Contratos, demagogia y fantasías
El señor Jorge Lanata acaba de terminar de decir, en su programa “Después de todo”, una de los mejores notas editoriales que he oído.
Lamentablemente, no podré aportar a sus dichos idea original alguna, pero pretendo, al menos, prestar mi blog para que queden grabadas.
La editorial en cuestión se refirió a la ruptura del contrato que vinculaba, hasta ayer, a
Se trataba, como dijo Lanata, de un contrato viciado de enorme cantidad de irregularidades, zonas oscuras, áreas de corrupción, etc., todos aspectos naturalmente criticables y denostables.
Sin embargo, era un contrato privados, un acuerdo firmado entre dos personas de existencia jurídica, ajenas al Estado, en cualquiera de sus formas.
Bastó el deseo demagógico de un ex Presidente, el increíble don Néstor, para que ese contrato fuera roto. Eso sí, importó mucho para que eso sucediera que la mandataria de ese fulano, la ya indescriptible doña Cristina, estuviera dispuesta a empeñar seiscientos millones anuales de
Realmente, en Argentina se ha perdido todo: han muerto el pudor, la vergüenza, la lógica, la democracia y, sobre todo, la seguridad jurídica.
Es cierto que, con estos sucesos, el público en general accederá gratis a los partidos de fútbol televisados, y también es cierto que –como supe hace unos días- hasta ahora los canales de televisión abierta debían conformarse con enfocar a las tribunas y a relatar lo que sucedía en las canchas.
Es cierto que todo eso era repudiable. En particular, en un país que, como no tiene demasiado pan, debe al menos acceder al circo.
Y, como dije, también era cierto que el contrato violado y rescindido creaba relaciones espúreas entre
Pero el daño que, en cuestión de imagen internacional, la rescisión unilateral del contrato por parte de
A pesar del daño causado a la ya deteriorada impresión que nuestro país causa en el planeta –sólo algunos países africanos y unos pocos asiáticos, éstos en guerra generan algo peor- es mucho más grave el agravio moral infligido a todos los habitantes de Argentina.
Hace unos días, escribí una nota referida a la barbaridad que significa que el Estado banque el déficit de Aerolíneas Argentinas, en nombre de un mal entendido nacionalismo y usando argumentos falaces como la necesidad de poseer una ‘línea de bandera’ o de dotar de ‘conectividad’ aérea a todo el territorio.
En la misma, expuse el disparate de gastar dinero público en esos menesteres, cuando más del 30% de la población es pobre o 1.600.000 chicos no tengan cobertura de salud de ningún tipo.
Hoy, en verdad, esa sensación de vergüenza, de irrealidad, es mayor. A partir de mañana, sólo por el deseo de un canalla dispuesto a cualquier cosa para ganarse el favor de unas masas que ha contribuído, muy eficazmente por cierto, a embrutecer, esos mismos pobres, esos mismos indigentes, esos mismos chicos, subsidiarán con sus impuestos cotidianos a los clubs de fútbol.
La referencia al circo romano, tan patéticamente fomentada por los emperadores de la decadencia, es demasiado obvia como para ofender la cultura del lector y, a pesar de ello, se impone.
Como en todas mis notas recientes, sigo preguntándome: ¿hasta cuándo seguiremos obligados a soportar a estos cafres? ¿Cuándo asumiremos nuestras obligaciones con los más excluídos? ¿Y cuándo lo haremos con nuestro futuro?
La oposición, como tal, sigue brillando por su ausencia. Y los camaleones legisladores, comprados por
Y las fantasías de Boudou de atraer inversiones, mucho más devaluadas después de conocerse la nueva falsificación de la inflación por el INdEC dada a conocer hoy mismo, seguirán siendo sólo eso: un montón de ilusiones, al mejor estilo de David Coperfield.
Bs.As., 12 Ago 09
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