El “Día de la Lealtad” y la imprescindible re-fundación del peronismo y del país
Hace unos días, comentando en una comida la realidad argentina, un becario extranjero, de los muchos que se encuentran en el país estudiando temas concretos, me dijo: “Es una suerte que el peronismo tenga un Día de la Lealtad”.
Cuando, sorprendido, le pregunté qué quería decir, riéndose me respondió: “Es porque los otros 364 días parecen ser los días de la traición”.
Me obligó, luego, a repasar la historia personal reciente de la inmensa mayoría de los líderes del Movimiento, comenzando por los ‘caciques’ del Conurbano y continuando por aquellos que, a lo largo de años transcurridos desde la muerte de Perón, han ejercido cargos públicos.
Debo confesar que, después de tan engorrosa tarea, hube de coincidir con mi interlocutor.
Todos vemos alrededor, y esto es percibido dentro y fuera del país, a una enorme cantidad de personas que, en el peronismo, parecen haber nacido ayer, es decir, que no tienen pasado. Nadie parece recordar qué hizo hasta ahora, con qué gobiernos trabajó, y qué opiniones públicas expresó.
Simplemente, olvidan todo eso para pasarse, con armas y bagajes, a las fuerzas del siguiente jefe, siempre y cuando éste disponga de abundantes recursos para hacer negocios y negociados.
Creo que el caso más emblemático es el propio Kirchner quien, después de haberse llenado la boca calificando a Menem como el mejor Presidente que Argentina había tenido, no dudó –tan pronto Duhalde lo ungió como opositor- en convertirse en su más innoble crítico.
Después, y esto es ya historia reciente, traicionó a su mentor, intentó destruir su base de poder en el Conurbano, y aprovechó cada oportunidad para denostarlo y ‘ningunearlo’.
Para ello, usó y abusó de la ‘caja’, comprando –en realidad, alquilando- la voluntad de los intendentes del Gran Buenos Aires que, a su vez y ante la inminente e imparable debilidad financiera del poder centralizado de don Néstor, le darán la espalda y negarán hasta haberlo conocido.
A mero título de ejemplo, ¿resulta necesario recordar que la privatización de YPF durante los 90’s sólo pudo ser aprobada porque Kirchner hizo lobby en ese sentido ante los demás gobernadores de provincias petroleras? ¿Hace falta volver a ver y a leer lo que Kirchner dijo cuando, finalmente, la ley fue sancionada? Sin embargo, el inefable don Néstor lo ha olvidado en lo más profundo de su billetera –compuesta por los inexplicados fondos de Santa Cruz- y hoy se rasga las vestiduras calificando a Menem poco menos que como traidor a la Patria.
Todo esto, que no necesita aquí más ejemplos ni, mucho menos, más nombres de peronistas, ha llevado a que el Movimiento sea hoy considerado, en general -y pese a la enorme mayoría de gente honesta que lo compone- como PJ S.A.. Es decir, como una maquinaria destinada únicamente a hacerse del poder, a conservarlo mientras se pueda, y a realizar todos los negociados posibles desde los diferentes tronos.
Sin embargo, el Movimiento es muchísimo más que las diferentes bandas que lo encabezan. Está compuesto por la primera minoría de los argentinos –y, en determinadas circunstancias, por la mayoría- decentes, preocupados por su país y por su gente. Me consta que el peronismo está lleno de intelectuales lúcidos e inteligentes que, sin embargo, no consiguen expresarse por los vicios de la maquinaria partidaria actual, que impide las elecciones internas –inclusive para la elección de la última candidata a Presidente, la cónyuge doña Cristina-, interviene distritos o circunscripciones, etc.
Es por esas razones que resulta indispensable re-fundar el peronismo. Obviamente, no me estoy refiriendo a volver a 1945, ya que han pasado 63 años y muchísima agua bajo los puentes de Argentina y del mundo.
Creo que la re-fundación hoy pasa por establecer una carta orgánica que, al modo de una verdadera constitución, cree reglas de juego inviolables para todos los participantes. Y, esencialmente, que contenga decisiones consensuadas que permitan, al mismo tiempo, re-crear a la Argentina.
