domingo, 31 de agosto de 2008

La obscena impunidad

La obscena impunidad

A la luz de los hechos de estas últimas semanas, sobre todo el triple asesinato y el subsiguiente suicidio, una vez más ha quedado a la luz pública la obscena impunidad que rodea al poder y a los Kirchner.

Conozco mucho mundo –créanlo-, pero no recuerdo una sociedad tan inerte frente a los escándalos como los que, desde hace más de cinco años, se repiten en Argentina.

Tal como dijera hace muchos, muchos años, nada es posible aquí (ni en ningún otro lugar del planeta) sin una Justicia independiente, y todo es posible con ella.

El inventario de los hechos delictivos de los Kirchner comienza antes de la asunción de don Néstor como Presidente, y continúa con doña Cristina.

Es inexplicable que, ante este panorama, la sociedad toda no reaccione.

Desde los fondos de Santa Cruz -que nadie sabe, a ciencia cierta, dónde están, qué ruta recorrieron, cuántos intereses generaron, en qué se invirtieron, cuánto suman hoy-, al escándalo de Southern Winds –con inexplicables itinerarios aéreos desde el interior de Perú-, a la propia Líneas Aéreas Federales (LAFSA) –que nunca voló ni tuvo aviones, pero nos sigue costando carísimo-, al desmesurado crecimiento del juego en el país –con el consecuente empobrecimiento del sector más indefenso-, a la “argentinización” de las empresas privadas –como pantalla para retirar “ganancias” inexistentes-, a los incontables y ya inmanejables subsidios –con enormes retornos de coimas-, a las valijas voladoras –que, se sabe, fueron muchas más que la secuestrada a Antonini Wilson-, al endeudamiento a tasas siderales con Venezuela, al verdadero regalo de tierras fiscales en Calafate –que ha permitido a los Kirchner hacer una nueva fortuna-, hemos llegado al contrabando de substancias químicas que nadie controla y que permiten que se envene a nuestros jóvenes, amén de contrabandear su producto para contaminar otros mercados.

Como ven, no se trata de una exhaustiva lista, pues han quedado muchos confusos episodios fuera de ella.

Ya van dos hechos –las valijas y la efedrina- que vinculan la campaña de doña Cristina a fondos ilegales. Sin embargo, nadie reacciona.

Nadie pide –salvo poquísimos periodistas- explicaciones o renuncias.

¿Y a qué se debe esta falta de reacción? Creo que a la certeza de su inutilidad. La sociedad en su conjunto, cuyo nivel cultural ha descendido gravemente en los últimos cincuenta años, asistió inalterada a la destrucción del Consejo de la Magistratura, pese a que se trató de uno de los más trágicos avances de los Kirchner sobre la Constitución y su buscada independencia de poderes.

A través de ese organismo, Kircher antes, y ahora Cristina, mantienen controlados –verdaderamente, casi sodomizados- a los jueces. Y éstos no tienen la dignidad necesaria como para renunciar y denunciar en público los aprietes a los que son sometidos diariamente.

Estamos en manos de los Kirchner y de la banda –en su acepción criminal- que los rodea.

Nadie investiga, nadie protesta, nadie reclama …

El cotidiano argumento que habla de la reacción judicial cuando los imputados pierden el poder, como ha sucedido con Menem y su propia corte, no puede servir para que Argentina se entregue tan mansamente a esta obscena impunidad actual.

Necesitamos, por nuestra propia supervivencia como ciudadanos y como país, reaccionar y exigir investigaciones y condenas.

¿Hasta cuándo pueden sostener los Kirchner a sus cajeros, como De Vido y Jaime? ¿Hasta cuándo estaremos dispuestos a que se convierta a Argentina en un narco-país? ¿Hasta cuándo lo permitiremos?

Buenos Aires, 31 de agosto de 2008.

Enrique Guillermo Avogadro

domingo, 10 de agosto de 2008

El Gobierno argentino y Venezuela: ¿un suicidio o un 'neronicidio'?





El Gobierno argentino y Venezuela:
¿un suicidio o un ‘neronicidio’?


