¿Iguales?
“La Nación Argentina no admite prerrogativas de sangre,
"ni de nacimiento: No hay en ella fueros
“personales ni títulos de nobleza.
“Todos sus habitantes son iguales
“ante la ley, y admisibles en los
“empleos sin otra condición que la
“idoneidad. La igualdad es la base
“del impuesto y de las cargas “públicas”.
Art. 16 de la Constitución
Art. 16 de la Constitución
En estos días, he leído tres libros[1] y muchísimas notas periodísticas que me han provocado inquietudes y, sobre todo, interrogantes.
Recordé, entonces, el artículo de la Constitución Nacional que he citado más arriba, y comenzaron a repicar en mi cabeza las lecciones que recibí en Instrucción Cívica, en el secundario y en la facultad.
Porque es evidente que, si un artículo en particular han vulnerado los Kirchner desde antes de asumir el Gobierno nacional, es éste. La igualdad ante la ley, uno de los principios básicos sobre los que se asienta el concepto de República, se ha transformado en letra muerta.
Cada vez con mayor frecuencia y con creciente ferocidad se producen episodios de violencia urbana, en los cuales delincuentes cada vez más jóvenes roban y, después de obtener el botín, igualmente matan a sus víctimas.
¿A qué se debe esto? Creo que la respuesta es muy sencilla: esos chicos delincuentes, criados en ambientes de miseria y desocupación absolutamente endémica y, ahora, arrasados por el paco, saben que su expectativa de vida no supera los 25 años. Y, aunque no lo sepan ni sean concientes de ello, la falta de una alimentación mínimamente adecuada en su infancia, les impide adquirir conocimientos.
Entonces, si su vida no vale nada, ¿por qué debería valer algo la de los demás?
A partir de allí, surge el primero de los interrogantes a los que me referí en el primer párrafo. Si la corrupción desaforada que reina en el “modelo K” es la culpable de esa miseria inmoral y de esa inmersión creciente en la desesperanza, y nadie juzga ni condena a los culpables, ¿somos iguales ante la ley?
Cuando muere un policía por falta de medios adecuados para proteger su vida y la de la sociedad, porque quienes administran el Estado se roban hasta el combustible y nadie va preso por ello, ¿somos iguales ante la ley?
Cuando un comedor comunitario de la Provincia de Buenos Aires se queda sin alimentos para atender a la masa de pobres que, aumentando cada día, sólo cuentan con ese recurso, mientras las empresas concesionarias de la obra pública sobrefacturan cada una de ellas, y nadie es siquiera indagado por eso, ¿somos iguales ante la ley?
Si, al menos en teoría, más de trescientos gremios están involucrados en el más canallesco de los negociados, el de los medicamentos falsos, y sólo siete personas están detenidas, ¿somos iguales ante la ley?
Es curioso que ese caso, el más paradigmático de la era K –porque están metidos en él no sólo los mayores aliados del Gobierno, los “gordos”, sino altos funcionarios y grandes aportantes a la campaña presidencial de doña Cristina- no haya producido la menor reacción en la población, esa misma que se alza a gritos contra un crimen individual ocurrido en su barrio.
¿Cuál es la vara con la que se mide a quien mata a una persona y a quien mata a cientos? La defensa de esos chicos asesinos, ¿no debería invocar estos argumentos?
Y qué decir de los reclamos diarios de la AFIP a gente que, abrumada por la presión impositiva más fuerte de la historia argentina, no puede pagar sus obligaciones y ve hasta sus cuentas corrientes embargadas sin aviso previo.
¿Cómo explicarle el principio constitucional cuando, todos los días, se entera de nuevos desfalcos multimillonarios, producidos con facturas “truchas” en casos que involucran a las más altas esferas gubernamentales?
¿Cómo justificar que, en el caso Skanska, o en el caso Siemens, o en el caso IBM, prácticamente no haya detenidos por evasión fiscal mientras la DGI persigue a quien no puede pagar sumas mínimas?
¿Cómo justificar, ante el pobre tipo que debe trotar por los pasillos de los entes recaudadores para explicar de dónde sacó el dinero para pagar su tarjeta de crédito, que esos mismos inspectores, tan exigentes en su caso, arreglen con el contador de los Kirchner una declaración jurada que no cierra por ningún lado?
Peor aún, ¿cómo exigirle a los ciudadanos que paguen los impuestos más gravosos de que se tenga memoria, mientras el poder exhibe impúdicamente el despilfarro de los dineros públicos en aviones privados, en subsidios que nadie controla ni investiga, en el “fútbol gratis”, en publicidad oficial, o, simplemente, en el robo más escandaloso de los caudales públicos?
