –o, tal vez, por ellas mismas- Macri ha convocado a un amplio acuerdo que, por el tipo de propuestas concretas, excede el concepto de alianza meramente electoralista.






Por su parte, en una carta abierta dirigida ayer a sus correligionarios, Ernesto Sánz –de lejos, lo mejor del radicalismo, con Oscar Aguad- expuso su similar vocación de un acuerdo grande, abarcador, para reconstruir el país que los Kirchner, en sus dos versiones, nos legarán.






Los líderes del Peronismo Federal, pese a lo cerrado de la disputa que están llevando adelante en todo el interior del país, están mostrando a la sociedad en su conjunto, con sus buenos modales, que es posible -y deseable- ser adversario y no enemigo. De ambos he oído, además, el compromiso de acompañar y ayudar al vencedor en caso de derrota.






Todos estos gestos muestran, a las claras, que hay luces al final del túnel oscuro del kirchnerismo gobernante.






Como conozco a mis compatriotas, presumo que esa vocación por el acuerdo y esa búsqueda de aliados debe atribuirse, también, a un acertado diagnóstico respecto al futuro. La suma de verdaderas minas a punto de explotar que será la herencia de doña Cristina (inseguridad jurídica, paridad cambiaria, subsidios y planes sociales, demencial atraso de tarifas, escasez energética, falta de inversión productiva, corrupción desaforada, reservas saqueadas, prepotencia sindical) requerirá que su albacea cuente con un amplio apoyo, social y político, mucho más grande que el que puede ofrecer cada partido individualmente.






Desde otro ángulo, también resulta notable que ninguno de los candidatos acepte asumir, y exhibir, el lugar de una centro-derecha indispensable para la oferta política a la ciudadanía, que hoy carece de una clara y contundente expresión de ese signo.






En este caso, la luz proviene de las innumerables adhesiones –no faltaron algunas críticas severas- que suscitó mi nota “Soy de Derecha”, publicada en este medio a comienzos de semana. Tanto en Facebook como en mi blog, pueden verse muchas de ellas.






Para concluir, estimo que la luz más fuerte llega de un incipiente movimiento, al cual he adherido, llamado “Votar Unidos”, que convoca a la reconciliación final y definitiva de dos esferas sociales a las cuales el “relato” kirchnerista ha hecho enfrentar desde su llegada al poder. Me apresuro a aclarar que ese movimiento no busca candidaturas personales, pero sí transformarse en un factor de peso gravitante en la realidad política, capaz de obtener claros compromisos del candidato al que apoye.






No quiero extenderme más. Sólo basta rogar, entonces, que el individualismo que nos caracteriza como sociedad –que lleva, por ejemplo, a que nuestra selección de fútbol sea un montón de estrellas pero no un equipo- no apague esas tenues luces que he descripto.






En caso contrario, nuestro demencial y prolongado suicidio como nación continuará, hasta que la Argentina desaparezca, como país independiente, de la faz de la tierra.



Bs.As., 14 Abr 11









domingo, 10 de abril de 2011

Soy de Derecha

Soy de Derecha



“El político se convierte en estadista

cuando comienza a pensar en las próximas

generaciones, y no en las próximas elecciones”

Winston Churchill



En un momento en que todos nuestros políticos -los de izquierda, por convicción, y los otros, por conveniencia- huyen despavoridos cuando se les pone este mote, he decidido terminar, al menos en lo que a mí respecta, con los circunloquios y asumirme como tal.






Soy de derecha porque creo en la imperiosa necesidad de constituirnos, de una vez por todas, en Nación; esa que, desde la Independencia hemos estado buscando y nunca hemos encontrado. Porque creo en que debemos dejar de ser sólo copropietarios de un edificio (nuestro territorio), regido por un reglamento de copropiedad (la Constitución Nacional y las leyes) que no respetamos y al cual hemos convertido en letra muerta.






Soy de derecha porque creo en la familia tradicional como piedra basal de la sociedad. Porque creo que la naturaleza ha sido lo suficientemente sabia como para pretender corregirla o torcer sus designios.






Soy de derecha porque creo en la necesidad de la definición de una política exterior coherente y permanente, y en el respeto a los demás estados del mundo, para ser igualmente respetados.






Soy de derecha porque creo en la vigencia de los derechos humanos, pero de todos los humanos, y no solamente de los que piensan como yo. Porque creo que esa actitud debería llevar a la Argentina a condenar, olímpicamente, a los regímenes de Libia, Venezuela, Cuba e Irán, pero también a aquéllos que, en el país, los violen, cualquiera sea el motivo que invoquen y sean de derecha o de izquierda.






