Abatir al Tirano
“Los cortesanos de todas las épocas experimentan una grande e imperiosa necesidad: hablar para no decir nada”
Stendhal
Stendhal
Viendo lo que está sucediendo en Argentina, y la desesperación que anida en los corazones de todos los ciudadanos, me he puesto a pensar en las razones y en las circunstancias que nos han traído hasta aquí.
Lo que pasó a partir de marzo de 2008, con la rebelión del campo ante la expoliación decretada por don Néstor e instrumentada por su mandataria, doña Cristina, no fue más que la frutilla del postre de una conducta reiterada desde los ya lejanos días de 2004, cuando Kirchner nos mostró –y nos negamos cerrilmente a ver- cuál era el destino que pensaba imponer a nuestro país.
Desde mi punto de vista, la descarada actitud de rechazar cualquier negociación con las empresas privatizadas, y aplicarles el congelamiento de las tarifas, condujo a que Argentina perdiera reservas de gas y de petróleo todos los años, a que cada vez se estreche más el margen de seguridad de los suministros esenciales y a que hoy, forzado por la estrechez de la caja y la imposibilidad de continuar pagando los demenciales subsidios, el Estado haya debido permitir el tarifazo –aún insuficiente, aviso- que golpea los bolsillos de las clases medias y bajas.
Un ejemplo, agravado, de la actitud de este Gobierno frente a las empresas privadas fue el cerco a los dueños de Aerolíneas Argentinas, empresa a la cual se agredió con la complicidad de los gremios amigos de Jaime y su entorno, que paralizaron los servicios, mientras se le congelaban los precios de los pasajes, aún en medio de una suba desmesurada de los precios del petróleo que, en otras latitudes, llevó por sí sola a la quiebra de muchas compañías aéreas.
Es cierto que, a la vez, ese andamiaje le permitió a don Néstor obtener, a través de testaferros, posiciones importantes en el capital accionario de dichas empresas, pero es otra historia, que será juzgada en otros ámbitos mejor preparados que esta tribuna.
El siguiente paso, en una actitud que entonces califiqué de inexplicable, fue la prohibición de exportar carne. Y me refiero a carne de todo tipo, no solamente aquélla que se vincula a la “mesa de los argentinos”. Cabe señalar dos cosas al respecto: a) la carne que se exporta no es la que se consume, popularmente, en el país; y b) el disparate de la prohibición implicó la pérdida de cincuenta y seis mercados nacionales para nuestras carnes, que había costado mucho esfuerzo, mucho tiempo y mucho dinero abrir.
Tal como dije en su momento, no por ser más perspicaz sino porque era absolutamente obvio, la prohibición significó que se redujeran brutalmente los stocks ganaderos argentinos, lo cual nos enfrenta a la probabilidad cierta de tener que importarla, a precios internacionales, a partir del año próximo. Por supuesto, los otros efectos colaterales de esa demencial medida fue, por un lado, la pérdida de puestos de trabajo en el campo y, por el otro, la “sojización” de la zona ganadera.
Esos graves episodios fueron sólo una muestra de la parafernalia de disparates que don Néstor propinó a la sociedad argentina, a los cuales se sumó la destrucción de nuestras incipientes instituciones, la manipulación del Consejo de la Magistratura, el aniquilamiento del Indec, el ilimitado avance del Poder Ejecutivo sobre el Legislativo y el Judicial, la jibarización de los partidos políticos, la famosa “transversalidad” y el creciente aislamiento de nuestro país del concierto mundial.
Como todos sabemos, Jaime y De Vido no empezaron ayer ni la sumisión a Chávez es un tema reciente, como tampoco lo son la sobrefacturación de las obras públicas, la corrupción y el latrocino, la épica lucha contra las Fuerzas Armadas y contra la Iglesia, ni el espurio y nunca explicado manejo de los fondos de Santa Cruz.
