Para sacarse el sombrero
“No confíes en tus sentimientos porque, sean
cuales sean ahora, muy pronto habrán cambiado”.
Thomas A. Kempis
Thomas A. Kempis
Una vez más, el Gobierno ha dado esta semana una verdadera lección acerca de cómo debe conducirse la comunicación social para vender eficazmente el “relato”, es decir, aquello que pretende transformar en realidad y, a la vez, ocultando a ésta con su juego malabar.
El fantástico método consiste en desplegar cortinas de tul de colores en los más diversos ámbitos, reescribiendo la historia argentina de los últimos doscientos años para servir a sus intereses pero, sobre todo, actuando para evitar que se perciban como tales los verdaderos y graves problemas de la sociedad argentina.
Que el General Julio Argentino Roca, uno de los hombres que más hizo por la integridad territorial del país –como lo había sido el Brigadier Juan Manuel de Rosas sesenta años antes- se haya transformado en un mero matador de indios; que tribus provenientes de países limítrofes se hayan travestido de “pueblos originarios”; que Domingo Faustino Sarmiento sea un personaje olvidado en la educación argentina para permitir que los maestros sean identificados como “trabajadores de la educación”, no son más que hitos de ese “relato” fundacional.
El Gobierno hace flamear las cortinas de tul y, ocultando el formidable ajuste -¡qué palabra tan escondida!- que se obligado a realizar por obra y gracia del formidable despilfarro de los recursos generados por el país durante el período de mayor bonanza externa de los últimos ochenta años, convierte el vicio en virtud.
La lista de quienes han renunciado ya voluntariamente a los ridículos subsidios al consumo de electricidad, de agua y de gas es encabezada, graciosamente, por doña Cristina y sus ministros, y la pseudo progresía que la rodea, pagada toda ella con dineros públicos de distintas cajas políticas, aplaude a rabiar. La ciudadanía entera, que debiera indignarse contra los que, pudiendo pagar los verdaderos precios, se beneficiaron con esos descuentos durante diez años, no reacciona porque está mirando otro canal, que le ofrece “Fútbol para Todos” o Tinelli y sus porquerías.
Con el tema de los subsidios, donde parece haber focalizado el Gobierno su ajuste tan negado y tan temido, los argentinos nos hemos enterado –fueron aplicados con total falta de transparencia e información en todo el período- que esa enorme cantidad de pobres y miserables, que dedican la totalidad de su ingreso familiar a la compra de alimentos, ha financiado con sus impuestos los subsidios otorgados, graciosamente, a doña Cristina, a sus ministros, a los sectores más pudientes de la sociedad, a los bancos, a los bingos y casinos, y miles de etcéteras.
Detrás de esas cortinas, entonces, quedan ocultos el fabuloso e injustificable enriquecimiento “blanco” de los Kirchner y sus funcionarios, los negociados y las coimas, las valijas voladoras de dinero y de drogas y, sobre todo, la inexplicable arbitrariedad con que se manejan todos los temas económicos en la Argentina.
El caso de Aerolíneas Argentinas, otro inmenso escándalo nacional, que debiera repercutir con saña y con bronca en las casas más humildes de la Argentina, fue tal vez el más paradigmático. La ciudadanía, en general, culpa de todos los males de la empresa a los gremios aeronáuticos –y tiene razón al hacerlo- olvidando cuánta responsabilidad cabe a ambos Kirchner, don Néstor (q.e.p.d.) y doña Cristina, en el carísimo desaguisado.
El falso “progresismo” argentino, el mismo que sigue justificando el literal robo que el Gobierno ejecutara sobre los ahorros privados en las AFJP’s, continúa clamando acerca de la necesidad de contar con una línea aérea “de bandera” para que actúe como “embajadora” nacional en los cielos del mundo, y festejando una expropiación que no fue tal. Que países tales como Estados Unidos, Brasil, Chile, muchos europeos, etc., carezcan de tan esencial elemento para ser soberanos no parece ser una razón suficiente para obligarlo, al menos, a pensar.
Las acciones de la empresa continúan en manos de capitales españoles, que también cargan con culpas propias, a los cuales el kirchnerismo echó del país a fuerza de aprietes de todo tipo, tarifarios y gremiales.
Para lograrlo, don De Vido se sirvió de don Subsidio Jaime y de los inefables don Cirielli y don Pérez Tamayo, dirigentes de algunos de los muchos sindicatos que pululan en la empresa. Al primero lo nombró Subsecretario de Transporte Aéreo, y el segundo se transformó en el chofer de los aviones presidenciales. A ambos gremios, imprescindibles para obligar a los españoles a hincar el hocico, los llenó de privilegios inauditos y, con ello, sus dirigentes obtuvieron un poder fantástico.
