Una insólita conferencia de prensa
Acabo de asistir, por televisión y como –supongo- han hecho casi todos los argentinos, a la conferencia de prensa que, desde Olivos y por primera vez desde que Kirchner asumiera la Presidencia que hoy comparte con su mujer, ha brindado Cristina Fernández.
Me quedó una extraña sensación de preocupación y de gravedad institucional.
A las preguntas importantes –hubo algunas que parecían formuladas para gastar tiempo y, con ello, evitar una mayor cantidad de interrogantes- Cristina respondió de dos maneras: negando la realidad y falseando manifiestamente los datos.
Es cierto que, aparentemente, la señora de Kirchner maneja un discurso bien estructurado en lo formal. Pero no es menos cierto que, sin excepción, todas sus respuestas fueron inocuas, salvo cuando ratificó a Guillermo Moreno y al gabinete, y cuando sostuvo la seriedad y la eficiencia del INDEC.
Pero la realidad, esa que pasa por la inflación cotidiana, por la falta de inversión extranjera directa –sobre todo, en infraestructura- y estatal, por la forma en que fue conducido, desde el Gobierno, el conflicto con el campo, por la inseguridad, por la fragmentación social con fuertes atisbos de violencia urbana, estuvo por demás excluida de ese discurso.
Era, sin lugar a dudas, Cristina en el país de las maravillas. Si no fuera posible cotejar los hechos en los archivos gráficos y electrónicos, si uno recién llegara a Argentina desde Marte, hubiera visto un país en el cual el Poder Legislativo y, aún más, los organismos de control gubernamental, funcionan a la perfección y son respetados por el Ejecutivo; un país en el cual la libertad de prensa no sólo es respetada sino que es tomado como uno de los puntos centrales de la democracia por la Presidente.
La negación de la obvia realidad, esa que vieron todos los argentinos cuando las cámaras de televisión enfocaron el atril presidencial o la tribuna frente al Congreso, y la permanente descalificación del adversario, atribuyéndole intenciones golpistas, desestabilizadoras, etc., y la conducta maniquea de la que han hecho gala tanto Cristina como Néstor, merece un urgente estudio psicológico-psiquiátrico, y el análisis de su resultado por los estamentos constitucionalmente habilitados para ello.
Cuando se refirió a las inversiones extranjeras –según ella, Argentina es uno de los países más atractivos para ellas, pese a que todos los informes de organismos internacionales dicen lo contrario, indicando que hasta Chile, Perú y Colombia reciben mayores flujos- y a las inversiones ferroviarias que el Gobierno está realizando, cuando habló del ‘tren bala’ diciendo que el costo del mismo no afectaría al presupuesto nacional –no es posible que crea que ese costo, financiado presuntamente por bancos franceses, no deberá ser devuelto-, cuando acusó al campo de violento, directamente mintió.
Y más grave aún fue la respuesta que dio a una pregunta acerca de qué hubiera cambiado de lo realizado por ella durante sus 284 días en el sillón de Rivadavia: dijo “nada”. Einstein dijo que sólo un imbécil puede creer que, si actúa del mismo modo, puede esperar un resultado diferente.
En una palabra, y más allá de ponderar positivamente que se haya producido, la conferencia de prensa mostró a una Presidente que niega la realidad, que falsea descaradamente la información y, sobre todo, que está dispuesta a persistir en una conducta que, sin margen de duda, está llevando a la Argentina a una de las horas más aciagas de su historia, precisamente cuando –como dijo un periodista hoy- llueve sopa.
Buenos Aires, 2 de agosto de 2008.-
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Acabo de asistir, por televisión y como –supongo- han hecho casi todos los argentinos, a la conferencia de prensa que, desde Olivos y por primera vez desde que Kirchner asumiera la Presidencia que hoy comparte con su mujer, ha brindado Cristina Fernández.
Me quedó una extraña sensación de preocupación y de gravedad institucional.
A las preguntas importantes –hubo algunas que parecían formuladas para gastar tiempo y, con ello, evitar una mayor cantidad de interrogantes- Cristina respondió de dos maneras: negando la realidad y falseando manifiestamente los datos.
Es cierto que, aparentemente, la señora de Kirchner maneja un discurso bien estructurado en lo formal. Pero no es menos cierto que, sin excepción, todas sus respuestas fueron inocuas, salvo cuando ratificó a Guillermo Moreno y al gabinete, y cuando sostuvo la seriedad y la eficiencia del INDEC.
Pero la realidad, esa que pasa por la inflación cotidiana, por la falta de inversión extranjera directa –sobre todo, en infraestructura- y estatal, por la forma en que fue conducido, desde el Gobierno, el conflicto con el campo, por la inseguridad, por la fragmentación social con fuertes atisbos de violencia urbana, estuvo por demás excluida de ese discurso.
Era, sin lugar a dudas, Cristina en el país de las maravillas. Si no fuera posible cotejar los hechos en los archivos gráficos y electrónicos, si uno recién llegara a Argentina desde Marte, hubiera visto un país en el cual el Poder Legislativo y, aún más, los organismos de control gubernamental, funcionan a la perfección y son respetados por el Ejecutivo; un país en el cual la libertad de prensa no sólo es respetada sino que es tomado como uno de los puntos centrales de la democracia por la Presidente.
La negación de la obvia realidad, esa que vieron todos los argentinos cuando las cámaras de televisión enfocaron el atril presidencial o la tribuna frente al Congreso, y la permanente descalificación del adversario, atribuyéndole intenciones golpistas, desestabilizadoras, etc., y la conducta maniquea de la que han hecho gala tanto Cristina como Néstor, merece un urgente estudio psicológico-psiquiátrico, y el análisis de su resultado por los estamentos constitucionalmente habilitados para ello.
Cuando se refirió a las inversiones extranjeras –según ella, Argentina es uno de los países más atractivos para ellas, pese a que todos los informes de organismos internacionales dicen lo contrario, indicando que hasta Chile, Perú y Colombia reciben mayores flujos- y a las inversiones ferroviarias que el Gobierno está realizando, cuando habló del ‘tren bala’ diciendo que el costo del mismo no afectaría al presupuesto nacional –no es posible que crea que ese costo, financiado presuntamente por bancos franceses, no deberá ser devuelto-, cuando acusó al campo de violento, directamente mintió.
Y más grave aún fue la respuesta que dio a una pregunta acerca de qué hubiera cambiado de lo realizado por ella durante sus 284 días en el sillón de Rivadavia: dijo “nada”. Einstein dijo que sólo un imbécil puede creer que, si actúa del mismo modo, puede esperar un resultado diferente.
En una palabra, y más allá de ponderar positivamente que se haya producido, la conferencia de prensa mostró a una Presidente que niega la realidad, que falsea descaradamente la información y, sobre todo, que está dispuesta a persistir en una conducta que, sin margen de duda, está llevando a la Argentina a una de las horas más aciagas de su historia, precisamente cuando –como dijo un periodista hoy- llueve sopa.
Buenos Aires, 2 de agosto de 2008.-
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