La esquizofrenia del Gobierno
Una de las formas de la esquizofrenia es la división de la personalidad. Y es obvio que la pareja presidencial la padece.
No me refiero solamente al complejo discurso de doña Cristina, que utiliza un muy estructurado decir -carente, por completo, de contenido-, sino a su remanida intención de beneficiar a los más pobres mediante su modelo de “acumulación con inclusión”.
Tal como dijimos en estas notas tantas veces desde 2003, el Gobierno ha cometido todos los errores –verdaderos crímenes- posibles en materia de servicios públicos, de generación –y transporte y distribución- de energía, de exploración y producción de petróleo y gas.
Esos errores fueron, básicamente, medidos en términos de congelamiento de tarifas y de sustitución de las razonables ganancias mínimas del capital invertido por subsidios, arbitrarios y oscuros.
Así, Argentina se quedó sin petróleo, sin gas, sin luz, sin transporte público, sin inversión.
Lo lógico hubiera sido –perdón por lo contrafáctico- dejar que las tarifas se movieran al ritmo normal de una economía libre, y subsidiar a los consumidores de menores recursos el consumo, mediante la aplicación de precios diferenciales. Eso hubiera permitido que continuara la llegada de inversiones (interrumpida en 1998) para mejorar la oferta de tales bienes.
El atraso –o ‘desacople’- de los precios internos respecto a los internacionales y, en especial, los de los países vecinos, hasta julio o agosto de 2008, llevaba inevitablemente a un nuevo ‘rodrigazo’, nombre que los argentinos le pusimos, en 1975, a un brusco sinceramiento de tarifas y tipo de cambio.
Eran tiempos de una inflación –próxima a la hiper- que llegaba a porcentajes de 25% a 30% anual, salvo para el Indec de don Guillermo Moreno.
Al estallar la crisis internacional, ‘la sociedad de la comunicación’ en la que vivimos puso en inmediato conocimiento público el cambio de hábitos y así, “cuando el mundo llegó a complicarnos” (doña Cristina dixit), el consumo se retrajo y, con ello, desaceleró la demanda, frenando de ese modo la, hasta entonces, imparable inflación.
Hoy, cuando el Gobierno debiera contar en su arsenal y a buen recaudo con medidas monetarias y económico-financieras para intentar evitar el derrumbe de nuestro país, carece de ellas y se ve obligado, máxime en un año electoral crucial, a reducir los subsidios y aumentar los precios internos. Cuando todo el mundo está haciendo, exactamente, lo contrario.
Y aquí llegamos al diagnóstico de esquizofrenia que da título a este artículo.
Nótese que todas las medidas anunciadas recientemente por doña Cristina desde el atril, y frente a la cohorte de aplaudidores crónicos, está dirigida a la franja de mayores ingresos, es decir a aquellos cuyas vidas no dependen, en general, de un salario.
En ese sentido fueron la supresión de la ‘tablita de Machinea’, los créditos para comprar autos, heladeras, etc., anunciados como medidas de ‘redistribución’ de ingresos.
Que todo eso se haga regalando –se coloca al 11% mientras que la tasa del mercado triplica ese porcentaje- la plata de los jubilados será materia de otro artículo.
Pero que, a la vez, mientras se intenta mejorar el humor de las clases media-alta y alta, se perjudique con tarifazos no discutidos a los más pobres, a los que se dice privilegiar, no deja de ser una manifestación de división de personalidad.
Digámoslo con todas las letras: en Argentina hay hambre, hay desnutrición, hay analfabetismo, hay desocupación, hay marginalidad, hay pobreza extrema, hay miseria, hay violencia y hay droga y juego. Y en todos los casos, los índices reales de medición señalan que todos esos parámetros han crecido desde que don Néstor llegó al poder.
Pero parece ser esencial a la maquinaria de poder de los K que existan esas situaciones y que éstas permitan el clientelismo más desenfrenado.
Sin embargo, que mientras el discurso oficial continúa haciendo gala de un cinismo extraordinario, los subsidios (los famosos ‘planes’) hoy tengan un nivel de $ 150 mensuales o que, por única vez, se distribuyan $ 200 a los jubilados, mientras se exime de impuestos a los salarios que superan los $ 7.000, no deja de justificar este título.
Habría, entre otras medidas, que disminuir los impuestos indirectos –sobre todo, el IVA- para los bienes de primera necesidad, pero eso afectaría la sacrosanta caja de la que dispone don Néstor para disciplinar al conurbano bonaerense, aparentemente el último bastión de su antes omnímodo poder. Y habría que destinar fondos para llegar con el gas canalizado a los sectores más humildes, ya que la garrafa implica pagar hasta cinco veces más.
Esperemos, entonces, que la lipotimia y la deshidratación permitan a doña Cristina unir sus hemisferios cerebrales y optar por unificar su discurso y su acción.
