Los Argentinos y los zapatos
En los últimos días, a raíz de las cartas de intención firmadas con China y el reconocimiento a dicho País como una ‘economía de mercado’, volvieron a surgir las voces que, aterradas, anuncian la destrucción de la industria nacional y, contemporáneamente, exigen medidas de protección de todo tipo, para evitar la invasión de productos chinos.
Entre todos los sectores que efectúan esos reclamos –en especial, textiles y juguetes- hay uno que es paradigmático, el del calzado, pues permite percibir con total claridad tanto las equivocadas posiciones de los fabricantes nacionales cuanto los efectos negativos que ellas producen sobre el resto de la comunidad.
Argentina tiene un mercado sumamente reducido, que impide –por completo- la economía de escala de su industria. Y frente a ese innegable dato de la realidad, sólo es posible optar entre producir caro para ese pequeño mercado interno, o vender al exterior. Y no hay una tercera opción.
Cuando digo que los industriales del calzado se han situado en una errada posición me refiero, concretamente, a la elección de su vocación y de su destino.
Han decidido, curiosamente, optar por vender dentro de las fronteras y ello los obliga a hacer incalculables esfuerzos por cuidar ese territorio, esa ‘quintita’ privada.
Para conservarlo, o al menos intentarlo, deben recurrir a pedir protección, traducida ésta en barreras arancelarias y para-arancelarias, en el establecimiento de cuotas de importación, en los reclamos ‘anti-dumping’.
Sin embargo hoy, nuevamente, la realidad los ha traicionado, puesto que se verán enfrentados, a muy corto plazo, a competir contra un nuevo actor, gigante por cierto –China- que produce tres mil millones de zapatos por año, y a un precio imbatible (desde US$ 2,5 el par). Recordemos las voces que, por iguales motivos, aún se levantan para intentar cerrar el paso al calzado brasileño, otro de los grandes jugadores del mercado de bajo precio que, además, es nuestro socio en el Mercosur.
¿Qué harán entonces? ¿Nuevamente pedirán barreras aduaneras, aún a costa de que el competidor levante similares defensas contra los productos primarios argentinos? ¿Intentarán sobreproteger a su sector, como ya hicieran también en las épocas en que el saldo de la balanza comercial con Brasil nos era extremadamente favorable?
En lo que, con toda seguridad, tendrán éxito será en impedir que los consumidores argentinos humildes puedan acceder a zapatillas de US$ 2,50 y con ellas vestirse.
Y aquí vienen la reflexión, la comparación y la sugerencia.
¿Por qué insistir en competir contra un País que, por costos internos y por dimensión de mercado puede exportar a precios sensiblemente inferiores a los de nuestra producción local?
Esa pretensión, totalmente insana, equivale a imaginar a Francia o a España intentando competir, en los mercados mundiales, contra la carne argentina o la soja brasileña.
Si nuestro País no tiene un mercado considerable, ¿por qué pretender sustentar en él la supervivencia de industrias no competitivas a nivel mundial?
Sobre todo, ¿por qué luchar por un sector del mercado que, si bien es mayoritario, carece de la capacidad adquisitiva necesaria para acceder a los zapatos argentinos? ¿Por qué impedir que, por el contrario, se pueda calzar a precios baratos?
Tan pronto recordemos que quien quiera comprar un buen par de zapatos italianos o ingleses deberá prepararse a pagar US$ 400 o más, naturalmente se nos plantearán otros interrogantes.
Si Italia o Gran Bretaña no tienen suficientes cueros para atender a la demanda de su industria, ¿por qué Argentina –que sí los tiene- no sale a competir contra esos países vendiendo en el exterior productos de igual calidad pero sensiblemente más baratos?
Los costos laborales de nuestro País son muy superiores a los orientales y aún a los brasileños, pero sensiblemente inferiores a los europeos; y Argentina puede producir cueros curtidos, y trabajarlos, a mucho menor precio que Europa.
Entonces, ¿no tendrá más sentido producir zapatos buenos, y de muy buen precio, que fabricar zapatos relativamente baratos y de baja calidad? ¿No sería mejor que todos los argentinos pudieran calzarse, aún con zapatos importados, pagando por ello lo mínimo posible?
No recuerdo haber leído jamás acerca de protestas de los fabricantes italianos o británicos de zapatos contra la invasión por China o Brasil de sus ‘territorios’.
Y no lo recuerdo porque no las ha habido. Y no las ha habido porque, simplemente, no tienen intereses contrapuestos.
Dentro de Italia o del Reino Unido, tanto como en el resto de los países del mundo que han abierto su economía, existen sectores dispuestos a pagar fortunas (y capaces de hacerlo) por los zapatos de lujo, y otras franjas de mercado que, mal que les pese, sólo pueden acceder a calzados baratos.
Los fabricantes locales de esos países han diseñado su producción para atender al mercado de alto standard, tanto interno cuanto eterno, y no tratan de jugar en el sector de bajo consumo.
¿Por qué no hacer algo parecido en Argentina cuando, además, eso implica agregar valor a las exportaciones?
Todavía los industriales están a tiempo de modificar su conducta. Si no lo hacen, los vientos de la globalización los obligarán a pagar esa factura y, con ellos, a los trabajadores que hoy dicen proteger.
En los últimos días, a raíz de las cartas de intención firmadas con China y el reconocimiento a dicho País como una ‘economía de mercado’, volvieron a surgir las voces que, aterradas, anuncian la destrucción de la industria nacional y, contemporáneamente, exigen medidas de protección de todo tipo, para evitar la invasión de productos chinos.