Estoy haciendo mención a decisiones trascendentales para el país, sin las cuales Argentina, al menos como la entendemos, dejará de existir.
Y esas decisiones –todas ellas son pasibles de ampliación, justificación y detalle en notas posteriores- deberían ser:
Destinar un porcentaje fijo e inamovible del presupuesto nacional a la educación pública, para recuperar la excelencia que, todavía hoy, nos hace gozar de un prestigio ya inmerecido.
Inventar una verdadera y eficiente red de seguridad social, tanto en materia alimentaria cuanto sanitaria, para los más desprotegidos, para permitirles salir de la indigencia y hasta de la pobreza, pero con contraprestaciones personales y educacionales.
Establecer un sistema de becas –no estoy hablando sólo de la gratuidad de la enseñanza sino, verdaderamente, de pagar a los más capaces por su ‘trabajo’ de educarse- que solucione el problema de la pésima ‘distribución social’ de la enseñanza.
Recrear una Justicia independiente, alejada de cualquier bandería política y, sobre todo, de cualquier control del Ejecutivo.
Imponer para adentro, y consensuar hacia afuera, la verdadera democracia intrapartidaria.
Terminar con el sistema de las listas sábanas e establecer, por un período relativamente breve, el voto uninominal, es decir, por pequeñas jurisdicciones.
Restaurar, como en el tiempo de la Colonia, el ‘juicio de residencia’ obligatorio para todos los integrantes del primero y del segundo escalón de los poderes públicos.
Pactar, con todos los sectores, una línea geopolítica que permita delinear el futuro internacional de la Argentina y su reinserción en el mundo.
Actuar con seriedad y responsabilidad en todos y cada uno de los posicionamientos y planteos frente al resto del mundo, confirmando cada vez la seriedad de Argentina como país integrado a la comunidad internacional.
Recomponer las relaciones económicas y financieras con el exterior, no a través de un pago inmediato –hoy inaccesible- de nuestras obligaciones, sino mediante propuestas serias, respaldadas por leyes soberanas y suscriptas por todas las agrupaciones políticas.
Determinar la intangilibilidad de los organismos de control y estadísticos; en el primer tema, sugiero adoptar los criterios brasileños, que solapan la gestión de los directores de las agencias reguladoras sobre las gestiones anteriores y posteriores de los presidentes.
Crear un sistema impositivo justo y universal, que haga que todos los argentinos y quienes aquí trabajan paguen los impuestos que el Congreso establezca, sin regresiones ni confiscaciones, y redistribuir eficaz y equitativamente el ingreso nacional..
Regresar a un verdadero federalismo, tanto en materia política cuanto en materia económica, mediante mecanismos justos y permanentes de distribución impositiva.
Recrear fuerzas armadas profesionales, aptas para la defensa y dotadas para ello, totalmente alejadas de las banderías políticas y de los vaivenes delirantes.
Finalmente, establecer topes –controlados por organismos independientes, con facultades de veto- al gasto en las campañas políticas, obligando a los beneficiarios a dar inmediata publicidad a las donaciones con ese fin.
Si conseguimos todo esto, el Justicialismo recuperará su esencia y su sentido, y volverá a transformarse en un ejemplo a imitar por las democracias del mundo. Si fracasamos, habrá perdido su razón de ser y seguirá siendo esa maquinaria política destinada sólo a conseguir el poder y lucrar con él.
Nadie puede negar la decadencia de Argentina, si la comparamos con los otros países –Chile, Brasil, Irlanda, Nueva Zelanda, Australia, etc.- que, hace cincuenta años, tanto tenían que envidiarle. Y tenemos la impostergable obligación de invertir el curso de esa historia porque, detrás de una nueva frustración, acecha el peligro de disolución nacional.
¿O es dable pensar, en un mundo con hambre, que pueda existir para siempre un lugar casi desierto, capaz de producir alimentos para 400 millones de personas y que no lo hace por desidia o incompetencia de sus habitantes?
Creo que debemos recordar la frase del Gral. San Martín para aplicarla a Argentina: "Serás lo que debas ser, o no serás nada".