Buenos Aires, 11 de enero de 2009.-
Una de las formas de la esquizofrenia es la división de la personalidad. Y es obvio que la pareja presidencial la padece.
No me refiero solamente al complejo discurso de doña Cristina, que utiliza un muy estructurado decir -carente, por completo, de contenido-, sino a su remanida intención de beneficiar a los más pobres mediante su modelo de “acumulación con inclusión”.
Tal como dijimos en estas notas tantas veces desde 2003, el Gobierno ha cometido todos los errores –verdaderos crímenes- posibles en materia de servicios públicos, de generación –y transporte y distribución- de energía, de exploración y producción de petróleo y gas.
Esos errores fueron, básicamente, medidos en términos de congelamiento de tarifas y de sustitución de las razonables ganancias mínimas del capital invertido por subsidios, arbitrarios y oscuros.
Así, Argentina se quedó sin petróleo, sin gas, sin luz, sin transporte público, sin inversión.
Lo lógico hubiera sido –perdón por lo contrafáctico- dejar que las tarifas se movieran al ritmo normal de una economía libre, y subsidiar a los consumidores de menores recursos el consumo, mediante la aplicación de precios diferenciales. Eso hubiera permitido que continuara la llegada de inversiones (interrumpida en 1998) para mejorar la oferta de tales bienes.
El atraso –o ‘desacople’- de los precios internos respecto a los internacionales y, en especial, los de los países vecinos, hasta julio o agosto de 2008, llevaba inevitablemente a un nuevo ‘rodrigazo’, nombre que los argentinos le pusimos, en 1975, a un brusco sinceramiento de tarifas y tipo de cambio.
Eran tiempos de una inflación –próxima a la hiper- que llegaba a porcentajes de 25% a 30% anual, salvo para el Indec de don Guillermo Moreno.
Al estallar la crisis internacional, ‘la sociedad de la comunicación’ en la que vivimos puso en inmediato conocimiento público el cambio de hábitos y así, “cuando el mundo llegó a complicarnos” (doña Cristina dixit), el consumo se retrajo y, con ello, desaceleró la demanda, frenando de ese modo la, hasta entonces, imparable inflación.
Hoy, cuando el Gobierno debiera contar en su arsenal y a buen recaudo con medidas monetarias y económico-financieras para intentar evitar el derrumbe de nuestro país, carece de ellas y se ve obligado, máxime en un año electoral crucial, a reducir los subsidios y aumentar los precios internos. Cuando todo el mundo está haciendo, exactamente, lo contrario.
Y aquí llegamos al diagnóstico de esquizofrenia que da título a este artículo.
Nótese que todas las medidas anunciadas recientemente por doña Cristina desde el atril, y frente a la cohorte de aplaudidores crónicos, está dirigida a la franja de mayores ingresos, es decir a aquellos cuyas vidas no dependen, en general, de un salario.
En ese sentido fueron la supresión de la ‘tablita de Machinea’, los créditos para comprar autos, heladeras, etc., anunciados como medidas de ‘redistribución’ de ingresos.
Que todo eso se haga regalando –se coloca al 11% mientras que la tasa del mercado triplica ese porcentaje- la plata de los jubilados será materia de otro artículo.
Pero que, a la vez, mientras se intenta mejorar el humor de las clases media-alta y alta, se perjudique con tarifazos no discutidos a los más pobres, a los que se dice privilegiar, no deja de ser una manifestación de división de personalidad.
Digámoslo con todas las letras: en Argentina hay hambre, hay desnutrición, hay analfabetismo, hay desocupación, hay marginalidad, hay pobreza extrema, hay miseria, hay violencia y hay droga y juego. Y en todos los casos, los índices reales de medición señalan que todos esos parámetros han crecido desde que don Néstor llegó al poder.
Pero parece ser esencial a la maquinaria de poder de los K que existan esas situaciones y que éstas permitan el clientelismo más desenfrenado.
Sin embargo, que mientras el discurso oficial continúa haciendo gala de un cinismo extraordinario, los subsidios (los famosos ‘planes’) hoy tengan un nivel de $ 150 mensuales o que, por única vez, se distribuyan $ 200 a los jubilados, mientras se exime de impuestos a los salarios que superan los $ 7.000, no deja de justificar este título.
Habría, entre otras medidas, que disminuir los impuestos indirectos –sobre todo, el IVA- para los bienes de primera necesidad, pero eso afectaría la sacrosanta caja de la que dispone don Néstor para disciplinar al conurbano bonaerense, aparentemente el último bastión de su antes omnímodo poder. Y habría que destinar fondos para llegar con el gas canalizado a los sectores más humildes, ya que la garrafa implica pagar hasta cinco veces más.
Esperemos, entonces, que la lipotimia y la deshidratación permitan a doña Cristina unir sus hemisferios cerebrales y optar por unificar su discurso y su acción.
Buenos Aires, 11 de enero de 2009.-
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