El país y la guerra
Ayer al mediodía (la precisión temporal es importante en este caso), en una reunión, un joven militante justicialista de la Provincia de Buenos Aires, después de oír durante un largo rato disquisiciones acerca de las elecciones anticipadas y de las diferentes posturas de la oposición, hizo un grave llamado de atención al decir: “No será ya el tiempo de los diplomáticos”.
Su encendido discurso, respaldado por una referente territorial del Conurbano, pasó a explicar los fundamentos de ese aserto. Según él –y coincido plenamente-, con el llamado a elecciones para el 28 de junio, Kirchner acaba de declarar la guerra; ha decidido jugarse el todo por el todo, sin reparar en medios ni en costos.
Tal como hace mucho vengo previendo desde estas notas (ver “Lo inexplicable …”, en www.egavogadro.blogspot.com) Néstor ha resuelto dar, en los próximos días, la batalla final. En ese artículo anticipé que a Kirchner no lo podríamos sacar a golpes de cacerolas o de carritos de supermercado, y ni siquiera con votos.
Estas elecciones, en su escenario particular, deben ser ganadas sí o sí. Si los votos no alcanzan, se deberá recurrir al fraude más desembozado y, si no fuera posible por la masiva presencia de observadores y de fiscales de la oposición, no quedará otra alternativa que hacer que la violencia se enseñoree en el país.
Kirchner y su mujer saben que no existe la posibilidad de retroceder, y que una derrota los conducirá a la cárcel y al oprobio. Y no están dispuestos a correr ese riesgo.
Si resulta necesario, incendiarán Roma.
Cuando, en el primer párrafo, dije que la precisión en el tiempo era importante, me refería a que la aseveración del joven se anticipó, en varias horas, a la reunión entre la Mesa de Enlace y el Gobierno, que dinamitó el diálogo y empujó, una vez más, al interior a las rutasy al demencial discurso de Néstor en La Plata. Ambos eventos no hicieron más que confirmar las rotundas afirmaciones (¿apocalípticas?) escuchadas.
Entre los escenarios de catástrofe inmediatos no puede descartarse, pese a lo poco probable que resulte, una derrota de la iniciativa gubernamental en la Cámara de Senadores. Dada la norma constitucional, que exige la mitad más uno de los miembros totales –los ausentes, entonces, se contarán como negativos- no tendrá esta vez Cobos la posibilidad de desempatar. ¿Qué pasará con el Gobierno, entonces?
Si, más allá del marketing del Gobierno, éste pierde las mayorías en las cámaras, ¿qué pasará?
¿Alguien cree hoy que Néstor aceptará el juego democrático y cambiará su forma dictatorial y autista de gobernar? Por ello, ¿qué hará?.
Vienen tiempos aciagos para el país, y el tsunami tendrá consecuencias trágicas.
Otro aspecto, menos coyuntural pero inmensamente más importante, es que la aceleración de los tiempos electorales no cambiará la realidad económica de la Argentina.
El 29 de junio –si el Gobierno consigue su propósito en el Congreso- la República despertará con los mismos problemas, y con el mismo trágico futuro.
El deterioro en los niveles de pobreza, de indigencia, de mortalidad infantil, de hambre y de desnutrición, de desempleo formal e informal, de destrucción de la educación pública, de inexistencia de inversiones genuinas, de inseguridad, seguirán existiendo y tenderán a agravarse, por influencia de la crisis internacional, sumada a la propia, generada por el Gobierno.
Y no veo en la dirigencia política de ningún signo, más allá de las declamaciones, preocupación al respecto. Todos hablan de propuestas, pero nadie las concreta. Gastan centímetros de papel y minutos televisivos en frases tales como “coincidencias básicas” o “políticas de Estado” y, sin embargo, nada hacen al respecto.
Esa negación de la realidad que, como digo, es común a todos los partidos y a todos los candidatos, me recuerda al Titanic hundiéndose, mientras algunos de sus pasajeros bailaban en cubierta o se emborrachaban para intentar olvidar lo inexorable de su destino.
Es indispensable que nos preparemos para los acontecimientos inmediatos, pero lo es más aún que todos –y me refiero a todos, exactamente- nos pongamos de acuerdo en ciertos puntos elementales que permitan construir el futuro.
El riesgo que corremos es que Argentina desaparezca como país.