Pero el oficialismo, que descubrió la posibilidad de contar con un nuevo “coima-ducto” a través de la empresa, puso a conducirlo a un grupete de chicos, carentes de toda experiencia –pese a sus títulos universitarios- en materia de administración de una empresa aérea, para poder pagarles sueldos disparatados que retribuyeran su ciega militancia política.
Incluyendo el previsto aporte a realizar por el Tesoro durante el 2012, al concluir ese año Aerolíneas Argentinas, “su compañía”, se habrá tragado la bonita suma de dos mil ochocientos millones de dólares. Harto se ha comparado ese importe con el precio de toda la empresa Gol Linhas Aéreas, por ejemplo, que hoy puede comprarse por un mil ochocientos millones.
Pero hoy mismo, en una carta a La Nación, Fernando Giménez Zapiola puso aún más el dedo en la llaga al comparar la cantidad que Aerolíneas perderá este año –ochocientos millones de dólares- con el costo de levantar y equipar uno de los sanatorios mejores de la ciudad de Buenos Aires, demostrando que, con ese déficit, se hubieran podido hacer nada menos que ¡cuarenta! establecimientos de salud similares.
Si a esos guarismos se agrega que, como es natural, sólo viaja en la compañía el sector más alto de la sociedad, mientras es solventada con los impuestos de los más pobres, se comprenderá a qué me refiero cuando pondero el éxito del Gobierno a la hora de comunicar su “relato”: pese a la magnitud del escándalo, la ciudadanía no ha reaccionado.
Tampoco lo ha hecho con el lapidario informe de la Pastoral Social de la Iglesia, Cáritas, respaldada en estudios realizados por el Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina en el Conurbano de Buenos Aires, que reúne al 32% -doce millones- de la población nacional. Al considerar que sólo un ingreso mensual de $ 2.150 puede evitar que una familia caiga en la miseria por la insatisfacción de la canasta básica, ha determinado que la información que provee el Indec de don Patotín Moreno esconde a la mitad de los más pobres –respecto al 34,9% real- bajo la alfombra del “relato” del Gobierno.
En ese Gran Buenos Aires, el 16,3% vive en riesgo alimentario, el 24,7% no tiene cobertura médica, el 10,8% vive en villas de emergencia, el 46,4% no tiene cloacas -¿escuchó, don Scioli?- y el 25,2% habita cerca de basurales; el 9.3% -¿y los declamados planes sociales?- de los jóvenes de 13 a 17 años no concurre a la escuela, mientras que el 25,6% está atrasado. Lo notable es que esos datos corresponden a este año, es decir, cuando ya han transcurrido nueve años del período de mayor crecimiento de la economía argentina y ocho y medio de la implantación de este “modelo de acumulación con matriz diversificada e inclusión social”.
El inusitado crecimiento del tráfico de drogas en la Argentina -país de tránsito, producción y consumo de cocaína, de su residuo -el “paco”- y de todo tipo de drogas sintéticas- demostrado por la no detectada presencia de nubes de avionetas que la transportan, ha generado un paralelo florecimiento de la inseguridad, sólo una “sensación” al decir de don Anímal Fernández, y seguramente está vinculado a los cuatro terribles asesinatos de chicos que se han producido en estos días.
La misma encuesta a la hice referencia demuestra que el 29% de los entrevistados manifestó saber dónde se venden drogas en su barrio. Los policías parecen ignorarlo, o evitan entrar en conflicto con poderosos intereses políticos para no arriesgar sus carreras individuales.
Tampoco en este caso la ciudadanía reacciona -más allá de las manifestaciones transformadas en puebladas por grupitos de inadaptados que destruyen todo a su paso- y parece dedicar toda su actividad a ver el Fútbol para Todos o los programas de pornografía inmundos que inundan sus nuevos plasmas.
El “engordamiento” gremial que los Kirchner fomentaron en Aerolíneas, también se ha producido en los gremios docentes de la ciudad de Buenos Aires, que hostilizan al gobierno de Macri usando como ariete a los chicos que se quedan sin clases. Que existan nada menos que diesiete agrupaciones distintas da una pauta de la dificultad que encuentra Bullrich para conducir el permanente conflicto, pero la gente no reacciona.
Sin embargo, la reina Cristina está sola en la punta de una pirámide en la que exclusivamente ella sabe qué lugar ocupa cada uno de sus funcionarios. Por eso, que es percibido por todo el mundo, le será muy difícil trasladar a otro el costo político del verdadero tarifazo que ha desatado.
Cuando las cuentas de luz, gas y agua comiencen a llegar a todo el mundo con los nuevos valores, el bolsillo de los llamados a pagar la fiesta consumista y populista hará que éstos griten de dolor y, sin dudas, imputarán su costo –como hicieron con Alfonsín, Menem y De la Rúa- a quien encarna la suma del poder público, aún cuando la señora merezca que nos saquemos el sombrero por su forma de relatarnos la realidad.