Buenos Aires, 16 de octubre de 2008.
Hace unos días, comentando en una comida la realidad argentina, un becario extranjero, de los muchos que se encuentran en el país estudiando temas concretos, me dijo: “Es una suerte que el peronismo tenga un Día de la Lealtad”.
Cuando, sorprendido, le pregunté qué quería decir, riéndose me respondió: “Es porque los otros 364 días parecen ser los días de la traición”.
Me obligó, luego, a repasar la historia personal reciente de la inmensa mayoría de los líderes del Movimiento, comenzando por los ‘caciques’ del Conurbano y continuando por aquellos que, a lo largo de años transcurridos desde la muerte de Perón, han ejercido cargos públicos.
Debo confesar que, después de tan engorrosa tarea, hube de coincidir con mi interlocutor.
Todos vemos alrededor, y esto es percibido dentro y fuera del país, a una enorme cantidad de personas que, en el peronismo, parecen haber nacido ayer, es decir, que no tienen pasado. Nadie parece recordar qué hizo hasta ahora, con qué gobiernos trabajó, y qué opiniones públicas expresó.
Simplemente, olvidan todo eso para pasarse, con armas y bagajes, a las fuerzas del siguiente jefe, siempre y cuando éste disponga de abundantes recursos para hacer negocios y negociados.
Creo que el caso más emblemático es el propio Kirchner quien, después de haberse llenado la boca calificando a Menem como el mejor Presidente que Argentina había tenido, no dudó –tan pronto Duhalde lo ungió como opositor- en convertirse en su más innoble crítico.
Después, y esto es ya historia reciente, traicionó a su mentor, intentó destruir su base de poder en el Conurbano, y aprovechó cada oportunidad para denostarlo y ‘ningunearlo’.
Para ello, usó y abusó de la ‘caja’, comprando –en realidad, alquilando- la voluntad de los intendentes del Gran Buenos Aires que, a su vez y ante la inminente e imparable debilidad financiera del poder centralizado de don Néstor, le darán la espalda y negarán hasta haberlo conocido.
A mero título de ejemplo, ¿resulta necesario recordar que la privatización de YPF durante los 90’s sólo pudo ser aprobada porque Kirchner hizo lobby en ese sentido ante los demás gobernadores de provincias petroleras? ¿Hace falta volver a ver y a leer lo que Kirchner dijo cuando, finalmente, la ley fue sancionada? Sin embargo, el inefable don Néstor lo ha olvidado en lo más profundo de su billetera –compuesta por los inexplicados fondos de Santa Cruz- y hoy se rasga las vestiduras calificando a Menem poco menos que como traidor a la Patria.
Todo esto, que no necesita aquí más ejemplos ni, mucho menos, más nombres de peronistas, ha llevado a que el Movimiento sea hoy considerado, en general -y pese a la enorme mayoría de gente honesta que lo compone- como PJ S.A.. Es decir, como una maquinaria destinada únicamente a hacerse del poder, a conservarlo mientras se pueda, y a realizar todos los negociados posibles desde los diferentes tronos.
Sin embargo, el Movimiento es muchísimo más que las diferentes bandas que lo encabezan. Está compuesto por la primera minoría de los argentinos –y, en determinadas circunstancias, por la mayoría- decentes, preocupados por su país y por su gente. Me consta que el peronismo está lleno de intelectuales lúcidos e inteligentes que, sin embargo, no consiguen expresarse por los vicios de la maquinaria partidaria actual, que impide las elecciones internas –inclusive para la elección de la última candidata a Presidente, la cónyuge doña Cristina-, interviene distritos o circunscripciones, etc.
Es por esas razones que resulta indispensable re-fundar el peronismo. Obviamente, no me estoy refiriendo a volver a 1945, ya que han pasado 63 años y muchísima agua bajo los puentes de Argentina y del mundo.
Creo que la re-fundación hoy pasa por establecer una carta orgánica que, al modo de una verdadera constitución, cree reglas de juego inviolables para todos los participantes. Y, esencialmente, que contenga decisiones consensuadas que permitan, al mismo tiempo, re-crear a la Argentina.
