Derrumbe de la República
Alguna vez, nuestros nietos nos preguntarán –y sus hijos a los nuestros- que hicimos en 2010, mientras veíamos a la República derrumbarse a pedazos.
La crisis del Banco Central, inaugurada el 14 de diciembre de 2009 por un Gobierno cuya caja –única forma que conoce de disciplinar y ejercer el poder- estaba exhausta, delante de nuestros ojos negoció con casi toda la oposición para hacerse de las reservas para continuar gastando a espuertas el dinero de los argentinos, con lo cual legará a quien sea un panorama de hiperinflación y, con ella, una nueva crisis.
Quienes ya lo hicieron, y quienes en el futuro acepten la modificación de la Carta Orgánica del Banco Central, en nombre de urgencias financieras de de cortísimo plazo, unos, o de ideologías populistas fracasadas, los otros, serán los responsables de lo que ocurra de aquí en más, con la certeza más absoluta de que no se producirá reacción alguna en la población.
Es cierto que los tecnicismos jurídicos y económicos que se han barajado estos días escapan a la comprensión de la enorme mayoría de nuestros ciudadanos, y que ello podría ser la causa de la falta de una indignada respuesta social a tanto desmadre y a tanta prepotencia arrabalera.
Sin embargo, el nuevo episodio de corrupción desenmascarado con la publicación de las listas de compradores de dólares en medio del último ramalazo de la crisis internacional, protagonizado nada menos que por don Néstor comprando US$ 2 millones, tampoco ha generado la pública condena de un proceder tan indigno.
Pese a que lo sucedido podría compararse, por lo burdo, con la ya famosa bolsa de Felisa Miceli, y a que siendo don Néstor quien, como es de público y notorio conocimiento, fija el precio del dólar en la Argentina y ha usado esa facultad para enriquecerse, no ha habido cacerolazos, ni manifestaciones, ni alaridos. Solitarios, algunos diputados de la Coalición Cívica han formulado una nueva denuncia contra Kirchner por enriquecimiento ilícito, y no ha habido siquiera una convocatoria pública para acompañarlos en esa gesta.
En todos los países que conozco, la utilización de información confidencial en beneficio propio constituye un delito mayor, aún en la esfera privada pero agravado cuando se trata de la función pública. En la Argentina, lamentablemente, ese tipo penal no está establecido en nuestro Código y, por eso, no podrá ser procesado.
Seguramente, la renacida estrella encarnada por don Oyarbide, o su par, don Bonadío, encontrarán nuevas fórmulas mágicas para exculpar al tirano de Olivos y a su cónyuge, ese títere al cual tan bien viene la máscara de la tragedia como la de la comedia cuando diserta desde su atril, dándonos clases de sexualidad o de bien comer.
Pero, esta vez, creo que han dejado un hilo suelto, del cual se podrá comenzar a tirar para desenredar este ovillo de hurtos, sobreprecios, licitaciones amañadas, expropiaciones de empresas, etc., que los Kirchner han implementado desde hace seis años y medio.
Kircher es lo que, técnicamente, se denomina una “persona políticamente expuesta” en la legislación antilavado y cualquier transacción que realice un individuo de estas características, debe ser informado al organismo oficial especializado en el lavado de dinero por el banco interviniente, de acuerdo a la normativa vigente.
El efectivo cumplimiento de este “detalle formal” podría ser verificado por cualquier fiscal, o por cualquier periodista económico con acceso a fuentes de la autoridad monetaria, pero dudo –y por ello califiqué al episodio como “burdo”- que lo haya sido; y, de no ser así, podrá seguirse la cadena de responsabilidades hasta el banco que haya operado la transacción. ¿Estaremos frente a la definitiva prueba de complicidad en los actos ilegales de don Néstor por parte de algún banco “amigo” del poder?
Creo, seriamente, que este pequeño punto puede dar lugar a grandes dolores de cabeza para el Gobierno y para sus cómplices pues, de confirmarse, volverán a quedar bajo la lupa algunas transacciones realizadas, por ejemplo, por los dueños de algún banco nacional beneficiado por la “argentinización” de alguna empresa, o por lo de otro, rápidos para firmar comunicados de adhesión a las políticas oficiales.
Pero, de todas maneras, estaremos sobre un episodio ciertamente menor (tan grave, a lo sumo, como los impuestos adeudados por Al Capone, que terminaron con su libertad y, finalmente, con su vida) frente al drama del derrumbe de la República.
Si pudiera hacerse un parangón de lo que ha ocurrido –y sigue pasando- en nuestro país, debiéramos mirar la historia reciente de Angola.
Después de la guerra externa, el país fue independizado por la potencia colonial cuyos territorios ultramarinos integraba, Portugal. Éste, al llegar al poder el socialismo grave, dejó a Angola en manos de los jefes tribales que, rápidamente, comenzaron a guerrear entre sí, provocando la total destrucción del país.
Pese a sus ingentes reservas de petróleo, diamantes, oro, café, etc., y a su muy escasa población, todo lo cual la convertía en una nación totalmente viable y riquísima, Angola quedó arrasada, sin infraestructura de ningún tipo, ni siquiera habitacional.
Hoy, nuestros distinguidos opositores –salvo honradas pero mínimas excepciones- se han dedicado a disputarse, ahora con el Gobierno y las provincias y municipios, el nuevo botín que han descubierto. Y dejarán al país, otra vez, sin coraza contra los próximos avatares ni colchones para las futuras corridas cambiarias.
Lo peor de todo es que esta conducta desnuda el hecho de la inexistencia de alternativas serias para la locura kirchnerista, lo cual inhibe, por lógica consecuencia, la posibilidad de la consecución de un juicio político para ejectar a estos delincuentes, y a los otro cuatro o cinco que conforman su núcleo básico de consulta, del poder.
A partir de ahora, con la incorporación del Banco Central a la esfera de disposición de los Kirchner, la República entrará en su etapa final, y todos la seguiremos cantando himnos al consumo y al gasto, que siempre hemos privilegiado por sobre los grandes objetivos nacionales.
No podemos decir, parafraseando a José Larralde, que “Dios, por aquí, no pasó”, porque lo cierto es que lo hizo, y nos dejó un territorio envidiable, una población culta, una legislación señera y una capacidad de producción envidiables por cualquier país.
Y, entre todos, hemos conseguido lo que somos: un país que, pudiendo hacerlo, no aprovecha su suelo y su clima, que destruye la educación y la salud, que ha entronizado el “sálvese quien pueda”, que se ha quedado sin Justicia, sin universidades, sin escuelas, sin hospitales, sin fuerzas armadas, sin seguridad, sin confianza externa, sin ubicación en el mundo, …
Verdaderamente, ¡qué triste ha resultado nuestra época, y cuánta responsabilidad tenemos en ello!
Bs.As., 6 Feb 10
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