Entre todos los sectores que efectúan esos reclamos –en especial, textiles y juguetes- hay uno que es paradigmático, el del calzado, pues permite percibir con total claridad tanto las equivocadas posiciones de los fabricantes nacionales cuanto los efectos negativos que ellas producen sobre el resto de la comunidad.
Argentina tiene un mercado sumamente reducido, que impide –por completo- la economía de escala de su industria. Y frente a ese innegable dato de la realidad, sólo es posible optar entre producir caro para ese pequeño mercado interno, o vender al exterior. Y no hay una tercera opción.
Cuando digo que los industriales del calzado se han situado en una errada posición me refiero, concretamente, a la elección de su vocación y de su destino.
Han decidido, curiosamente, optar por vender dentro de las fronteras y ello los obliga a hacer incalculables esfuerzos por cuidar ese territorio, esa ‘quintita’ privada.
Para conservarlo, o al menos intentarlo, deben recurrir a pedir protección, traducida ésta en barreras arancelarias y para-arancelarias, en el establecimiento de cuotas de importación, en los reclamos ‘anti-dumping’.
Sin embargo hoy, nuevamente, la realidad los ha traicionado, puesto que se verán enfrentados, a muy corto plazo, a competir contra un nuevo actor, gigante por cierto –China- que produce tres mil millones de zapatos por año, y a un precio imbatible (desde US$ 2,5 el par). Recordemos las voces que, por iguales motivos, aún se levantan para intentar cerrar el paso al calzado brasileño, otro de los grandes jugadores del mercado de bajo precio que, además, es nuestro socio en el Mercosur.
¿Qué harán entonces? ¿Nuevamente pedirán barreras aduaneras, aún a costa de que el competidor levante similares defensas contra los productos primarios argentinos? ¿Intentarán sobreproteger a su sector, como ya hicieran también en las épocas en que el saldo de la balanza comercial con Brasil nos era extremadamente favorable?
En lo que, con toda seguridad, tendrán éxito será en impedir que los consumidores argentinos humildes puedan acceder a zapatillas de US$ 2,50 y con ellas vestirse.
Y aquí vienen la reflexión, la comparación y la sugerencia.
¿Por qué insistir en competir contra un País que, por costos internos y por dimensión de mercado puede exportar a precios sensiblemente inferiores a los de nuestra producción local?
Esa pretensión, totalmente insana, equivale a imaginar a Francia o a España intentando competir, en los mercados mundiales, contra la carne argentina o la soja brasileña.
Si nuestro País no tiene un mercado considerable, ¿por qué pretender sustentar en él la supervivencia de industrias no competitivas a nivel mundial?
Sobre todo, ¿por qué luchar por un sector del mercado que, si bien es mayoritario, carece de la capacidad adquisitiva necesaria para acceder a los zapatos argentinos? ¿Por qué impedir que, por el contrario, se pueda calzar a precios baratos?
Tan pronto recordemos que quien quiera comprar un buen par de zapatos italianos o ingleses deberá prepararse a pagar US$ 400 o más, naturalmente se nos plantearán otros interrogantes.
Si Italia o Gran Bretaña no tienen suficientes cueros para atender a la demanda de su industria, ¿por qué Argentina –que sí los tiene- no sale a competir contra esos países vendiendo en el exterior productos de igual calidad pero sensiblemente más baratos?
Los costos laborales de nuestro País son muy superiores a los orientales y aún a los brasileños, pero sensiblemente inferiores a los europeos; y Argentina puede producir cueros curtidos, y trabajarlos, a mucho menor precio que Europa.
Entonces, ¿no tendrá más sentido producir zapatos buenos, y de muy buen precio, que fabricar zapatos relativamente baratos y de baja calidad? ¿No sería mejor que todos los argentinos pudieran calzarse, aún con zapatos importados, pagando por ello lo mínimo posible?
No recuerdo haber leído jamás acerca de protestas de los fabricantes italianos o británicos de zapatos contra la invasión por China o Brasil de sus ‘territorios’.
Y no lo recuerdo porque no las ha habido. Y no las ha habido porque, simplemente, no tienen intereses contrapuestos.
Dentro de Italia o del Reino Unido, tanto como en el resto de los países del mundo que han abierto su economía, existen sectores dispuestos a pagar fortunas (y capaces de hacerlo) por los zapatos de lujo, y otras franjas de mercado que, mal que les pese, sólo pueden acceder a calzados baratos.
Los fabricantes locales de esos países han diseñado su producción para atender al mercado de alto standard, tanto interno cuanto eterno, y no tratan de jugar en el sector de bajo consumo.
¿Por qué no hacer algo parecido en Argentina cuando, además, eso implica agregar valor a las exportaciones?
Todavía los industriales están a tiempo de modificar su conducta. Si no lo hacen, los vientos de la globalización los obligarán a pagar esa factura y, con ellos, a los trabajadores que hoy dicen proteger.
Bs.As., May 05
1 comentario:
Como usted sabe, siempre leo sus acertadas palabras en notas que archivo por que quizás algún día mis nietos tengan el tino de leerlas. Nací durante el gobierno se Agustín Pedro Justo,gobierno que debe haber sido durísimo porque mi madre decía (cuando no nos gustaba la comida): "Ahhh...en el '33 nos matábamos por comer una papa". Luego pasaron otros, hubo convulsiones políticas hasta que llegó Perón. Sabemos lo que significó esto para el país porque estamos viviendo su nefasta herencia que fué mutando hasta la terrible actualidad que yo denomino Pero-Narco-Comunismo. Lamento haber nacido antes del peronismo y seguramwnte morir con sus herederos en el poder. Y le doy mi parecer Doctor Avogadro.: NO SE VAN MAS.
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