Soy de derecha porque creo en la necesidad de la verdadera división de poderes, para que éstos, desde sus respectivas funciones, se controlen entre sí y eviten los abusos sobre los ciudadanos. Porque creo en la indispensable recuperación e independencia de los organismos de control, y en el respeto a los mismos. Porque creo que debe terminarse con la corrupción, entendiéndola como bicéfala pues, cada vez que un funcionario cobra, hay alguien que paga.






Soy de derecha porque creo que los políticos que aspiren a administrar la cosa pública deben respetar, estrictamente, las promesas de campaña, dejándolas explicitadas clara y públicamente al asumir sus cargos, y ser juzgados por sus incumplimientos; las modificaciones coyunturales que se presenten como necesarias, deberán ser sometidas a plebiscitos no obligatorios.






Soy de derecha porque creo en la necesidad de terminar ya mismo con las “listas sábanas”, reemplazándolas por la lista única. Porque creo en el voto electrónico, como un instrumento indispensable para evitar fraudes y trapisondas, ya que su libre ejercicio es esencial a la condición de ciudadano.






Soy de derecha porque creo en la libertad de prensa y de expresión, sujetas solamente al cumplimiento de la ley. Porque creo en la necesidad de que el Estado cuente con canales propios de difusión de su labor, con control parlamentario, pero no en que esos medios se transformen en propiedad de quienes, circunstancialmente, gobiernan. Porque creo en la obligación de transparencia en el reparto de la pauta publicitaria estatal, en todos los niveles de la administración.






Soy de derecha porque creo que es indispensable que sólo pueda existir una única renovación en los mandatos, en todos los rangos de la administración pública y hasta en aquellas organizaciones que, sin ser estatales, son públicas, como los sindicatos y las asociaciones patronales.






Soy de derecha porque creo que la Justicia debe hacer cumplir la ley, estrictamente, a todos los ciudadanos, sin distinción de posición económica o color político. Porque creo que sólo podremos tener ser libres y tener un destino común si todos, sin excepción, nos convertimos en esclavos de las normas que rigen nuestra convivencia.






Soy de derecha porque creo en el derecho, y no en la venganza y, menos aún, en la vigencia de una pseudo Justicia tuerta. Porque creo que la sociedad debe exigir a los jueces, de todo nivel pero, sobre todo, a los integrantes de la Corte Suprema de Justicia, el respeto a los sagrados principios de legalidad, de ley penal previa, de inocencia y de cosa juzgada.






Soy de derecha porque creo que los ciudadanos respetuosos de la ley deben ser protegidos, sin cortapisas, de aquellos que la violan y los convierten en víctimas. Porque creo en el necesario respeto a los derechos de los demás, en especial a circular y a expresarse libremente.






Soy de derecha porque creo que los jueces locales, fiscales y defensores públicos deben ser elegidos por sus vecinos, en pueblos y barrios de ciudades. Porque creo que eso permitiría descomprimir seriamente a la Justicia mayor, dándole rapidez y eficiencia. Porque creo en la necesidad de cubrir, inmediatamente, los cargos judiciales vacantes mediante concursos transparentes y públicos, y en la necesidad de dotar al Poder Judicial de un presupuesto propio y autónomo.






Soy de derecha porque creo en la propiedad privada. Porque creo que ésta no puede estar sometida al capricho de quienes gobiernan ni ser pasto de la voracidad de los poderosos de turno.






Soy de derecha porque creo en la palabra empeñada. Porque creo en el respeto irrestricto a los contratos –en especial, los internacionales- firmados en libertad; sobre todo, creo que esos contratos, aún aquéllos en los cuales una de las partes sea el Estado, deben ser cumplidos a rajatabla.






Soy de derecha porque creo esencial que las tareas públicas deben ser ejercidas por funcionarios probos, especializados y bien pagos, pero sometidos a verdaderos “juicios de residencia” al dejar sus funciones, cualquiera sea el cargo desempeñado. Porque creo en la necesidad de contar con una escuela de administración pública, de la cual salgan quienes deberán ejercer todos los cargos no políticos del Estado.






Soy de derecha porque creo que, cuando los funcionarios tienen el poder de representar al país, no puede desconocerse el mandato otorgado por quienes los ungimos, ni los acuerdos firmados en su ejercicio. Porque también creo que, como cualquier mandatario, deberán responder por los excesos en que hubieran incurrido respecto a las facultades otorgadas.