Pese a todo ello, el “órgano más sensible del cuerpo humano” no impidió que don Néstor, mediante una interna que arrojó un resultado unánime, designara como candidata presidencial a Chirolita, ni que ésta ganara las elecciones con el 43% de los votos.
Después llegaron Antonini Wilson y sus valijas, el derroche y la impúdica exhibición de sus mal habidas riquezas, el sostenimiento de los funcionarios más sospechados y más destructivos, y miles de etcéteras.
También llegaron el voto “no positivo”, la enconada destrucción de nuestro interior, la persistente falsificación de nuestras estadísticas y de nuestra historia y, finalmente, la fenomenal derrota del 28 de junio.
Pero debemos ser sinceros: a pesar de los golpes y de las deserciones Kirchner sigue mandando.
La comparación con la fiera herida no puede ser más obvia.
Y en el ejercicio de ese mando, enfurecido por los golpes recibidos, continúa determinado a destruir el país. A llevarse, en su caída, lo poco o mucho que queda en pie.
Para ello, inventa escenarios y decorados para un diálogo inconducente, obligando a las comparsas a seguir el ritmo que marca desde Olivos, y desgastando a una oposición que pelea entre sí y que tampoco quiere hacerse cargo del futuro argentino.
Porque hoy, después de las elecciones, la oposición es tan responsable como el Gobierno, pero nadie parece entenderlo.
Muy seriamente, sus miembros concurren a la Casa de Gobierno, se saludan en forma cordial con aquellos de quienes han recibido los improperios más soeces, sonríen para las cámaras y dialogan.
Dialogan sobre un futuro rarísimo. Dialogan sobre mecanismos que, como lo ha demostrado hasta el cansancio, el Gobierno ignorará tan pronto pueda, si es que, en algún momento, son puestos en práctica. En resumen, dialogan sobre el sexo de los ángeles.
Mientras tanto, Argentina se muere cada día un poco más.
Los chicos se mueren de hambre en Salta y en el Chaco, los enfermos no tienen quién los atienda en el Conurbano, los hospitales carecen de lo más elemental, los diputados siguen sin reunirse, los jueces hacen como si existieran, la gripe A sigue avanzando, crece el dengue, se cierran los tambos, la industria sigue paralizada por la falta de insumos importados, las inversiones indispensables no llegan, no se siembra maíz ni trigo, el comercio cierra sus puertas, las calles quedan vacías, la droga campea a sus anchas, la inseguridad ya nos impide pensar racionalmente …
¿Cómo puede ser que cuarenta millones de argentinos sigamos mirando, impertérritos, como un solo hombre produce tanto daño? ¿Cómo lo toleramos?
Tenemos que recordar que Kirchner, hoy, no es más que un diputado electo que, ni siquiera, sabemos si asumirá su cargo o se transformará en un “testimonial” más.
Leopoldo Lugones dijo: “Y se dado el elocuente caso de un cadáver imponiendo silencio a la historia oficial de un pueblo”. Y Kirchner debería ser, políticamente hablando, un cadáver.
Entonces, ¿por qué le seguimos teniendo miedo? ¿Por qué los jueces, de una maldita vez, no lo procesan y lo mandan a la cárcel? ¿Por qué la ciudadanía no lo exige? ¿Por qué el Parlamento no hace nada?
La oposición –o, mejor, la suma de opositores- debe tomar ya las riendas. Debe modificar hoy mismo el Consejo de la Magistratura, liberar a los jueces de ese yugo virtual y juzgar a aquellos magistrados que han incumplido con sus deberes y mirado para otro lado mientras en Argentina se cometían y se siguen cometiendo los delitos más aberrantes.
Es hora de decir ¡basta! Todos debemos obligar a nuestros representantes, antiguos y nuevos, a tomar cartas en el asunto y a evitar que este proceso continúe.