¿Cómo puede justificarse que quienes nada tienen deban pagar el IVA sobre sus alimentos más básicos, mientras don “Alí Babá” Néstor y sus cuarenta ladrones siguen haciendo de las suyas con ese dinero que los más pobres entregan compulsivamente?
¿Somos iguales ante la ley?
El trabajador que ve como se diluye su salario carcomido por la inflación y contempla, azorado, el fabuloso enriquecimiento de los dirigentes, ¿es igual ante la ley?
El delincuente que va a ser juzgado por alguien a quien la Nación ha confiado la responsabilidad más grande de la República, cual es la de ser juez de los demás, y sabe que ese individuo es corrupto hasta el tuétano y que ha figurado en todas las “servilletas” del poder político, pero sigue ocupando el cargo, ¿es igual ante la ley?
El pobre jubilado cuyo salario mensual no le permite, siquiera, cubrir la canasta básica “medida” por el INDEC, y se entera de la escandalosa suma que percibe don Néstor por igual concepto, ¿puede sentirse igual ante la ley?
Mientras los opositores no se pongan de acuerdo en lo primero que tienen que hacer para recuperar la República de las manos de esta pareja que tanto daño ha hecho –y seguirá haciendo- a sus instituciones, es decir, en volver a la composición original del Consejo de la Magistratura, nada podrá hacerse.
Recordemos que “con una Justicia independiente, todo es posible; sin ella, nada es posible”.
Empecemos a pensar qué se podría hacer con un instrumento así, justamente aplicado, en manos de los ciudadanos. Podríamos terminar con la corrupción de todo tipo, podríamos terminar con el hambre más urgente, podríamos brindar salud y educación a toda nuestra población, podríamos tener policías verdaderamente “al servicio de la comunidad”, podríamos tener cárceles dignas y podríamos tener, fundamentalmente, jueces probos y justos.
Por todo ello, el jueves, a las 17, masivamente debemos decir ¡presente! en el Rosedal, para transformar el acto organizado por la Mesa de Enlace en un reclamo generalizado de la ciudadanía en general, en pos de seguridad, de orden y de solidaridad, y para festejar, como se debe, el triunfo de todos en las elecciones del 28 de junio, que el kirchnerismo ha logrado hacernos olvidar hasta ahora.
[1] “El dueño”, de Luis Majul, “Gracias, Néstor”, de Lucio di Matteo, y “Los secretos de la valija”, de Hugo Alconada Mom
Recordé, entonces, el artículo de la Constitución Nacional que he citado más arriba, y comenzaron a repicar en mi cabeza las lecciones que recibí en Instrucción Cívica, en el secundario y en la facultad.
Porque es evidente que, si un artículo en particular han vulnerado los Kirchner desde antes de asumir el Gobierno nacional, es éste. La igualdad ante la ley, uno de los principios básicos sobre los que se asienta el concepto de República, se ha transformado en letra muerta.
Cada vez con mayor frecuencia y con creciente ferocidad se producen episodios de violencia urbana, en los cuales delincuentes cada vez más jóvenes roban y, después de obtener el botín, igualmente matan a sus víctimas.
¿A qué se debe esto? Creo que la respuesta es muy sencilla: esos chicos delincuentes, criados en ambientes de miseria y desocupación absolutamente endémica y, ahora, arrasados por el paco, saben que su expectativa de vida no supera los 25 años. Y, aunque no lo sepan ni sean concientes de ello, la falta de una alimentación mínimamente adecuada en su infancia, les impide adquirir conocimientos.
Entonces, si su vida no vale nada, ¿por qué debería valer algo la de los demás?
A partir de allí, surge el primero de los interrogantes a los que me referí en el primer párrafo. Si la corrupción desaforada que reina en el “modelo K” es la culpable de esa miseria inmoral y de esa inmersión creciente en la desesperanza, y nadie juzga ni condena a los culpables, ¿somos iguales ante la ley?
Cuando muere un policía por falta de medios adecuados para proteger su vida y la de la sociedad, porque quienes administran el Estado se roban hasta el combustible y nadie va preso por ello, ¿somos iguales ante la ley?
Cuando un comedor comunitario de la Provincia de Buenos Aires se queda sin alimentos para atender a la masa de pobres que, aumentando cada día, sólo cuentan con ese recurso, mientras las empresas concesionarias de la obra pública sobrefacturan cada una de ellas, y nadie es siquiera indagado por eso, ¿somos iguales ante la ley?