Estoy haciendo mención a decisiones trascendentales para el país, sin las cuales Argentina, al menos como la entendemos, dejará de existir.
Y esas decisiones –todas ellas son pasibles de ampliación, justificación y detalle en notas posteriores- deberían ser:
Destinar un porcentaje fijo e inamovible del presupuesto nacional a la educación pública, para recuperar la excelencia que, todavía hoy, nos hace gozar de un prestigio ya inmerecido.
Inventar una verdadera y eficiente red de seguridad social, tanto en materia alimentaria cuanto sanitaria, para los más desprotegidos, para permitirles salir de la indigencia y hasta de la pobreza, pero con contraprestaciones personales y educacionales.
Establecer un sistema de becas –no estoy hablando sólo de la gratuidad de la enseñanza sino, verdaderamente, de pagar a los más capaces por su ‘trabajo’ de educarse- que solucione el problema de la pésima ‘distribución social’ de la enseñanza.
Recrear una Justicia independiente, alejada de cualquier bandería política y, sobre todo, de cualquier control del Ejecutivo.
Imponer para adentro, y consensuar hacia afuera, la verdadera democracia intrapartidaria.
Terminar con el sistema de las listas sábanas e establecer, por un período relativamente breve, el voto uninominal, es decir, por pequeñas jurisdicciones.
Restaurar, como en el tiempo de la Colonia, el ‘juicio de residencia’ obligatorio para todos los integrantes del primero y del segundo escalón de los poderes públicos.
Pactar, con todos los sectores, una línea geopolítica que permita delinear el futuro internacional de la Argentina y su reinserción en el mundo.
Actuar con seriedad y responsabilidad en todos y cada uno de los posicionamientos y planteos frente al resto del mundo, confirmando cada vez la seriedad de Argentina como país integrado a la comunidad internacional.
Recomponer las relaciones económicas y financieras con el exterior, no a través de un pago inmediato –hoy inaccesible- de nuestras obligaciones, sino mediante propuestas serias, respaldadas por leyes soberanas y suscriptas por todas las agrupaciones políticas.
Determinar la intangilibilidad de los organismos de control y estadísticos; en el primer tema, sugiero adoptar los criterios brasileños, que solapan la gestión de los directores de las agencias reguladoras sobre las gestiones anteriores y posteriores de los presidentes.
Crear un sistema impositivo justo y universal, que haga que todos los argentinos y quienes aquí trabajan paguen los impuestos que el Congreso establezca, sin regresiones ni confiscaciones, y redistribuir eficaz y equitativamente el ingreso nacional..
Regresar a un verdadero federalismo, tanto en materia política cuanto en materia económica, mediante mecanismos justos y permanentes de distribución impositiva.
Recrear fuerzas armadas profesionales, aptas para la defensa y dotadas para ello, totalmente alejadas de las banderías políticas y de los vaivenes delirantes.
Finalmente, establecer topes –controlados por organismos independientes, con facultades de veto- al gasto en las campañas políticas, obligando a los beneficiarios a dar inmediata publicidad a las donaciones con ese fin.
Si conseguimos todo esto, el Justicialismo recuperará su esencia y su sentido, y volverá a transformarse en un ejemplo a imitar por las democracias del mundo. Si fracasamos, habrá perdido su razón de ser y seguirá siendo esa maquinaria política destinada sólo a conseguir el poder y lucrar con él.
Nadie puede negar la decadencia de Argentina, si la comparamos con los otros países –Chile, Brasil, Irlanda, Nueva Zelanda, Australia, etc.- que, hace cincuenta años, tanto tenían que envidiarle. Y tenemos la impostergable obligación de invertir el curso de esa historia porque, detrás de una nueva frustración, acecha el peligro de disolución nacional.
¿O es dable pensar, en un mundo con hambre, que pueda existir para siempre un lugar casi desierto, capaz de producir alimentos para 400 millones de personas y que no lo hace por desidia o incompetencia de sus habitantes?
Creo que debemos recordar la frase del Gral. San Martín para aplicarla a Argentina: "Serás lo que debas ser, o no serás nada".
Buenos Aires, 16 de octubre de 2008.
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