Soy de derecha porque creo en la indispensable reforma del sistema impositivo, para permitir que éstos sean una real contraprestación del eficiente cumplimiento de los deberes del Estado con los ciudadanos y se evite la verdadera confiscación vigente que, por su desmesura, promueve la evasión y la elusión. Porque creo que, pagando todos, pagaremos menos.






Soy de derecha porque creo necesaria una nueva ley de coparticipación federal, que dé a cada uno lo suyo en forma automática y sin necesidad del poder central. Soy de derecha porque creo que la policía debe ser el instrumento de la legítima y monopólica fuerza en manos del Estado. Porque creo que, como en cualquier sociedad humana, debe existir la condena y el castigo para quienes violan las normas de convivencia, pero con celosa vigilancia de la legitimidad en el ejercicio de esa fuerza.






Soy de derecha porque creo que la cabeza local de la policía, sea en pueblos o barrios, debe ser elegida por los ciudadanos con su voto periódico, y residir en la jurisdicción. Porque creo en la “tolerancia cero”, que comience por las faltas más pequeñas para terminar en las más graves. Porque creo que una sociedad debe vivir con ley y con orden.






Soy de derecha porque creo en la necesidad de contar con fuerzas armadas eficientes y altamente profesionalizadas para proveer a la defensa nacional, equipadas con material actualizado y bien pagadas. Porque creo que, hoy, la integridad nacional se vincula tanto a la protección de nuestra plataforma continental cuanto a la lucha contra el narcotráfico internacional.






Soy de derecha porque quiero fronteras seguras para mi patria, con una amplia cobertura de radar y la autorización de derribo a los aviones que rehúsen identificarse y cumplir las instrucciones que se les impartan.






Soy de derecha porque creo en la inmigración. Pero, también, porque creo que ésta debe ser regulada y planificada, exigiendo a quienes aspiren a vivir en nuestro suelo el cumplimiento de los requisitos que la propia sociedad acuerde imponerles.






Soy de derecha porque creo en que el Estado, como expresión de la sociedad, debe planificar la migración interna, fomentando el camino inverso a la concentración en los grandes centros urbanos, y repoblar el país entero.






Soy de derecha porque creo que el principal deber que una sociedad tiene con sus integrantes es la educación pública, con la mayor excelencia posible. Porque creo que es el único instrumento apto para que una sociedad, en conjunto, pueda progresar y desarrollarse.






Soy de derecha porque no creo que el ingreso irrestricto a las universidades sea el camino para lograr recuperar nuestra educación. Porque creo que la sociedad, en su conjunto, debe cumplir la obligación de planificar el destino de sus recursos para brindar verdadera igualdad de oportunidades a todos sus ciudadanos, pero también ejercer el correlativo derecho de fomentar el estudio de las carreras que el país necesita para su crecimiento y desarrollo.






Soy de derecha porque creo que la universidad gratuita sólo beneficia a los privilegiados. Porque creo en que los exámenes deben ser rigurosos y exigentes y, por supuesto, descreo de facilitar, con más oportunidades, la promoción de los estudiantes.






Soy de derecha porque creo en el principio de autoridad de los maestros y profesores, y descreo del gobierno tripartito –casi cuatripartito, por la participación de los no docentes- de las universidades. Porque creo que los estudiantes deben estudiar y, si desean hacer política, deben trabajar en ella en sus horas libres, sin perturbar a los demás.






Soy de derecha porque reniego del derecho atribuido a los centros de estudiantes de participar de la designación de profesores y maestros, y creo que las “ocupaciones” deben ser consideradas infracciones penales y, como tal, reprimidas. Porque creo que debe volverse al sistema de amonestaciones para castigar la inconducta de los educandos.






Soy de derecha porque creo que los maestros deben estar muy bien pagos, pero exigirles presentismo estricto y actualización pedagógica permanente. Porque creo que es imposible impartir enseñanza en el siglo XXI con métodos, conocimientos y herramientas de cien años atrás.






Soy de derecha porque creo que el Estado debe proveer salud pública, gratuita y de excelencia, a todo aquél ciudadano o residente legal que lo necesite. Pero también porque descreo de la teórica necesidad de abrir irrestricta y gratuitamente las puertas de nuestros centros de salud a quienes no lo sean.