Si, al menos en teoría, más de trescientos gremios están involucrados en el más canallesco de los negociados, el de los medicamentos falsos, y sólo siete personas están detenidas, ¿somos iguales ante la ley?
Es curioso que ese caso, el más paradigmático de la era K –porque están metidos en él no sólo los mayores aliados del Gobierno, los “gordos”, sino altos funcionarios y grandes aportantes a la campaña presidencial de doña Cristina- no haya producido la menor reacción en la población, esa misma que se alza a gritos contra un crimen individual ocurrido en su barrio.
¿Cuál es la vara con la que se mide a quien mata a una persona y a quien mata a cientos? La defensa de esos chicos asesinos, ¿no debería invocar estos argumentos?
Y qué decir de los reclamos diarios de la AFIP a gente que, abrumada por la presión impositiva más fuerte de la historia argentina, no puede pagar sus obligaciones y ve hasta sus cuentas corrientes embargadas sin aviso previo.
¿Cómo explicarle el principio constitucional cuando, todos los días, se entera de nuevos desfalcos multimillonarios, producidos con facturas “truchas” en casos que involucran a las más altas esferas gubernamentales?
¿Cómo justificar que, en el caso Skanska, o en el caso Siemens, o en el caso IBM, prácticamente no haya detenidos por evasión fiscal mientras la DGI persigue a quien no puede pagar sumas mínimas?
¿Cómo justificar, ante el pobre tipo que debe trotar por los pasillos de los entes recaudadores para explicar de dónde sacó el dinero para pagar su tarjeta de crédito, que esos mismos inspectores, tan exigentes en su caso, arreglen con el contador de los Kirchner una declaración jurada que no cierra por ningún lado?
Peor aún, ¿cómo exigirle a los ciudadanos que paguen los impuestos más gravosos de que se tenga memoria, mientras el poder exhibe impúdicamente el despilfarro de los dineros públicos en aviones privados, en subsidios que nadie controla ni investiga, en el “fútbol gratis”, en publicidad oficial, o, simplemente, en el robo más escandaloso de los caudales públicos?
¿Cómo puede justificarse que quienes nada tienen deban pagar el IVA sobre sus alimentos más básicos, mientras don “Alí Babá” Néstor y sus cuarenta ladrones siguen haciendo de las suyas con ese dinero que los más pobres entregan compulsivamente?
¿Somos iguales ante la ley?
El trabajador que ve como se diluye su salario carcomido por la inflación y contempla, azorado, el fabuloso enriquecimiento de los dirigentes, ¿es igual ante la ley?
El delincuente que va a ser juzgado por alguien a quien la Nación ha confiado la responsabilidad más grande de la República, cual es la de ser juez de los demás, y sabe que ese individuo es corrupto hasta el tuétano y que ha figurado en todas las “servilletas” del poder político, pero sigue ocupando el cargo, ¿es igual ante la ley?
El pobre jubilado cuyo salario mensual no le permite, siquiera, cubrir la canasta básica “medida” por el INDEC, y se entera de la escandalosa suma que percibe don Néstor por igual concepto, ¿puede sentirse igual ante la ley?
Mientras los opositores no se pongan de acuerdo en lo primero que tienen que hacer para recuperar la República de las manos de esta pareja que tanto daño ha hecho –y seguirá haciendo- a sus instituciones, es decir, en volver a la composición original del Consejo de la Magistratura, nada podrá hacerse.
Recordemos que “con una Justicia independiente, todo es posible; sin ella, nada es posible”.
Empecemos a pensar qué se podría hacer con un instrumento así, justamente aplicado, en manos de los ciudadanos. Podríamos terminar con la corrupción de todo tipo, podríamos terminar con el hambre más urgente, podríamos brindar salud y educación a toda nuestra población, podríamos tener policías verdaderamente “al servicio de la comunidad”, podríamos tener cárceles dignas y podríamos tener, fundamentalmente, jueces probos y justos.
Por todo ello, el jueves, a las 17, masivamente debemos decir ¡presente! en el Rosedal, para transformar el acto organizado por la Mesa de Enlace en un reclamo generalizado de la ciudadanía en general, en pos de seguridad, de orden y de solidaridad, y para festejar, como se debe, el triunfo de todos en las elecciones del 28 de junio, que el kirchnerismo ha logrado hacernos olvidar hasta ahora.
[1] “El dueño”, de Luis Majul, “Gracias, Néstor”, de Lucio di Matteo, y “Los secretos de la valija”, de Hugo Alconada Mom
Bs.As., 8 Dic 09
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