El fantástico método consiste en desplegar cortinas de tul de colores en los más diversos ámbitos, reescribiendo la historia argentina de los últimos doscientos años para servir a sus intereses pero, sobre todo, actuando para evitar que se perciban como tales los verdaderos y graves problemas de la sociedad argentina.
Que el General Julio Argentino Roca, uno de los hombres que más hizo por la integridad territorial del país –como lo había sido el Brigadier Juan Manuel de Rosas sesenta años antes- se haya transformado en un mero matador de indios; que tribus provenientes de países limítrofes se hayan travestido de “pueblos originarios”; que Domingo Faustino Sarmiento sea un personaje olvidado en la educación argentina para permitir que los maestros sean identificados como “trabajadores de la educación”, no son más que hitos de ese “relato” fundacional.
El Gobierno hace flamear las cortinas de tul y, ocultando el formidable ajuste -¡qué palabra tan escondida!- que se obligado a realizar por obra y gracia del formidable despilfarro de los recursos generados por el país durante el período de mayor bonanza externa de los últimos ochenta años, convierte el vicio en virtud.
La lista de quienes han renunciado ya voluntariamente a los ridículos subsidios al consumo de electricidad, de agua y de gas es encabezada, graciosamente, por doña Cristina y sus ministros, y la pseudo progresía que la rodea, pagada toda ella con dineros públicos de distintas cajas políticas, aplaude a rabiar. La ciudadanía entera, que debiera indignarse contra los que, pudiendo pagar los verdaderos precios, se beneficiaron con esos descuentos durante diez años, no reacciona porque está mirando otro canal, que le ofrece “Fútbol para Todos” o Tinelli y sus porquerías.
Con el tema de los subsidios, donde parece haber focalizado el Gobierno su ajuste tan negado y tan temido, los argentinos nos hemos enterado –fueron aplicados con total falta de transparencia e información en todo el período- que esa enorme cantidad de pobres y miserables, que dedican la totalidad de su ingreso familiar a la compra de alimentos, ha financiado con sus impuestos los subsidios otorgados, graciosamente, a doña Cristina, a sus ministros, a los sectores más pudientes de la sociedad, a los bancos, a los bingos y casinos, y miles de etcéteras.
Detrás de esas cortinas, entonces, quedan ocultos el fabuloso e injustificable enriquecimiento “blanco” de los Kirchner y sus funcionarios, los negociados y las coimas, las valijas voladoras de dinero y de drogas y, sobre todo, la inexplicable arbitrariedad con que se manejan todos los temas económicos en la Argentina.
El caso de Aerolíneas Argentinas, otro inmenso escándalo nacional, que debiera repercutir con saña y con bronca en las casas más humildes de la Argentina, fue tal vez el más paradigmático. La ciudadanía, en general, culpa de todos los males de la empresa a los gremios aeronáuticos –y tiene razón al hacerlo- olvidando cuánta responsabilidad cabe a ambos Kirchner, don Néstor (q.e.p.d.) y doña Cristina, en el carísimo desaguisado.
El falso “progresismo” argentino, el mismo que sigue justificando el literal robo que el Gobierno ejecutara sobre los ahorros privados en las AFJP’s, continúa clamando acerca de la necesidad de contar con una línea aérea “de bandera” para que actúe como “embajadora” nacional en los cielos del mundo, y festejando una expropiación que no fue tal. Que países tales como Estados Unidos, Brasil, Chile, muchos europeos, etc., carezcan de tan esencial elemento para ser soberanos no parece ser una razón suficiente para obligarlo, al menos, a pensar.
Las acciones de la empresa continúan en manos de capitales españoles, que también cargan con culpas propias, a los cuales el kirchnerismo echó del país a fuerza de aprietes de todo tipo, tarifarios y gremiales.
Para lograrlo, don De Vido se sirvió de don Subsidio Jaime y de los inefables don Cirielli y don Pérez Tamayo, dirigentes de algunos de los muchos sindicatos que pululan en la empresa. Al primero lo nombró Subsecretario de Transporte Aéreo, y el segundo se transformó en el chofer de los aviones presidenciales. A ambos gremios, imprescindibles para obligar a los españoles a hincar el hocico, los llenó de privilegios inauditos y, con ello, sus dirigentes obtuvieron un poder fantástico.
Pero el oficialismo, que descubrió la posibilidad de contar con un nuevo “coima-ducto” a través de la empresa, puso a conducirlo a un grupete de chicos, carentes de toda experiencia –pese a sus títulos universitarios- en materia de administración de una empresa aérea, para poder pagarles sueldos disparatados que retribuyeran su ciega militancia política.