Argentina vendió esta semana, a Venezuela, bonos de deuda con una tasa de 15,6% anual (¿recuerdan que, cuando Kirchner anunció, con gran triunfalismo, que nos habíamos ‘desendeudado’ con el Fondo, estábamos pagando 4% anual), desatando una crisis cuyas consecuencias aún no son mensurables.

Ese es un hecho de la realidad, A partir de ese hecho, cabe formularse algunas preguntas, todas con respuestas complicadas, sobre todo si confirmamos que Venezuela no se ha comprometido –por otra parte, tampoco podría hacerlo, dada la baja de la cotización del petróleo- a garantizar las obligaciones externas de Argentina en 2009.

La primera de ellas es si se trató de un ‘manotazo de ahogado’ o de un negocio de nuestros funcionarios.

Si analizamos las finanzas nacionales, todos los analistas –incluido yo, al que algunos consideran un ‘tira bombas’- consideran que los números ‘cierran’ para este año. Argentina, creo, no se verá enfrentada, antes del 31 de diciembre, a graves complicaciones derivadas de la imposibilidad de hacer frente a los inmensos subsidios, con los que compensa la diferencia entre precios internos y externos, ni a los servicios de la deuda soberana. Sólo para el año que viene se auguran complicaciones que, en este modelo, resultarán insalvables sin un ‘inevitable rodrigazo’.

Entonces, ¿por qué Argentina dio al mundo una señal tan negativa si no estaba ahogada?

Esa señal negativa repercute en el famoso ‘riesgo país’, impulsa fuertemente hacia abajo la cotización de los bonos de deuda, sube a valores inalcanzables las tasas externas para los privados, e impide a los gobiernos provinciales acceder a créditos foráneos, incluida la Ciudad de Buenos Aires, que no depende de las dádivas del Tesoro nocional.

Otro ángulo posible de análisis es el del negocio privado de algunos funcionarios públicos. Como es sabido, el inefable Chávez hace un negocio mondo y lirondo cuando compra bonos argentinos, ya que los vende a los bancos venezolanos a precio ‘oficial’ y les permite, con ello, ganar ingentes sumas cuando los venden a precio ‘negro’ (recuérdense las valijas de Antonini Wilson). Si bien la ingeniería financiera es más complicada, esta somera explicación puede permitir entenderla a los no iniciados.

Pero ese mismo negocio, es decir, sus márgenes de ganancia, podría haberse realizado a una tasa menor, no alarmante. Pero Argentina pactó (sí, pactó, y cuando nadie lo pedía ni el país lo necesitaba) una tasa sideral.

He dicho sin eufemismos y sin usar tiempos de verbo condicionales (ver mi blog: http://egavogadro.blogspot.com) que Kirchner, tolerado por su mujer, doña Cristina, hará lo imposible con tal de no perder el poder o, al menos, para evitar las consecuencias de sus des-manejos. Sugerí que estaría dispuesto, inclusive, a crear un caos social violento, para soslayar sus responsabilidades.

Afirmo, ahora, que el aceptar –o, mejor, establecer- ese nivel de tasas de interés con don Chávez ha dado la patada inicial de ese ‘neronicidio’ que, seguramente, NK intentará antes de ser obligado a dejar el poder, ir preso o, siquiera, de exiliarse. Estoy convencido que, si pudiera, incendiaría a la Argentina para evitar que alguien revise lo actuado.

La otra posibilidad es que este ‘negocio’ con Venezuela lo hubiera hecho ‘por tonto’, sin reparar en sus consecuencias. Por supuesto, no creo eso. Creo, sí, que lo mueve un sentimiento de venganza hacia un pueblo que no entendió su patriada y, por ello, debe pagar.

Recuerdo, para terminar, una escena del film “La Caída”, en la que Hitler decide, frente a una posición contraria de sus generales, luchar en Berlín hasta las últimas consecuencias, porque los ‘traidores’ alemanes no habían entendido su razonamiento y su accionar. Se asemeja mucho, también, a la orden de incendiar Paris, frente al avance aliado en Francia. O, inclusive, a Nerón, quemando Roma.

Después de terminar este artículo, me he enterado del proyecto del Gobierno de ‘recomprar’ anticipadamente deuda soberana, para ‘calmar a los mercados’.