Soy de derecha porque creo que el Estado debe facilitar el acceso general a una vivienda digna, pero no regalarla, pues ello debilita a los principios del necesario esfuerzo y del merecido progreso.






Soy de derecha porque creo que debe existir un plan para evitar que los ciudadanos caigan en la pobreza y salgan inmediatamente de la indigencia, pero exigiendo contraprestaciones laborales reales y obligaciones escolares y de prevención sanitaria para los menores.






Soy de derecha porque creo en que debe cuidarse la estabilidad de la moneda, desterrando la inflación de nuestra economía, con un austero, eficiente y honesto manejo del gasto público.






Soy de derecha porque creo que, desde el Estado, debe fomentarse el ahorro privado, para recuperar al crédito como un factor fundamental del desarrollo industrial. Porque creo que los bancos deben asociarse a las empresas creativas, y no ser meros prestamistas.






Soy de derecha porque creo que el Estado y sus entidades financieras deben apoyar a la industria nacional, pero no permitir que continúe necesitando de subsidios directos o encubiertos, sino para que salgan a competir en el mundo montadas más sobre la calidad que sobre la cantidad. Porque creo en la necesidad de la protección a esa industria nacional, pero no a costa de permitir que ésta transforme al mercado interno en un coto de caza reservado.






Soy de derecha por cada una de las razones expresadas y por muchas otras, que mencionaré más adelante. Cada párrafo –el orden en que aparace no se vincula a su importancia- tiene su propia explicación y justificación, pero ello no puede ser objeto de una nota como ésta, ya demasiado larga.






Pero quedo a disposición de mis lectores para discutirlas. Mientras tanto, como dije al principio, asumo mi condición de derecha sin pudor y sin vergüenza, y espero que muchos políticos y ciudadanos imiten esta actitud adhiriendo a estas propuestas en Facebook o en el blog. Cuando se reúna el número necesario de voluntades, podremos realizar una reunión para organizarnos y llevarlas adelante.









Por la supervivencia de la Argentina, espero que sea pronto.



Bs.As., 10 Abr 11






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martes, 5 de abril de 2011

¡Vienen por todos!

¡Vienen por todos!

“Es peligroso tener razón cuando

el Gobierno está equivocado” Voltaire

En los últimos días, la Argentina entera ha contemplado, con enorme estupor, la degradación de los pocos marcos institucionales que quedan en el país, y el consecuente avasallamiento de todos los derechos y garantías constitucionales.


Así, don Hugo Moyano atropelló sediciosamente a la República exigiendo no ser objeto de una investigación suiza sobre su injustificable patrimonio personal y familiar, un extorsionador Siri –acompañado por uno de los hijitos de “Camión”- impidió que un millón de lectores pudieran leer el diario, don “Anímal” Fernández nos dijo que los radares fronterizos son una zoncera, doña Nilda Garré ignoró a la Justicia y al Congreso, y la inefable doña Cristina otra vez abortó una discusión parlamentaria para poder concretar, por decreto, una iniciativa de la oposición e intentar adueñarse de sus beneficios políticos.


Los ciudadanos, en general, parecemos no haber tomado conciencia, aún, que estamos perdiendo la República. Las encuestas, al menos por ahora, nos informan que seguimos privilegiando el auto, las vacaciones y el televisor a la libertad y a la democracia.


No reaccionamos cuando se nos roban nuestros ahorros en bancos o en AFJP’s, cuando se nos pagan jubilaciones de hambre, cuando carecemos de salud y de educación públicas, cuando nos matan o roban diariamente, cuando nos enteramos de cómo se transforman en increíblemente ricos los funcionarios de todo nivel, cuando se nos expolia con impuestos, cuando se violan la Constitución y las leyes en nombre de una democracia meramente formal.


La más curiosa de las características que nos diferencia del resto de las sociedades es nuestra falta de memoria. Así, olvidamos cuánto padecimos en 2001, y en 1989.


Por sobre todo, seguimos privilegiando la semana que viene a los próximos treinta años. Total, creemos que Dios es argentino y que, como tal, descubrirá la solución a los innumerables problemas que el “modelo” está escondiendo debajo de la alfombra del consumo impulsado por el gasto público y que explotarán en 2012, cualquiera sea el signo político –inclusive el K- de quien se siente en el sillón de Rivadavia.


Mientras tanto, el Gobierno y sus coyunturales y extremos aliados (por ahora) siguen haciendo de las suyas. Las “suyas” son ahora nuestras libertades, y la pregunta es si también lo soportaremos porque, algunos, estamos mejor del bolsillo.