Cuando esto suceda, cuando don Néstor se encuentre tras las rejas, cuando hayamos abatido al tirano, tal vez doña Cristina pueda convertirse en la Presidente de los argentinos y, con todos apoyándola, el país pueda encontrarse con su destino.
Amén.
Lo que pasó a partir de marzo de 2008, con la rebelión del campo ante la expoliación decretada por don Néstor e instrumentada por su mandataria, doña Cristina, no fue más que la frutilla del postre de una conducta reiterada desde los ya lejanos días de 2004, cuando Kirchner nos mostró –y nos negamos cerrilmente a ver- cuál era el destino que pensaba imponer a nuestro país.
Desde mi punto de vista, la descarada actitud de rechazar cualquier negociación con las empresas privatizadas, y aplicarles el congelamiento de las tarifas, condujo a que Argentina perdiera reservas de gas y de petróleo todos los años, a que cada vez se estreche más el margen de seguridad de los suministros esenciales y a que hoy, forzado por la estrechez de la caja y la imposibilidad de continuar pagando los demenciales subsidios, el Estado haya debido permitir el tarifazo –aún insuficiente, aviso- que golpea los bolsillos de las clases medias y bajas.
Un ejemplo, agravado, de la actitud de este Gobierno frente a las empresas privadas fue el cerco a los dueños de Aerolíneas Argentinas, empresa a la cual se agredió con la complicidad de los gremios amigos de Jaime y su entorno, que paralizaron los servicios, mientras se le congelaban los precios de los pasajes, aún en medio de una suba desmesurada de los precios del petróleo que, en otras latitudes, llevó por sí sola a la quiebra de muchas compañías aéreas.
Es cierto que, a la vez, ese andamiaje le permitió a don Néstor obtener, a través de testaferros, posiciones importantes en el capital accionario de dichas empresas, pero es otra historia, que será juzgada en otros ámbitos mejor preparados que esta tribuna.
El siguiente paso, en una actitud que entonces califiqué de inexplicable, fue la prohibición de exportar carne. Y me refiero a carne de todo tipo, no solamente aquélla que se vincula a la “mesa de los argentinos”. Cabe señalar dos cosas al respecto: a) la carne que se exporta no es la que se consume, popularmente, en el país; y b) el disparate de la prohibición implicó la pérdida de cincuenta y seis mercados nacionales para nuestras carnes, que había costado mucho esfuerzo, mucho tiempo y mucho dinero abrir.
Tal como dije en su momento, no por ser más perspicaz sino porque era absolutamente obvio, la prohibición significó que se redujeran brutalmente los stocks ganaderos argentinos, lo cual nos enfrenta a la probabilidad cierta de tener que importarla, a precios internacionales, a partir del año próximo. Por supuesto, los otros efectos colaterales de esa demencial medida fue, por un lado, la pérdida de puestos de trabajo en el campo y, por el otro, la “sojización” de la zona ganadera.
Esos graves episodios fueron sólo una muestra de la parafernalia de disparates que don Néstor propinó a la sociedad argentina, a los cuales se sumó la destrucción de nuestras incipientes instituciones, la manipulación del Consejo de la Magistratura, el aniquilamiento del Indec, el ilimitado avance del Poder Ejecutivo sobre el Legislativo y el Judicial, la jibarización de los partidos políticos, la famosa “transversalidad” y el creciente aislamiento de nuestro país del concierto mundial.
Como todos sabemos, Jaime y De Vido no empezaron ayer ni la sumisión a Chávez es un tema reciente, como tampoco lo son la sobrefacturación de las obras públicas, la corrupción y el latrocino, la épica lucha contra las Fuerzas Armadas y contra la Iglesia, ni el espurio y nunca explicado manejo de los fondos de Santa Cruz.
Pese a todo ello, el “órgano más sensible del cuerpo humano” no impidió que don Néstor, mediante una interna que arrojó un resultado unánime, designara como candidata presidencial a Chirolita, ni que ésta ganara las elecciones con el 43% de los votos.