Amén del confuso mensaje que implica esta actitud para los mercados, la intención misma es ridícula. ¿Algún funcionario o ex-Presidente cree que algo así puede ser bien interpretado?

Una vez más, tenemos un escenario incomprensible, no ya para los expertos sino, mucho más, para el común de los ciudadanos. Bastará con preguntarle a cualquiera de ellos que opinaría si un miembro de su familia tomase dinero a un usurero para pagar a un banco –como sucedió cuanto pedimos a Chávez para pagar al FMI- o para pagar deuda no vencida, como dice el proyecto de hoy.
Como dije tantas veces: ¡Dios nos guarde!
Buenos Aires, 11 Ago 08

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jueves, 7 de agosto de 2008

Una respetuosa sugerencia a la Unión Industrial Argentina



Una respetuosa sugerencia a la Unión Industrial Argentina

Como saben, quedé estupefacto al oír y ver, por televisión, el breve discurso que pronunció nuestra Presidente en el almuerzo que ofreció el lunes pasado en honor del Presidente Luiz Inácio Lula da Silva y de su comitiva empresarial, en el Palacio San Martín.

Eso hizo que, en mi último comentario, dejara a un lado las palabras que el señor Juan Carlos Lascurain, Presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), con las que respondió a Paulo Skaf, su homólogo en la poderosa Federação das Indústrias do Estado de São Paulo (FIESP). En su alocución, el empresario local reclamó a Brasil una mayor paridad en la balanza comercial bilateral, cuyo saldo es fuertemente negativo para Argentina desde hace mucho tiempo.

Aquí cabe hacer una comparación entre los distintos escenarios en los que se desenvuelve la actividad industrial en Brasil y en nuestro país. Para ello, deberemos pensar en tarifas eléctricas y de combustibles, niveles de salarios, tasas de interés, acceso a financiación, tipos de cambio y, sobre todo, mercados.

Entonces, podremos ver que los empresarios brasileños pagan por su energía eléctrica y por sus combustibles precios muy superiores –más del triple, en algunos casos-, que hoy los salarios son comparables –pese a la fuerte suba de los argentinos por la depreciación del dólar, producto de la inflación interna-, que las tasas de interés locales son fuertemente negativas frente a la inflación real mientras que las brasileñas tienen un signo marcadamente positivo, que a éstos les resulta más fácil acceder a financiación nacional –especialmente, cuando exportan o crecen-, que el tipo de cambio (R$ 1,60) convierte a Brasil hoy en un país cuyas exportaciones son más caras que las argentinas ($ 3.05) y que los mercados internos resultan incomparables.

Digo esto último porque Brasil tiene una población de 180 millones de habitantes, mientras que la de Argentina puede estimarse en unos 40 millones.

Si bien ese mercado interno brasileño se está modificando, en cuanto al poder adquisitivo de su población, muy rápidamente -20 millones de personas pasaron de la pobreza a la clase media en los últimos tiempos y, con ello, incrementaron el ya enorme mercado consumidor- ese solo elemento no bastaría para explicar el fantástico crecimiento de la industria brasileña, que hoy exporta sus aviones de pasajeros a casi todos los países del mundo y ha desarrollado una tecnología nuclear propia, más barata y menos riesgosa. Sin embargo, ese será tema de otro artículo.

Volvamos, entonces, a la realidad de la industria argentina y lleguemos al consejo prometido a la UIA.

Nuestro país tiene un mercado interno muy reducido, tanto por el escaso crecimiento vegetativo de su población –Brasil la duplicó en 50 años- cuanto por la marginación de un porcentaje muy alto de la misma por la pobreza y la indigencia, ambas crecientes pese a las estadísticas del Indec.

Además, la falta de seguridad jurídica y, sobre todo, cambiaria, retrae a los industriales a la hora de hacer inversiones en sus industrias (recordemos la famosa frase que dice que, en Argentina, uno se entera si es rico o pobre por los titulares de los matutinos). Esa falta de inversión productiva, al prácticamente congelar la oferta de bienes frente a una demanda incentivada por el Gobierno, es lo que genera la inflación.