Falta muy poco, realmente, para que vengan por nosotros, los que opinamos diferente, los que no estamos dispuestos a cejar en nuestra lucha diaria contra el pensamiento único y la tiranía y a favor de la República.


No somos capaces, siquiera, de percibir que, tuviéramos buenos gobernantes (los Kirchner hubieran podido serlo, de ser buenas personas), nos iría muchísimo mejor.


Tendríamos menos desigualdades, porque habría más inversiones y más empleo. Tendríamos mejor presupuesto nacional, porque no se podría subvalorar el crecimiento para manejar, arbitrariamente, la diferencia con la realidad. Tendríamos más reservas, porque el Poder Ejecutivo no podría disponer de ella para dilapidarlas a su antojo. Tendríamos más crédito internacional, porque resultaríamos creíbles y confiables.


Tendríamos mejor infraestructura, porque se dejarían de sobrefacturar las obras. Tendríamos mejores hospitales y escuelas, porque se terminaría la corrupción. Tendríamos nula mortalidad infantil causada por la desnutrición, porque los gobiernos se preocuparían por la gente. Tendríamos poquísima inflación, porque habría más oferta de bienes. Tendríamos el 82% móvil, porque no se saquearía a la ANSES.


Tendríamos mejor sindicalismo, porque se democratizaría la vida sindical. Tendríamos mejor Administración, porque los organismos de control recuperarían sus facultades y competencias. Tendríamos mejor política, porque se terminarían las cajas negras que sostienen esta forma de hacerla.


Tendríamos mejores transportes, porque se terminaría con el escándalo de los subsidios robados. Tendríamos seguridad cotidiana, porque impartiríamos educación y daríamos empleo a los jóvenes, y no planes clientelistas. Tendríamos menos narcotráfico, porque se radarizarían las fronteras y se sancionaría la “ley de derribo”.


Tendríamos un mejor Congreso, porque sería el foro en el cual se discutirían los verdaderos problemas de la gente. Tendríamos mejor policía, porque le pagaríamos mejor y la obligaríamos a actuar dentro de la ley. Tendríamos mejor Justicia, porque la permanencia de los jueces en sus cargos dependería de su independencia y de su idoneidad, y no del favor oficial.


Tendríamos mejores fuerzas armadas, ya que las profesionalizaríamos para la estricta defensa nacional. Tendríamos mejores jefes de gabinete y ministros, porque deberían rendir examen periódico ante el Congreso. Hasta tendríamos menos basura en nuestras calles y conduciríamos mejor, porque enseñaríamos a la población y castigaríamos las infracciones.


A ese pequeño inventario de posibilidades se puede llegar muy fácilmente. Sólo es necesario respetar y hacer respetar la ley. Para ello, resulta esencial contar con una Justicia independiente, seria y sabia.


Como dije recientemente en la nota “La cortedad de la Corte”, gran parte de la responsabilidad recae, también, en quienes ejercen hoy la primera magistratura del Poder Judicial. Si los ministros que la integran no reaccionan, cuando comiencen a venir por todos será tarde.


Basta mirar qué sucede en la Venezuela de Chávez, donde se ha pisoteado la libertad de prensa, el derecho de propiedad y, ahora, se arman milicias para respaldar el proyecto mesiánico del papagayo caribeño y su corte de rufianes. Hasta Correa, en Ecuador, y Evo Morales, en Bolivia, parecen niños de pecho comparados con el tirano rojo-rojillo.


Que Caracas, con opositores y periodistas presos, con instituciones vapuleadas y vaciadas, con poder omnímodo de un tirano, se haya transformado en el nuevo ideal de quienes nos gobiernan, nos debería dar una clara idea de qué nos espera a los argentinos.


Porque no se trata, solamente, de la enorme vocación para mantener intactos los canales de corrupción por los cuales han circulado tantas valijas y tantas toneladas de gasoil lo que nuestros mandatarios pretenden; quieren implantar aquí el modo tiránico de don Hugo de sojuzgar a su sociedad y apoderarse de todo.


Queda por definir, y será pronto, qué harán quienes hoy integran el Gobierno para evitar que un cambio los conduzca a la cárcel, al oprobio y a la pobreza. Mucho me temo que veremos, al respecto, nuevos días aciagos para la paz, la justicia y la concordia.

Bs.As., 5 Abr 11


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