La Vaca Sagrada
por Enrique Guillermo Avogadro (Nota N° 938)
“La Universidad gratuita es la Universidad del privilegio”.
Andrés Cisneros
Reconozco,
a priori, que la igualdad de
oportunidades sólo llegará cuando se logre superar la catástrofe de la
educación primaria y secundaria provocada por décadas de populismo, de modo tal
de permitir a todos los alumnos competir en similares condiciones. Pero la
masiva marcha del martes me habilita a formular una propuesta a estudiantes,
obreros, miembros de la “casta” ladrona, canallas destituyentes o funcionarios torpes
en la comunicación para construir una nueva Universidad.
¿Implica estudiar
el mismo esfuerzo para un hijo de la clase media, mantenido por sus padres, que
para otro que proviene de una familia obrera, que necesita del trabajo del alumno
para subsistir? ¿Resultan comparables las oportunidades de quien llega a la
facultad en su automóvil o vive muy cerca, que quien debe viajar durante horas
para llegar a clase? ¿Es razonable que sean alumnos gratuitos quienes provienen
de colegios privados carísimos? La Universidad pública se sostiene con el
aporte del Tesoro, es decir, de los impuestos que pagamos todos. ¿Es justo que
los más pobres soporten con su esfuerzo una Universidad que no tiene exigencias
de ningún tipo y a la cual sus hijos no podrán asistir, pero sí los estudiantes
extranjeros atraídos por la gratuidad de la enseñanza? ¿Por qué el país todo
tiene que pagar para que algunos estudien carreras que no sirven al conjunto
social y que, en la enorme mayoría de los casos, gradúan gente que no
encontrará inserción laboral en el campo elegido, produciendo frustración.
En la
Argentina, como bien dice Guadagni, el promedio de permanencia en los claustros
de estudiantes de carreras con curricula de 5 años, es 7 y, a diferencia de
todos nuestros vecinos, la Universidad sólo gradúa 22% de sus ingresantes. Ese
estiramiento de la vida universitaria genera mayores gastos en salarios (95%
del presupuesto), infraestructura,
medios para la investigación, etc., todo lo cual recae sobre las
espaldas de la población en general, inclusive de aquellos sectores cuyo único
consumo son los alimentos de primera necesidad, gravados con el IVA.
Lo escaso
de los salarios docentes en todos los niveles hace que sólo puedan aspirar a la
docencia académica aquellos que, amén de una increíble vocación, disponen de
otros medios de subsistencia o que buscan, en la cátedra, un galardón social; ello
no siempre es acompañado por la calidad de la enseñanza. Finalmente, un
ejemplo: en Japón, con 125 millones de habitantes, hay sólo 35 mil abogados
autorizados a ejercer; en Francia, con 65 millones, la cifra baja a 30 mil; en
la Ciudad de Buenos Aires, con 3,1 millones, los abogados somos 85 mil. Sin
embargo, la Universidad sigue graduando futuros frustrados, y el costo de ese
dislate lo soporta toda la población. Mientras tanto, grandes conglomerados
internacionales en industrias de punta se ven impedidos de instalarse en el
país porque no encuentran suficientes ingenieros, geólogos, químicos, físicos,
matemáticos, geógrafos, etc.. En resumen, los argentinos seguimos intentando, a
lo largo de décadas, obtener resultados distintos con los mismos
procedimientos.
Todo esto
tiene solución, pero se necesita coraje y poco temor a los gritos de quienes
defienden sus quintitas, inclusive mediante la creación de nuevas universidades
que sólo son centros de adoctrinamiento político al servicio de gobernadores y
“barones” del Conurbano y fuentes inagotables de corrupción. Mi propuesta es
muy simple y, por supuesto, no se refiere a carreras esenciales para el futuro
nacional, como filosofía, historia, sociología, etc.. Se trata de establecer
cuántos nuevos graduados de cada una de las ciencias duras necesitará el país a
cinco años vista. Basta con introducir en una computadora la información que
suministren las empresas y el sector público, incluyendo a los potenciales
inversores que se acerquen.
Con su
resultado, se establecería un primer cupo. Para integrarlo, los aspirantes
deberían rendir un exigente examen de ingreso –en matemáticas, lengua y
ciencias- y mantener el nivel de excelencia durante toda la carrera; para
prepararse para ese examen, quienes lo necesiten recibirán ayuda económica para
garantizar la igualdad de oportunidades. A ese cupo, no sólo no se le cobraría
matrícula sino que se le pagaría un sueldo razonable, que les permitiera
inclusive mantener a su familia, durante todos sus estudios. Quienes lograran
graduarse integrándolo encontrarían una rápida salida laboral, ya que los
buscarían afanosamente, pero deberían devolver a la Universidad, con créditos a
muy largo plazo, el costo que haya implicado su educación; si pensamos cuántos
graduados emigran y prestan servicios en el extranjero, se percibe con mayor
claridad la justicia de este procedimiento.
Luego, se
crearía un segundo cupo que tuviera en cuenta la capacidad física de cada una
de las facultades. Este cupo, integrado por quienes opten por carreras que el
país no necesitará –y, por ende, es injusto que deba soportar- o por
estudiantes que no lograran el nivel de excelencia requerido para el primero,
debería pagar para estudiar. Incorporaría, además, a esas normas una ley que
impusiera al sector público la obligación de contratar, como consultoría
externa, a la Universidad, y pagar los honorarios correspondientes. Finalmente,
establecería los aranceles que deberán pagar los estudiantes extranjeros, aún
cuando se hubieran radicado legalmente aquí para hacerlo.
La
solución propuesta produciría mejores graduados, el país dispondría de
profesionales en las disciplinas más necesarias, e impediría la permanencia del
“alumno crónico”, ese al cual se le permite permanecer en los claustros por
años, generando costos e incordiando a los verdaderos estudiantes. Con el
producido de las matrículas pagadas por los integrantes de este segundo cupo y
los estudiantes extranjeros, más los honorarios que la Universidad generaría
por sus servicios de consultoría externa y el aporte dinerario de las empresas,
se formaría un presupuesto propio, siempre auditado, que permitiría mejorar
sensiblemente los salarios docentes e invertir en infraestructura y medios de
investigación. Al pagar buenos sueldos, se incrementaría la vocación por la
enseñanza, los candidatos competirían, y se podría lograr la dedicación
verdaderamente exclusiva. El círculo virtuoso se cerraría con el nivel de
excelencia en los claustros docentes, lo cual transformaría a la Universidad en
un verdadero faro capaz de iluminar el futuro del país, dejando de ser el
miserable fanal que sólo permite ver la escalera descendente en la que estamos
embretados.
Bs.As., 27
Abr 24
Publicado en:
https://totalnewsagency.com/2024/04/26/la-vaca-sagrada/
https://periodicotribuna.com.ar/36568-la-vaca-sagrada
https://www.informadorpublico.com/opinion/la-vaca-sagrada
https://prisioneroenargentina.com/la-vaca-sagrada/
https://www.elojodigital.com/contenido/19544-avogadro-la-vaca-sagrada
https://www.notiar.com.ar/index.php/opinion/130653-la-vaca-sagrada-por-enrique-avogadro
https://prisioneroenargentina.com/post-data-de-la-vaca-sagrada/