El
asco superador
"Veo un pueblo indolente y dormido que abdica sus derechos, olvida sus
tradiciones, sus deberes, y su porvenir. Lo que debe a la honra de sus
progenitores y al bien de la prosperidad, a su estirpe, a su familia, a sí
mismos y a Dios. Con instituciones que amenazan desmoronarse carcomidas por la
corrupción y los vicios". José Manuel Estrada.
Hubo dos
hechos a comienzos de la semana que, en cierto modo, pasaron desapercibidos
para el gran público, pero revisten singular importancia por cuanto confirman
que nada ha cambiado respecto a la visión que, sobre la tragedia de la guerra
que sacudió al país en los 70’s, tienen los poderes públicos de la Argentina.
El
primero, si no fuera trágico, alcanzaría las cumbres más altas del ridículo. Me
refiero a la promulgación, por la Gobernadora de la Provincia de Buenos Aires,
de la ley que obliga a publicar, en todos los documentos oficiales, la cifra de
30.000 desaparecidos; ese disparate normativo se concretó aún a sabiendas (ha
sido reiteradamente confesado por los inventores del número mágico) de que se
trató de un creación literaria destinada a la pretensión de calificar como
“genocidio” lo sucedido y, especialmente, a conmover los bolsillos de las
organizaciones europeas de derechos humanos, siempre tan generosas con el
terrorismo.
La
consagración de ese falso dogma interpela a la sociedad entera, puesto que se
trata de la primera vez en que una clara falsificación, por obra y gracia de
legisladores de todos los colores –sólo uno votó en contra- se transforma en
verdad revelada; María Eugenia Vidal se transformó en cómplice del absurdo dislate
y se arrogó el derecho de hablar ex–catedra.
¡Menuda competencia le apareció a S.S. Francisco en su propia tierra!
El
segundo hecho que clama al cielo fue la sentencia de la Sala IV (Mariano Borinsky
y Juan Carlos Gemignani) de la Cámara Federal de Casación, el tribunal penal
más alto del país, que rechazó la concesión de la prisión domiciliaria a Jaime
Smart, luego del desconocimiento de su anterior resolución, que la había
otorgado, por la Cámara Federal de La Plata. Ésta, para insistir en su posición
de rechazo, sostuvo que ese beneficio legal no era aplicable porque el detenido
podía fugarse, amén de poner en peligro la investigación de los hechos.
“Jimmy”
Smart tiene 81 años de edad y las imputaciones que le formularon se refieren a
acontecimientos ocurridos hace cuarenta años. Es decir, un preso que siempre
estuvo a disposición de la Justicia y cuya edad excede en mucho la establecida
por la ley (70) para acceder al beneficio, ahora –según los asesinos togados- estaría
presuntamente dispuesto a convertirse en rebelde, abandonar a su familia y
escapar de la acción del Estado. Por lo demás, ¿cómo podría poner en riesgo las
pruebas de la investigación, si se trata de hechos acontecidos hace cuatro décadas?
Que esa
extraña presunción, o mera excusa para la venganza, se conozca en la misma
semana en que la Diputada Lilita Carrió
haya acusado a todo el arco político –incluidos sus aliados del Gobierno- de
proteger a su colega Julio de Vido, el epítome de la corrupción kirchnerista, convierte
lo sucedido en aún más llamativo e irritante. Resulta razonable que haya muchos
empresarios preocupados por la posibilidad de la detención del zar de la obra
pública de la década en que nos convertimos en silentes esclavos: como se ve en
Brasil, el color político no es lo importante; en el mismo lodo, todos se revolcaron.
La
sociedad entera reclama a gritos, todos los días, que los jueces actúen de una
buena vez contra los saqueadores que, a fuerza de chupar la sangre del país
durante doce años, han dejado a la Argentina exangüe. Estos delincuentes,
encabezados por la jefa y organizadora de la asociación ilícita que se hizo con
el poder en 2003, han alterado reiterada y probadamente las pruebas de los
hechos investigados, y las imputaciones que los afectan se refieren a delitos
no excarcelables; sin embargo, gozan no de detención domiciliaria sino de total
libertad, hasta para trasladarse al extranjero, y alegremente se pasean por las
calles, cuando no siguen ocupando altos cargos en alguno de los poderes del
Estado.
Desde las
bancas parlamentarias, ellos mismos impiden sistemáticamente la sanción de
leyes indispensables para la lucha contra la corrupción como, por ejemplo, la
de responsabilidad empresarial, la de extinción de dominio sobre los bienes mal
habidos o las que, como ocurre en Brasil, permiten lo que allí se llama
“delación premiada”; nótese que esta última ha llevado tras las rejas a decenas
de senadores, diputados, ministros, gobernadores, funcionarios y grandes
empresarios, y que se hayan devuelto miles de millones de reales a las arcas
del Estado.
Hace años
que sabemos cómo duermen los expedientes “sensibles” para el poder de turno en
los tribunales. Entonces, lo que todos debemos preguntarnos es si estamos
dispuestos a ser juzgados, con el gigantesco riesgo que ello implica para
nuestra libertad y nuestro patrimonio, por magistrados tan ignorantes, tan
cobardes o tan corruptos como para verse impedidos (o ser “convencidos”) de resolver
con arreglo a la Constitución Nacional, los tratados internacionales, los
códigos y las leyes, sólo para proteger, por acción u omisión, intereses
bastardos.
Tengo
muchos años de ejercicio profesional, a punto tal que el Colegio de Abogados me
ha ¿elevado? a la categoría de “matriculado emérito”. Gracias a Dios, ya sólo
llevo un único juicio, que será el último. Porque, cuando era joven y estaba en
la facultad, aprendí que, para que la sociedad sea realmente libre, todos debemos
ser esclavos de la ley. Lo que veo hoy, tanto en la calle como en los juzgados,
me produce un asco tan profundo que, a veces, hasta me impide respirar.
Por eso,
porque aquí funciona –protegida por leyes inicuas- la norma mafiosa de la omertá, que por tanto tiempo permitió a
las numerosas organizaciones mafiosas italianas conservar sus negocios ilícitos
y su poder, y porque los magistrados y fiscales federales, amén de gozar de
fortunas inexplicables, también tienen muchos muertos en sus placares y están a
tiro de “carpetazos”, la Argentina tiene un destino de decadencia e
insignificancia en el concierto mundial.
Sólo
conseguirá evadirlo si logra hacerse de una Justicia independiente, seria y
rápida, y en ese monumental esfuerzo deberíamos comprometer nuestro accionar
todos los ciudadanos, cualquiera sea nuestro signo político.
En los
próximos días, y como un buena muestra de cómo se protegen los intereses de la
sociedad, sabremos qué actitud adopta el Consejo de la Magistratura frente al
Juez de la Cámara Criminal y Correccional Federal Eduardo Freiler a quien, como
sucede con los mismos Kirchner y tantos cómplices, su enriquecimiento es tan
escandaloso que impide que le cierren los números que él mismo declara sobre su
patrimonio; si lo salva, como hiciera tantas veces con Oyarbide, el organismo
se habrá cubierto de oprobio una vez más, y los ciudadanos de a pie sabremos
que la Argentina ya no tiene futuro alguno.
Bs.As.,
27 May 17