Después llegaron Antonini Wilson y sus valijas, el derroche y la impúdica exhibición de sus mal habidas riquezas, el sostenimiento de los funcionarios más sospechados y más destructivos, y miles de etcéteras.
También llegaron el voto “no positivo”, la enconada destrucción de nuestro interior, la persistente falsificación de nuestras estadísticas y de nuestra historia y, finalmente, la fenomenal derrota del 28 de junio.
Pero debemos ser sinceros: a pesar de los golpes y de las deserciones Kirchner sigue mandando.
La comparación con la fiera herida no puede ser más obvia.
Y en el ejercicio de ese mando, enfurecido por los golpes recibidos, continúa determinado a destruir el país. A llevarse, en su caída, lo poco o mucho que queda en pie.
Para ello, inventa escenarios y decorados para un diálogo inconducente, obligando a las comparsas a seguir el ritmo que marca desde Olivos, y desgastando a una oposición que pelea entre sí y que tampoco quiere hacerse cargo del futuro argentino.
Porque hoy, después de las elecciones, la oposición es tan responsable como el Gobierno, pero nadie parece entenderlo.
Muy seriamente, sus miembros concurren a la Casa de Gobierno, se saludan en forma cordial con aquellos de quienes han recibido los improperios más soeces, sonríen para las cámaras y dialogan.
Dialogan sobre un futuro rarísimo. Dialogan sobre mecanismos que, como lo ha demostrado hasta el cansancio, el Gobierno ignorará tan pronto pueda, si es que, en algún momento, son puestos en práctica. En resumen, dialogan sobre el sexo de los ángeles.
Mientras tanto, Argentina se muere cada día un poco más.
Los chicos se mueren de hambre en Salta y en el Chaco, los enfermos no tienen quién los atienda en el Conurbano, los hospitales carecen de lo más elemental, los diputados siguen sin reunirse, los jueces hacen como si existieran, la gripe A sigue avanzando, crece el dengue, se cierran los tambos, la industria sigue paralizada por la falta de insumos importados, las inversiones indispensables no llegan, no se siembra maíz ni trigo, el comercio cierra sus puertas, las calles quedan vacías, la droga campea a sus anchas, la inseguridad ya nos impide pensar racionalmente …
¿Cómo puede ser que cuarenta millones de argentinos sigamos mirando, impertérritos, como un solo hombre produce tanto daño? ¿Cómo lo toleramos?
Tenemos que recordar que Kirchner, hoy, no es más que un diputado electo que, ni siquiera, sabemos si asumirá su cargo o se transformará en un “testimonial” más.
Leopoldo Lugones dijo: “Y se dado el elocuente caso de un cadáver imponiendo silencio a la historia oficial de un pueblo”. Y Kirchner debería ser, políticamente hablando, un cadáver.
Entonces, ¿por qué le seguimos teniendo miedo? ¿Por qué los jueces, de una maldita vez, no lo procesan y lo mandan a la cárcel? ¿Por qué la ciudadanía no lo exige? ¿Por qué el Parlamento no hace nada?
La oposición –o, mejor, la suma de opositores- debe tomar ya las riendas. Debe modificar hoy mismo el Consejo de la Magistratura, liberar a los jueces de ese yugo virtual y juzgar a aquellos magistrados que han incumplido con sus deberes y mirado para otro lado mientras en Argentina se cometían y se siguen cometiendo los delitos más aberrantes.
Es hora de decir ¡basta! Todos debemos obligar a nuestros representantes, antiguos y nuevos, a tomar cartas en el asunto y a evitar que este proceso continúe.
Cuando esto suceda, cuando don Néstor se encuentre tras las rejas, cuando hayamos abatido al tirano, tal vez doña Cristina pueda convertirse en la Presidente de los argentinos y, con todos apoyándola, el país pueda encontrarse con su destino.
Amén.
Bs.As., 29 Jul 09
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