El Diccionario y el ADN
“¿Se asombrarán cuando nos oigan decir
que no hay remedio para los males
públicos y particulares y que el
proyecto de un Estado tal como
nosotros hemos imaginado no se
realizará jamás ínterin los filósofos
no ejerzan toda la autoridad?”
Platón
Platón
La distinguidísima, bellísima y excelentísima doña Cristina terminó, hace una media hora, de usar nada menos que la cadena oficial de radiodifusión y televisión para informarnos que, como éste es un sistema constitucionalmente presidencialista, la que tiene la suma del poder público es ella y, por esa razón, anunciarnos que no respetará ningún freno que quieran poder los restantes poderes del Estado a sus acciones.
Esta mañana escribí otra nota, en la que –después de describir sus desmesuras de ayer- exhortaba a la ciudadanía a la firmeza y a la mesura, organizando el salvataje de esta República tan dañada por las arbitrariedades y los latrocinios de la pareja que nos gobierna.
Nunca supuse –por si lo dudaban, no soy asiduo concurrente a la quinta de Olivos, ni juego al fútbol con el tirano que allí vive- que la propia Presidente iba a confirmar mis dichos tan sólo un par de horas después.
No podía prever una confesión tan clara y transparente del delito en el que ya ha caído, con absoluta prescindencia de que los fiscales se hagan los desentendidos, cuando no denunció a don Aníbal por negarse a obedecer la orden de un Juez de la Nación, o cuando tampoco actuó de esa manera en los episodios de Felisa Miceli y su bolsa o de Jaimito y sus aviones y yates.
Ratificó que desconocería al Parlamento cuando este rechace el pliego de Mercedes Marcó del Pont –no por sus dotes como economista sino por haber sido cómplice del saqueo de las reservas orquestado con una monstruosa defraudación a la ciudadanía y a sus legisladores- y también, con absoluta premeditación y alevosía, nos dijo que no obedecerá ninguna resolución del Poder Judicial que se oponga a sus deseos de pagar, lo antes posible y a cualquier costo, los bonos de los fondos “buitres” –mejor hubiera sido llamarlos “chimangos”, ya que son autóctonos de la Patagonia-, entre ellos los comprados el mismo viernes pasado a valor de liquidación.
Pero, además, hizo gala de una bajeza personal –muchísimo peor, por cierto, que la que imputó al arco opositor por haberle arrebatado el poder al kirchnerismo en el Senado- para descalificar rastreramente a una de las más probas magistradas de las que dispone el país, la Dra. Rodríguez Vidal. Lo curioso es que esta misma señora Juez, hace algunos años, rechazó una medida cautelar solicitada por holdouts contra la llamada Ley Cerrojo, favoreciendo así al Gobierno, entonces a cargo del tirano de Olivos.
Hoy hemos visto, desde algún pueblo de la cuenca del Salado, un ejercicio del chavismo más puro. Doña Cristina, rodeada por la claque de aplaudidores habituales -esta vez incrementada por gente disfrazada de gaucho y hasta niños- y plagiando descaradamente al papagayo caribeño, hizo uso y abuso de las formas democráticas para destruir la democracia, asumiendo –de hecho- la suma del poder público, al estilo de los reyes del absolutismo; le falta, solamente, pasar a ejercer el derecho de vida y muerte sobre sus súbditos, a los cuales ya despojó de sus haciendas comunes, y el de pernada, presumo que reservado a don Néstor, que tanto cuerito de chancho ingiere.
Más allá del buen humor, debemos centrarnos en el problema que representa que nuestra Presidente haya decidido transformarse a sí misma en un tirano –para dejar el poder real, como siempre, en manos de don Néstor- que no precisa de leyes ni de fallos para ejercer su omnímodo designio.
Hubiera debido informarse, consultando al diccionario, que un régimen despótico no es sinónimo de un sistema presidencialista, y que la Constitución es un todo que debe ser leído en conjunto. Actuó como quien leyera en el Antiguo Testamento –o en el Código de Hamurabi- la Ley del Talión y creyera que está legitimado para actuar de ese modo.
En una actitud loable, el coro de opositores salió a pedir mesura y tranquilidad a la población, demostrando una vez más que no son una tribu de caníbales dispuestos a combatir a los verdaderos caníbales –sentados en el Gobierno- comiéndoselos. He escuchado, incluso, al Senador Morales dando cuentas de sus intenciones de establecer un diálogo con Pichetto, “el auténtico”, para tratar de bajar los decibeles.
Este proceder que reitero, me parece digno de aplauso, ignora que, en el ADN de don Néstor las palabras “diálogo” y “negociación” no existen. Sólo se acepta, en su mundo personal, la más abyecta sumisión y el más hermético silencio, que sólo admite ser quebrado por el ruido de las palmas batiendo.
El patetismo con el califiqué, en la nota anterior, al jefe de la bancada kirchnerista en el Senado, sólo puede compararse, en su inmensidad, con el sentimiento de pesar que me produjo ver a una notable profesional, Mercedes Marcó del Pont, incinerarse en la pira fúnebre de estos malandras, al mejor estilo indio; sólo faltó el Ganges para una señora que hubiera merecido un destino mejor que ser una mera cómplice de la banda de boqueteros que asaltó al Banco Central.
No voy a extenderme sobre el curiosamente breve discurso que asestó doña Cristina al mediodía argentino, ya que no hizo más que repetir sus mentiras más audaces y su falsa retórica; pero sí debo señalar que resulta curioso ver a quienes tanto denostaron al mercado, al cual culparon de todos los males, usar su beneplácito para justificar sus propias acciones. Otra vez, ¡qué patético!
Hoy, como tantas veces he dicho, es hora de hombres, y de no de nombres. Estos opositores –ese “rejunte”, como los calificó la Presidente- deben dejar de lado, de una buena vez, todo aquello que los separa y concentrarse, estrictamente, en lo que los une, que debe ir más allá, por supuesto, de limitar a los Kirchner. Deben asociarse y aunarse para pensar un nuevo país; y, si les resulta conveniente, podrán contratar como profesores a Fernando Henrique Cardoso y a Lula, a Tabaré Vázquez y al “Pepe” Mujica, a Michèlle Bachelet y a Sebastián Piñera.
Porque, queridos legisladores y jefes de partidos, tengo la obligación de recordarles que, si fracasan, no tendrán un país en el cual ejercer su vocación política. Por eso, aunque más no sea por instinto de supervivencia, por favor háganlo.
Señores, que quede claro: estamos ante un verdadero y ya desembozado golpe de estado, y está en nosotros mismos encontrar los mecanismos para evitar que éste triunfe. Tal vez, sólo tal vez, haya llegado la hora de meternos en honduras.
Bs.As., 4 Mar 10 (por la tarde)
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