domingo, 18 de abril de 2010

Me equivoqué ...

Me equivoqué …


“… que ser valiente no salga tan caro,
“que ser cobarde no valga la pena.”
Joaquín Sabina


Hace ya tiempo, en una nota en la que realicé una comparación entre la Venezuela de Chávez y la Argentina de Kirchner –por cierto, nada original- me equivoqué, y feo.

Dije, entonces, que lo que hacía imposible que en nuestro país pudiera replicarse la situación a la que había llevado al suyo el papagayo caribeño eran tres factores: don Néstor no tenía la plata de don Hugo, ni el apoyo del cincuenta por ciento de su población, ni el apoyo del Ejército.

Creí que la ausencia de esos tres pilares impediría que cayéramos en los disparates verdaderamente suicidas del “rojillo, rojillo” pero, al hacerlo, olvidé que el escenario puede ser distinto, pero no por ello menos amenazador para la libertad y para la República.

En efecto: si bien el tirano de Olivos no dispone del lago de petróleo sobre el cual duerme su homólogo del norte, todavía conserva una caja que, pese a ser mucho más magra, no deja de ser decisiva; aunque no cuente con una base de sustentación de la magnitud de la del venezolano, en Argentina está compensada por la abulia que afecta a la gran mayoría de la población, y por la dispersión de la oposición; y finalmente, aunque no cuente con el apoyo militar, aquí las Fuerzas Armadas han sido diezmadas y sumidas en la inoperancia.

Estas semanas hemos visto, en acción, al verdadero proyecto K: conservar el poder al precio que sea, y en cualquier circunstancia.

Hasta el 1° de marzo, y durante todo el verano pasado, estuve machacando a mis lectores con la posibilidad de un autogolpe, y también me equivoqué. Suponía que un Ejecutivo que se había negado, con uñas y dientes, a convocar al Congreso a sesiones extraordinarias –en las cuales sólo hubiera podido tratar los temas que la Casa Rosada le enviara- no aceptaría, al menos resignadamente, que se reuniera en ordinarias. Para evitarlo, presumí, generaría una situación de caos en la calle, que le permitiría decretar el estado de sitio y, con ello, suprimir la vigencia de todas las instituciones.

Hoy es obvio que me equivoqué en el método que, suponía, los Kirchner elegirían para lograr su objetivo, pero no en éste, dada la parálisis en la que han conseguido que caiga nuestro parlamento desde entonces. Por un camino, o por otro, la realidad es que el Congreso todavía no funciona; si para mantener la situación en esta precaria estabilidad se requiere que el oficialismo “judicialice” todo, nadie duda que lo hará.

Estas semanas han traído nuevos enfrentamientos, y más graves, por cierto, a un escenario ya recargado desde la irresuelta crisis del campo:
· la pelea del Gobierno con Clarín, antes reservada a sus mayores mariscales, ha descendido con el escrache a periodistas individuales, mediante una de las más arteras y cobardes metodologías, el anonimato;
· la pelea del Gobierno con la Iglesia, antes circunscripta a desplantes en tradicionales ceremonias religiosas, se ha trasladado a toda la sociedad mediante los proyectos para legalizar los matrimonios homosexuales, el permiso a éstos para adoptar y, en breve, la legalización del aborto;
· la pelea del Gobierno con la Justicia, antes conducida por los esbirros oficiales contra jueces de primera instancia, hoy tiene a la propia Presidente como comandante, y embiste contra la Corte Suprema, curiosamente el único logro que permitía a los K, en verdad, vanagloriarse;
· la pelea del Gobierno con el campo, conformado por los “piquetes de la abundancia” de doña Cristina, hoy la llevan a la calle los gremios de los obreros de la carne, que están perdiendo sus puestos de trabajo por la prohibición de las exportaciones dispuesta por Moreno por orden de don Néstor;
· la pelea de los bloques oficialistas en el Congreso para evitar la diáspora y tratar de atraer nuevos aliados mediante la seducción o la “banelko”, se ha desplazado a un terreno que ha obligado a una senadora a decir que “estoy sola y tengo miedo” , recordando las peores prácticas del pasado;
· la pelea por la calle, antes circunscripta a los vandalismos patoteriles de D’Elía, hoy está en manos tanto de Hebe de Bonafini y su banda cuanto de la muchachada de la Cámpora, financiada directamente por el Gobierno;
· la pelea del “capitalismo de amigos”, realizada antes en las sombras y sólo conocida por entendidos, hoy se juega desembozadamente, con los Eskenazi, los Cristóbal López, los Rudy Ulloa, los Lázaro Báez y ElectroIngeniería a la luz pública.

Sin embargo, no me equivoqué –o, al menos, eso creo- cuando expuse, en una nota escrita en 2006, que a don Néstor no conseguiríamos echarlo con carritos de supermercado, con cacerolas y, ni siquiera, con votos.

El 28 de junio de 2009, el setenta por ciento de los votos hubiera debido dejar muy claro para los Kirchner que su famoso “modelo” ya era repudiado por la mayoría de la población. En lugar de entender ese mensaje, el tirano de Olivos salió a gritar, desde el atril oficial, que las urnas le habían ordenado profundizarlo.

Con el adelantamiento de las elecciones y la paralización del Congreso, ha logrado gobernar casi diez meses sin oposición y sin control, y va por más.

En su ánimo no hacen mella las permanentes denuncias de corrupción, ni las imputaciones judiciales a sus funcionarios más cercanos, ni la inflación galopante ni el hartazgo de la gente. Simplemente, los ignora.

Los votos que llenaron las urnas de junio con “no” gritados silenciosamente, simplemente no existieron, no fueron registrados ni aceptados. En ese contexto, sigo preguntando: ¿alguien se imagina a doña Cristina, en nombre de la democracia y su juego, entregando mansamente a su sucesor la banda y el bastón?

Ahora, don Néstor ha decidido combatir con métodos nazis: tratar de convencer a la población en general que los nuevos judíos, culpables de todos los males que afectan a la República, son los periodistas, los jueces, los medios de comunicación no oficialistas y los opositores de cualquier rango. Y aplican el miedo.

Porque, en medio de manifestaciones ciertamente masivas (¿cuán auténticas?), aparecen carteles con las fotos de los analistas más críticos al matrimonio presidencial y sus cómplices. Y, lógicamente, esos periodistas, ampliamente conocidos, deben sentir tanto miedo como quienes sufrieron la “noche de los cristales rotos” impulsada por las milicias de Hitler.

No basta, entonces, con simples cartas y solicitadas de repudio a las actitudes patoteriles del Gobierno. Tenemos que ponernos todos de pie, tenemos que decirle a don Néstor que no estamos dispuestos a dejarnos pisotear más y, mucho menos, a que se instrumenten campañas como las que estamos viendo en las paredes de Buenos Aires, contra la Corte y algunos periodistas.

Porque nos está llegando la hora de reflexionar sobre el famoso poema de Martin Niemoller, atribuido erróneamente a Bertold Brecht. Dentro de muy poco, vendrán por nosotros, y ya será demasiado tarde.

Bs.As., 18 Abr 10

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