Todo eso es verdad y, como tal, debemos reconocerlo ante los empresarios.

Pero también es verdad que éstos no han conseguido –salvo contadísimas excepciones- lograr que sus productos tuvieran, en el mundo, características de singularidad que los hicieran apetecibles en los mercados consumidores externos.

Es cierto que los vinos argentinos, o algunas cajas de cambio para automóviles de carrera, por ejemplo, han logrado superar esa situación, pero el inmenso universo de la industria local puede ser descripta como ‘común’.

Y aquí llega el consejo.

Me permito sugerir a la UIA, con el mayor respeto, que deje de intentar compararse con los países del sudeste de Asia, con China o, inclusive, con Brasil, y pase a hacerlo con Italia, con Francia, con Inglaterra, etc.

¿Qué quiero decir con esto? Muy sencillo: Argentina no tiene mercado interno de suficiente envergadura como para sostener y sustentar una industria que produce bienes ‘comunes’, ni podrá competir nunca con las fábricas textiles de otras geografías –algunas de ellas con salarios fabriles de hambre- ni con las fábricas de zapatos y zapatillas que producen para cientos de millones de personas, como China o Brasil.

Entonces, ¿para qué intentar, como se ha hecho, inveteradamente, desde hace más de 60 años, sustentar esas industrias locales con subsidios y medidas proteccionistas?

Lo que Argentina –en realidad, sus empresarios- debe hacer es comenzar a fabricar productos de calidad, de excepcional calidad, sin importar el precio.

Italia e Inglaterra carecen de grandes rebaños bovinos o caprinos y, sin embargo, son países reconocidos mundialmente por la calidad de sus productos de cuero, especialmente zapatos.

Si vamos a continuar subsidiando a la industria nacional, hagámoslo para que ésta se reconvierta en una capaz de competir, de igual a igual, en los mercados de gran lujo y, por ello, reducidos. Si los cueros argentinos –entre otros- son los que llegan a los países mencionados para ser allí curtidos y trabajados, ¿por qué no hacerlo aquí? ¿Es que no somos capaces?

Lo mismo ocurre con la industria de la moda. A pesar de nuestros sucesivos des-gobiernos, Buenos Aires sigue siendo un modelo a imitar dentro de Latinoamérica. Su industria de diseño y la calidad de –algunos- de sus tejidos son reconocidos mundialmente y, sin embargo, no jugamos en uno de los mercados más interesantes por la relación costo-beneficio.

Francamente, y con muchos años a mis espaldas, no recuerdo que los fabricantes de zapatos italianos o ingleses, o los diseñadores de moda italianos o franceses, reclamen a sus gobiernos subsidios o restricciones a la importación. Cuando Ferragamo o Bally o Churches venden sus zapatos a más de € 500, no están tratando de inundar mercados con sus productos, sino llegar con ellos a la gente que está dispuesta a pagar sumas muy importantes por usarlos.

Todos sabemos que los comunes relojes ‘de goma’ valen menos de $ 100 en Argentina y, en general, son más precisos que los de las grandes marcas. Sin embargo, el mundo entero está lleno de personas con gustos tales como para llevarlos a invertir enormes sumas por usar relojes ‘de marca’. Por ahora, no pretendo sugerir que Argentina fabrique relojes, pero he usado ese ejemplo por lo claro de la situación que describe.

Por lo demás, tengo la más absoluta seguridad de que, si la UIA sigue mi respetuoso consejo, pronto los argentinos viviremos mucho mejor.

Y digo esto porque, en nombre de los trabajadores de la industria textil local (¿cuántos son, realmente?) que, por lo demás, conservarían su trabajo en las nuevas fábricas de excelencia, no debe impedirse a los pobres y los indigentes el derecho a comprar camisetas chinas a $ 5 o zapatillas brasileñas a $ 10.

En una palabra: no se trata de cerrar industrias o de discutir la distribución mundial del trabajo, sino de cambiar el perfil de nuestros productos.