Incluyendo el previsto aporte a realizar por el Tesoro durante el 2012, al concluir ese año Aerolíneas Argentinas, “su compañía”, se habrá tragado la bonita suma de dos mil ochocientos millones de dólares. Harto se ha comparado ese importe con el precio de toda la empresa Gol Linhas Aéreas, por ejemplo, que hoy puede comprarse por un mil ochocientos millones.
Pero hoy mismo, en una carta a La Nación, Fernando Giménez Zapiola puso aún más el dedo en la llaga al comparar la cantidad que Aerolíneas perderá este año –ochocientos millones de dólares- con el costo de levantar y equipar uno de los sanatorios mejores de la ciudad de Buenos Aires, demostrando que, con ese déficit, se hubieran podido hacer nada menos que ¡cuarenta! establecimientos de salud similares.
Si a esos guarismos se agrega que, como es natural, sólo viaja en la compañía el sector más alto de la sociedad, mientras es solventada con los impuestos de los más pobres, se comprenderá a qué me refiero cuando pondero el éxito del Gobierno a la hora de comunicar su “relato”: pese a la magnitud del escándalo, la ciudadanía no ha reaccionado.
Tampoco lo ha hecho con el lapidario informe de la Pastoral Social de la Iglesia, Cáritas, respaldada en estudios realizados por el Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina en el Conurbano de Buenos Aires, que reúne al 32% -doce millones- de la población nacional. Al considerar que sólo un ingreso mensual de $ 2.150 puede evitar que una familia caiga en la miseria por la insatisfacción de la canasta básica, ha determinado que la información que provee el Indec de don Patotín Moreno esconde a la mitad de los más pobres –respecto al 34,9% real- bajo la alfombra del “relato” del Gobierno.
En ese Gran Buenos Aires, el 16,3% vive en riesgo alimentario, el 24,7% no tiene cobertura médica, el 10,8% vive en villas de emergencia, el 46,4% no tiene cloacas -¿escuchó, don Scioli?- y el 25,2% habita cerca de basurales; el 9.3% -¿y los declamados planes sociales?- de los jóvenes de 13 a 17 años no concurre a la escuela, mientras que el 25,6% está atrasado. Lo notable es que esos datos corresponden a este año, es decir, cuando ya han transcurrido nueve años del período de mayor crecimiento de la economía argentina y ocho y medio de la implantación de este “modelo de acumulación con matriz diversificada e inclusión social”.
El inusitado crecimiento del tráfico de drogas en la Argentina -país de tránsito, producción y consumo de cocaína, de su residuo -el “paco”- y de todo tipo de drogas sintéticas- demostrado por la no detectada presencia de nubes de avionetas que la transportan, ha generado un paralelo florecimiento de la inseguridad, sólo una “sensación” al decir de don Anímal Fernández, y seguramente está vinculado a los cuatro terribles asesinatos de chicos que se han producido en estos días.
La misma encuesta a la hice referencia demuestra que el 29% de los entrevistados manifestó saber dónde se venden drogas en su barrio. Los policías parecen ignorarlo, o evitan entrar en conflicto con poderosos intereses políticos para no arriesgar sus carreras individuales.
Tampoco en este caso la ciudadanía reacciona -más allá de las manifestaciones transformadas en puebladas por grupitos de inadaptados que destruyen todo a su paso- y parece dedicar toda su actividad a ver el Fútbol para Todos o los programas de pornografía inmundos que inundan sus nuevos plasmas.
El “engordamiento” gremial que los Kirchner fomentaron en Aerolíneas, también se ha producido en los gremios docentes de la ciudad de Buenos Aires, que hostilizan al gobierno de Macri usando como ariete a los chicos que se quedan sin clases. Que existan nada menos que diesiete agrupaciones distintas da una pauta de la dificultad que encuentra Bullrich para conducir el permanente conflicto, pero la gente no reacciona.
Sin embargo, la reina Cristina está sola en la punta de una pirámide en la que exclusivamente ella sabe qué lugar ocupa cada uno de sus funcionarios. Por eso, que es percibido por todo el mundo, le será muy difícil trasladar a otro el costo político del verdadero tarifazo que ha desatado.
Cuando las cuentas de luz, gas y agua comiencen a llegar a todo el mundo con los nuevos valores, el bolsillo de los llamados a pagar la fiesta consumista y populista hará que éstos griten de dolor y, sin dudas, imputarán su costo –como hicieron con Alfonsín, Menem y De la Rúa- a quien encarna la suma del poder público, aún cuando la señora merezca que nos saquemos el sombrero por su forma de relatarnos la realidad.
Bs.As., 24 Nov 11
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