¿A esto llamamos “dirigencia”?
“Si nos hacemos cargo,
con ganas asumirlo
saliendo del letargo,
podemos revertirlo.
Porque son muchas almas
y cuentan más los otros,
los que viven y piensan
así como nosotros”
Eladia Blázquez
Hace escasos días, la Pastoral Social de la Iglesia, encabezada por el Obispo de San Isidro y Presidente de Caritas Argentina, Monseñor Jorge Casaretto, impulsado a su vez por el Consejo Episcopal Argentino, diseñó un documento para llamar la atención sobre el tema de la pobreza.
No deja de resultar extraño que, comandado por un gobierno que se dice de izquierdas y que ha propuesto, desde los lejanos días de mayo de 2003, un modelo de “crecimiento con inclusión”, el país haya crecido a “tasas chinas” –en realidad, una exageración, ya que China ha crecido a un promedio del 8% anual por diez años consecutivos y, además, casi todos los países de América del Sur se han enriquecido más que la Argentina- y la cantidad de pobres e indigentes se haya incrementado –superando inclusive a los índices de 1998, cuando el denostado modelo de los 90’s tuvo su peor momento- hasta alcanzar al 33% de su población.
Sobre ese tema, y sobre la siempre creciente brecha entre los más pobres y los más ricos, se trata el documento que la Iglesia sometió a consideración de nuestra “dirigencia” empresarial y sindical.
Hasta ayer mismo, sorprendía positivamente la inclusión de la sigla de CAME, en cuyo timón se encuentra Cornide, y la aprobación que prestaban todas las agrupaciones de nuestros industriales, comerciantes y banqueros, llámense UIA, AEA, ADEBA, ABA, a las cuales se sumaban, sin exponer sus reyertas internas, la CGT, la Azul y Blanca y la CTA.
El propio Consejo Directivo de la CGT, en su plenario del miércoles pasado, había discutido el documento y, al menos en principio, estaba de acuerdo en firmarlo.
El texto, antes que culpar al Gobierno por estos recurrentes problemas que afectan tanto al tejido social argentino, en realidad pedía efectuar los cambios necesarios para comenzar a remediarlos, especialmente cuando se esperan, al menos, un par de años de buenas noticias económicas. Pero, claro, dejaba traslucir graves críticas al manejo espurio de las cifras del INDEC, que niegan, tratando de tapar el sol con las manos, el desolador panorama que afecta nuestra realidad cotidiana y que ya resulta inocultable.
Es decir, no atacaba al Gobierno –la Iglesia nunca lo hace- pero lo desmentía.
Y, entonces, y como tantas veces ha sucedido desde que don Néstor puso su humanidad en el sillón de Rivadavia, el Diablo metió la cola.
En la estampida de fugitivos aterrorizados por la presencia de una lapicera, primero fueron los gremios que, bajo la dirección de un Moyano que está dispuesto a entregar a todos los trabajadores informales a cambio de conservar sus privilegios, especialmente aquéllos vinculados con los fondos de las obras sociales, e impedir el desarrollo de medios de transporte alternativos –más baratos y menos contaminantes- al camión.
Pero ayer se sumaron las entidades empresariales. La UIA volvió a mostrar su peor rostro y, como no podía ser menos, los bancos argentinos, con Heller y Brito a la cabeza, se sumaron a la desordenada fuga hacia el calor oficial.
Bastaron sendos llamados del tirano de Olivos y sus secuaces para que no quedara ni una sola voz discordante para denunciar las presiones y la obsecuencia.
Con ello, sumieron a todo el proceso iniciado por Caritas –que, por su enorme dispersión territorial es quien mejor percibe la realidad, medida no en cifras sino en seres humanos concretos- en el aislamiento y la derrota.
Y, la verdad, es que se trata de una nueva batalla perdida por la Argentina entera, no sólo por la Iglesia Católica.
Más allá de la concentración económica, y de la “sojización” de nuestro territorio, los factores que más inciden en el crecimiento de la pobreza son la falta de inversión, el desmedido e incontrolado gasto público, la inflación y la corrupción.
Pero, con los leños del hogar de los Kirchner prendidos, sea en Olivos o en Calafate, nadie quiere arriesgarse a ser enviados por los patagónicos a la estepa a la que condenan a los díscolos. Sobre todo, los industriales y los banqueros, que tanto han medrado con este “capitalismo de amigos”.
Para demostrarlo, bastan dos botones: el “impuestazo tecnológico”, que condena a la sociedad entera a pagar precios más caros para acceder a productos informáticos que, en el mundo entero, cada vez resultan más baratos; y a los fabricantes de calzado, a los cuales se los beneficia con barreras comerciales para impedir que lleguen las zapatillas chinas (ver “Los argentinos y los zapatos”, en http://tinyurl.com/yc3625q), mientras se pone en riesgo la exportación de aceite de soja a un país que debiera ser nuestro principal socio comercial.
La realidad, amigos, es que, en la Argentina K, nada importan los pobres y, mucho menos, su salud, su educación, su seguridad y su Justicia.
Cuando uno piensa en que sólo la corrupción descubierta en la compra de los aviones de Embraer para Aerolíneas Argentinas ha significado que los funcionarios se han robado el equivalente a ¡tres hospitales para el Conurbano!, anunciados y nunca construidos, entiende de qué se habla cuando se califica a este nivel de inmundicia como genocidio.
Según Wikipedia, el genocidio es un delito internacional clasificado dentro del género crímenes contra la humanidad. Se entiende por genocidio cualquiera de los actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal. Y eso, precisamente, es lo que está haciendo el Gobierno con los más sumergidos de nuestro país; se pretende que mueran por falta de atención médica adecuada, mientras se los priva de educación y de una alimentación indispensable.
Lo preocupante, entonces, no es que sólo la Iglesia clame en el desierto, sino que nuestra pseudo “dirigencia” carezca de reparos morales frente a un escenario de desolación como el que, todos los días, Caritas y el Observatorio Social de la UCA describen, a contrapelo de las estadísticas oficiales.
Que el miedo, el afán de lucro, la complacencia y la concuspicencia hagan que los empresarios se nieguen a firmar un documento de este tipo nos dice, muy a las claras, en qué estado de postración moral se encuentra la sociedad argentina. Esa decadencia la hace merecedora, sin duda, del actual presente de mafias, de pérdida de libertades, de inopia, de destrucción.
Es absolutamente indispensable, por eso, que los jóvenes se encaramen a las cimas de las organizaciones de todo tipo, sean partidos políticos, ONG’s, medios de comunicación, universidades, etc., que se comprometan con el futuro, ya que éste es exclusivamente de ellos mismos. No nuestro, puesto que mi generación es la responsable de cuanto nos ocurre y, por lo demás, lo hemos dejado atrás.
Bs.As., 7 Abr 10
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