Y eso tiene tanto que ver con fabricar artículos de lujo y sofisticación para vender a los consumidores ricos, cuyo número crece día a día, cuanto con recuperar los mercados para nuestras carnes excepcionales. En el famoso Mercado de Smithfield, en Londres, Argentina tuvo stands propios, que descargaban nuestras carnes desde los muelles propios que Argentina tenía en el puerto de la ciudad; hoy, la diferenciación es, tristemente, diferente: rear scot, new zeland y, por último, carne en general, dentro de la cual se ubica la nuestra.

Ese es mi respetuoso consejo. Espero que encuentre oídos fértiles, tanto en la industria cuanto en el Gobierno, ya que el apoyo a esta transformación debería convertirse en una verdadera política de estado.

Buenos Aires, 7 Ago 08
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lunes, 4 de agosto de 2008

Mi agradecimiento a Cristina

Mi agradecimiento a Cristina

Debo confesar que tengo un profundo agradecimiento a Cristina Fernández de Kirchner.

A mis 62 años, consigue a diario hacerme recuperar la capacidad de asombro, que creía perdida casi en mi adolescencia.

Hoy esa recuperación se produjo cuando asistí, por televisión, al pequeño discurso que pronunción en el almuerzo de agasajo al Presidente Lula y a su comitiva.

La primera queja de Cristina se refirió a la balanza comercial desfavorable –y con tendencia creciente- que Argentina tiene con Brasil. No pude menos que recordar que Duhalde, al devaluar fuertemente la moneda en 2002, sostuvo que esa medida favorecería las exportaciones argentinas, dándoles una competitividad que, con la convertibilidad, no podían alcanzar.

Es menester recordar que ese modelo, de dólar ‘recontraalto’, fue apoyado durante toda su gestión por don Néstor, su sucesor y actual ex Presidente ‘en ejercicio’ –como, acertadamente, lo calificó Nelson Castro- y, desde que asumió, por Cristina.

Cierto es que, en la medida en que la inflación campea a sus anchas por la economía argentina, el valor adquisitivo del dólar se ha reducido fuertemente y, con ello, la industria habría perdido la competitividad ganada con la devaluación original, pero no es menos cierto que esa misma industria recibe, por obra y gracia del matrimonio Kirchner, ingentes subsidios, que paga toda la sociedad, en los precios de su energía y de sus combustibles y, también, en tasas financieras negativas.

Sin embargo, todos esos ingredientes –devaluación, inflación interna y precios subsidiados de sus principales insumos- no han conseguido que la industria argentina se vuelva competitiva. Baste para comprobarlo volver a la queja de doña Cristina, recién mencionada.

Brasil ha permitido que su moneda se revaluara muy fuertemente contra el dólar –de R$ 3 a R$ 1,60 por unidad- y, sin embargo, sus exportaciones son extraordinariamente competitivas en el mundo. Los empresarios brasileños pagan tasas financieras muy superiores a las del mercado argentino, realmente positivas, y precios de sus combustibles que superan –casi triplican- los que pagan sus colegas argentinos.

Entonces, ¿en qué quedamos? ¿A qué se puede atribuir la competitividad de los brasileños y la incapacidad de alcanzarla de los argentinos? Obviamente, no a los ingredientes que componen el ‘cocktail’ de cada realidad.

La segunda vez que Cristina consiguió asombrarme hoy pasó por su manifiesta vocación de integración con Brasil. Habló de políticas educativas, de políticas sociales, de políticas de vivienda, etc., que, según su sesgada visión, habrían comenzado en 2003.

Pero todos los indicadores confiables –no el Indec- dicen, a las claras, que desde que don Néstor consiguiera trepar al sillón de Rivadavia pero, especialmente, en los últimos dos años, la educación se ha visto perjudicada, la brecha entre ricos y pobres se ha ampliado, el desempleo ha vuelto a crecer, la inflación gana la carrera a los salarios, el plan de viviendas no ha sido ejecutado y la inversión en infraestructura no existe.

