Aprender de la Historia
por Enrique Guillermo Avogadro (Nota N° 1003)
“Quienes se benefician del statu quo son ricos y están bien organizados,
y pueden luchar eficientemente contra los grandes problemas que les
arrebatarán sus privilegios económicos y su poder político”.
Daron Acemoglu y James A. Robinson
La
semana pasada me pregunté si valía la pena seguir intentando, como hice los
últimos 21 años con propuestas y crónicas, mejorar el futuro de mi Patria. Se
lo conté así a algunos de mis sufridos lectores y, confieso sin pudor, las
reacciones de éstos – pueden verse en algunos de los comentarios a esa nota en
mi blog – me emocionaron hasta las lágrimas. Por eso, vuelvo al ruedo y seguiré
mientras mi cabeza lo permita, aunque de aquí en más no podré contestar a cada
gentil respuesta que reciba.
La
feroz y descarnada pelea entre Javier Milei y su Vicepresidente debiera imponer
a ambos protagonistas revisar la historia para ver qué sucedió cuando algo
similar se dio, tantas veces, en la Argentina. Podrían remontarse a fines del
siglo XIX, pero bastaría en que se concentraran en Frondizi/Gómez,
Menem/Duhalde, De la Rúa/Alvarez y Fernández/Cobos para recordar los nefastos
efectos que todas produjeron.
Si
se me pidiera una opinión sobre Victoria Villarruel, le diría al Presidente que
no se preocupara. Aunque reconozco su gran ambición personal, creo que ella, a
quien conozco bastante, es incapaz de generar y mantener equipos de trabajo y
gestión (como muchos otros actores políticos recientes), y no me parece que
tenga una personalidad que concite demasiados apoyos por fuera de La Libertad
Avanza, ni siquiera entre las viejas promociones de militares perseguidos por
el kirchnerismo - una actitud que Mauricio Macri ni Milei han querido revertir
- durante las últimas dos décadas.
Ver a la Argentina resurgir después de tantos años de
saqueo indiscriminado – llevado al paroxismo durante el kirchnerismo – requerirá
varias décadas de continuidad en las políticas públicas para recomponer la
cultura del trabajo, un serio republicanismo, la ética y la probidad en el
manejo de la cosa pública, la educación y la salud de excelencia. Y todo ello
requiere negociar limpia y públicamente con todos los interesados.
Cada sector o corporación que vea afectado sus
intereses personales por las decisiones de este raro gobierno – y son
muchísimos y muy poderosos – hará hasta lo imposible para apartarnos de la
buena senda que, como todos sabemos, puede reducirse a no gastar más de lo que
ingresa; ignorarla y, consecuentemente, endeudarnos hasta la asfixia para
seguir distribuyendo bienes y beneficios que no hemos sido capaces de generar
con nuestro propio trabajo y, por tanto, ficticios.
El populismo - sobre todo en su versión rapaz y
ladrona -, los gremialistas eternizados y los empresarios “expertos en mercados
regulados”, siempre estarán al acecho para recuperar terreno y conservar sus
privilegios y canonjías, aún a sabiendas de los peores males que implicarán
para los más desprotegidos, esos a los que, a fuerza de negarles el acceso a
una educación razonable y subsidiarles arteramente sus más elementales
necesidades, hoy se han caído del sistema y saben que les costará mucho, si es
que les resulta posible, volver a subirse.
Por su parte, el Gobierno, con su lenguaje
escatológico, sus modales barriobajeros, su actitud de confrontación
permanente, los sucesivos escándalos que explotan a su alrededor - $Libra y
raros aviones con valijas – y con las luchas intestinas que autogenera, no
contribuye a tranquilizar a los inversores; y sin éstos, sean propios o ajenos,
no resultará posible el despegue rápido que se necesita para que la bonanza se
derrame sobre los asalariados y los jubilados y termine, de una buena vez, con
ese gran conglomerado social tan permeable a las falsas promesas.
Hoy parece que el oficialismo
carece de capacidad de negociación inteligente, y le está costando caro en el H°
Aguantadero; sería ideal que entendiera que resulta indispensable explicar (sin
gritos ni insultos) y convencer, sector por sector, para obtener su apoyo que,
sumado al de sus propios legisladores, le permitan avanzar en su programa. Porque,
para que este proyecto de cambio tan positivo se transforme en una realidad
permanente, será necesario que el Presidente logre la sanción de leyes que
modifiquen radicalmente nuestra Argentina para resulte atractiva y confiable
para los inversores genuinos, propios y ajenos, con instituciones políticas y
económicas inclusivas que garanticen la absoluta y completa igualdad ante la
ley, el derecho inalienable de la propiedad privada, el respeto irrestricto a
los contratos, la búsqueda de la igualdad de oportunidades y el fomento a la
investigación y la innovación creativa y a la exportación industrial de alta calidad
y buenos precios.
Esa panoplia de normas indispensables,
como mínimo, debe contener la reforma del anacrónico sistema laboral y de los
estatutos del docente y del empleado público, de la fascista sindicalización
única por actividad y del demencial y extractivo régimen impositivo, corregir
los desvíos numéricos en la representación legislativa, el retorno a los seis
años de mandato presidencial, el rediseño y la división de la Provincia de
Buenos Aires, poner fin a la siniestra complicidad de la Justicia laboral con
abogados rapaces, establecer la verdadera federalización de nuestro país, la
ratificación definitiva del intocable superávit fiscal, el fomento del ahorro
personal para incentivar la investigación y la innovación, y la competencia
tributaria entre las provincias y los municipios para la atracción de
inversiones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario