Un lamentable y pesimista pronóstico
Gane quien gane en las próximas elecciones, el futuro de nuestro país, tanto en materia de inflación cuanto de energía, será negro.
Creo que tenemos la obligación de dar a conocer nuestros pronósticos, por pesimistas que éstos sean, aunque sólo fuere para que quienes no los compartan puedan evitar que se conviertan en realidades. Por eso, trataré de fundar mi pronóstico. Como todos sabemos, y el Gobierno se ha ocupado en los últimos años de demostrárnoslo hasta el cansancio, en la Argentina se puede jugar con casi todo e, inclusive, modificarlo sin que esto provoque una reacción seria por parte de los afectados. Sin embargo, existen al menos dos reglas que, ni siquiera el señor Kirchner, puede cambiar: la ley de gravedad y la ley de la oferta y la demanda. Ésta última es, y seguirá siendo, válida en cualquier lugar de la Tierra, sea cual fuera el sistema económico imperante.
Durante los 90´s, la Argentina recibió enormes inversiones de capital de todo origen, especialmente en infraestructura. Los cálculos de D. Chudnovsky y A. López (“La transnacionalización de la economía argentina”, Ed. Eudeba, Buenos Aires, 2001) establecen el volumen del decenio -1990/1999- en US$ 67.625 millones. Como dice, al citarlos, Fernando Iglesias (“Kirchner & Yo: Por qué no soy kirchnerista”, Buenos Aires, 2007), la fuente es insospechable de ‘menemismo’.
Al comenzar ese año la recesión, y ser seguida por los problemas que soportó el gobierno de la Alianza y por la crisis de 2001, la Argentina se vio frente a una gran capacidad ociosa, tanto en materia industrial cuanto en generación eléctrica, ambas determinadas por la falta de demanda.
A partir de 2002 comenzó una fuerte recuperación de la economía, que hizo crecer el PBI a tasas del 8% anual y, en los últimos tiempos, la política del Gobierno llevó a una exacerbación de la demanda, especialmente en el mercado energético. Aquí debo recordar que, en cualquier economía, el consumo de electricidad supera siempre al crecimiento del PBI.
La recuperación de la economía –y la satisfacción, prácticamente sin tensiones, de esa demanda- fue posible hasta 2006 porque se hizo uso de esas capacidades –de generación eléctrica e industrial- que habían quedado ociosas. Nótese que no hubo, desde el 2001, inversiones en la Argentina (al menos, significativas), al contrario de los números que muestran, en la materia, países como México, Brasil y Chile. En su última entrega, Monteverde nos informa que, en el primer semestre de 2007, a la Argentina llegaron US$ 509 millones de inversiones directas, y a Brasil, US$ 20.000.
A partir del año pasado, cuando, además, la suerte comenzó a serle esquiva al señor Kirchner (me refiero a la falta de lluvias en las cuencas hídricas, al excepcional frío y a los problemas políticos en Bolivia), se produjo la convergencia entre la oferta y la demanda y, entonces, comenzó esta crisis, demostrada tanto por los cortes de energía del último invierno cuanto por la inflación que ya se ha desatado, magüer lo que afirmen los señores Alberto Fernández y Guillermo Moreno.
Lo repito: en cualquier sistema económico, los precios suben cuando la demanda supera a la oferta de bienes y, en la Argentina se registra hoy porque se ha incentivado brutalmente la demanda sin que, a la vez, se hayan concretado las inversiones necesarias para ampliar la oferta industrial.
Lo mismo sucede en el área energética, pues no se acompañó el crecimiento geométrico de la demanda –inducida por el crecimiento económico y por el congelamiento de tarifas para todo tipo de consumidores- y encima se negó la existencia misma de la crisis. Hay una sola forma de empeorar una crisis, y es desmintiendo que exista.
Recuerdo que, en el 2001, cuando Brasil tuvo que enfrentar una crisis energética terrible, producto de la sequía que afectó a los reservorios de las represas hidroeléctricas, lo primero que hizo su Gobierno fue anunciar la crisis y una serie de medidas de economía de electricidad que, debido al patriotismo de los brasileños –el acatamiento fue total-, permitió su rápida superación.
En nuestro país, por el contrario, se desconoció que existiera esa crisis y, por la letal conjunción de precios bajísimos y dinero en los bolsillos, el consumo continuó aumentando. Baste recordar que, este año, ya se han vendido un millón (1.000.000) de equipos de aire acondicionado. En resumen, se adoptó una política suicida.
Ahora, el gobierno del señor Kirchner parece haber tomado conciencia (aunque públicamente continúe negándolo) de ambas situaciones de riesgo –la inflación y la insuficiencia de la oferta energética-, pero no puede encontrar el camino para resolverlas ya que, ambas, requieren de algo que no se puede comprar con dinero: el tiempo.
No basta que el señor de Vido anuncie la inmediata licitación de nuevas centrales de generación térmica o que la señora Fernández de Kirchner salga a pasear por el mundo para intentar atraer las imprescindibles inversiones. Y no basta porque, como dije, falta el tiempo.
Aún cuando el señor de Vido consiguiera el dinero necesario para construirlas, y el gas (o el gasoil, muchísimo más caro) para alimentarlas, le seguirán faltando los dos a tres años que se requiere para que entren en operación. Esos plazos son iguales aquí, en Estados Unidos, Brasil o la China.
Tampoco basta para conseguir gas que el señor Kirchner le haya dicho al señor Evo Morales que lo llame si las compañías multinacionales que operan en Bolivia no realizaran las inversiones que ese país requiere para extraerlo y transportarlo hasta la frontera, refiriéndose a que el Gobierno argentino haría esas inversiones. Y no basta porque, aunque fueran ciertas y posibles esas inversiones, se requiere de tiempo para explorar nuevos yacimientos y para construir los gasoductos.
Y ese tiempo faltará cualquiera sea el candidato que gane las elecciones presidenciales que se avecinan.
Y el año próximo, salvo que ocurra un milagro, la crisis energética se sentirá más generalizadamente, y la oferta de bienes no mejorará, y ello producirá –amén de los incrementos salariales que se avecinan- un mayor impulso para la inflación.
Desde otro ángulo, cabe considerar que los inversores, en general, carecen de larga memoria y, cuando la oportunidad es buena y la expectativa de ganancias permite asumir el nuevo riesgo, regresan con sus capitales, especialmente los ‘golondrina’, aún cuando hayan soportado recientemente un default.
Pero no es menos cierto que, hoy, hay un inmenso abanico de posibilidades de invertir en el mundo y, si alguien considerara a nuestro país como una oportunidad, seguramente se haría presente un consultor o un banco –ellos sí de larga memoria- que les hablarán de nuestra realidad.
El eventual candidato a inversor le contaría a su asesor que quiere invertir aquí, y el diálogo podría ser así:
Quiero ir a Argentina a colocar mi dinero en una fábrica ….
Me parece bien; es un país magnífico y lleno de oportunidades, pero no hay seguridad jurídica y los contratos no se respetan.
Bueno, pero siempre podría recurrir a los Tribunales …
No, pues los jueces dependen del Consejo de la Magistratura, que está en manos del Ejecutivo, que es quien no respeta los contratos.
Pero, si no tengo nada que ver con el poder político, siempre podré vender mis productos al precio que el mercado acepte pagar y, como los argentinos son buenos consumidores, podré obtener buenas ganancias.
No, porque entonces llegará un funcionario que le pedirá a Ud. que le muestre sus costos, para que él pueda determinar a cuánto deberá vender Ud. sus productos y cuánto podrá Ud. ganar.
Pero, supongamos, el producto que pretendo fabricar no reviste interés para el Gobierno, ya que se trata de algo que no forma parte de la canasta familiar y, consecuentemente, no afectaría al índice de precios que mide el INDEC.
OK pero, aún así, le sugiero que no vaya a ese país, pues no tendrá gas ni luz para fabricar sus productos.
¿Es razonable pensar que alguien estará dispuesto a invertir en infraestructura en esas condiciones?
De allí que mi pronóstico para el futuro inmediato de la Argentina, mi país y el de mis hijos, sea lamentable y pesimista, ya que para que el tiempo pueda comenzar a correr, las inversiones se necesitan ya y, como he descripto en ese imaginario diálogo, no se producirán, al menos en lo inmediato.
Buenos Aires, 8 de octubre de 2007.-
Gane quien gane en las próximas elecciones, el futuro de nuestro país, tanto en materia de inflación cuanto de energía, será negro.
Creo que tenemos la obligación de dar a conocer nuestros pronósticos, por pesimistas que éstos sean, aunque sólo fuere para que quienes no los compartan puedan evitar que se conviertan en realidades. Por eso, trataré de fundar mi pronóstico. Como todos sabemos, y el Gobierno se ha ocupado en los últimos años de demostrárnoslo hasta el cansancio, en la Argentina se puede jugar con casi todo e, inclusive, modificarlo sin que esto provoque una reacción seria por parte de los afectados. Sin embargo, existen al menos dos reglas que, ni siquiera el señor Kirchner, puede cambiar: la ley de gravedad y la ley de la oferta y la demanda. Ésta última es, y seguirá siendo, válida en cualquier lugar de la Tierra, sea cual fuera el sistema económico imperante.
Durante los 90´s, la Argentina recibió enormes inversiones de capital de todo origen, especialmente en infraestructura. Los cálculos de D. Chudnovsky y A. López (“La transnacionalización de la economía argentina”, Ed. Eudeba, Buenos Aires, 2001) establecen el volumen del decenio -1990/1999- en US$ 67.625 millones. Como dice, al citarlos, Fernando Iglesias (“Kirchner & Yo: Por qué no soy kirchnerista”, Buenos Aires, 2007), la fuente es insospechable de ‘menemismo’.
Al comenzar ese año la recesión, y ser seguida por los problemas que soportó el gobierno de la Alianza y por la crisis de 2001, la Argentina se vio frente a una gran capacidad ociosa, tanto en materia industrial cuanto en generación eléctrica, ambas determinadas por la falta de demanda.
A partir de 2002 comenzó una fuerte recuperación de la economía, que hizo crecer el PBI a tasas del 8% anual y, en los últimos tiempos, la política del Gobierno llevó a una exacerbación de la demanda, especialmente en el mercado energético. Aquí debo recordar que, en cualquier economía, el consumo de electricidad supera siempre al crecimiento del PBI.
La recuperación de la economía –y la satisfacción, prácticamente sin tensiones, de esa demanda- fue posible hasta 2006 porque se hizo uso de esas capacidades –de generación eléctrica e industrial- que habían quedado ociosas. Nótese que no hubo, desde el 2001, inversiones en la Argentina (al menos, significativas), al contrario de los números que muestran, en la materia, países como México, Brasil y Chile. En su última entrega, Monteverde nos informa que, en el primer semestre de 2007, a la Argentina llegaron US$ 509 millones de inversiones directas, y a Brasil, US$ 20.000.
A partir del año pasado, cuando, además, la suerte comenzó a serle esquiva al señor Kirchner (me refiero a la falta de lluvias en las cuencas hídricas, al excepcional frío y a los problemas políticos en Bolivia), se produjo la convergencia entre la oferta y la demanda y, entonces, comenzó esta crisis, demostrada tanto por los cortes de energía del último invierno cuanto por la inflación que ya se ha desatado, magüer lo que afirmen los señores Alberto Fernández y Guillermo Moreno.
Lo repito: en cualquier sistema económico, los precios suben cuando la demanda supera a la oferta de bienes y, en la Argentina se registra hoy porque se ha incentivado brutalmente la demanda sin que, a la vez, se hayan concretado las inversiones necesarias para ampliar la oferta industrial.
Lo mismo sucede en el área energética, pues no se acompañó el crecimiento geométrico de la demanda –inducida por el crecimiento económico y por el congelamiento de tarifas para todo tipo de consumidores- y encima se negó la existencia misma de la crisis. Hay una sola forma de empeorar una crisis, y es desmintiendo que exista.
Recuerdo que, en el 2001, cuando Brasil tuvo que enfrentar una crisis energética terrible, producto de la sequía que afectó a los reservorios de las represas hidroeléctricas, lo primero que hizo su Gobierno fue anunciar la crisis y una serie de medidas de economía de electricidad que, debido al patriotismo de los brasileños –el acatamiento fue total-, permitió su rápida superación.