Bs.As., 18 Mar 09.-
Ayer al mediodía (la precisión temporal es importante en este caso), en una reunión, un joven militante justicialista de la Provincia de Buenos Aires, después de oír durante un largo rato disquisiciones acerca de las elecciones anticipadas y de las diferentes posturas de la oposición, hizo un grave llamado de atención al decir: “No será ya el tiempo de los diplomáticos”.
Su encendido discurso, respaldado por una referente territorial del Conurbano, pasó a explicar los fundamentos de ese aserto. Según él –y coincido plenamente-, con el llamado a elecciones para el 28 de junio, Kirchner acaba de declarar la guerra; ha decidido jugarse el todo por el todo, sin reparar en medios ni en costos.
Tal como hace mucho vengo previendo desde estas notas (ver “Lo inexplicable …”, en www.egavogadro.blogspot.com) Néstor ha resuelto dar, en los próximos días, la batalla final. En ese artículo anticipé que a Kirchner no lo podríamos sacar a golpes de cacerolas o de carritos de supermercado, y ni siquiera con votos.
Estas elecciones, en su escenario particular, deben ser ganadas sí o sí. Si los votos no alcanzan, se deberá recurrir al fraude más desembozado y, si no fuera posible por la masiva presencia de observadores y de fiscales de la oposición, no quedará otra alternativa que hacer que la violencia se enseñoree en el país.
Kirchner y su mujer saben que no existe la posibilidad de retroceder, y que una derrota los conducirá a la cárcel y al oprobio. Y no están dispuestos a correr ese riesgo.
Si resulta necesario, incendiarán Roma.
Cuando, en el primer párrafo, dije que la precisión en el tiempo era importante, me refería a que la aseveración del joven se anticipó, en varias horas, a la reunión entre la Mesa de Enlace y el Gobierno, que dinamitó el diálogo y empujó, una vez más, al interior a las rutasy al demencial discurso de Néstor en La Plata. Ambos eventos no hicieron más que confirmar las rotundas afirmaciones (¿apocalípticas?) escuchadas.
Entre los escenarios de catástrofe inmediatos no puede descartarse, pese a lo poco probable que resulte, una derrota de la iniciativa gubernamental en la Cámara de Senadores. Dada la norma constitucional, que exige la mitad más uno de los miembros totales –los ausentes, entonces, se contarán como negativos- no tendrá esta vez Cobos la posibilidad de desempatar. ¿Qué pasará con el Gobierno, entonces?
Si, más allá del marketing del Gobierno, éste pierde las mayorías en las cámaras, ¿qué pasará?
¿Alguien cree hoy que Néstor aceptará el juego democrático y cambiará su forma dictatorial y autista de gobernar? Por ello, ¿qué hará?.
Vienen tiempos aciagos para el país, y el tsunami tendrá consecuencias trágicas.
Otro aspecto, menos coyuntural pero inmensamente más importante, es que la aceleración de los tiempos electorales no cambiará la realidad económica de la Argentina.
El 29 de junio –si el Gobierno consigue su propósito en el Congreso- la República despertará con los mismos problemas, y con el mismo trágico futuro.
El deterioro en los niveles de pobreza, de indigencia, de mortalidad infantil, de hambre y de desnutrición, de desempleo formal e informal, de destrucción de la educación pública, de inexistencia de inversiones genuinas, de inseguridad, seguirán existiendo y tenderán a agravarse, por influencia de la crisis internacional, sumada a la propia, generada por el Gobierno.
Y no veo en la dirigencia política de ningún signo, más allá de las declamaciones, preocupación al respecto. Todos hablan de propuestas, pero nadie las concreta. Gastan centímetros de papel y minutos televisivos en frases tales como “coincidencias básicas” o “políticas de Estado” y, sin embargo, nada hacen al respecto.
Esa negación de la realidad que, como digo, es común a todos los partidos y a todos los candidatos, me recuerda al Titanic hundiéndose, mientras algunos de sus pasajeros bailaban en cubierta o se emborrachaban para intentar olvidar lo inexorable de su destino.
Es indispensable que nos preparemos para los acontecimientos inmediatos, pero lo es más aún que todos –y me refiero a todos, exactamente- nos pongamos de acuerdo en ciertos puntos elementales que permitan construir el futuro.
El riesgo que corremos es que Argentina desaparezca como país.
Bs.As., 18 Mar 09.-
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