En realidad, y por ello mi agradecimiento, Cristina lo consigue casi permanentemente: cuando habla de democracia, pero desconoce la Constitución; cuando habla de federalismo, pero centraliza la caja y esclaviza a los gobernadores; cuando habla de fomentar el comercio internacional, pero impone retenciones confiscatorias y prohibe las exportaciones de carne y trigo; cuando habla de institucionalización, pero interviene el Indec, el Consejo de la Magistratura y ningunea al Congreso; y, sobre todo, cuando miente impunemente, al decir que el ‘tren bala’ será un regalo de los bancos franceses y que Argentina es el país ideal para la inversión extranjera directa.

Por todo ello, y muchísimo más, ¡muchas gracias, Cristina!

Buenos Aires, 4 AGO 08

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sábado, 2 de agosto de 2008

Una insólita conferencia de prensa

Una insólita conferencia de prensa

Acabo de asistir, por televisión y como –supongo- han hecho casi todos los argentinos, a la conferencia de prensa que, desde Olivos y por primera vez desde que Kirchner asumiera la Presidencia que hoy comparte con su mujer, ha brindado Cristina Fernández.

Me quedó una extraña sensación de preocupación y de gravedad institucional.

A las preguntas importantes –hubo algunas que parecían formuladas para gastar tiempo y, con ello, evitar una mayor cantidad de interrogantes- Cristina respondió de dos maneras: negando la realidad y falseando manifiestamente los datos.

Es cierto que, aparentemente, la señora de Kirchner maneja un discurso bien estructurado en lo formal. Pero no es menos cierto que, sin excepción, todas sus respuestas fueron inocuas, salvo cuando ratificó a Guillermo Moreno y al gabinete, y cuando sostuvo la seriedad y la eficiencia del INDEC.

Pero la realidad, esa que pasa por la inflación cotidiana, por la falta de inversión extranjera directa –sobre todo, en infraestructura- y estatal, por la forma en que fue conducido, desde el Gobierno, el conflicto con el campo, por la inseguridad, por la fragmentación social con fuertes atisbos de violencia urbana, estuvo por demás excluida de ese discurso.

Era, sin lugar a dudas, Cristina en el país de las maravillas. Si no fuera posible cotejar los hechos en los archivos gráficos y electrónicos, si uno recién llegara a Argentina desde Marte, hubiera visto un país en el cual el Poder Legislativo y, aún más, los organismos de control gubernamental, funcionan a la perfección y son respetados por el Ejecutivo; un país en el cual la libertad de prensa no sólo es respetada sino que es tomado como uno de los puntos centrales de la democracia por la Presidente.

La negación de la obvia realidad, esa que vieron todos los argentinos cuando las cámaras de televisión enfocaron el atril presidencial o la tribuna frente al Congreso, y la permanente descalificación del adversario, atribuyéndole intenciones golpistas, desestabilizadoras, etc., y la conducta maniquea de la que han hecho gala tanto Cristina como Néstor, merece un urgente estudio psicológico-psiquiátrico, y el análisis de su resultado por los estamentos constitucionalmente habilitados para ello.

Cuando se refirió a las inversiones extranjeras –según ella, Argentina es uno de los países más atractivos para ellas, pese a que todos los informes de organismos internacionales dicen lo contrario, indicando que hasta Chile, Perú y Colombia reciben mayores flujos- y a las inversiones ferroviarias que el Gobierno está realizando, cuando habló del ‘tren bala’ diciendo que el costo del mismo no afectaría al presupuesto nacional –no es posible que crea que ese costo, financiado presuntamente por bancos franceses, no deberá ser devuelto-, cuando acusó al campo de violento, directamente mintió.

Y más grave aún fue la respuesta que dio a una pregunta acerca de qué hubiera cambiado de lo realizado por ella durante sus 284 días en el sillón de Rivadavia: dijo “nada”. Einstein dijo que sólo un imbécil puede creer que, si actúa del mismo modo, puede esperar un resultado diferente.

En una palabra, y más allá de ponderar positivamente que se haya producido, la conferencia de prensa mostró a una Presidente que niega la realidad, que falsea descaradamente la información y, sobre todo, que está dispuesta a persistir en una conducta que, sin margen de duda, está llevando a la Argentina a una de las horas más aciagas de su historia, precisamente cuando –como dijo un periodista hoy- llueve sopa.

Buenos Aires, 2 de agosto de 2008.-

Publicado en:
http://scolaro.blogspot.com