En nuestro país, por el contrario, se desconoció que existiera esa crisis y, por la letal conjunción de precios bajísimos y dinero en los bolsillos, el consumo continuó aumentando. Baste recordar que, este año, ya se han vendido un millón (1.000.000) de equipos de aire acondicionado. En resumen, se adoptó una política suicida.
Ahora, el gobierno del señor Kirchner parece haber tomado conciencia (aunque públicamente continúe negándolo) de ambas situaciones de riesgo –la inflación y la insuficiencia de la oferta energética-, pero no puede encontrar el camino para resolverlas ya que, ambas, requieren de algo que no se puede comprar con dinero: el tiempo.
No basta que el señor de Vido anuncie la inmediata licitación de nuevas centrales de generación térmica o que la señora Fernández de Kirchner salga a pasear por el mundo para intentar atraer las imprescindibles inversiones. Y no basta porque, como dije, falta el tiempo.
Aún cuando el señor de Vido consiguiera el dinero necesario para construirlas, y el gas (o el gasoil, muchísimo más caro) para alimentarlas, le seguirán faltando los dos a tres años que se requiere para que entren en operación. Esos plazos son iguales aquí, en Estados Unidos, Brasil o la China.
Tampoco basta para conseguir gas que el señor Kirchner le haya dicho al señor Evo Morales que lo llame si las compañías multinacionales que operan en Bolivia no realizaran las inversiones que ese país requiere para extraerlo y transportarlo hasta la frontera, refiriéndose a que el Gobierno argentino haría esas inversiones. Y no basta porque, aunque fueran ciertas y posibles esas inversiones, se requiere de tiempo para explorar nuevos yacimientos y para construir los gasoductos.
Y ese tiempo faltará cualquiera sea el candidato que gane las elecciones presidenciales que se avecinan.
Y el año próximo, salvo que ocurra un milagro, la crisis energética se sentirá más generalizadamente, y la oferta de bienes no mejorará, y ello producirá –amén de los incrementos salariales que se avecinan- un mayor impulso para la inflación.
Desde otro ángulo, cabe considerar que los inversores, en general, carecen de larga memoria y, cuando la oportunidad es buena y la expectativa de ganancias permite asumir el nuevo riesgo, regresan con sus capitales, especialmente los ‘golondrina’, aún cuando hayan soportado recientemente un default.
Pero no es menos cierto que, hoy, hay un inmenso abanico de posibilidades de invertir en el mundo y, si alguien considerara a nuestro país como una oportunidad, seguramente se haría presente un consultor o un banco –ellos sí de larga memoria- que les hablarán de nuestra realidad.
El eventual candidato a inversor le contaría a su asesor que quiere invertir aquí, y el diálogo podría ser así:
Quiero ir a Argentina a colocar mi dinero en una fábrica ….
Me parece bien; es un país magnífico y lleno de oportunidades, pero no hay seguridad jurídica y los contratos no se respetan.
Bueno, pero siempre podría recurrir a los Tribunales …
No, pues los jueces dependen del Consejo de la Magistratura, que está en manos del Ejecutivo, que es quien no respeta los contratos.
Pero, si no tengo nada que ver con el poder político, siempre podré vender mis productos al precio que el mercado acepte pagar y, como los argentinos son buenos consumidores, podré obtener buenas ganancias.
No, porque entonces llegará un funcionario que le pedirá a Ud. que le muestre sus costos, para que él pueda determinar a cuánto deberá vender Ud. sus productos y cuánto podrá Ud. ganar.
Pero, supongamos, el producto que pretendo fabricar no reviste interés para el Gobierno, ya que se trata de algo que no forma parte de la canasta familiar y, consecuentemente, no afectaría al índice de precios que mide el INDEC.
OK pero, aún así, le sugiero que no vaya a ese país, pues no tendrá gas ni luz para fabricar sus productos.
¿Es razonable pensar que alguien estará dispuesto a invertir en infraestructura en esas condiciones?
De allí que mi pronóstico para el futuro inmediato de la Argentina, mi país y el de mis hijos, sea lamentable y pesimista, ya que para que el tiempo pueda comenzar a correr, las inversiones se necesitan ya y, como he descripto en ese imaginario diálogo, no se producirán, al menos en lo inmediato.
Buenos Aires, 8 de octubre de 2007.-
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