El miedo en la era K
No deja de llamar la atención el coro de aplaudidores que rodean, siempre, al atril presidencial, se encuentre éste en manos de don Néstor o de doña Cristina.
Y lo que conmueve es ver en la pantalla del televisor las caras de los industriales que, con las escasas excepciones de los amigos del poder, todos ellos nuevos ricos –o riquísimos-, son golpeados día a día por la maquinaria kirchnerista de poder.
Así, es dable descubrir en esa claque de humillados a los dueños o presidentes de los grandes conglomerados industriales argentinos, los cuales, a pesar de las humillaciones a que son sometidos por los funcionarios y hasta por los mismos co-presidentes, no dudan al momento de aportar su número y su imagen a las anunciadoras ceremonias cotidianas.
Y eso se debe, exclusivamente, al miedo, al verdadero pánico, que el poder K les inspira.
Hace mucho tiempo, cuando la gestión de Guillermo Moreno al frente de la Secretaría de Comercio Interior comenzó, tuve oportunidad de oír, en boca de uno de sus propios protagonistas, una anécdota que hoy se ha hecho muy conocida.
Moreno había convocado a los mayores líderes industriales de Argentina a una reunión, cuyo único objetivo entonces fue de informarles cómo habían cambiado las reglas de juego en el país.
Después de hacerlos esperar un buen rato, entró a la sala donde estaban reunidos y les comunicó que, a partir de ese momento, quien mandaba era él, puesto que era el que “la tenía más larga”.
Hasta allí, y salvo la notable guarangada, estaba todo bien en la historia. Sin embargo, admirado frente al relato de la continuidad de la reunión, pregunté a mi interlocutor, el titular de una enorme empresa familiar, por qué no se había levantado, al menos, y abandonado el lugar.
La respuesta no pudo más que sorprenderme. “¿Estás loco? Si lo hubiera hecho así, hubieran fundido mi empresa”. Obviamente, el miedo había comenzado a reinar en ese ámbito.
¿Cuáles son las medidas que impone don Néstor a través de su “Lassie”? Obliga a abrir costos, determina índices de ganancias, prohíbe las exportaciones, cierra mercados, congela tarifas, subsidia arbitrariamente, interviene en el mercado oficial de cambio, aumenta los impuestos y las retenciones, establece cuotas para atender al mercado interno, y un largo etcétera por todos conocido.
La realidad es que, si los industriales tuvieran todas consigo en materia, por ejemplo, impositiva, podrían enfrentar al Gobierno y a sus patoteros con altura, como hizo el Dr. Aranguren, de Shell, pese a que le costaron bloqueos a sus estaciones de servicio y hasta amenazas de cárcel.
Los demás, sumidos en el pánico, aceptan los exabruptos y las presiones, en una vana tentativa de salvar si no todo, al menos lo posible, y acuden presurosos a la voz del amo para integrar el concierto aplaudidor.
Y ese salvataje parcial, al cual todos hemos asistido incluye hasta la cesión –casi siempre gratuita, pese a su disfraz de onerosidad- de parte del capital de sus empresas, hoy a precios de remate debido tanto a la crisis interna –que comenzó muchísimo antes- como a la internacional, que el mundo nos trajo “cuando llegó a complicarnos”, como nos enseña Cristina.
Hoy, K y sus amigos se han adueñado de gran parte de la economía nacional, tanto a través de su permanente triunfo en licitaciones públicas amañadas cuanto mediante la ‘compra’ de porcentajes (léase, YPF, etc.) o de la confiscación de las cuentas individuales en las AFJP’s, que conllevó a la ANSES –que consolidó y unificó las tenencias de cada una de ellas- a quedarse con una porción muy importante del capital de las mayores empresas argentinas.
Esos porcentajes en la propiedad de las acciones de las sociedades permitirá al Gobierno hacerse de cargos en los directorios y, con ello, a influir decididamente en las decisiones empresariales. En algunos casos, esas participaciones superan el 30% del capital y, para descubrir la magnitud de lo que ello significa, basta recordar que el paquete de control de la mayor empresa del mundo –General Electric- no supera hoy el 2,5%.
Pese a la sensación generalizada, la crisis internacional, con su secuela de enorme desempleo y consiguiente aumento de la inseguridad ciudadana, aún no ha llegado a la Argentina. Sólo se espera su verdadero desembarque a partir de febrero o marzo de 2009.
Cuando ello ocurra, las empresas valdrán aún menos que hoy, cuando ya se pueden comprar en bolsa por centavos. Seguramente, con la caída en el precio de los commodities agropecuarios, también los campos argentinos sufrirán una marcada devaluación.
Entonces será el momento en que los amigos K, o ellos mismos a través de aquellos, aparecerán con millones de pesos en efectivo –producto del juego y del lavado indiscriminado de dinero mal habido- a comprar todo lo que exista.
La señora Carrió está llamando a los dueños de la tierra, estos días, a resistir y no vender, pero sabemos que todo, salvo el honor, tiene su precio y, cuando la oferta y las presiones –que, con certeza absoluta, también aparecerán- harán que esas ventas forzadas se produzcan, en un círculo vicioso que hará crecer la fortuna de los K y las posibilidades de éstos de multiplicar sus esfuerzos y sus adquisiciones.
Por eso, estoy convencido que el camino es otro: Realizar una inmediata recolección de firmas en todo el país e imponer al próximo Congreso que surja de las urnas de octubre la obligación de derogar la ley de blanqueo, de devolver el Consejo de la Magistratura a su composición original (en la que el Poder Ejecutivo no tenía participación alguna), y de derogar los artículos del Presupuesto Nacional que otorgan los ‘super-poderes’, avisando al mundo entero que, como dije en un artículo anterior, Argentina aprovechará su mala fama y, con la misma inseguridad jurídica que ha imperado desde hace años en el país, investigará todas y cada una de esas compras, todos y cada uno de los dólares y pesos blanqueados, todas y cada una de esas licitaciones amañadas, todos y cada uno de los precios facturados por las empresas amigas del Gobierno, y todas y cada una de las fortunas amasadas por los K, sus funcionarios, sus parientes, sus amigos y sus testaferros. .
Sólo con ello podremos volver a tener un país en serio, como dice el chiste que el Gobierno vende desde su asunción, en el lejano 2003.
Argentina tiene que recordar que “con una Justicia independiente, todo es posible; sin ella, nada lo es”.
Es, verdaderamente, nuestra última oportunidad. Si fallamos, Argentina –como Estado y como entidad jurídica- desaparecerá del mapa mundial, como ha sucedido en el pasado con Checoeslovaquia, con la URSS, con Yugoslavia, o lo que aún puede suceder con Gran Bretaña (Escocia), con Bélgica, etc.
Para concluir esta nota, ya demasiado larga para mi gusto, dejo formulada una pregunta, cuya respuesta debe ser seriamente meditada: Si Argentina, como sabemos, puede producir alimentos para 400 millones de personas, ¿el concierto mundial –léase ONU, el grupo de los 20, etc.- dejará que esta verdadera factoría esté en manos de unos cretinos que impiden que lo haga y, con ello, alivien el hambre en el planeta?
Dentro de lo posible, que no es mucho, ¡feliz 2009 para todos!
Buenos Aires, 26 de diciembre de 2008.-
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